USA/Nueva Zelanda, 2011. 107m. C.
D.: Steven Spielberg P.: Peter Jackson, Kathleen Kennedy & Steven Spielberg G.: Steven Moffat, Edgar Wright & Joe Cornish, basado en los personajes creados por Hergé I.: Jamie Bell, Daniel Craig, Simon Pegg, Andy Serkis
No es una casualidad que el auge del cine de superhéroes haya coincidido en el tiempo con el imperio de los efectos especiales digitales, permitiendo el poder trasladar a la pantalla de manera fiel y sin restar un ápice de espectacularidad las historias contenidas por las páginas originales de los comic-books de manera cada vez más sencilla y más económica. Pero el desarrollo de esas técnicas digitales aplicadas al cine de animación y los avances en el sistema de captura de movimiento ha hecho posible dar un paso más: imitar ya no sólo las formas, sino incluso la misma apariencia o el estilo, consiguiendo una traslación exacta del universo adaptado que sea reconocible a primera vista.
Al comienzo de Las aventuras de Tintín. El secreto del unicornio se nos muestra a un pintor callejero realizando un retrato del protagonista del film, al que aún no hemos visto el rostro. En ese pintor reconocemos las formas faciales del historietista Hergé y cuando enseña el dibujo acabado éste resulta un primer plano de su más famosa creación, el intrépido reportero Tintín, tal y como se ve en los álbumes originales. Es el propio creador quien parece pasar el testigo de las aventuras de su personaje a su nuevo medio de existencia. Cuando vemos, por fin, la cara del Tintín cinematográfico la conexión entre el dibujo de línea clara y las voluminosas formas tridimensionales se produce de inmediato.
No ha de extrañarnos que para poner en pie su primer acercamiento a Tintín Steven Spielberg haya recurrido al espíritu de la aventura, a medio camino entre lo trepidante y lo irónico, con el que lanzara la fama a Indiana Jones si tenemos en cuenta que las aventuras en papel del primero fueron de notable influencia en el director americano a la hora de realizar En busca del arca perdida como tuvo la ocasión de comentarle el propio Hergé. Teniendo en cuenta la disparidad de opiniones que provocó la puesta al día digital y su disconformidad con los planes de George Lucas que supuso la estimable Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal, Spielberg parece haber resuelto acudir a (una de) las fuentes fundacionales de su mítico arqueólogo para encontrar un sustituto menos polémico que Shia LaBeouf con el que seguir explorando las posibilidades del cinematógrafo para despertar entre su público el sentido de la maravilla de antaño a través de los medios tecnológicos más actuales.
De esta manera, Las aventuras de Tintín. El secreto del unicornio se destapa como un calculado producto con el que poder abarcar el mayor número de espectadores posibles: por un lado, se plantea un relato de aventuras al estilo clásico -lleno de enigmas, acción, escenas límites, maldiciones del pasado, escenarios exóticos- y que se desarrolla a lo largo del mundo, que pueda satisfacer incluso a los que no han leído ni una sola de las historietas originales; y, a la vez, se intenta edificar algo así como un "universo Tintín" que sea reconocible para los admiradores más acérrimos del personaje, ya sea a través de la inspiración directa en historias concretas (El cangrejo de las pinzas de oro, El secreto del Unicornio y El tesoro de Rackhman el Rojo) como en toda una serie de guiños repartidos a lo largo del metraje. La inclusión de autohomenajes por parte del propio director (el flequillo de Tintín saliendo del agua como la aleta del monstruoso escualo de Tiburón o la persecución con los protagonistas subidos a un sidecar de Indiana Jones y la última cruzada) parecen buscar la fusión, casi el hermanamiento, entre los dos mundos.
Una fusión que funciona a pleno rendimiento durante la primera mitad del metraje, en el cual el escenario virtual con el que trabaja convierte al director de Encuentros en la tercera fase en un niño que descubre asombrado las casi infinitas posibilidades de su lujoso y moderno tren eléctrico nuevo. Así, cada escena es concebida como un momento cumbre basado en un milimétrico uso del slapstick que se traduce en un encadenado de encuentros y desencuentros, caídas y golpes, persecuciones y huídas, todo retratado por una cámara que no tiene límites. La naturalidad con la que se pasa de lo cotidiano (la calle donde vive Tintín, iluminada con cálidos colores dorados) a lo misterioso (la decrépita mansión inundada por las sombras y rodeada de esqueléticos árboles cuyas ramas son mecidas por el viento con furia) evidencia el sereno pulso de una película en la que cada plano supone una lección de inventiva narrativa.
Pero, como se suele decir, un poder casi ilimitado conlleva una responsabilidad en su uso, y es esto último de lo que carece Las aventuras de Tintín. El secreto del unicornio, en la cual la decisión de Spielberg (y, seguramente, alentado por el espíritu elefantiásico de Peter Jackson) de no detener nunca a su tren hace que acabe descarrilando. Finalmente más cerca de la división en niveles de un videojuego de última generación que del territorio de la bande dessinée, el desarrollo del film acaba discurriendo en una episódica y agotadora sucesión de set-pieces que en su búsqueda del más difícil todavía nos trae a la memoria la no menos agotadora velocidad de Indiana Jones y el templo maldito.
No se le puede negar a Las aventuras de Tintín. El secreto del unicornio un buen puñado de imágenes para el recuerdo (ese navío que surca las dunas de un desierto mientras la arena se transforma en agua a su paso; los dormido marineros de un barco en alta mar cuyos cuerpos son caprichosamente colocados por las oscilaciones del mar; las calles de Bagghar transformadas en un gigantesco mecano rompible) pero cuando hacia la conclusión los protagonistas invitan al espectador a un nueva aventura, uno tiene la impresión de que tendrá que pasar una buena temporada hasta recuperar las fuerzas que permita afrontar otro cúmulo de excesos de tal calibre.
