Italia/USA/UK, 1990. 103m. C.
D.: Abel Ferrara P.: Augusto Caminito & Mary Kane G.: Nicholas St. John I.: Christopher Walken, David Caruso, Laurence Fishburne, Wesley Snipes
Hubo un tiempo en el que el nombre de Abel Ferrara se situaba al lado de otros nombres italoamericanos en su acercamiento al universo de la mafia, como los poderosos Francis Ford Coppola y Martin Scorsese, especialmente con el estreno de El funeral, posiblemente su momento álgido en cuanto a recepción crítica. Pero hay un detalle que diferencia al director de The addiction de sus compañeros: si bien ellos también iniciaron sus respectivas carrera dentro del cine de bajo presupuesto (trabajando ambos con el maestro Roger Corman), Abel Ferrara fue un auténtico mercenario del cine exploitation, ya fuese a través del género slasher (El asesino del taladro), el rape & revenge (Ángel de venganza) o el thriller de raíz morbosa (Ciudad del crimen). En este sentido, El rey de Nueva York supone una película clave en su filmografía en cuanto funciona como film bisagra entre sus orígenes dentro del cine popular de consumo y su futuro como prestigioso auteur (sin ir más lejos, su siguiente título será la escalofriante Teniente corrupto).
El comienzo de El rey de Nueva York nos muestra a su protagonista, Frank White, siendo puesto en libertad tras haber estado en prisión. Manteniendo su semblante hierático, en completo silencio y acompañado de una atmósfera de frialdad, los planos que le muestran recorriendo el pasillo de la cárcel, saliendo del lugar y montando en la limusina que le está esperando fuera y su recorrido por las calles de Nueva York son contrapunteados por sendas masacres llevadas a cabo por sus hombres. Esta mezcla entre una mirada gélida y de vocación trascendental (como diría Paul Schrader) con viscerales explosiones de violencia sirve tanto para definir a la propia película como la evolución de la carrera de su director.
La fecha del estreno de El rey de Nueva York resulta clave a la hora de valorar sus intenciones y su contenido. Si tanto El padrino como Uno de los nuestros (dos títulos clave del género) enfocan su acercamiento al mundo mafioso a través de la nostalgia (y la fascinación) filtrada a través del pasado, el título que nos ocupa recoge la estética de la década que acababa de finalizar. Si Frank White, con su porte estirado y postura calculadora, representa a la figura prototípica del capo mafioso, sus soldados son reflejo del género blaxploitation en su vertiente gangsta: los jóvenes negros con sus viseras del revés, sus cadenas de oro y actitud chulesca; el hip hop como columna sonora omnipresente en todas las fiestas.
De esta manera, Frank White se perfila como la clásica figura mafiosa dentro de un contexto moderno, y su desarrollo es representación de ello: a lo largo del metraje vemos a Frank relacionándose con cargos importantes así como dando rienda suelta a su vena solidaria, obsesionándose con financiar un hospital para su degradado barrio; también encontramos pequeños apuntes costumbristas (ese cocinero que prepara la comida mientras sus jefes juegan interminables partidas de poker inmersos en una densa niebla formada por el humo de sus cigarros) y cinéfilos (los traficantes chinos visionando el Nosferatu. El vampiro de Murnau -¿un guiño de su productor, Augusto Caminito, a su clásica extravaganza Nosferatu, príncipe de las tinieblas?-). Unas escenas rodadas con pulso esteticista por Ferrara, a través de medidos y elegantes movimientos de cámara, enfatizando tanto el lujo de los escenarios como el pesor existencial que acarrea su protagonista.
Un esteticismo que resulta dinamitado por furiosas ráfagas de puro cine de acción de la década: los tiroteos entre las bandas rivales se regodean en la brutalidad de los enfrentamientos -los planos en cámara lenta que recogen los impactos de bala; la sangre empapando las paredes-, cuya ambientación los asemeja al contenido de un vídeoclip de rap -el club sumergido en una espesa iluminación azul-; la persecución automovilística a través de la lluvia; la caracterización de los policías que intentan detener a Frank, cuya actitud violenta les equipara a los criminales que están persiguiendo.
