(Terminator 2. Judgment Day) USA, 1991. 154m. C.
D.: James Cameron
I.: Arnold Schwarzenegger, Linda Hamilton, Edward Furlong, Robert Patrick
El primer atractivo de Terminator 2. El Juicio Final de cara al espectador es una serie de referencias paralelas al film original: de entrada, James Cameron utiliza una ingeniosa pirueta argumental en la cual combina el aspecto comercial (la necesidad de que Schwarzenegger repita su papel del primer film) y el artístico (la intención de Cameron de profundizar en la figura del Terminator) de la producción: en este caso Schwarzenegger es de los buenos, y su misión consiste en salvar al propio John Connor, un niño todavía, de un revolucionario T-1000 enviado del futuro y capaz de moldear su cuerpo a su antojo, ya sea para transformarlo en una arma o para imitar su entorno. Pero este detalle no le será revelado al espectador hasta bien pasado el metraje: durante su primera media hora, Cameron juega a repetir la misma estructura del film original, pero, esta vez, con una diferencia importante: ahora ya no juega con la ignorancia del público, sino con lo que sabe: la aparición de T-101 enseguida activa una alarma en el subconsciente del espectador, que le pone en alerta ante la (supuesta) amenaza que supone para los protagonistas. Incluso el aspecto físico del otro Terminator, delgado y enjuto, ayuda a identificarlo como un ser humano, aunque su comportamiento excesivamente frío y calculado resulta especialmente perturbador para el espectador, el cual puede pensar que, esta vez sí, nos encontramos ante dos mortíferas armas de matar. Al igual que en el primer Terminator, será en un escenario de ocio repleto de gente (en aquél una discoteca, aquí un salón recreativo) donde los personajes descubran sus verdaderas intenciones y de nuevo, una vez revelada su auténtica identidad, el T-1000 empezará a usar (y abusar) de su metabolismo casi alienígena. El hecho de que el T-1000 esté formado de metal líquido no sólo sirve para llenar el film de increíbles efectos especiales, sino que su forma viscosa, casi gelatinosa, su sentido de puro acero azul, despierta una repugnancia en el espectador que le lleva a ponerse instintivamente de parte de los héroes del film, de nuevo, al igual que ocurría en Terminator. Pero el hecho de apartar a un lado las diferencias entre la carne y el metal en favor de la atención a otras formas más desconocidas no significa que Cameron se olvide de ellas: ahí está la escena en la gasolinera en la cual el T-101 sutura la herida de Sarah Connor para, a continuación, ella extraer las balas incrustadas en el cuerpo de éste.
Pero además, Cameron llena el film de pequeños guiños al film original en una especie de juego que busca tanto la complicidad del aficionado como la intención de profundizar en ese concepto de una línea temporal en bucle, que siempre se repite: así, por poner unos ejemplos, el T-101 repite la frase que Kyle Reese le decía a Sarah Connor en su primer encuentro ("Ven conmigo si quieres vivir") dándole el mismo sentido, o el famoso, "Volveré", con la misma intención; el camión que conduce el T-1000 durante la persecución en el canal es la réplica real del juguete que aplastaba con su coche Schwarzenegger en el original; el doctor Silberman vuelve a aparecer, aunque en este caso, con un rol perversamente invertido; la escena en la cual el T-1000 entra en un helicóptero y le espeta un imperativo: "Fuera" al co-piloto es idéntica a la del Terminator echando al conductor del camión en el final de Terminator.
Pero si Terminator era un film pesimista, su secuela es directamente apocalíptica. Ya no hay lugar para la duda razonable: el terrible futuro está a la vuelta de la esquina. Sarah Connor vive día a día con el peso en su conciencia de la muerte de medio planeta. Es la portadora de una información vital para la supervivencia del ser humano y sólo encuentra escepticismo a su alrededor ¿Cómo puede alguien no volverse loco conociendo el futuro, el destino de la humanidad, y no pudiendo hacer nada por impedirlo? (En este instante es conveniente trazar un puente con la no menos apocalíptica 12 monos, de Terry Gilliam). Por otro lado, Cameron realiza un negro discurso sobre las instituciones sociales/legales: el hecho de que el T-1000 se camufle como policía o que la propia Sarah Connor esté encerrada en una institución mental dibujan un panorama desolador de la sociedad. Y es que la visión pesimista de Cameron se ha radicalizado en esta segunda parte, aunque, a la vez, está revestida de una mordaz ironía: así, resulta tan paradójico que el culpable de la muerte de miles de millones de personas sea un hombre honrado, amante esposo y buen padre como que un Terminator pueda aprender el valor de una vida humana. Que un Terminator no sólo pueda imitar a los seres humanos, sino que, además, se convierta en uno de ellos, expone claramente el carácter exterminador de la propia raza humana.