Al comienzo de Las aventuras de Tintín. El secreto del unicornio se nos muestra a un pintor callejero realizando un retrato del protagonista del film, al que aún no hemos visto el rostro. En ese pintor reconocemos las formas faciales del historietista Hergé y cuando enseña el dibujo acabado éste resulta un primer plano de su más famosa creación, el intrépido reportero Tintín, tal y como se ve en los álbumes originales. Es el propio creador quien parece pasar el testigo de las aventuras de su personaje a su nuevo medio de existencia. Cuando vemos, por fin, la cara del Tintín cinematográfico la conexión entre el dibujo de línea clara y las voluminosas formas tridimensionales se produce de inmediato.
No ha de extrañarnos que para poner en pie su primer acercamiento a Tintín Steven Spielberg haya recurrido al espíritu de la aventura, a medio camino entre lo trepidante y lo irónico, con el que lanzara la fama a Indiana Jones si tenemos en cuenta que las aventuras en papel del primero fueron de notable influencia en el director americano a la hora de realizar En busca del arca perdida como tuvo la ocasión de comentarle el propio Hergé. Teniendo en cuenta la disparidad de opiniones que provocó la puesta al día digital y su disconformidad con los planes de George Lucas que supuso la estimable Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal, Spielberg parece haber resuelto acudir a (una de) las fuentes fundacionales de su mítico arqueólogo para encontrar un sustituto menos polémico que Shia LaBeouf con el que seguir explorando las posibilidades del cinematógrafo para despertar entre su público el sentido de la maravilla de antaño a través de los medios tecnológicos más actuales.
De esta manera, Las aventuras de Tintín. El secreto del unicornio se destapa como un calculado producto con el que poder abarcar el mayor número de espectadores posibles: por un lado, se plantea un relato de aventuras al estilo clásico -lleno de enigmas, acción, escenas límites, maldiciones del pasado, escenarios exóticos- y que se desarrolla a lo largo del mundo, que pueda satisfacer incluso a los que no han leído ni una sola de las historietas originales; y, a la vez, se intenta edificar algo así como un "universo Tintín" que sea reconocible para los admiradores más acérrimos del personaje, ya sea a través de la inspiración directa en historias concretas (El cangrejo de las pinzas de oro, El secreto del Unicornio y El tesoro de Rackhman el Rojo) como en toda una serie de guiños repartidos a lo largo del metraje. La inclusión de autohomenajes por parte del propio director (el flequillo de Tintín saliendo del agua como la aleta del monstruoso escualo de Tiburón o la persecución con los protagonistas subidos a un sidecar de Indiana Jones y la última cruzada) parecen buscar la fusión, casi el hermanamiento, entre los dos mundos.
Una fusión que funciona a pleno rendimiento durante la primera mitad del metraje, en el cual el escenario virtual con el que trabaja convierte al director de Encuentros en la tercera fase en un niño que descubre asombrado las casi infinitas posibilidades de su lujoso y moderno tren eléctrico nuevo. Así, cada escena es concebida como un momento cumbre basado en un milimétrico uso del slapstick que se traduce en un encadenado de encuentros y desencuentros, caídas y golpes, persecuciones y huídas, todo retratado por una cámara que no tiene límites. La naturalidad con la que se pasa de lo cotidiano (la calle donde vive Tintín, iluminada con cálidos colores dorados) a lo misterioso (la decrépita mansión inundada por las sombras y rodeada de esqueléticos árboles cuyas ramas son mecidas por el viento con furia) evidencia el sereno pulso de una película en la que cada plano supone una lección de inventiva narrativa.
Pero, como se suele decir, un poder casi ilimitado conlleva una responsabilidad en su uso, y es esto último de lo que carece Las aventuras de Tintín. El secreto del unicornio, en la cual la decisión de Spielberg (y, seguramente, alentado por el espíritu elefantiásico de Peter Jackson) de no detener nunca a su tren hace que acabe descarrilando. Finalmente más cerca de la división en niveles de un videojuego de última generación que del territorio de la bande dessinée, el desarrollo del film acaba discurriendo en una episódica y agotadora sucesión de set-pieces que en su búsqueda del más difícil todavía nos trae a la memoria la no menos agotadora velocidad de Indiana Jones y el templo maldito.
No se le puede negar a Las aventuras de Tintín. El secreto del unicornio un buen puñado de imágenes para el recuerdo (ese navío que surca las dunas de un desierto mientras la arena se transforma en agua a su paso; los dormido marineros de un barco en alta mar cuyos cuerpos son caprichosamente colocados por las oscilaciones del mar; las calles de Bagghar transformadas en un gigantesco mecano rompible) pero cuando hacia la conclusión los protagonistas invitan al espectador a un nueva aventura, uno tiene la impresión de que tendrá que pasar una buena temporada hasta recuperar las fuerzas que permita afrontar otro cúmulo de excesos de tal calibre.
3 comentarios:
Jeje, sabía que te había hecho gracia la escena del dormitorio en el barco. Los personajes que iba describiendo Haddock no tenía desperdicio
Ahora le daré caña a los videojuegos, en su versión Wii y móvil. Veremos qué tal
No sólo esa escema, básicamente la primera media hora me pareció muy divertida. También disfruté mucho con las animaciones de Milú.
Ya quiero ver esta película, la espero hace meses, creo que se estrena aquí a fines de Diciembre, todas las películas de Spielberg me agradan.
Saludos y espero que te pases por mi Blog
Publicar un comentario