Finalmente, esta dicotomía entre dos miradas se resuelve en el clímax final, fusionándose en una sola. Que el enfrentamiento decisivo entre Frank y el inspector Bishop tenga lugar en el interior de un vagón de metro y el destino del primero se resuelva en el asiento trasero de un taxi demuestran que El rey de Nueva York supone un acercamiento a la épica mafiosa con los pies puestos sobre el asfalto mojado de una ciudad nocturna.
El comienzo de El rey de Nueva York nos muestra a su protagonista, Frank White, siendo puesto en libertad tras haber estado en prisión. Manteniendo su semblante hierático, en completo silencio y acompañado de una atmósfera de frialdad, los planos que le muestran recorriendo el pasillo de la cárcel, saliendo del lugar y montando en la limusina que le está esperando fuera y su recorrido por las calles de Nueva York son contrapunteados por sendas masacres llevadas a cabo por sus hombres. Esta mezcla entre una mirada gélida y de vocación trascendental (como diría Paul Schrader) con viscerales explosiones de violencia sirve tanto para definir a la propia película como la evolución de la carrera de su director.
La fecha del estreno de El rey de Nueva York resulta clave a la hora de valorar sus intenciones y su contenido. Si tanto El padrino como Uno de los nuestros (dos títulos clave del género) enfocan su acercamiento al mundo mafioso a través de la nostalgia (y la fascinación) filtrada a través del pasado, el título que nos ocupa recoge la estética de la década que acababa de finalizar. Si Frank White, con su porte estirado y postura calculadora, representa a la figura prototípica del capo mafioso, sus soldados son reflejo del género blaxploitation en su vertiente gangsta: los jóvenes negros con sus viseras del revés, sus cadenas de oro y actitud chulesca; el hip hop como columna sonora omnipresente en todas las fiestas.
De esta manera, Frank White se perfila como la clásica figura mafiosa dentro de un contexto moderno, y su desarrollo es representación de ello: a lo largo del metraje vemos a Frank relacionándose con cargos importantes así como dando rienda suelta a su vena solidaria, obsesionándose con financiar un hospital para su degradado barrio; también encontramos pequeños apuntes costumbristas (ese cocinero que prepara la comida mientras sus jefes juegan interminables partidas de poker inmersos en una densa niebla formada por el humo de sus cigarros) y cinéfilos (los traficantes chinos visionando el Nosferatu. El vampiro de Murnau -¿un guiño de su productor, Augusto Caminito, a su clásica extravaganza Nosferatu, príncipe de las tinieblas?-). Unas escenas rodadas con pulso esteticista por Ferrara, a través de medidos y elegantes movimientos de cámara, enfatizando tanto el lujo de los escenarios como el pesor existencial que acarrea su protagonista.
Un esteticismo que resulta dinamitado por furiosas ráfagas de puro cine de acción de la década: los tiroteos entre las bandas rivales se regodean en la brutalidad de los enfrentamientos -los planos en cámara lenta que recogen los impactos de bala; la sangre empapando las paredes-, cuya ambientación los asemeja al contenido de un vídeoclip de rap -el club sumergido en una espesa iluminación azul-; la persecución automovilística a través de la lluvia; la caracterización de los policías que intentan detener a Frank, cuya actitud violenta les equipara a los criminales que están persiguiendo.
Finalmente, esta dicotomía entre dos miradas se resuelve en el clímax final, fusionándose en una sola. Que el enfrentamiento decisivo entre Frank y el inspector Bishop tenga lugar en el interior de un vagón de metro y el destino del primero se resuelva en el asiento trasero de un taxi demuestran que El rey de Nueva York supone un acercamiento a la épica mafiosa con los pies puestos sobre el asfalto mojado de una ciudad nocturna.
2 comentarios:
Aaanda, yo esta peli no la conocía de nada, ni tan siquiera sabía que existía. Pues mire usted, tiene TAN buena pinta que me la voy a apuntar para ver. Mola, mola.
Como siempre digo, un placer que el blog sirva de utilidad a la hora de dar a conocer joyas como esta.
Es posible que el descenso de prestigio y popularidad de Ferrara haya sumergido en el olvido su obra anterior. Con todo, hace tiempo que se comentaba que había planes para realizar una secuela de "El rey de NY", pero por ahora no hay nada.
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