USA. 1986. 91m. C.
D.: Brian Gibson P.: Michael Grais & Mark Victor G.: Michael Grais & Mark Victor I.: JoBeth Williams, Craig T. Nelson, Heather O'Rourke, Oliver Robins
Poltergeist II. El otro lado comienza presentándonos a un nuevo personaje, Taylor, un indio chamánico que contacta con un espíritu que habita en lo alto de una montaña en medio del desierto. En el momento en el que Taylor recibe una especie de energía en forma de humo, una serie de rápidos flashes que recuperan escenas del final de Poltergeist. Fenómenos extraños nos informa de dos cosas: que el terror no terminó con la desaparición de la casa (plegándose sobre sí misma) en el inolvidable clímax del film de Tobe Hooper; y que el ritual mágico que presenciamos va a ser un aspecto clave en el discurrir del film. Pero si estos datos sirven para empezar a situar al espectador en el nuevo entramado argumental, el trabajo de planificación de Brian Gibson aporta una información extra: el esfuerzo en la escenificación del ritual (el cielo nocturno intensamente estrellado, los cánticos indios, el rictus concentrado de Taylor, el fuego azul que sale de la fogata) tiene algo de impostado, de artificioso. Y es en esa fractura que surge entre la seriedad con la que sus autores presentan los hechos y lo irrisorio de los resultados de su puesta en escena donde Poltergeist II. El otro lado nos muestra su auténtica esencia.
En este sentido, la siguiente secuencia no puede ser más esclarecedora. Conduciendo su desvencijada camioneta, Taylor recorre la calle principal de Cuesta Verde, la urbanización en la que sucedían los hechos del primer film, rebosante de vida y prosperidad antaño y ahora convertida en un pueblo fantasma con las casas abandonadas y casi en ruinas. Incluso vemos como por la acera se mueve mecido por el viento un matojo rodante digno de un western: sin duda, estamos en el terreno del cliché y de la evidencia. Que el primer personaje rescatado de Poltergeist. Fenómenos extraños no sea la familia protagonista, sino la médium encarnada por Zelda Rubinstein, que funcionaba a modo de contrapunto cómico en aquella, confirma que con Poltergeist II. El otro lado, antes que un film de terror, nos encontramos ante una parodia.
Los fantasmas han vuelto y, de nuevo, se quieren llevar con ellos a la pequeña Carol Anne. Pero esta vez la familia Freeling no está sola y contarán con la ayuda de Taylor para combatir a las fuerzas sobrenaturales que les acosan. Una vez más, será un diálogo entre Diane y su marido Steve en la intimidad de su dormitorio el que nos evidencie el mensaje de la película. Si en la entrega precedente se nos presentaba a una familia de clase acomodada que aún conservaban los últimos vestigios de su juventud, aquí descubrimos que ese pasado rebelde nunca existió. Diane le dice a su marido que él nunca fue un hippie auténtico, que siempre amó el dinero. Es este corazón capitalista el que ha llevado a los Freeling a un callejón sin salida tras perder (literalmente) su hogar: acuciados por las deudas, casi en la bancarrota y con Steve refugiándose en la bebida, su unidad familiar se resquebraja. Por tanto, lo fantástico vuelve a hacer acto de presencia al más puro estilo deus-ex-machina para volver a unirles. En este caso en la forma de Taylor, quien con sus enseñanzas y filosofía vital les enseñará que su auténtica fuerza reside en su amor colectivo y no en lo material.
Quizás por esa razón, ahora el Mal adquiere una mayor fisicidad que intenta doblegar sus espíritus. Al contrario que en el anterior film, aquí la amenaza aquiere forma en la figura de un decrépito predicador que parece la versión fantasmagórica del Robert Mitchum de La noche del cazador y que aporta el mejor momento del film: el breve flashback que nos relata el pasado de tan siniestra entidad como líder de una secta apocalíptica. Igualmente, los poltergeists que se suceden sustituyen las sillas que se mueven y las luces que parpadean por criaturas monstruosas como el gusano de la botella de tequila gigante que vomita Steve o esa columna cárnica formada por un grupo de cabezas implorantes, en cuyos diseños retorcidos y viscosos se nota la mano de artista suizo H.R. Giger.
La familia descubre que si quieren librarse de una vez por todas del acoso de lo sobrenatural deberán viajar todos al Más Allá para combatir al Mal en su propio terreno y vencerlo para siempre. Para ello, Taylor iniciará a Steve en una ceremonia chamánica que, definitivamente, convierte a Poltergeist II. El otro lado en una atracción de parque temático. Cuando minutos antes el propio Steve le decía a su esposa que una vez leyó un libro sobre los nativos americanos pero que no se lo terminó, la película está reconociendo su acercamiento voluntarioso pero decididamente risible al tema. De esta manera, ese viaje al otro lado sólo podía tomar la forma de un espectáculo camp más digno de un episodio de Star Trek que de un film de horror.
