USA/Canada, 1988. 164m. C.
D.: Martin Scorsese P.: Barbara De Fina G.: Paul Schrader, basado en la novela de Nikos Kazantzakis I.: Willem Dafoe, Harvey Keitel, Barbara Hershey, Harry Dean Stanton
El cielo y la tierra; el alma y la carne; las lágrimas y la sangre
Nikos Kazantzakis comenzaba su novela La última tentación, publicada en 1951, con un prefacio en el que subrayaba el componente de exorcismo personal que suponía la obra. En esas primeras páginas, el escritor griego confesaba que la dualidad de la figura de Cristo, la convivencia de lo espiritual y de lo físico en un mismo cuerpo, era un misterio que le atormentaba como creyente: el enfrentamiento que se establece entre los deseos terrenales y la búsqueda de una estabilidad espiritual suponía una batalla que se había desatado, ya desde su infancia, en su interior y que convertía, a sus ojos, a Cristo en un ejemplo de una lucha que se desarrollaba más allá de la vida. Como si buscara tanto respuestas como un espejo en el que reflejar sus propias dudas, Kazantzakis planteó La última tentación como una novelización de los Santos Evangelios siguiendo la doctrina de la corriente religiosa conocida como el adopcionismo.
A grandes rasgos, el adopcionismo, surgido a partir del siglo II después de Cristo y considerado herético por la Iglesia oficial, defendía la idea de que Cristo no era tanto hijo directo de Dios y, por tanto, un ser divino que se manifestaba con la apariencia de un hombre, como un ser humano que había sido elegido por Dios para ser poseído por el Espíritu Santo y transformarse en, podríamos decir, su hijo adoptivo en la tierra. Así, la trascendencia era sustituída por un sacrificio más humano y doloroso, y la tentación y las dudas pasaban a formar parte indisociable de un Jesús a quien han arrebatado su condición de ser humano.
En un momento de la novela, Jesús le pide a Mateo, encargado oficial de transcribir la vida de su maestro, que le enseñe lo que ha escrito. Cuando éste descubre cómo Mateo ha fantaseado su nacimiento e infancia se enfada con el apóstol, acusándole de mentiroso: él no nació en un pesebre de Belén ni tampoco recibió la visita de tres reyes magos provenientes de Oriente. Mateo para defenderse le confiesa que un ángel le comunicó qué tenía que escribir. La última tentación narra la dolorosa odisea de un hombre desposeído de su propia identidad contra su voluntad, elegido por una fuerza superior para caminar hacia un destino que desconoce pero teme.
Kazantzakis expone la evolución del protagonista, de cómo poco a poco va aceptando su condición de Mesías, a través de la manera en la que se dirigen a él: durante la primera parte del libro, los que le rodean y el propio narrador le llaman "el hijo de María" o "hijo del carpintero", incidiendo en su forma carnal pero, también, en su falta de personalidad individual; cuando acepta su misión y empieza a predicar se le llama por su nombre propio: Jesús; durante las páginas que nos describen la pasión, usualmente se le denomina "el rey de los judios", subrayando el motivo por el cual es apresado y sentenciado a morir en la cruz.
La rebeldía de Jesús contra la misión que se le ha encomendado -se le presenta trabajando para los romanos para quienes fabrica cruces que servirán para sentenciar a los judíos-, su anhelo por llevar una vida normal (trabajar la tierra con el sudor de su frente; reunirse con los amigos a beber para aliviar el cansancio; casarse y tener hijos; cuidar de sus nietos) y su imposibilidad (Dios le castiga con contínuas pesadillas premonitorias e, incluso, ataques directos cuando Jesús se aparta del camino que le ha encomendado: esas garras que se clavan en su cabeza cuando se va a casar con María Magdalena) es intensificado por la tremenda fisicidad de la prosa de Kazantzakis, volcada en reflejar, en hacer sentir al lector, cómo el sol calienta las piedras del desierto, las cuales marcan los pies descalzos del protagonista; la debilidad del cuerpo, castigado por el cansancio, el ayuno y el dolor; la volcánica intensidad del deseo que ruge en el interior de Jesús, así como sus temores y su sufrimiento. La rocosidad e implacabilidad de las palabras de Kazantzakis se cierran sobre sus protagonista como las zarzas que intentan ahogar a una semilla, potenciando así la excepcionalidad de Cristo cuando, llenando su cuerpo de cortes, consigue salir de ellas, superar la tentación final y ofrecer el sacrificio supremo muriendo en la cruz por todos los hombres.
