USA/UK, 2007. 129m. C.
D.: Len Wiseman P.: Michael Fottrell G.: Mark Bomback, basado en una idea de Mark Bomback & David Marconi, basada en el artículo de John Carlin y los personajes creados por Roderick Thorp I.: Bruce Willis, Timothy Olyphant, Justin Long, Maggie Q
La primera aparición de John McClane en La jungla 4.0 puede resultar notablemente desconcertante para el seguidor del personaje a lo largo de la saga iniciada con la clásica Jungla de cristal. En el aparcamiento de una universidad de Nueva York dos jóvenes estudiantes se están besando en el interior de un coche. McClane aparece de repente, apartando de golpe al chico, dispuesto a salvaguardar el honor de su hija a golpe de pistola y placa policial. La utilización de este lugar común de la comedia adolescente, en el que el padre policía de la chica utiliza la fuerza de la ley para espantar a los novios de ésta, no parece pegar mucho con la imagen de McClane, quien intenta recuperar el contacto con su hija con unos métodos bien poco sutiles, pero sí que es suficiente como para presentarle como un hombre "chapado a la antigua". Una imagen que contrasta con el prólogo de la película, compuesto por un conjunto de planos de pantallas de ordenador, ratones, teclados y hackers que nos coloca en un mundo fuertemente informatizado. Esta combinación nos recuerda al inicio de la película original de John McTiernan en la cual el protagonista ya mostraba sus reticencias ante la vetusta pantalla táctil de la entrada del edificio Nakatomi Plaza en la cual buscaba el piso donde trabajaba su mujer.
El paso de los años y el imparable avance de las tecnologías no han hecho que John McClane se reconcilie con éstas, más bien al contrario. En un momento del film, se le define como un dinosaurio, y es precisamente esa cualidad anacrónica la que le convierte en la única posible salvación de una sociedad que coloca toda la confianza de su estabilidad en la base de lo virtual. La jungla 4.0 mantiene el modelo de sus predecesoras ampliándolo convenientemente (de nuevo, tenemos un grupo terrorista que se ampara en unos motivos ideológicos para escudar su codicia y, siguiendo la lógica exponencial de la serie, amplia el radio de peligro a toda una nación, los Estados Unidos en su conjunto) pero si miradas hoy en día, las películas anteriores adquieren un cierto tono profético (la construcción de una lujosa y gigantesca torre de oficinas como arrogante muestra de poder que se convierte en el objeto de deseo de sus enemigos; la naturalidad con la que el peligro y el horror puede estallar a través de los puntos más cotidianos y familiares), en esta ocasión supone una radiografía del presente, en el que el uso de la fuerza ya no es imprescindible para provocar el caos: el genio de la informática Thomas Gabriel muestra por televisión como derrumba el Capitolio, revelándose como una simulación. La pirotecnia como medio de evasión. Ahora el enemigo es invisible e indetectable.
Y es precisamente este escenario el que aporta el carisma del personaje de Thomas Gabriel, el que podríamos considerar el "malo" de la película, no en sus acciones y psicología, sino en la incredulidad con la que intenta asimilar las acciones de ese enigma llamado John McClane. Producto de un universo binario en el que todo se puede controlar a golpe de ratón, los métodos analógicos de McClane suponen un desafío para Gabriel, desbordado por una fuerza de la naturaleza de la era pre-Internet. Posiblemente, Gabriel sea el adversario más humano al que se ha enfrentado el policía interpretado por Bruce Willis, reflejando en su cara el miedo que le produce un adversario que nunca se detiene, alentado únicamente por su fuerza de voluntad y su energía física y que, desde luego, no tiene tiempo para andarse con miramientos (la escena en la que McClane se enfrenta a la experta en artes marciales Mai Linh, novia de Gabriel, y la golpea brutalmente estando ésta en el suelo supone una declaración de principios sumamente políticamente incorrecta en el actual panorama cinematográfico).
En este sentido también funciona el personaje de Matt Farrell, un joven hacker perseguido por los hombres de Gabriel para matarle y al que McClane tiene que proteger. Al poco de conocerse, y mientras McClane le lleva en coche a una comisaría, éste pone la radio donde se escucha "Fortunate Son" de Creedence Clearwater Revival, un grupo que McClane describe como un ejemplo de rock clásico. Farrell le responde que, a pesar de que no conoce al grupo, el hecho de ser viejo no significa que sea bueno ni mucho menos un clásico. Farrell supone la representación de un arquetipo generacional que, consciente de tenerlo casi todo al alcance de un movimiento de ratón, muestra una actitud de superioridad, como si lo supieran todo y se permitieran juzgarlo todo. Una postura que en La jungla 4.0 dará un giro tan irónico como macabro: Farrell se burla de que McClane haga caso a las noticias porque están todas manipuladas siguiendo los intereses de la fuerza capitalista que dirigen el mundo, pero será precisamente él, con toda la información que tiene, quien proporcionará la herramienta con la que Gabriel iniciará el apocalipsis, teniendo el ingenuo de McClane que acudir a salvarle la vida y solucionar las cosas.
