USA, 2011. 117m. C.
D.: Bill Condon P.: Wyck Godfrey, Stephenie Meyer & Karen Rosenfelt G.: Melissa Rosenberg, basado en la novela de Stephenie Meyer I.: Kristen Stewart, Robert Pattinson, Taylor Lautner, Peter Facinelli
No ha de resultar extraño que la figura del embarazo fuera un tema dentro del cine de terror que alcanzara una especial importancia a finales de los 60 con el estreno de La semilla del diablo. El desarrollo de un ente peligroso en los márgenes de lo familiar servía para representar el concepto de peligro interior propio de una época que empezaría a mirarse a sí misma en busca de los monstruos que la aterrorizaban. La amenaza era casi literal: el enemigo se está incubando en el interior. Una amenaza que adquiriría en los 70 formas concretas y sanguinarias con el bebé asesino de ¡Estoy vivo! o el extraño ser de Cabeza borradora, representación en clave pesadillesca y textura industrial de la paternidad forzada. Con la llegada de los 80 los embarazos malditos, y sus consecuencias, discurrirían por los senderos de la Nueva Carne con películas como La mosca, Pesadilla en Elm Street 5 o Baby Blood. Títulos recientes como Amanecer de los muertos y À l'intérieur confirman las buenas relaciones existentes entre la gestación y el cine de terror. Atendiendo a esta relación, no resulta extraño que para la última entrega estrenada de la saga iniciada en Crepúsculo se haya elegido a un director que inició su carrera en los terrenos neocárnicos del mundo literario de Clive Barker con la menor Candyman II. Adiós a la carne.
Desde sus mismos inicios, la franquicia cinematográfica basada en las novelas de Stephenie Meyer ha hecho gala de un mensaje conservador que, antes que ocultarlo, ha sido enarbolado como una bandera a modo de inconfundible declaración de principios. El utililzar un género como el terror, cuya esencia primigenia consiste en la transgresión, para transmitir dicho mensaje bien podría considerarse una directa afrenta a los aficionados más puristas. Pero tanto Crepúsculo como sus continuaciones interiorizaban su discurso, haciéndolo formar parte del código genético del universo de sus personajes. Podía compartirse o no, pero lo que era innegable era su coherencia.
Los primeros minutos de La saga crepúsculo: Amanecer. Parte I, en los cuales se retrata la esperada boda entre el vampiro Edward y la humana Bella, siguen el mismo sendero de los títulos precentes poniendo en pie un fastuoso espectáculo que en su adhesión sin complejos a la cursilería parece tener como objetivo principal la sublimación de lo ridículo. Incluso podemos encontrar ciertos apuntes autoparódicos que ya hicieron su aparición en la anterior Eclipse (cuando la noche previa al enlace Edward le dice a Bella que tiene un secreto que nunca le ha contado, ésta le responde si es que, en realidad, no es virgen). Una autoconsciencia que no está reñida con la convicción y que le permite a la película salir a flote aún internándose en los terrenos de lo irrisorio: la impactante imagen de los cuerpos muertos de los invitados amontonados formando una macabra tarta nupcial, con Bella y Edward coronándola como dos muñecos ensangrentados; el beso entre los dos enamorados, ahora ya marido y mujer, registrado por una cámara que gira alrededor de ellos y que muestra al fondo los asientos vacíos, subrayando que en su felicidad se sienten los dos únicos seres de la Tierra.
Pero, como si a medida que se acerca el final de la serie llegara el momento de la verdad, la teoría se convierte en práctica, y el mensaje a favor de la continencia sexual se hace carne en el cuerpo castigado de Bella, lleno de oscuros y dolorosos cardenales, producto de su primera noche de amor con Edward. La insistencia de Bella por seguir disfrutando de los placeres carnales a pesar del peligro que supone la fuerza sobrehumana de Edward la convierten en una adicta al masoquismo hambrienta de sexo. En este sentido, el fugaz embarazo de Bella aparece como la penitencia que tiene que arrastrar para expiar sus pecados por ceder a la tentación de la lujuria.
En La saga crepúsculo: Amanecer. Parte I el embarazo toma la forma de un virus, un ente desconocido que se dedica a destruir el cuerpo que habita. El cuerpo esquelético de Bella, con una piel translúcida apenas cubriendo los huesos, las abultadas cuencas de los ojos, las vértebras marcando la piel, supone una de las imágenes más escalofriantes que el cine haya ofrecido sobre el embarazo El momento en el que Edward y Jacob descubren que la única manera de mantener a Bella con vida es alimentándola con sangre añade un apunte irónico: si la situación que padece es fruto del querer mantener su humanidad, el camino de la salvación pasa por transformarse en una vampira conceptual.
Reflejándose voluntariamente en el espejo de la saga protagonizada por Harry Potter, la división en dos partes de la entrega final de Crepúsculo convierte el mencionado embarazo de Bella en el foco de atención de esta primera mitad. Que el parto sea el clímax final del relato resulta revelador de las intenciones de sus creadores: la impactante secuencia, diseñada a base de un agresivo montaje corto, angustiosas imágenes distorsionadas y atronadores flashes, se impone a los enfrentamientos entre el clan vampírico de los Cullen y la raza de hombres-lobo. Y de esta manera, Stephenie Meyer -autora de las novelas originales y productora de las películas- firma un nuevo capítulo de su manual de buenas constumbres para señoritas virtuosas: tras el mensaje a favor de la castidad, en La saga crepúsculo: Amanecer. Parte I pasamos al panfleto antiabortista.
