USA, 1999. 142m. C.
D.: Spike Lee P.: Jon Kilik & Spike Lee G.: Victor Colicchio, Michael Imperioli & Spike Lee I.: John Leguizamo, Adrien Brody, Mira Sorvino, Jennifer Esposito
Hoy en día, el verano de 1977 es recordado por tres motivos claves relacionados con la ciudad de Nueva York: por ser uno de los más calurosos de su historia; por el apagón eléctrico acaecido el 13 de junio, el cual duró más de 25 horas y cuyos disturbios consecuentes se saldaron con un total de 3.776 detenidos y 1.037 incendios, convirtiendo a barrios marcados por la pobreza como Harlem, Brooklyn y el Bronx en zonas de guerra; y, ante todo, por ser "el verano de Sam". Cuando el 29 de julio de 1976, David Berkowitz, de 22 años, disparó con un revólver Charter Arms Special Bulldog del calibre 44 a Donna Lauria, de 18 años, y a Jody Valenti, de 19, provocando la muerte de la primera e hiriendo a la segunda, impuso un reinado del terror que se prolongaría hasta el 10 de agosto del año siguiente, cuando fue detenido, y cuyas mortales consecuencias se saldaron con un total de cinco muertos y ocho heridos, todos ellos por obra del autodenominado Hijo de Sam.
En el momento en el que Spike Lee comienza su radiografía de los hechos acaecidos en dicho verano dando la palabra al periodista y escritor Jimmy Breslin, quien llegó a recibir cartas del propio Berkowitz, quien introduce al espectador en los sucesos que se le van a relatar, no lo hace con objetivo de subrayar la veracidad de lo que se cuenta, sino para remarcar su condición de relato. La semblanza que Breslin hace de la ciudad de Nueva York hace que de escenario el lugar se perfile como protagonista, como gigantesco ente vivo bajo cuya sombra se desarrolla todo tipo de microhistorias independientes que nacen y mueren a su amparo, a la vez que le dan vida, que le nutren. El cameo que el propio Lee hace interpretando a un periodista televisivo que retransmite los sucesos subraya que al director de Malcolm X no le interesa tanto la fidelidad a unos hechos como su condición de mitología.
Con S.O.S. Summer of Sam (Nadie está a salvo de Sam) no nos encontramos ante un biopic protagonizado por Berkowitz ni una crónica detallada de sus sanguinarios actos, sino, más bien, la consideración de la figura del asesino en serie como motor subterráneo (e indispensable) de los cambios de la sociedad usamericana de la segunda mitad del siglo XX. Los interludios que nos muestran a Berkowitz en su oscura y mugrienta habitación, atormentado por los constantes ladridos del perro de su vecino, o sus asesinatos, funcionan a modo de puntos y a parte entre las historias que nos cuenta Lee. Como si fuera una gran novela de raíz coral, las palabras que forma utilizando piezas de juguetes se asemejaría a los diferentes capítulos en los que se divide el voluminoso libro.
Así, el Hijo de Sam se mantiene en la sombra, relegando el protagonismo a los habitantes de un barrio latino de la ciudad de Nueva York para quienes el asesino se convierte en algo así como una presencia superior cuyos crímenes suponen el reflejo de la conciencia de los ciudadanos a los que atemoriza. La primera vez que vemos al matrimonio formado por Vinnie y Dionna, éstos nos son presentados como una alegre y hermosa pareja dispuesta a pasárselo bien un sábado por la noche en la era de la música disco. A pesar de que la discoteca en la que están está llena de gente, cuando se ponen a bailar Lee les muestra a ellos dos solos, escenificando su aislamiento del mundo real gracias a los pegadizos ritmos de los temas de Abba. Cuando Vinnie descubre que en la calle en la que le fue infiel a su esposa se han hallado dos nuevas víctimas del hijo de Sam, abrirá los ojos a una realidad que fragmenta su mundo de fantasía (en el que le puede poner los cuernos a su mujer una y otra vez sin sentirse culpable).
Hay algo ahí fuera que se está incubando y que para los protagonistas toma la forma de Richie, quien vuelve al barrio en el que pasó su infancia contagiado por la enérgica moda de la música punk: su collar con pinchos, sus pelos de punta, su botas o su camiseta con la bandera inglesa le convierten en un ser extraño y perturbador, algo familiar que, de golpe, se ha transmutado en algo desconocido. El ruido y la furia del punk sustituye a los colores y el hedonismo de la música disco. No es extraño, por tanto, que Richie sea confundido con el Hijo de Sam por sus propios vecinos, pues refleja en ellos sus más íntimos miedos y sus instintos más oscuros y salvajes.
Spike Lee pone en imágenes estas historias con un estilo nervioso que busca captar el momento, el hecho en sí, logrando un tono documental a través de la movilidad de la cámara y los planos secuencia que recogen los diálogos. Un tono que Lee dinamita con la utilización de una serie de texturas especiales que van desde la saturación de colores de las escenas protagonizadas por Berkowitz, los planos distorsionados a base de lentes especiales o los filtros de las imágenes que se ven en los televisores. Texturas que sirven para deconstruir el concepto que conocemos como realidad y servir de ejemplo de las mil y unas capas que la componen, así como la imposibilidad de aprehenderla en su totalidad.
