USA, 1966. 96m. C.
D.: Francis Ford Coppola P.: Phil Feldman G.: Francis Ford Coppola, basado en la novela de David Benedictus I.: Elizabeth Hartman, Geraldine Page, Peter Kastner, Rip Torn
A tenor de sus inicios, da la impresión de que ya por entonces Francis Ford Coppola se postulaba como el representante de toda una generación de jóvenes directores, una posición que se oficializaría en la década siguiente al convertirse en el cineasta más importante de lo que se conoció como Nuevo Hollywood. Si nos fijamos en sus dos primeros films encontramos que ambos se inscriben dentro de los temas más recurrentes de su tiempo a la hora de que un director novato acometiera sus primeras películas: el terror de bajo presupuesto con Dementia 13 (como George A. Romero con La noche de los muertos vivientes o Tobe Hooper con La matanza de Texas) y la película generacional de vocación autobiográfica en el caso que nos ocupa (como Martin Scorsese con ¿Quién llama a mi puerta? o Brian De Palma con su segundo film, Saludos).
Ya eres un gran chico comienza con un movimiento de cámara que recorre la sala central de una biblioteca inundada por el silencio, apenas roto por el sonido de los zapatos de los estudiantes al moverse. Una calma que estalla en pedazos con la repentina irrupción de una pizpireta joven pelirroja enfundada en un corto y colorista vestido de corte sixty y cuyos contoneos son acompañados por una radiante canción pop. Un vendaval que representa los modernos tiempos que imperan y que arrasa, como una fuerza de la naturaleza, con el clasicismo de un templo dedicado al pasado (entre las piezas más preciadas de la biblioteca se encuentra una serie de valiosos incunables). Toda una metáfora del mensaje del film, no por casualidad la primera vez que conocemos al protagonista, Bernard, éste se queda embelesado por la radiante presencia de la chica, como si fuera la representación de los instintos que mantiene encerrados en su interior.
Bernard es un joven apocado que trabaja en la biblioteca propiedad de su padre y que aunque acaba de cumplir diecinueve años aún está anclado a su infancia: un compañero de trabajo le recrimina que siga dirigiendose a su padre por el apelativo infantil de "papi"; cuando su madre le interroga intentando sonsacarle si está saliendo con alguna chica, no le hace el menor caso, entreteniéndose en inventarse disparatados nombres para la gente que ve en la calle, en función de sus rostros; una chica que trabaja con él intenta llamar su atención, sin que Bernard se dé cuenta de sus intenciones. Ante esta situación, su padre decide echarle de casa y colocarle en la habitación de una pensión, para que madure al tener que valerse por sí mismo.
La primera noche que pasa fuera del hogar familiar, Bernard recorre las calles de Nueva York y no por casualidad se dirige a los establecimientos dedicados al negocio erótico: se detiene ante la puerta de un club de strip-tease; se queda mirando el escaparate de una tienda que exhibe maniquíes vestidos con exótica lencería; entra en un sex-shop y ojea las revistas que están expuestas. La curiosidad sexual de Bernard se manifiesta de una postura pudorosa, pues se limita a observar desde la distancia (en un momento se topa con un grupo de chicas a las que no presta la menor atención, pasando por el medio). El momento en el que decide dar un paso adelante y echa una moneda en un pequeño proyector de películas pornográficas su corbata quedará aprisionada entre los engranajes del aparato estando a punto de ahogarle, como si recibiera un castigo por haberse internado en tan obsceno mundo.
Así, no es extraño que a la hora de elegir entre dos chicas -Amy, la joven que trabaja con él, y Barbara, una actriz de obras de teatro alternativas y a la que conoce como bailarina en un club- se decante por la segunda, a pesar de que es Amy quien, desde el principio, le confiesa que le gusta. Bernard no puede evitar sentirse atraido por una representación de la feminidad idealizada en la forma de una hermosa estrella artística porque, en el fondo, sabe que es tan inalcanzable como las pin-ups de los posters. Única manera de conservar la inocencia a la vez que dar rienda a sus impulsos. En cambio, la presencia de Amy, quien le conoce desde niño, resulta peligrosa por su accesibilidad. Finalmente, será un objeto fetiche de su niñez el que decida la elección, desmantelando sus fantasías para devolverle al mundo real, más mundano pero menos artificioso.
Coppola dirige este viaje sentimental iniciático abrazando los modos del cine slapstick (la torpeza de su protagonista -la escena de los vasos de leche- o ese final en el que todos los personajes se reúnen en una estancia para efectuar una cómica persecución por las calles de la ciudad, topándose con un desfile) con un desparpajo nervioso y un montaje dinámico que fragmentan la estructura clásica de la historia con una serie de recursos estilísticos: los flashes que ilustran los pensamientos de Bernard; las micro-historias que rompen el punto de vista del protagonista -la autobiografía que Barbara le dicta a un enano-; los planos acelerados; ciertos apuntes contraculturales -el policía que vive en la pensión se queja de que todos los jóvenes son unos colgados del LSD; un amigo le inicia en las drogas y le incita a fumar; la surrealista obra alternativa en la que trabaja Barbara-.
