Alemania, 1990. 74m. C.
D.: Jörg Buttgereit P.: Manfred O. Jelinski G.: Jörg Buttgereit & Franz Rodenkirchen I.: Hermann Kopp, Heinrich Ebber, Michael Krauser, Eva Kurz
Tras el éxito (por la vía de la polémica) de su primer film, la prohibidísima Nekromantik, el siguiente intento cinemato-gráfico de su director parece pensado como una declaración de principios de cara a todos aquellos que le asociaron con el infame ultragore alemán. El rey de la muerte demuestra que tras la superficie sucia y desagradable de Nekromantik, agazapado tras sus potentes escenas de mutilación, podredumbre y sexo con cadáveres, había un mensaje, una personal mirada sobre la existencia y sobre lo que nos rodea. Un mensaje que se hace evidente aquí, al desarrollarlo lejos de esos explosivos elementos que, sin duda, contribuyeron a la popularidad de la propuesta, a la vez que desviaban la mirada del público de las intenciones originales de Buttgereit. En El rey de la muerte vuelve a hablarnos acerca de la muerte y nuestra relación con ésta a través de un acto tan idiosicrásicamente humano como es el suicidio.
Si en Nekromantik se utilizaba el armazón del cine de género (en su concepción más extrema), en esta ocasión el director de Schramm parece hacer uso de otro subgénero generalmente asociado con el cine fantástico: el film de episodios o sketches, dividiendo la película en siete capítulos, uno por cada día de la semana, protagonizados por siete individuos distintos relacionados de una u otra manera con el suicicio. La utilización de un cuerpo en progresiva descomposición como nexo de unión entre los episodios dota al conjunto de una atmósfera tan macabra como pesimista: ese es el destino ineludible de todos los personajes (y, por extensión, el nuestro), convirtendo a la vida en un mero preámbulo que se dirige ineroxablemente hacia el fin de todas las cosas.
Contando con mayores valores de producción que en su ópera prima, Buttgereit se centra en realizar un denso y profundo ensayo sobre la atracción del ser humano por la muerte y su ejecución a través del suicidio, desplegando para ello una serie de soluciones visuales con las que personalizar cada secuencia buscando no sólo el acto en sí, sino lo que le rodea: destaquemos el contínuo giro de 360º que efectúa la cámara en la habitación del primer protagonista, evidenciando su condición de pez atrapado en una angosta pecera; el escalofriante monólogo bajo la lluvia de un hombre desesperado, escuchado por una joven desconocida como si fuera una enviada por la parca para aliviar su sufrimiento; o los travelling a través de la estructura de un puente mientras sobre las imágenes aparecen sobreimpresionados los datos de las personas que se han suicidado lanzándose al vacío desde su superficie (en la que es una de las ideas más sugerentes de toda la película).
Incluso Buttgereit se permite un guiño a los amantes de su anterior título a través de las imágenes de un vídeo que uno de los protagonistas alquila y que consiste en una muestra del más puro sexploitation-nazi al estilo de películas como Ilsa. La loba de las SS o La svástica en el vientre, mostrando la brutal castración en plano fijo a un prisionero y que no es otro que el propio Buttgereit, elaborando una airada denuncia por las persecuciones que ha sufrido por parte de diferentes órganos censores por culpa de su anterior película. En un momento del film, un proyeccionista, al que nunca vemos el rostro, comenta las imágenes rodadas por una asesina de masas armada con una pistola y una cámara que irrumpe en un concierto para perpetrar una masacre. Que la voz de dicho proyeccionista sea la del mismo Buttgereit confirma esta idea.
Si Nekromantik buscaba incomodar a su público sumergiéndole en un universo morboso y obsesivo, El rey de la muerte vuelve a hacer uso del entorno, del escenario, tanto como catalizador de la deriva existencial de los protagonistas como en su reflejo: la acción vuelve a transcurrir en su mayor parte en unos interiores vacíos e insípidos; unos hogares de los cuales se ha eliminado cualquier rastro de calor humano o de acogida familiar. Las blancas paredes y los escasos y funcionales muebles son el mejor ejemplo del día a día de unas personas convertidas en espectros anímicamente huecos cuya angustia metafísica sólo puede solucionarse abrazando a esa muerte que les ronda constantemente.
Película desangelada y sin concesiones, El rey de la muerte reniega de cualquier elemento dramático y, casi, narrativo para confeccionar una muestra de arte y ensayo sumamente inquietante en su frialdad; de trabajo fílmico diseñado para exponer una tesis, un concepto, y elaborarla a través de sus imágenes. Las palabras de una niña con las que se cierra el film apuntalan la perspectiva nihilista que planea por el conjunto: las fotos que ilustran los créditos finales (¿el propio Buttgereit de niño?) evidencia nuestra desnortada condición de criaturas nacidas para, algún día, morir.