Al borde del abismo entre lo humano y lo divino
La última tentación de Cristo se abre con un rápido movimiento de cámara que surca las ramas de un árbol y se detiene al encontrar al sujeto de su búsqueda. Un plano cenital nos muestra a Jesús tumbado en el suelo, durmiendo. La cámara se acerca a él como si fuera el punto de vista de una presencia superior. Cuando Jesús abre los ojos y su voz en off irrumpe en la banda sonora, de la tercera persona, de un vigilante exterior, pasamos a la primera, como si esa presencia, una vez encontrado su objetivo, se hubiera fusionado con éste y se hubiera apoderado de su consciencia.
Así, la película dirigida por Martin Scorsese y escrita por Paul Schrader adopta una mirada subjetiva que la aleja de la novela de Kazantzakis. El mundo que rodea a Jesús, y la gente que se le acerca, está filtrado por su punto de vista, contaminado por esa angustia que crece dentro de él. Los escenarios por los que se mueve resultan en su mayoría desérticos paisajes en los que la vegetación ha sido aniquilada por la esterilidad de la piedra y la fuerza del sol borra cualquier atisbo de brisa que pueda calmar los castigados cuerpos de los hombres. Un mundo yermo y seco que espera la llegada del salvador que le devuelva la vida. Es por ello que, inmerso en la ensoñación que le ha preparado el Demonio, la última parte del film nos presenta unos escenarios radicalmente diferentes, inundados por la naturaleza en su máximo esplendor, un regreso al Edén original donde Jesús, por fin, puede llevar la vida que siempre quiso. Un lugar que, como descubriremos, resulta tan falso a la postre como la tremenda aridez del anterior.
A tenor de lo dicho, resulta coherente que La última tentación de Cristo dé más importancia a los milagros de Jesús de lo que lo hacía la novela original. En esta, Kazantzakis se cuida de no mostrar directamente los milagros,manteniéndolos fuera de campo y transmitiéndolos a través de la boca de los ciudadanos de las aldeas por donde pasa Jesús, convertidos así en leyendas urbanas que puden ser creídas o no. Hay, no obstante, dos excepciones: cuando el protagonista cura la invalidez de la hija de un centurión romano y la resurrección de Lázaro, las cuales, no por casualidad, están directamente relacionados con su posterior pasión y con la última tentación que sufrirá estando colgado en la cruz, respectivamente.
En cambio, Scorsese, fiel a esa mirada introspectiva, sí da una mayor importancia a esos milagros, ampliándolos -Jesús curando la ceguera de un hombre, exorcizando a los endemoniados, transformando el agua en vino- y mostrándolos como la conse-cuencia de la aceptación por parte del protagonista de su condición de Mesías. Una condición que, no obstante, le asusta: destacar la escena de la resurrección de Lázaro, con esa imagen que muestra a Jesús asomándose a la entrada de la cueva donde éste ha sido enterrado; ese punto de vista desde el interior representa un alma que está esperando que el salvador llegue para rescatarla de las tinieblas en las que mora y sacarla de vuelta a la luz.
Cristo de nuevo crucificado
La puesta en escena del director de Taxi Driver resulta tan fiel al estilo del realizador italoamericano como apegada a su protagonista. A lo largo del metraje abundan los movimientos de cámara que sirven para representar los pasos desnortados de Jesús (quien tan pronto predica el amor como empuña el hacha), pero también para diferenciar el estado de ánimo del mismo. Como ejemplo, señalar el momento en el que Jesús y sus discípulos bailan alegres en la celebración de una boda en Canaan, en la que la cámara se mueve ágil, ligera y espontánea, contagiada de esa alegría; y contrastémoslo con los agresivos acercamientos de la cámara a Jesús cuando éste está en el desierto, los cuales representan la fuerza del ataque del Demonio en su búsqueda de tentar a su enemigo.