Desde sus mismos inicios, la franquicia cinematográfica basada en las novelas de Stephenie Meyer ha hecho gala de un mensaje conservador que, antes que ocultarlo, ha sido enarbolado como una bandera a modo de inconfundible declaración de principios. El utililzar un género como el terror, cuya esencia primigenia consiste en la transgresión, para transmitir dicho mensaje bien podría considerarse una directa afrenta a los aficionados más puristas. Pero tanto Crepúsculo como sus continuaciones interiorizaban su discurso, haciéndolo formar parte del código genético del universo de sus personajes. Podía compartirse o no, pero lo que era innegable era su coherencia.
Los primeros minutos de La saga crepúsculo: Amanecer. Parte I, en los cuales se retrata la esperada boda entre el vampiro Edward y la humana Bella, siguen el mismo sendero de los títulos precentes poniendo en pie un fastuoso espectáculo que en su adhesión sin complejos a la cursilería parece tener como objetivo principal la sublimación de lo ridículo. Incluso podemos encontrar ciertos apuntes autoparódicos que ya hicieron su aparición en la anterior Eclipse (cuando la noche previa al enlace Edward le dice a Bella que tiene un secreto que nunca le ha contado, ésta le responde si es que, en realidad, no es virgen). Una autoconsciencia que no está reñida con la convicción y que le permite a la película salir a flote aún internándose en los terrenos de lo irrisorio: la impactante imagen de los cuerpos muertos de los invitados amontonados formando una macabra tarta nupcial, con Bella y Edward coronándola como dos muñecos ensangrentados; el beso entre los dos enamorados, ahora ya marido y mujer, registrado por una cámara que gira alrededor de ellos y que muestra al fondo los asientos vacíos, subrayando que en su felicidad se sienten los dos únicos seres de la Tierra.
Pero, como si a medida que se acerca el final de la serie llegara el momento de la verdad, la teoría se convierte en práctica, y el mensaje a favor de la continencia sexual se hace carne en el cuerpo castigado de Bella, lleno de oscuros y dolorosos cardenales, producto de su primera noche de amor con Edward. La insistencia de Bella por seguir disfrutando de los placeres carnales a pesar del peligro que supone la fuerza sobrehumana de Edward la convierten en una adicta al masoquismo hambrienta de sexo. En este sentido, el fugaz embarazo de Bella aparece como la penitencia que tiene que arrastrar para expiar sus pecados por ceder a la tentación de la lujuria.
En La saga crepúsculo: Amanecer. Parte I el embarazo toma la forma de un virus, un ente desconocido que se dedica a destruir el cuerpo que habita. El cuerpo esquelético de Bella, con una piel translúcida apenas cubriendo los huesos, las abultadas cuencas de los ojos, las vértebras marcando la piel, supone una de las imágenes más escalofriantes que el cine haya ofrecido sobre el embarazo El momento en el que Edward y Jacob descubren que la única manera de mantener a Bella con vida es alimentándola con sangre añade un apunte irónico: si la situación que padece es fruto del querer mantener su humanidad, el camino de la salvación pasa por transformarse en una vampira conceptual.
Reflejándose voluntariamente en el espejo de la saga protagonizada por Harry Potter, la división en dos partes de la entrega final de Crepúsculo convierte el mencionado embarazo de Bella en el foco de atención de esta primera mitad. Que el parto sea el clímax final del relato resulta revelador de las intenciones de sus creadores: la impactante secuencia, diseñada a base de un agresivo montaje corto, angustiosas imágenes distorsionadas y atronadores flashes, se impone a los enfrentamientos entre el clan vampírico de los Cullen y la raza de hombres-lobo. Y de esta manera, Stephenie Meyer -autora de las novelas originales y productora de las películas- firma un nuevo capítulo de su manual de buenas constumbres para señoritas virtuosas: tras el mensaje a favor de la castidad, en La saga crepúsculo: Amanecer. Parte I pasamos al panfleto antiabortista.
4 comentarios:
La peli es malísima pero hay que reconocer que acojona. A mi el mensaje retrógrado y ese embarazado masoquista me dejaron muy mal cuerpo. Lo que no entiendo es como triunfa entre chicas digamos tan liberadas como las europeas. Evidente fracaso de Pajín, Aído y adláteres.
Vi las tres primeras. Con esta que no cuenten conmigo.
Esta semana ya tengo bastante paja pendiente con Acero Puro e In Time XD
Lord Pengallan: Pues mira, el sábado estuve de cena con unos amigos y estuve hablando de esta película con una chica que es fan tanto de las películas como de los libros. Cuando le comenté que el mensaje conservador y antiabortista de "Amanecer" me había superado, ella me aseguró que en toda la saga no veía ningún mensaje reaccionario.
Yota: buff, pues no me llaman nada las dos películas que comentas. Yo me temo que volveré a acudir a la próxima cita de Bella y sus monstruosos pretendientes. Llegados aquí, habrá que aguantar. Al menos, no estoy solo.
Un saludo a todos.
A mi me ha pasado lo mismo. No hey peor ciego que el que no quiere ver. Un misterio la perspectiva diferente según sexos.
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