Si en Nekromantik se utilizaba el armazón del cine de género (en su concepción más extrema), en esta ocasión el director de Schramm parece hacer uso de otro subgénero generalmente asociado con el cine fantástico: el film de episodios o sketches, dividiendo la película en siete capítulos, uno por cada día de la semana, protagonizados por siete individuos distintos relacionados de una u otra manera con el suicicio. La utilización de un cuerpo en progresiva descomposición como nexo de unión entre los episodios dota al conjunto de una atmósfera tan macabra como pesimista: ese es el destino ineludible de todos los personajes (y, por extensión, el nuestro), convirtendo a la vida en un mero preámbulo que se dirige ineroxablemente hacia el fin de todas las cosas.
Contando con mayores valores de producción que en su ópera prima, Buttgereit se centra en realizar un denso y profundo ensayo sobre la atracción del ser humano por la muerte y su ejecución a través del suicidio, desplegando para ello una serie de soluciones visuales con las que personalizar cada secuencia buscando no sólo el acto en sí, sino lo que le rodea: destaquemos el contínuo giro de 360º que efectúa la cámara en la habitación del primer protagonista, evidenciando su condición de pez atrapado en una angosta pecera; el escalofriante monólogo bajo la lluvia de un hombre desesperado, escuchado por una joven desconocida como si fuera una enviada por la parca para aliviar su sufrimiento; o los travelling a través de la estructura de un puente mientras sobre las imágenes aparecen sobreimpresionados los datos de las personas que se han suicidado lanzándose al vacío desde su superficie (en la que es una de las ideas más sugerentes de toda la película).
Incluso Buttgereit se permite un guiño a los amantes de su anterior título a través de las imágenes de un vídeo que uno de los protagonistas alquila y que consiste en una muestra del más puro sexploitation-nazi al estilo de películas como Ilsa. La loba de las SS o La svástica en el vientre, mostrando la brutal castración en plano fijo a un prisionero y que no es otro que el propio Buttgereit, elaborando una airada denuncia por las persecuciones que ha sufrido por parte de diferentes órganos censores por culpa de su anterior película. En un momento del film, un proyeccionista, al que nunca vemos el rostro, comenta las imágenes rodadas por una asesina de masas armada con una pistola y una cámara que irrumpe en un concierto para perpetrar una masacre. Que la voz de dicho proyeccionista sea la del mismo Buttgereit confirma esta idea.
Si Nekromantik buscaba incomodar a su público sumergiéndole en un universo morboso y obsesivo, El rey de la muerte vuelve a hacer uso del entorno, del escenario, tanto como catalizador de la deriva existencial de los protagonistas como en su reflejo: la acción vuelve a transcurrir en su mayor parte en unos interiores vacíos e insípidos; unos hogares de los cuales se ha eliminado cualquier rastro de calor humano o de acogida familiar. Las blancas paredes y los escasos y funcionales muebles son el mejor ejemplo del día a día de unas personas convertidas en espectros anímicamente huecos cuya angustia metafísica sólo puede solucionarse abrazando a esa muerte que les ronda constantemente.
Película desangelada y sin concesiones, El rey de la muerte reniega de cualquier elemento dramático y, casi, narrativo para confeccionar una muestra de arte y ensayo sumamente inquietante en su frialdad; de trabajo fílmico diseñado para exponer una tesis, un concepto, y elaborarla a través de sus imágenes. Las palabras de una niña con las que se cierra el film apuntalan la perspectiva nihilista que planea por el conjunto: las fotos que ilustran los créditos finales (¿el propio Buttgereit de niño?) evidencia nuestra desnortada condición de criaturas nacidas para, algún día, morir.
2 comentarios:
No he visto nada de este tío. Intenté ver la anterior me pareciá tan cutre y gratuita que no la terminé. Pero por lo que comentas es un cine muy alemán-nórdico. Trágico, reflexivo y obsesionado con la muerte.
Como ha acurrido con otros ejemplos del género -por ejemplo, "La matanza de Texas"- ese tono cutre acaba redundando positivamente en la atmósfera sórdida, opresiva y desagradable del film. "Nekromantik" es un film para estomagos curtidos, cierto, pero que tiene un sentido y unas intenciones concretas: el gore como un medio y no un fin.
De ahí que en "El rey de la muerte" se aleje del género (excepto algunos apuntes) y aún así consiga un film más escalofriante y pesimista que el anterior.
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