La última media hora de la película, aquella que refleja la última tentación a la que es sometido Jesús, posiblemente sea la más importante de todo el metraje, pues en ella se condensa el significado del trabajo de Scorsese. Mientras Jesús agoniza en la cruz se produce un extraño movimiento de cámara, con ésta girando sobre el perfil del crucificado, que supone una distorsión de la realidad por parte del Diablo de cara a realizar su último ataque. Lo que viene a continuación, con Jesús plácidamente instalado en su hogar y envejeciendo junto a sus mujeres y sus hijos, es planificado con una serie de imágenes serenas y calmadas, sólo violentadas por los reproches que recibe el protagonista por parte de Pablo de Tarso, primero, y Judas Iscariote, después, por haberles abandonado. La toma de conciencia de Jesús de la necesidad de retomar la misión que le había sido encomendada se traduce en un frenético movimiento de cámara hacia delante que le devuelve a la cruz, como si su alma huyera de ese cálido espejismo y volviera al dolor de la carne.
Volviendo al prefacio de La última tentación con el que comenzábamos estas líneas, en él Kazantzakis declaraba que la novela era una muestra de su amor por la figura de Cristo y que estaba convencido de que todo aquel que la leyera compartiría esa pasión. Quizás consciente de la dificultad de traducir la fuerza de las palabras del autor de Zorba el griego, Scorsese sustituye la rebeldía del Jesús de la novela por el sentimiento de pérdida de alguien que no encuentra el sentido de su existencia, dejando la humanización del personaje en manos de Willem Dafoe, cuya naturalidad a la hora de interpretar a Jesús está desprovista de cualquier afectación de trascendentalidad o solemnidad.
Y es en este terreno donde la labor de Scorsese y Paul Schrader (quien consigue comprimir la voluminosa obra literaria de la que parte sin que el resultado parezca un mero resumen) se vuelve notablemente meritoria, al lograr transmitir, más allá de creencias o doctrinas religiosas personales, la excepcionalidad del sacrificio de su protagonista principal en términos puramente cinemato-gráficos, a la vez que lo conectan con los torturados personajes de su filmografía anterior, siempre a la búsqueda de una misión que les redima de una vida abocada al abismo de los descarriados de la existencia.
Nikos Kazantzakis comenzaba su novela La última tentación, publicada en 1951, con un prefacio en el que subrayaba el componente de exorcismo personal que suponía la obra. En esas primeras páginas, el escritor griego confesaba que la dualidad de la figura de Cristo, la convivencia de lo espiritual y de lo físico en un mismo cuerpo, era un misterio que le atormentaba como creyente: el enfrentamiento que se establece entre los deseos terrenales y la búsqueda de una estabilidad espiritual suponía una batalla que se había desatado, ya desde su infancia, en su interior y que convertía, a sus ojos, a Cristo en un ejemplo de una lucha que se desarrollaba más allá de la vida. Como si buscara tanto respuestas como un espejo en el que reflejar sus propias dudas, Kazantzakis planteó La última tentación como una novelización de los Santos Evangelios siguiendo la doctrina de la corriente religiosa conocida como el adopcionismo.
A grandes rasgos, el adopcionismo, surgido a partir del siglo II después de Cristo y considerado herético por la Iglesia oficial, defendía la idea de que Cristo no era tanto hijo directo de Dios y, por tanto, un ser divino que se manifestaba con la apariencia de un hombre, como un ser humano que había sido elegido por Dios para ser poseído por el Espíritu Santo y transformarse en, podríamos decir, su hijo adoptivo en la tierra. Así, la trascendencia era sustituída por un sacrificio más humano y doloroso, y la tentación y las dudas pasaban a formar parte indisociable de un Jesús a quien han arrebatado su condición de ser humano.
En un momento de la novela, Jesús le pide a Mateo, encargado oficial de transcribir la vida de su maestro, que le enseñe lo que ha escrito. Cuando éste descubre cómo Mateo ha fantaseado su nacimiento e infancia se enfada con el apóstol, acusándole de mentiroso: él no nació en un pesebre de Belén ni tampoco recibió la visita de tres reyes magos provenientes de Oriente. Mateo para defenderse le confiesa que un ángel le comunicó qué tenía que escribir. La última tentación narra la dolorosa odisea de un hombre desposeído de su propia identidad contra su voluntad, elegido por una fuerza superior para caminar hacia un destino que desconoce pero teme.
