martes, 21 de junio de 2011

Trickbaby. Freeway II

(Freeway II. Confessions of a Trickbaby)
USA, 1999. 97m. C.
D.: Matthew Bright P.: Chris Hanley & Brad Wyman G.: Matthew Bright I.: Natasha Lyonne, María Celedonio, David Alan Grier, Vincent Gallo

Trickbaby. Freeway II se inscribe dentro de lo que se conoce como secuela espiritual. Esto es, una película que no retoma de una manera directa los elementos del título anterior (personajes o argumento), sino que se centra en desarrollar un estilo o un espíritu común, construyendo un universo que integraría los hechos acaecidos en ambos films. De esta manera, la única relación directa entre la película que nos ocupa y la precedente Freeway (Sin salida) se ceñiría a la utilización de algunos actores (aunque interpretando un rol diferente), algunas referencias esporádicas y, sobre todo, la idea de utilizar un cuento popular clásico para actualizarlo a partir de los modos del cine de género (allí Caperucita Roja, aquí, Hansel y Gretel). Pero hay un detalle más importante, y este es la mirada de su director y guionista, el inquieto Matthew Bright.

Si Freeway (Sin salida) se presentaba como un repaso por los estilemas más básicos del cine exploitation, su segunda parte llega más lejos. Por definición, el cine exploitation se nutría de las claves del éxito del cine comercial para retorcerlas y ampliarlas a partir de un método de multiplicación. Atendiendo a esto, Trickbaby. Freeway II podría considerarse la versión exploitation de Freeway (Sin salida), lo cual, si tenemos en cuenta las altas dosis subversivas de la película protagonizada por Reese Witherspoon y Kiefer Sutherland, resulta testimonial de las intenciones de la secuela.

De hecho, el comienzo de la película no puede ser más revelador de lo dicho. Si Freeway (Sin salida), en su repaso de los productos de bajo presupuesto, hacía una breve escalada en el cine carcelario de mujeres, Trickbaby. Freeway II empieza directamente en ese lugar, introducciendo a las dos protagonistas, White Girl y Cyclona, y presentándolas como producto puro de ese entorno. Es decir, carne de exploitation. Este ambiente le sirve a Bright para desplegar su arsenal de munición políticamente incorrecta: White Girl es bulímica y ejercita una especie de coreografía con las demás prisioneras a la hora de vomitar; Cyclona es lesbiana, se masturba pensando en las Spice Girls y se enrolla en las duchas con una compañera que tiene un garfio por mano. Hay un momento que ejemplifica el acercamiento de Bright a estos espinosos elementos: tras ser inyectada con un suero que le quita las ganas de vomitar, White Girl se coloca delante de la vigilante, abre su boca, y un inacabable chorro de vómito es expulsado, empapando a la vigilante. Un detalle irreal que consigue que Trickbaby. Freeway II evite una postura sensacionalista, o fácilmente provocativa, para entrar en el terreno de la sátira gamberra.

Cuando las protagonistas se fugan de la prisión para dirigirse a México, buscando huir de las fuerzas de la ley que les persigue, Trickbaby. Freeway II vuelve a acogerse a la estructura de la road movie, pero en esta ocasión de manera más genérica. Gracias a la atmósfera preparada por los primeros minutos del film, Bright hace gala de una libertad superior a la del primer título, permitiéndose todo tipo de excesos y salidas de tono, siempre al límite, pero respetando una calculada coherencia interna que da lugar a un producto oscuro, incómodo y explosivamente provocador. Los personajes principales son delincuentes que bordean la psicopatía (Cyclona elimina de manera brutal a quien se cruce en su camino) y el director de la no menos escalofriante Ted Bundy se permite todo tipo de licencias: desde las visiones religiosas de Cyclona a las historias de abducciones extraterrestres.

Comentábamos con respecto a Freeway (Sin salida) las influencias de Quentin Tarantino (de manera un tanto tangencial, eso sí) en el trabajo postmoderno de Bright. En esta ocasión, y con la llegada de las protagonistas a un México kitsch y psicotrónico, resulta inevitable pensar en la extraordinaria Santa sangre de Alejandro Jodorowsky, otro delirio mágico y granguiñolesco que transcurría en un México tan irreal que seguramente sea cierto. Con estos referentes, finalmente Trickbaby. Freeway II acaba recalando, sin solución de continuidad, en el cine fantástico, penetrando en las catacumbas del terror más vicioso y tortuoso: la hermana Gomez, una monja travesti caníbal que graba clandestinas películas pornográficas con niños sacados de la calle, y cuyo rostro acaba adquiriendo los rasgos propios de una bruja de cuento de hadas; o su ayudante jorobado, con patas de cabra.

Sin duda, más irregular y menos completa que Freeway (Sin salida), Trickbaby. Freeway II pertenece a ese selecto club de películas que, lejos de esconder sus defectos, los enarbolan como banderas de su personalidad intrínseca. Si acabábamos la reseña de la primera parte confirmándola como uno de los productos más subversivos de su década, esta continuación no sólo refrenda ese título, sino que, por sus propios méritos, lidera la lista de producciones más estimulantes, excitantes y, en suma, libres de su tiempo.


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