Sorprendentemente, John McClane encontrará su mejor aliado en el director Lein Wiseman, quien utilizará las avanzadas técnicas digitales para diseñar la aventura más espectacular de la saga (destacando el momento en el que McClane, conduciendo un gigantesco trailer, se enfrenta a un caza del ejército en medio de un puente que se cae a pedazos) para llevarla a un terreno físico propio del protagonista de Jungla de cristal (los vibrantes -y virtuales- movimientos de cámara con los que retrata las numerosas escenas de persecuciones automovilísticas, todas ellas extraordinarias). De manera harto irónica, lo digital se convierte en la mejor arma de McClane, quien confirma y amplia su posición de icono viviente del cine de acción al llevarla a su propio terreno de acción al límite, como demuestra la escena más célebre de la película, aquella en la que utiliza un coche para derribar un helicóptero en pleno vuelo. Lejos de la figura decadente y cansada de Jungla de cristal 3. La venganza, el mensaje final de La jungla 4.0 resulta gozosamente optimista: los tiempos avanzan y cambian, y los peligros también, pero siempre estaremos seguros con viejos héroes como John McClane.
El paso de los años y el imparable avance de las tecnologías no han hecho que John McClane se reconcilie con éstas, más bien al contrario. En un momento del film, se le define como un dinosaurio, y es precisamente esa cualidad anacrónica la que le convierte en la única posible salvación de una sociedad que coloca toda la confianza de su estabilidad en la base de lo virtual. La jungla 4.0 mantiene el modelo de sus predecesoras ampliándolo convenientemente (de nuevo, tenemos un grupo terrorista que se ampara en unos motivos ideológicos para escudar su codicia y, siguiendo la lógica exponencial de la serie, amplia el radio de peligro a toda una nación, los Estados Unidos en su conjunto) pero si miradas hoy en día, las películas anteriores adquieren un cierto tono profético (la construcción de una lujosa y gigantesca torre de oficinas como arrogante muestra de poder que se convierte en el objeto de deseo de sus enemigos; la naturalidad con la que el peligro y el horror puede estallar a través de los puntos más cotidianos y familiares), en esta ocasión supone una radiografía del presente, en el que el uso de la fuerza ya no es imprescindible para provocar el caos: el genio de la informática Thomas Gabriel muestra por televisión como derrumba el Capitolio, revelándose como una simulación. La pirotecnia como medio de evasión. Ahora el enemigo es invisible e indetectable.
Y es precisamente este escenario el que aporta el carisma del personaje de Thomas Gabriel, el que podríamos considerar el "malo" de la película, no en sus acciones y psicología, sino en la incredulidad con la que intenta asimilar las acciones de ese enigma llamado John McClane. Producto de un universo binario en el que todo se puede controlar a golpe de ratón, los métodos analógicos de McClane suponen un desafío para Gabriel, desbordado por una fuerza de la naturaleza de la era pre-Internet. Posiblemente, Gabriel sea el adversario más humano al que se ha enfrentado el policía interpretado por Bruce Willis, reflejando en su cara el miedo que le produce un adversario que nunca se detiene, alentado únicamente por su fuerza de voluntad y su energía física y que, desde luego, no tiene tiempo para andarse con miramientos (la escena en la que McClane se enfrenta a la experta en artes marciales Mai Linh, novia de Gabriel, y la golpea brutalmente estando ésta en el suelo supone una declaración de principios sumamente políticamente incorrecta en el actual panorama cinematográfico).
En este sentido también funciona el personaje de Matt Farrell, un joven hacker perseguido por los hombres de Gabriel para matarle y al que McClane tiene que proteger. Al poco de conocerse, y mientras McClane le lleva en coche a una comisaría, éste pone la radio donde se escucha "Fortunate Son" de Creedence Clearwater Revival, un grupo que McClane describe como un ejemplo de rock clásico. Farrell le responde que, a pesar de que no conoce al grupo, el hecho de ser viejo no significa que sea bueno ni mucho menos un clásico. Farrell supone la representación de un arquetipo generacional que, consciente de tenerlo casi todo al alcance de un movimiento de ratón, muestra una actitud de superioridad, como si lo supieran todo y se permitieran juzgarlo todo. Una postura que en La jungla 4.0 dará un giro tan irónico como macabro: Farrell se burla de que McClane haga caso a las noticias porque están todas manipuladas siguiendo los intereses de la fuerza capitalista que dirigen el mundo, pero será precisamente él, con toda la información que tiene, quien proporcionará la herramienta con la que Gabriel iniciará el apocalipsis, teniendo el ingenuo de McClane que acudir a salvarle la vida y solucionar las cosas.
Sorprendentemente, John McClane encontrará su mejor aliado en el director Lein Wiseman, quien utilizará las avanzadas técnicas digitales para diseñar la aventura más espectacular de la saga (destacando el momento en el que McClane, conduciendo un gigantesco trailer, se enfrenta a un caza del ejército en medio de un puente que se cae a pedazos) para llevarla a un terreno físico propio del protagonista de Jungla de cristal (los vibrantes -y virtuales- movimientos de cámara con los que retrata las numerosas escenas de persecuciones automovilísticas, todas ellas extraordinarias). De manera harto irónica, lo digital se convierte en la mejor arma de McClane, quien confirma y amplia su posición de icono viviente del cine de acción al llevarla a su propio terreno de acción al límite, como demuestra la escena más célebre de la película, aquella en la que utiliza un coche para derribar un helicóptero en pleno vuelo. Lejos de la figura decadente y cansada de Jungla de cristal 3. La venganza, el mensaje final de La jungla 4.0 resulta gozosamente optimista: los tiempos avanzan y cambian, y los peligros también, pero siempre estaremos seguros con viejos héroes como John McClane.
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