Don DeLillo iniciaba su gigantesca novela Submundo relatando el mítico partido entre los New York Giants y Los Ángeles Dodgers el 3 de octubre de 1951 y en el que, contra todo pronóstico, los primeros ganarían, haciéndose con el título de la Liga Nacional de esa temporada. Este dato histórico le servía al autor de Cosmopolis como centro de energía cuyos tentáculos se extendían de manera subterránea a lo largo de la Historia americana como un punto gravitacional cuyo contrapunto era la primera prueba nuclear soviética que se realizó ese mismo día. En una de las escenas de S.O.S. Summer of Sam (Nadie está a salvo de Sam), Lee utiliza el audio real de los comentaristas de un partido de baseball de los New York Yankees para acompañar las acciones de Berkowitz, demostrando, al igual que DeLillo, los escalofriantes y fascinantes hilos ocultos que mueven un mundo en el que no somos más que títeres que bailamos al son de extrañas melodías tocadas por desconocidas fuerzas esotéricas.
En el momento en el que Spike Lee comienza su radiografía de los hechos acaecidos en dicho verano dando la palabra al periodista y escritor Jimmy Breslin, quien llegó a recibir cartas del propio Berkowitz, quien introduce al espectador en los sucesos que se le van a relatar, no lo hace con objetivo de subrayar la veracidad de lo que se cuenta, sino para remarcar su condición de relato. La semblanza que Breslin hace de la ciudad de Nueva York hace que de escenario el lugar se perfile como protagonista, como gigantesco ente vivo bajo cuya sombra se desarrolla todo tipo de microhistorias independientes que nacen y mueren a su amparo, a la vez que le dan vida, que le nutren. El cameo que el propio Lee hace interpretando a un periodista televisivo que retransmite los sucesos subraya que al director de Malcolm X no le interesa tanto la fidelidad a unos hechos como su condición de mitología.
Con S.O.S. Summer of Sam (Nadie está a salvo de Sam) no nos encontramos ante un biopic protagonizado por Berkowitz ni una crónica detallada de sus sanguinarios actos, sino, más bien, la consideración de la figura del asesino en serie como motor subterráneo (e indispensable) de los cambios de la sociedad usamericana de la segunda mitad del siglo XX. Los interludios que nos muestran a Berkowitz en su oscura y mugrienta habitación, atormentado por los constantes ladridos del perro de su vecino, o sus asesinatos, funcionan a modo de puntos y a parte entre las historias que nos cuenta Lee. Como si fuera una gran novela de raíz coral, las palabras que forma utilizando piezas de juguetes se asemejaría a los diferentes capítulos en los que se divide el voluminoso libro.
Así, el Hijo de Sam se mantiene en la sombra, relegando el protagonismo a los habitantes de un barrio latino de la ciudad de Nueva York para quienes el asesino se convierte en algo así como una presencia superior cuyos crímenes suponen el reflejo de la conciencia de los ciudadanos a los que atemoriza. La primera vez que vemos al matrimonio formado por Vinnie y Dionna, éstos nos son presentados como una alegre y hermosa pareja dispuesta a pasárselo bien un sábado por la noche en la era de la música disco. A pesar de que la discoteca en la que están está llena de gente, cuando se ponen a bailar Lee les muestra a ellos dos solos, escenificando su aislamiento del mundo real gracias a los pegadizos ritmos de los temas de Abba. Cuando Vinnie descubre que en la calle en la que le fue infiel a su esposa se han hallado dos nuevas víctimas del hijo de Sam, abrirá los ojos a una realidad que fragmenta su mundo de fantasía (en el que le puede poner los cuernos a su mujer una y otra vez sin sentirse culpable).
Hay algo ahí fuera que se está incubando y que para los protagonistas toma la forma de Richie, quien vuelve al barrio en el que pasó su infancia contagiado por la enérgica moda de la música punk: su collar con pinchos, sus pelos de punta, su botas o su camiseta con la bandera inglesa le convierten en un ser extraño y perturbador, algo familiar que, de golpe, se ha transmutado en algo desconocido. El ruido y la furia del punk sustituye a los colores y el hedonismo de la música disco. No es extraño, por tanto, que Richie sea confundido con el Hijo de Sam por sus propios vecinos, pues refleja en ellos sus más íntimos miedos y sus instintos más oscuros y salvajes.
Spike Lee pone en imágenes estas historias con un estilo nervioso que busca captar el momento, el hecho en sí, logrando un tono documental a través de la movilidad de la cámara y los planos secuencia que recogen los diálogos. Un tono que Lee dinamita con la utilización de una serie de texturas especiales que van desde la saturación de colores de las escenas protagonizadas por Berkowitz, los planos distorsionados a base de lentes especiales o los filtros de las imágenes que se ven en los televisores. Texturas que sirven para deconstruir el concepto que conocemos como realidad y servir de ejemplo de las mil y unas capas que la componen, así como la imposibilidad de aprehenderla en su totalidad.
Don DeLillo iniciaba su gigantesca novela Submundo relatando el mítico partido entre los New York Giants y Los Ángeles Dodgers el 3 de octubre de 1951 y en el que, contra todo pronóstico, los primeros ganarían, haciéndose con el título de la Liga Nacional de esa temporada. Este dato histórico le servía al autor de Cosmopolis como centro de energía cuyos tentáculos se extendían de manera subterránea a lo largo de la Historia americana como un punto gravitacional cuyo contrapunto era la primera prueba nuclear soviética que se realizó ese mismo día. En una de las escenas de S.O.S. Summer of Sam (Nadie está a salvo de Sam), Lee utiliza el audio real de los comentaristas de un partido de baseball de los New York Yankees para acompañar las acciones de Berkowitz, demostrando, al igual que DeLillo, los escalofriantes y fascinantes hilos ocultos que mueven un mundo en el que no somos más que títeres que bailamos al son de extrañas melodías tocadas por desconocidas fuerzas esotéricas.
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