viernes, 2 de septiembre de 2011

Nosferatu. Vampiro de la noche

(Nosferatu. Phantom der Nacht)
Alemania/Francia, 1979. 96m. C.
D.: Werner Herzog P.: Werner Herzog G.: Werner Herzog I.: Klaus Kinski, Isabelle Adjani, Bruno Ganz, Roland Topor

Este remake del clásico mudo Nosferatu, el vampiro (y que supone, igualmente, una nueva y muy libre adaptación de la magnífica novela de Bram Stoker, Drácula, en la que se basaba de manera apócrifa el film de Murnau) comienza con las imágenes de una serie de cuerpos momificados que parecen situados en el interior de una cripta. La cámara se recrea en las decrépitas formas y las máscaras que un día formaron un rostro humano, para, a continuación, enlazar con el plano al ralentí de un murciélago batiendo sus alas. Esta mirada naturalista a la muerte y al miedo (tanto las momias como el murciélago son reales) marca el acercamiento de Werner Herzog a la icónica figura del vampiro en particular y el género fantástico en general, llevándolos a su propio terreno con el cual, por otro lado, siempre ha mantenido puntos en común: la estilización habitual del cine del director de Fitzcarraldo, así como su perspectiva alucinada, convierten a casi todas sus películas en particularísimas muestras de cine fantástico.

La condición genérica de Nosferatu. Vampiro de la noche no viene dada tanto de la exposición de lo fantástico como de la intrusión de éste en los límites de lo real. Herzog establece la división entre una sociedad racional y científica formada por el ciudadano moderno que vive en la ciudad y el ambiente supersticioso y la atmósfera sobrenatural de un mundo esotérico que identifica con la naturaleza en su estado más primigenio. Así, el viaje que Jonathan Harker realiza hacia el castillo del Conde Drácula no lo hace a bordo de un coche de caballos en medio de la oscuridad y rodeado por lobos como en la novela original, sino que tiene que recorrer los paisajes a pie, como si de esta manera se sumergiera en ellos y se viera contagiado de su energía mística, preparándole para su encuentro con las tinieblas. Un encuentro que es precedido por la imagen de Jonathan sentado observando el cielo que, poco a poco, enrojece anunciando la llegada de la noche, como si ésta le diera el visto bueno para permirtirle entrar en sus dominios.

A pesar de ser respetuosa con la tradición en su visualización del vampirismo (el Conde Drácula no soporta la luz solar, los crucifijos le repelen, tiene que descansar en un ataúd lleno de tierra no bendecida, no se refleja en los espejos o sólo puede ser aniquilado clavándole una estaca), Nosferatu. Vampiro de la noche rehúye los lugares comunes del género (sólo en una ocasión veremos al vampiro morder a su víctima) desplegando, como decía al comienzo de este texto, un acercamiento naturalista a la hora de describir los ambientes en los que discurre la acción dejando el peso de lo fantástico en manos de la puesta en escena de Herzog, cuya utilización de elementos visuales del cine silente (la expresionista interpretación de Isabelle Adjani) confieren al conjunto una embriagadora atmósfera irreal y onírica (no por casualidad, tras los títulos de crédito, la primera vez que vemos a los protagonistas éstos están durmiendo, despertando Lucy con un sobresalto de una pesadilla), hundiendo al espectador en un estado casi hipnótico producto del sonámbulo ritmo del que hace gala el film.

A raíz de esta mezcla entre un entorno realista y una atmósfera irreal, la caracterización que Klaus Kinski hace del Conde Drácula posiblemente sea una de las más repugnantes y aterradoras vistas en el género. Convertido en una hedionda alimaña, un predador sanguinario, la marcada fisicidad de su presencia (sus frías y huesudas manos acabadas en unas largas y amarillentas uñas; sus afiladas orejas; su accidentada calva; los largos colmillos que sobresalen de su boca dándole el aspecto de un pútrido roedor) contrasta con su postura estática y contraída, como si fuera un cuerpo invadido por el rigor mortis, desvelando su condición de no-muerto: algo reconocible y familiar (su figura humana) movida por una fuerza que no lo es.

Lo que mueve al nosferatu a trasladarse de su ruinoso castillo situado en los Cárpatos a la ciudad no es el convertir a la sociedad moderna en su fuente de alimento, sino la posibilidad de contaminar una fuente de pureza. Una pureza representada por el matrimonio entre Jonathan Harker y Lucy y que para el vampiro ilustra todo aquello que le es vetado -el amor, el calor, la luz-, prisionero como está en su cárcel de oscuridad. Esta idea convierte a Nosferatu. Vampiro de la noche es una película desesperantemente romántica, con Lucy transformada en una sacrificada heroína obligada a internarse en una dimensión desconocida -el mundo sobrenatural y mágico del que proviene el vampiro- para salvar a un mundo que se precipita a su fin con la cínica compostura de quien cree poseer el conocimiento absoluto.

Partiendo de lo real para confluir en el romanticismo, Nosferatu. Vampiro de la noche encuentra el fin de su camino con una postura pesimista que sirve de cierre a la película y de coda al género. El tono cómico, casi bufonesco, de los últimos minutos, antítesis del tono tétrico del resto del metraje, hacen de Nosferatu. Vampiro de la noche una película profética, anunciando el radical materialismo y el irónico postmodernismo que marcarían la década que estaba a punto de comenzar.


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