Y es que si hay algo realmente escalofriante en Poltergeist II. El otro lado, ésto se concentra en el personaje de Carol Anne. Durante toda la película la pequeña no deja de hacer gala de sus dotes parapsicológicas y tanto su abuela como Tangina insisten en sus excepcionales dotes como videntes. Así, la escena en la cual Carol Anne le dice a su abuela que nunca quiere crecer toma la forma de una macabra premonición acercar del trágico futuro cercano que le deparaba a su actriz Heather O'Rourke.
Los fantasmas han vuelto y, de nuevo, se quieren llevar con ellos a la pequeña Carol Anne. Pero esta vez la familia Freeling no está sola y contarán con la ayuda de Taylor para combatir a las fuerzas sobrenaturales que les acosan. Una vez más, será un diálogo entre Diane y su marido Steve en la intimidad de su dormitorio el que nos evidencie el mensaje de la película. Si en la entrega precedente se nos presentaba a una familia de clase acomodada que aún conservaban los últimos vestigios de su juventud, aquí descubrimos que ese pasado rebelde nunca existió. Diane le dice a su marido que él nunca fue un hippie auténtico, que siempre amó el dinero. Es este corazón capitalista el que ha llevado a los Freeling a un callejón sin salida tras perder (literalmente) su hogar: acuciados por las deudas, casi en la bancarrota y con Steve refugiándose en la bebida, su unidad familiar se resquebraja. Por tanto, lo fantástico vuelve a hacer acto de presencia al más puro estilo deus-ex-machina para volver a unirles. En este caso en la forma de Taylor, quien con sus enseñanzas y filosofía vital les enseñará que su auténtica fuerza reside en su amor colectivo y no en lo material.
Quizás por esa razón, ahora el Mal adquiere una mayor fisicidad que intenta doblegar sus espíritus. Al contrario que en el anterior film, aquí la amenaza aquiere forma en la figura de un decrépito predicador que parece la versión fantasmagórica del Robert Mitchum de La noche del cazador y que aporta el mejor momento del film: el breve flashback que nos relata el pasado de tan siniestra entidad como líder de una secta apocalíptica. Igualmente, los poltergeists que se suceden sustituyen las sillas que se mueven y las luces que parpadean por criaturas monstruosas como el gusano de la botella de tequila gigante que vomita Steve o esa columna cárnica formada por un grupo de cabezas implorantes, en cuyos diseños retorcidos y viscosos se nota la mano de artista suizo H.R. Giger.
La familia descubre que si quieren librarse de una vez por todas del acoso de lo sobrenatural deberán viajar todos al Más Allá para combatir al Mal en su propio terreno y vencerlo para siempre. Para ello, Taylor iniciará a Steve en una ceremonia chamánica que, definitivamente, convierte a Poltergeist II. El otro lado en una atracción de parque temático. Cuando minutos antes el propio Steve le decía a su esposa que una vez leyó un libro sobre los nativos americanos pero que no se lo terminó, la película está reconociendo su acercamiento voluntarioso pero decididamente risible al tema. De esta manera, ese viaje al otro lado sólo podía tomar la forma de un espectáculo camp más digno de un episodio de Star Trek que de un film de horror.
Y es que si hay algo realmente escalofriante en Poltergeist II. El otro lado, ésto se concentra en el personaje de Carol Anne. Durante toda la película la pequeña no deja de hacer gala de sus dotes parapsicológicas y tanto su abuela como Tangina insisten en sus excepcionales dotes como videntes. Así, la escena en la cual Carol Anne le dice a su abuela que nunca quiere crecer toma la forma de una macabra premonición acercar del trágico futuro cercano que le deparaba a su actriz Heather O'Rourke.
2 comentarios:
hola. debo decir que para mí esta peli junto a la primera vistas desde la nostalgia son muuuy míticas. El predicador decrépito acojonaba.. y mucho!!!
en fin... a esta peli en concreto le tngo mucho cariño (dentro de lo que la nostalgia me deja recordar pues hace muchísimos años que no la veo).
Desde luego le pondria más puntuación. :)
saludos dsd alicatne.
m an u .
Hola. Pues no te creas, que comparto algo de esa mirada nostágica que se impone por encima de la calidad de la película. Nostalgia por una época en la que uno accedía a este tipo de films a través de grabaciones en cintas de VHS programadas para sesiones de madrugrada.
De hecho, y si la memoria no me falla, la primera vez que vi Poltergeist II fue a través de un pase de Telecinco a horas intempestivas. Ya eso la hacía más especial y rara que la primera entrega que se podía ver perfectamente un domingo al mediodía en la 1.
Un saludo.
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