(La casa dalle finestre che ridono) Italia, 1976. 110m. C.
D.: Pupi Avati
I.: Lino Capolicchio, Francesca Marciano, Gianni Cavina, Giulio Pazzirani
I.: Lino Capolicchio, Francesca Marciano, Gianni Cavina, Giulio Pazzirani
Hay algo en La casa dalle finestre che ridono que me recuerda poderosamente a Rojo oscuro, a pesar de que no hay ninguna relación, ni argumental ni, mucho menos, estética entre ellas. Escasos vasos comunicantes nos pueden llevar desde el universo estilizado, de entornos urbanos desolados y de angustia casi metafísisca de la película de Dario Argento a los parajes rurales y la mirada costumbrista de Pupi Avati. Y aún así hay algo que parece hermanarlas. Y se trata de esa pulsión esotérica que palpita bajo cada una de las imágenes.
Los escalofriantes títulos de crédito nos muestra un macabro ritual en el que dos figuras blanquecinas apuñalan a su víctima, atada y colgada como una res en el matadero. El color virado a tonos rojizos desvaídos; la acción en cámara lenta; los angustiosos gritos de la víctima y una voz en off que se superpone al conjunto como si de un hechizo se tratara, conforma una especie de aquelarre, de ritual que abre las puertas del infierno. Y eso es lo que parece el cuadro de temática religiosa que un joven pintor tiene que restaurar: una puerta al más allá. O a otra dimensión. A medida que va rascando en la superficie, que se descubre el conjunto de la obra artística, el protagonista va descubriendo que bajo ese entorno plácido, esa calma que parece pender sobre el pequeño pueblo como una advertencia, un aviso, se esconde el horror. Y que bajo la sotana del catolicismo se esconde el más grotesco de los secretos.
El acercamiento de Pupi Avati prescinde de las constantes del cine de terror al uso y aplica una mirada costumbrista que por sí misma basta para crear una atmósfera opresiva. Los rostros de los habitantes del pueblo, sus costumbres, sus acciones, todos ellos dentro de la normalidad, parecen esconder un secreto. Parte de la trama argumental de La casa dalle finestre che ridono está inspirada en leyendas y en historias reales que Avati escuchó cuando era niño. De ahí que no necesite hacer uso de las técnicas habituales del cine de terror para angustiar al espectador. El director de Zeder sabe que en la realidad en la que vivimos, en los entornos en los que nos movemos, está incubado el mal, y que basta una simple mirada esquiva, un momento de lucidez, para descubrir que todos habitamos un infierno permanente del que nos queremos olvidar.
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