Tras el proyecto casi amateur que supuso Dementia 13, Ya eres un gran chico significó la primera película oficial de Coppola, que presentó como proyecto de fin de curso por el cual recibió la calificación de matrícula de honor, despertando la admiración de sus compañeros de estudios, pues era el primer estudiante que conseguía rodar una película para un gran estudio. No resulta extraño que el futuro director de El padrino fuese idolatrado por unos jóvenes George Lucas, John Milius o Brian De Palma, pues con Ya eres un gran chico ya establecía las bases que les convertiría a todos en leyendas del cine y las bases de su carrera: la fuerza de unos jóvenes dispuestos a romper los cánones establecidos con su bárbara pasión por el cine.
Ya eres un gran chico comienza con un movimiento de cámara que recorre la sala central de una biblioteca inundada por el silencio, apenas roto por el sonido de los zapatos de los estudiantes al moverse. Una calma que estalla en pedazos con la repentina irrupción de una pizpireta joven pelirroja enfundada en un corto y colorista vestido de corte sixty y cuyos contoneos son acompañados por una radiante canción pop. Un vendaval que representa los modernos tiempos que imperan y que arrasa, como una fuerza de la naturaleza, con el clasicismo de un templo dedicado al pasado (entre las piezas más preciadas de la biblioteca se encuentra una serie de valiosos incunables). Toda una metáfora del mensaje del film, no por casualidad la primera vez que conocemos al protagonista, Bernard, éste se queda embelesado por la radiante presencia de la chica, como si fuera la representación de los instintos que mantiene encerrados en su interior.
Bernard es un joven apocado que trabaja en la biblioteca propiedad de su padre y que aunque acaba de cumplir diecinueve años aún está anclado a su infancia: un compañero de trabajo le recrimina que siga dirigiendose a su padre por el apelativo infantil de "papi"; cuando su madre le interroga intentando sonsacarle si está saliendo con alguna chica, no le hace el menor caso, entreteniéndose en inventarse disparatados nombres para la gente que ve en la calle, en función de sus rostros; una chica que trabaja con él intenta llamar su atención, sin que Bernard se dé cuenta de sus intenciones. Ante esta situación, su padre decide echarle de casa y colocarle en la habitación de una pensión, para que madure al tener que valerse por sí mismo.
La primera noche que pasa fuera del hogar familiar, Bernard recorre las calles de Nueva York y no por casualidad se dirige a los establecimientos dedicados al negocio erótico: se detiene ante la puerta de un club de strip-tease; se queda mirando el escaparate de una tienda que exhibe maniquíes vestidos con exótica lencería; entra en un sex-shop y ojea las revistas que están expuestas. La curiosidad sexual de Bernard se manifiesta de una postura pudorosa, pues se limita a observar desde la distancia (en un momento se topa con un grupo de chicas a las que no presta la menor atención, pasando por el medio). El momento en el que decide dar un paso adelante y echa una moneda en un pequeño proyector de películas pornográficas su corbata quedará aprisionada entre los engranajes del aparato estando a punto de ahogarle, como si recibiera un castigo por haberse internado en tan obsceno mundo.
Así, no es extraño que a la hora de elegir entre dos chicas -Amy, la joven que trabaja con él, y Barbara, una actriz de obras de teatro alternativas y a la que conoce como bailarina en un club- se decante por la segunda, a pesar de que es Amy quien, desde el principio, le confiesa que le gusta. Bernard no puede evitar sentirse atraido por una representación de la feminidad idealizada en la forma de una hermosa estrella artística porque, en el fondo, sabe que es tan inalcanzable como las pin-ups de los posters. Única manera de conservar la inocencia a la vez que dar rienda a sus impulsos. En cambio, la presencia de Amy, quien le conoce desde niño, resulta peligrosa por su accesibilidad. Finalmente, será un objeto fetiche de su niñez el que decida la elección, desmantelando sus fantasías para devolverle al mundo real, más mundano pero menos artificioso.
Coppola dirige este viaje sentimental iniciático abrazando los modos del cine slapstick (la torpeza de su protagonista -la escena de los vasos de leche- o ese final en el que todos los personajes se reúnen en una estancia para efectuar una cómica persecución por las calles de la ciudad, topándose con un desfile) con un desparpajo nervioso y un montaje dinámico que fragmentan la estructura clásica de la historia con una serie de recursos estilísticos: los flashes que ilustran los pensamientos de Bernard; las micro-historias que rompen el punto de vista del protagonista -la autobiografía que Barbara le dicta a un enano-; los planos acelerados; ciertos apuntes contraculturales -el policía que vive en la pensión se queja de que todos los jóvenes son unos colgados del LSD; un amigo le inicia en las drogas y le incita a fumar; la surrealista obra alternativa en la que trabaja Barbara-.
Tras el proyecto casi amateur que supuso Dementia 13, Ya eres un gran chico significó la primera película oficial de Coppola, que presentó como proyecto de fin de curso por el cual recibió la calificación de matrícula de honor, despertando la admiración de sus compañeros de estudios, pues era el primer estudiante que conseguía rodar una película para un gran estudio. No resulta extraño que el futuro director de El padrino fuese idolatrado por unos jóvenes George Lucas, John Milius o Brian De Palma, pues con Ya eres un gran chico ya establecía las bases que les convertiría a todos en leyendas del cine y las bases de su carrera: la fuerza de unos jóvenes dispuestos a romper los cánones establecidos con su bárbara pasión por el cine.
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