D.: Takashi Miike
I.: Hakuryu, Yumi Iori, Ruby Moreno, Kiyoshi Nakajo.
Al año siguiente de Bodyguard Kiba (e intercalando por medio las dos partes de Oretachi wa tenshi ja nai, también para el mercado doméstico), Shinjuku Outlaw significa una nueva aproximación de Takashi Miike al yakuza eiga (cine de yakuzas) aunque en esta ocasión de un modo más directo (sin la mixtura genérica de aquélla) y dando como resultado un film más oscuro (a diferencia de Bodyguard Kiba la mayoría de las escenas son nocturnas) y de tono marcadamente fúnebre.
De hecho, en el prólogo vemos "morir" por primera vez al protagonista, Yomi, tras intentar (y conseguir) acabar con el jefe del clan yakura rival. Durante diez años permanece en coma y su "resurrección" es planificada por Miike como si se tratara de la escena de una película de terror: Yomi permanece postrado en una cama rodeada de unas cortinas que nos impiden verle; un vigilante permanece dormido; es de noche y la furiosa lluvia azota los cristales con fuerza; la cámara nos muestra el despertar del durmiente a través del gráfico que marca sus signos vitales, cada vez más descontrolado. Cuando el vigilante se despierta y se da cuenta de lo que ocurre dice: "¡Está vivo!", como si fuera un doctor Frankenstein ante el nacimiento de su criatura.
Este renacimiento marca la trayectoria posterior del protagonista. Sabe que no es una segunda oportunidad, sino más bien una especie de prórroga en la que el resultado final ya ha sido decidido. Su única opción es dejar las cosas lo mejor que pueda. Este setimiento vital impregna todo lo que rodea a Yomi de un tono fúnebre, como recordándole lo inevitabe de su destino: varias veces hace mención a que ya murió una primera vez; en un momento determinado le llaman "medio-zombi". La actitud de Yomi, despreciando la muerte, imperturbable cuando le apuntan con una pistola, le acercan mas a un muerto en vida que a un ser vivo. Incluso en un acto tan vitalista y carnal como es el sexo tendrá que enfrentarse al cañón de una pistola.
En Shinjuku Outlaw la guerra yakuza se ha desgeneralizado a través de una globalización criminal. Los enfrentamientos por las zonas de poder ha pasado a ser por el poder racial. En este punto, en el que las nacionalidades se confunden, arrastrando las identidades, Yomi es el perfecto juez. No se siente perteneciente a ningún clan, a ningún lugar. Su única concesión a los sentimientos es a traveés de una prostituta que, como él, puede pertenecer a cualquiera sin ser nunca de nadie. Y sabe que esta relación está marcada por el fatalismo incluso antes de su existencia. Pero, al menos, le procura la mayor manifestación de amor posible en un marco en el que la codicia está por encima de las personas: la purificación a través del fuego de aquello que marca el devenir del mundo, que marca el poder: el dinero y la droga.
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