jueves, 1 de abril de 2010

Jeepers Creepers 2


(Jeepers Creepers II) 2003, USA. 104m. C.
D.: Victor Salva
I.: Ray Wais, Jonathan Breck, Eric Nenninger, Nicki Aycox

El comienzo de Jeepers Creepers 2 nos sitúa en una apartada granja, en medio de un maizal. Un niño está colocando los espantapájaros mientras es increpado por su padre. El intenso color de la fotografía, casi quemada, refleja el calor imperante. Un lugar conocido, familiar. A plena luz del día. Aparentemente, todo es seguro. Victor Salva vuelve a explotar lo que podríamos llamar el terror cotidiano. Ese horror que se agazapa en los mismos pliegues de la realidad y que sentimos en lo más hondo de nuestro subconsciente: el Creeper "crucificado" a modo de espantapájaros, representación del mito del hombre del saco, del coco. El hermano mayor que discute con el pequeño, amenazando con darle una paliza, para, a continuación, correr tras él para salvarle la vida: la muerte está a la vuelta de la esquina.

Jeepers Creepers 2 nos sitúa en un autobús averiado en medio de una solitaria carretera secundaria. En el interior viaja el equipo de baloncesto de una universidad, pletórico después de ganar su último partido. Un grupo de jóvenes, fuertes y atractivos, cuyo mayor problema es el no haber jugado lo suficiente en el partido o los rumores que circulan alrededor de ellos. El director se recrea en el pletórico físico de los protagonistas, anticipando el cebo que atraerá a la criatura. Un grupo que funciona a modo de microcosmos, representando a una sociedad ensimismada en su propia belleza y habilidades y que en los momentos de peligro se desquebrajará, sacando a la luz una diferencias clasistas y raciales que se creían superadas. A pesar de esto, Jeepers Creepers 2 es un film centrado en el terror físico, directo: un terror que se puede sentir, casi tocar y que Salva transmite a través de una puesta en escena llena de detalles perturbadores: el Creeper oliendo a través de las ventanillas la carne del interior para, a continuación, lamerlas obscenamente; la cartelaginosa ala que atraviesa el pasillo del bus, dividiendolo en dos, que uno de los protagonistas define como una cortina de baño, húmeda y viscosa; el cuerpo decapitado que se mueve espasmódicamente, intentando sujetar el último aliento de vida que le queda; el automóvil abandonado, cuyo techo aparece abierto como si fuera una lata de sardinas.

Jeepers Creepers 2 aporta dos novedades con respecto a sus predecesora: una, cierto elemento sobrenatural en forma de los sueños premonitorios de una de las animadoras. En éstos, el protagonista del anterior film intenta avisarla del peligro al que se dirige. Al contrario que en la saga de Pesadilla en Elm Street, ante un peligro tan anclado a nuestra realidad, será el mundo de los sueños el punto de reunión de las almas de las víctimas del Creeper, un limbo del subconsciente colectivo y que ofrece imágines tan fascinantes como el plano en el que todo va marcha atrás, o el vertiginoso travelling que sigue la trayectoria de un artefacto lanzado por el monstruo hacia una de las ruedas del bus.

La segunda novedad es el espíritu aventurero que contagia a toda la película la búsqueda del padre del niño atacado al principio del film, quien a modo de un capitán Ahab persigue obsesivamente a su particular Moby Dick. Una enigmática figura demoníaca de la que Vícto Salva se empeña en seguir sin contarnos nada (afortunadamente) pero de la que ofrece algunos datos biológicos que le confieren una presencia aún más repugnante. Si Jeepers Creepers fundamentaba su mitología en el centro de las leyendas urbanas, los últimos minutos de esta afortunada secuela introduce al Creeper en el terreno de la leyenda.

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