USA, 1968. 141m. C.
D.: Francis Ford Coppola P.: Joseph Landon G.: E.Y. Harburg & Fred Saydi, basado en su obra I.: Fred Astaire, Petula Clark, Tommy Steele, Don Francks
Los títulos de crédito de El valle del arco iris aparecen sobreimpresionados sobre el itinerario que Finian McLonergan y su hija, Sharon, recorren a pie, cargados con sus maletas, a través de algunos de los puntos más emblemáticos de la geografía estadounidense: el puente Golden Gate de San Francisco; el Gran Cañón del Colorado; el Monte Rushmore. Más adelante se nos informa de que su viaje comenzó en su Irlanda natal, y la propia Sharon se quejará a su padre de que la ha arrastrado por un continente y un océano. Esta surrealista idea prepara desde el comienzo la atmósfera fantástica que presidirá su llegada al Valle del Arco Iris.
Una pequeña población cuya presencia es anunciada por un arco iris que cruza el cielo. Este ambiente irreal define al lugar, que se nos presenta así como una isla imbuída de poder mágico y que la separa del mundo real. Una sensación subrayada por los escenarios que reconstruyen exteriores naturales en estudio, dotándolos de un tono artificioso en consonancia con la luminosa fotografía de brillantes colores. Un paisaje proclive a la aparición de diversos elementos fantasiosos, como un Leprechaun que busca la olla de oro que le ha sido robada o los deseos que concede esa misma olla. Es a través de este clima de fantasía ligera que las diversas canciones que componen esta adaptación de la popular obra musical de Broadway se integran con naturalidad e, incluso, consiguiendo dar coherencia al tono cursi que preside todo el relato.
Los problemas provenientes del exterior que acucian a la pequeña localidad la convierten en el último bastión de un espíritu alegre y optimista, libre en suma, rodeado por la oscuridad de unos nuevos tiempos más aciagos. Los problemas económicos y raciales son síntomas de una realidad que, poco a poco, está a punto de apoderarse del cine de la época. De esta manera, El valle del arco iris resulta la representación de un género clave de la época dorada de los grandes estudios que tiene las horas contadas. El hecho de que el film finalice con la imagen de un envejecido Fred Astaire alejándose solo en el horizonte no deja lugar a dudas: los tiempos están cambiando y el cine americano con ellos. A pesar de su optimista apariencia, El valle del arco iris exuda cierto hálito crepuscular, suponiendo la despedida de una manera de hacer, ver y entender el cine.
Pero vista hoy en día, El valle del arco iris adquiere una lectura adicional: de testimonio de una época a mirada hacia el futuro tanto del propio Coppola como de sus compañeros de generación. Cuando Org, el leprechaun, le recrimina a Finian que la olla de oro que le robó no le ha traído más que desgracias uno no puede evitar pensar en el poder que adquirieron los nombres más importantes del Nuevo Hollywood y que, si bien al principio les sirvió para desarrollar sus grandes ideas, finalmente sería la perdición de ese mismo movimiento. ¿Puede ser una película tan inofensiva y poco apasionante como la que nos ocupa el testimonio de una industria dispuesta a devorar a sus propias criaturas una y otra vez con tal de sobrevivir?
Una pequeña población cuya presencia es anunciada por un arco iris que cruza el cielo. Este ambiente irreal define al lugar, que se nos presenta así como una isla imbuída de poder mágico y que la separa del mundo real. Una sensación subrayada por los escenarios que reconstruyen exteriores naturales en estudio, dotándolos de un tono artificioso en consonancia con la luminosa fotografía de brillantes colores. Un paisaje proclive a la aparición de diversos elementos fantasiosos, como un Leprechaun que busca la olla de oro que le ha sido robada o los deseos que concede esa misma olla. Es a través de este clima de fantasía ligera que las diversas canciones que componen esta adaptación de la popular obra musical de Broadway se integran con naturalidad e, incluso, consiguiendo dar coherencia al tono cursi que preside todo el relato.
Los problemas provenientes del exterior que acucian a la pequeña localidad la convierten en el último bastión de un espíritu alegre y optimista, libre en suma, rodeado por la oscuridad de unos nuevos tiempos más aciagos. Los problemas económicos y raciales son síntomas de una realidad que, poco a poco, está a punto de apoderarse del cine de la época. De esta manera, El valle del arco iris resulta la representación de un género clave de la época dorada de los grandes estudios que tiene las horas contadas. El hecho de que el film finalice con la imagen de un envejecido Fred Astaire alejándose solo en el horizonte no deja lugar a dudas: los tiempos están cambiando y el cine americano con ellos. A pesar de su optimista apariencia, El valle del arco iris exuda cierto hálito crepuscular, suponiendo la despedida de una manera de hacer, ver y entender el cine.
Pero vista hoy en día, El valle del arco iris adquiere una lectura adicional: de testimonio de una época a mirada hacia el futuro tanto del propio Coppola como de sus compañeros de generación. Cuando Org, el leprechaun, le recrimina a Finian que la olla de oro que le robó no le ha traído más que desgracias uno no puede evitar pensar en el poder que adquirieron los nombres más importantes del Nuevo Hollywood y que, si bien al principio les sirvió para desarrollar sus grandes ideas, finalmente sería la perdición de ese mismo movimiento. ¿Puede ser una película tan inofensiva y poco apasionante como la que nos ocupa el testimonio de una industria dispuesta a devorar a sus propias criaturas una y otra vez con tal de sobrevivir?
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