Con todo, hay una esperanza en Terminator 2. El Juicio Final: John Connor, a pesar de haberse convertido en un delincuente juvenil, demostrará a lo largo de su huida unos valores y convicciones, tanto en lo que dice como en lo que hace, que dibujan las dotes que le convertirán en el salvador de la humanidad: él es el único que sabrá cual es el valor de una vida y que los sentimientos, por encima de cualquier otra cosa, son el único camino posible hacia el futuro del Hombre. Aquí más que nunca los personajes no están atados por las caprichosas decisiones del destino. Ya no se trata de evitar la alteracón del futuro, sino, precisamente de modificarlo. De demostrar que, efectivamente, "No hay destino". Un lema casi nihilista que Cameron vira en esperanza.
Cameron parece decidido en agotar todas las posibilidades del concepto argumental creado en Terminator, aunque conlleve cuestionar (y casi negar) el sentido de la existencia del propio film. Aún más, James Camero parece empeñado en crear la action movie definitiva: llena de escenas hiper-espectaculares, acción trepidante, violencia y gore, ciencia-ficción y terror (mas unas gotas de suspense), cyberpunk y conflictos materno-filiales, sofisticado catálogo de innovaciones tecnológicas y profundo retrato de los sentimientos humanos, etc. Y casi lo consigue.
Pero además, Cameron llena el film de pequeños guiños al film original en una especie de juego que busca tanto la complicidad del aficionado como la intención de profundizar en ese concepto de una línea temporal en bucle, que siempre se repite: así, por poner unos ejemplos, el T-101 repite la frase que Kyle Reese le decía a Sarah Connor en su primer encuentro ("Ven conmigo si quieres vivir") dándole el mismo sentido, o el famoso, "Volveré", con la misma intención; el camión que conduce el T-1000 durante la persecución en el canal es la réplica real del juguete que aplastaba con su coche Schwarzenegger en el original; el doctor Silberman vuelve a aparecer, aunque en este caso, con un rol perversamente invertido; la escena en la cual el T-1000 entra en un helicóptero y le espeta un imperativo: "Fuera" al co-piloto es idéntica a la del Terminator echando al conductor del camión en el final de Terminator.
Pero si Terminator era un film pesimista, su secuela es directamente apocalíptica. Ya no hay lugar para la duda razonable: el terrible futuro está a la vuelta de la esquina. Sarah Connor vive día a día con el peso en su conciencia de la muerte de medio planeta. Es la portadora de una información vital para la supervivencia del ser humano y sólo encuentra escepticismo a su alrededor ¿Cómo puede alguien no volverse loco conociendo el futuro, el destino de la humanidad, y no pudiendo hacer nada por impedirlo? (En este instante es conveniente trazar un puente con la no menos apocalíptica 12 monos, de Terry Gilliam). Por otro lado, Cameron realiza un negro discurso sobre las instituciones sociales/legales: el hecho de que el T-1000 se camufle como policía o que la propia Sarah Connor esté encerrada en una institución mental dibujan un panorama desolador de la sociedad. Y es que la visión pesimista de Cameron se ha radicalizado en esta segunda parte, aunque, a la vez, está revestida de una mordaz ironía: así, resulta tan paradójico que el culpable de la muerte de miles de millones de personas sea un hombre honrado, amante esposo y buen padre como que un Terminator pueda aprender el valor de una vida humana. Que un Terminator no sólo pueda imitar a los seres humanos, sino que, además, se convierta en uno de ellos, expone claramente el carácter exterminador de la propia raza humana.
Con todo, hay una esperanza en Terminator 2. El Juicio Final: John Connor, a pesar de haberse convertido en un delincuente juvenil, demostrará a lo largo de su huida unos valores y convicciones, tanto en lo que dice como en lo que hace, que dibujan las dotes que le convertirán en el salvador de la humanidad: él es el único que sabrá cual es el valor de una vida y que los sentimientos, por encima de cualquier otra cosa, son el único camino posible hacia el futuro del Hombre. Aquí más que nunca los personajes no están atados por las caprichosas decisiones del destino. Ya no se trata de evitar la alteracón del futuro, sino, precisamente de modificarlo. De demostrar que, efectivamente, "No hay destino". Un lema casi nihilista que Cameron vira en esperanza.
Cameron parece decidido en agotar todas las posibilidades del concepto argumental creado en Terminator, aunque conlleve cuestionar (y casi negar) el sentido de la existencia del propio film. Aún más, James Camero parece empeñado en crear la action movie definitiva: llena de escenas hiper-espectaculares, acción trepidante, violencia y gore, ciencia-ficción y terror (mas unas gotas de suspense), cyberpunk y conflictos materno-filiales, sofisticado catálogo de innovaciones tecnológicas y profundo retrato de los sentimientos humanos, etc. Y casi lo consigue.
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