Kazantzakis expone la evolución del protagonista, de cómo poco a poco va aceptando su condición de Mesías, a través de la manera en la que se dirigen a él: durante la primera parte del libro, los que le rodean y el propio narrador le llaman "el hijo de María" o "hijo del carpintero", incidiendo en su forma carnal pero, también, en su falta de personalidad individual; cuando acepta su misión y empieza a predicar se le llama por su nombre propio: Jesús; durante las páginas que nos describen la pasión, usualmente se le denomina "el rey de los judios", subrayando el motivo por el cual es apresado y sentenciado a morir en la cruz.
La rebeldía de Jesús contra la misión que se le ha encomendado -se le presenta trabajando para los romanos para quienes fabrica cruces que servirán para sentenciar a los judíos-, su anhelo por llevar una vida normal (trabajar la tierra con el sudor de su frente; reunirse con los amigos a beber para aliviar el cansancio; casarse y tener hijos; cuidar de sus nietos) y su imposibilidad (Dios le castiga con contínuas pesadillas premonitorias e, incluso, ataques directos cuando Jesús se aparta del camino que le ha encomendado: esas garras que se clavan en su cabeza cuando se va a casar con María Magdalena) es intensificado por la tremenda fisicidad de la prosa de Kazantzakis, volcada en reflejar, en hacer sentir al lector, cómo el sol calienta las piedras del desierto, las cuales marcan los pies descalzos del protagonista; la debilidad del cuerpo, castigado por el cansancio, el ayuno y el dolor; la volcánica intensidad del deseo que ruge en el interior de Jesús, así como sus temores y su sufrimiento. La rocosidad e implacabilidad de las palabras de Kazantzakis se cierran sobre sus protagonista como las zarzas que intentan ahogar a una semilla, potenciando así la excepcionalidad de Cristo cuando, llenando su cuerpo de cortes, consigue salir de ellas, superar la tentación final y ofrecer el sacrificio supremo muriendo en la cruz por todos los hombres.
Al borde del abismo entre lo humano y lo divino
La última tentación de Cristo se abre con un rápido movimiento de cámara que surca las ramas de un árbol y se detiene al encontrar al sujeto de su búsqueda. Un plano cenital nos muestra a Jesús tumbado en el suelo, durmiendo. La cámara se acerca a él como si fuera el punto de vista de una presencia superior. Cuando Jesús abre los ojos y su voz en off irrumpe en la banda sonora, de la tercera persona, de un vigilante exterior, pasamos a la primera, como si esa presencia, una vez encontrado su objetivo, se hubiera fusionado con éste y se hubiera apoderado de su consciencia.
Así, la película dirigida por Martin Scorsese y escrita por Paul Schrader adopta una mirada subjetiva que la aleja de la novela de Kazantzakis. El mundo que rodea a Jesús, y la gente que se le acerca, está filtrado por su punto de vista, contaminado por esa angustia que crece dentro de él. Los escenarios por los que se mueve resultan en su mayoría desérticos paisajes en los que la vegetación ha sido aniquilada por la esterilidad de la piedra y la fuerza del sol borra cualquier atisbo de brisa que pueda calmar los castigados cuerpos de los hombres. Un mundo yermo y seco que espera la llegada del salvador que le devuelva la vida. Es por ello que, inmerso en la ensoñación que le ha preparado el Demonio, la última parte del film nos presenta unos escenarios radicalmente diferentes, inundados por la naturaleza en su máximo esplendor, un regreso al Edén original donde Jesús, por fin, puede llevar la vida que siempre quiso. Un lugar que, como descubriremos, resulta tan falso a la postre como la tremenda aridez del anterior.
A tenor de lo dicho, resulta coherente que La última tentación de Cristo dé más importancia a los milagros de Jesús de lo que lo hacía la novela original. En esta, Kazantzakis se cuida de no mostrar directamente los milagros,manteniéndolos fuera de campo y transmitiéndolos a través de la boca de los ciudadanos de las aldeas por donde pasa Jesús, convertidos así en leyendas urbanas que puden ser creídas o no. Hay, no obstante, dos excepciones: cuando el protagonista cura la invalidez de la hija de un centurión romano y la resurrección de Lázaro, las cuales, no por casualidad, están directamente relacionados con su posterior pasión y con la última tentación que sufrirá estando colgado en la cruz, respectivamente.
En cambio, Scorsese, fiel a esa mirada introspectiva, sí da una mayor importancia a esos milagros, ampliándolos -Jesús curando la ceguera de un hombre, exorcizando a los endemoniados, transformando el agua en vino- y mostrándolos como la conse-cuencia de la aceptación por parte del protagonista de su condición de Mesías. Una condición que, no obstante, le asusta: destacar la escena de la resurrección de Lázaro, con esa imagen que muestra a Jesús asomándose a la entrada de la cueva donde éste ha sido enterrado; ese punto de vista desde el interior representa un alma que está esperando que el salvador llegue para rescatarla de las tinieblas en las que mora y sacarla de vuelta a la luz.
Cristo de nuevo crucificado
La puesta en escena del director de Taxi Driver resulta tan fiel al estilo del realizador italoamericano como apegada a su protagonista. A lo largo del metraje abundan los movimientos de cámara que sirven para representar los pasos desnortados de Jesús (quien tan pronto predica el amor como empuña el hacha), pero también para diferenciar el estado de ánimo del mismo. Como ejemplo, señalar el momento en el que Jesús y sus discípulos bailan alegres en la celebración de una boda en Canaan, en la que la cámara se mueve ágil, ligera y espontánea, contagiada de esa alegría; y contrastémoslo con los agresivos acercamientos de la cámara a Jesús cuando éste está en el desierto, los cuales representan la fuerza del ataque del Demonio en su búsqueda de tentar a su enemigo.
La última media hora de la película, aquella que refleja la última tentación a la que es sometido Jesús, posiblemente sea la más importante de todo el metraje, pues en ella se condensa el significado del trabajo de Scorsese. Mientras Jesús agoniza en la cruz se produce un extraño movimiento de cámara, con ésta girando sobre el perfil del crucificado, que supone una distorsión de la realidad por parte del Diablo de cara a realizar su último ataque. Lo que viene a continuación, con Jesús plácidamente instalado en su hogar y envejeciendo junto a sus mujeres y sus hijos, es planificado con una serie de imágenes serenas y calmadas, sólo violentadas por los reproches que recibe el protagonista por parte de Pablo de Tarso, primero, y Judas Iscariote, después, por haberles abandonado. La toma de conciencia de Jesús de la necesidad de retomar la misión que le había sido encomendada se traduce en un frenético movimiento de cámara hacia delante que le devuelve a la cruz, como si su alma huyera de ese cálido espejismo y volviera al dolor de la carne.
Volviendo al prefacio de La última tentación con el que comenzábamos estas líneas, en él Kazantzakis declaraba que la novela era una muestra de su amor por la figura de Cristo y que estaba convencido de que todo aquel que la leyera compartiría esa pasión. Quizás consciente de la dificultad de traducir la fuerza de las palabras del autor de Zorba el griego, Scorsese sustituye la rebeldía del Jesús de la novela por el sentimiento de pérdida de alguien que no encuentra el sentido de su existencia, dejando la humanización del personaje en manos de Willem Dafoe, cuya naturalidad a la hora de interpretar a Jesús está desprovista de cualquier afectación de trascendentalidad o solemnidad.
Y es en este terreno donde la labor de Scorsese y Paul Schrader (quien consigue comprimir la voluminosa obra literaria de la que parte sin que el resultado parezca un mero resumen) se vuelve notablemente meritoria, al lograr transmitir, más allá de creencias o doctrinas religiosas personales, la excepcionalidad del sacrificio de su protagonista principal en términos puramente cinemato-gráficos, a la vez que lo conectan con los torturados personajes de su filmografía anterior, siempre a la búsqueda de una misión que les redima de una vida abocada al abismo de los descarriados de la existencia.
1 comentario:
Recuerdo la peli un tanto irregular, con momentos realmente magnificos y otros en los que Scorsese para tener demasiado respeto al tema y al material de partida. Se nota, tal vez demasiado, que Scorsese quería hacer algo grande. Creo que casi lo consigue peor no termina de llegar. Eso si, en general el balance es más que positivo.
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