USA, 1972. 175m. C.
D.: Francis Ford Coppola P.: Albert S. Ruddy G.: Mario Puzo & Francis Ford Coppola, basado en la novela de Mario Puzo I.: Marlon Brando, Al Pacino, James Caan, Robert Duvall
Que a pesar de contar con un metraje generoso, Francis Ford Coppola consiga resumir en los primeros minutos tanto la esencia y la idiosincrasia del universo en el que se inscribe El padrino, así como el entramado argumental que se desarrolla en él, no sólo es muestra del talento del por entonces casi desconocido director, sino que certifica su entrega y compromiso como artista ante un material aparentemente menor (para la Paramount, una mera peliculilla de gangsters con la que aprovechar el éxito del best-seller escrito por Mario Puzo). El triunfo de El padrino certifica la mirada de un creador, capaz de detectar destellos personales en productos ajenos. No es una casualidad, por tanto, que fuese este film el que lanzara a Coppola al estrellato, confirmándole como el gigantesco faro de toda una nueva generación de jóvenes cineastas.
La primera escena nos presenta a un grupo de hombres encerrados en una habitación. Uno de ellos, Vito Corleone, sentado tras su mostrador, escucha atentamente las peticiones de una serie de personas, tomando una decisión acorde para cada caso junto a su abogado. La oscuridad que inunda la estancia, que parece engullir a los integrantes de esta; la ritualidad y solemnidad de los movimientos; las palabras susurradas, como si tuvieran miedo de molestar al silencio. Un ambiente que denota unos negocios clandestinos, situados al otro lado de la legalidad. Pero la tenue luz que se filtra por las aberturas de la persiana denota la existencia de otro lado que comparte espacio con ese mundo oscuro.
Efectivamente, fuera de esa habitación, a pocos metros, la luz, la alegría y la música retratan una atmósfera bien distinta: una multitudinaria boda, la de la hija de Vito. Por contra, aquí tenemos un ambiente familiar, cotidiano. La presencia de Vito en ambos espacios (la habitación oscura y la boda) hermana esos dos mundos aparentemente antitéticos y que conforman un todo. Las dos caras de la mafia: su aspecto criminal y el cotidiano. La mirada costumbrista de Coppola, atento a los detalles, subraya esta alianza: los rostros eminentemente sicilianos de los invitados, la novia bailando con su marido, la banda tocando canciones populares italianas, los niños jugando; pero también Sonny, el hijo mayor, enfrentándose a los agentes del FBI que toman nota de los números de las matrículas de los coches o uno de los invitados que manda a sus hombres que destruyan los negativos de una foto que le han tomado.
Si Coppola dedica tanto tiempo a esta secuencia de apertura es tanto para retratar la situación de ese mundo en el inicio de la película como para señalar su certificado de defunción. El padrino nos cuenta la caducidad de unas costumbres y unas tradiciones ancladas en el pasado y su renovación a través de las energías de una nueva generación. Una generación representada por Michael Corleone, quien asiste a la boda acompañado de su novia, Kay. Cuando se ve obligado a contarle acerca de los negocios que dirige su padre, Michael señala que él no forma parte de esa rama de la familia. Por tanto, para él si existe una línea de separación entre la habitación oscura y el resto de la casa; entre lo delictivo y la familia.
A pesar de su condición de película de época (la acción transcurre durante los años 40), El padrino es reflejo de los convulsos tiempos cinematográficos en los que nace. La elección de los actores principales para asumir los roles de la antigua generación y la nueva así lo evidencian: Marlon Brando, representante del sistema de estudios hollywoodiense clásico de los años 50, será relevado por Al Pacino, pujante estrella que sólo un año después asumiría el rostro contracultural de la década en Serpico. Coppola desarrolla este enfrentamiento a través de la puesta en escena: los ambientes familiares son retratados de manera sobria y con una iluminación dorada que intensifica su condición tradicional, mientras que los asesinatos son gráficos y sangrientos, haciendo uno de una descarnada violencia propia del realismo sucio del cine americano de los 70 (incluso uno de los más brutales crímenes homenajea el final de Bonnie y Clyde, considerado el título inaugural de dicha década).
Tras una excelente escena de suspense que tiene lugar en el interior del hospital en el que se recupera Vito tras sufrir un atentado por parte de una familia mafiosa rival (escena que hace gala de la planificación propia de un film de terror), Michael se verá arrastrado a ese mundo criminal que hasta ese momento había evitado. Un movimiento de cámara sella su destino: Michael está sentado en el centro de una habitación. A su alrededor, sus hermanos y los hombres de su padre. Michael se presenta voluntario para asesinar al culpable del intento de asesinato de su padre. Mientras habla, la cámara se acerca lentamente hasta encuadrar un primer plano de su rostro. El resto ha desaparecido y solo queda él en el plano. Aún no lo sabe, pero se ha convertido en la cabeza de la familia, en el líder. En el próximo padrino.
Debido a este asesinato, Michael se ve obligado a refugiarse en el pequeño pueblo siciliano en el que se crió su padre y cuyo nombre le sirve de apellido. Este momento, posiblemente el más bello de toda la película, sirve para que Michael profundice en sus orígenes italianos como paso necesario a su nuevo estatus en la familia, y también para mostrar sus cada vez más desarrolladas dotes de mando: cuando utiliza su nombre, y el poder que éste conlleva, para conseguir la mano de una chica que le gusta, amenazando de manera elegante al padre, comprobamos que la línea que separaba lo personal y los negocios ya ha desaparecido. Pero el posterior atentado contra su mujer le demostrará que los tiempos han cambiado. Michael ya no puede ser el don amable, familiar y comprensivo que representaba su padre.
El célebre clímax de El padrino supone la sentencia del antiguo regimen y la imposición a través de sangre y plomo del nuevo. Paralelamente a la ceremonia del bautismo de su sobrina (fruto de la boda con la que se iniciaba la película), los hombres de Michael acaban con cada uno de los líderes de las familias rivales. Un bautismo de fuego para una nueva generación que nace manchada con la sangre de la precedente. Michael recibiendo los santos sacramentos bajo la cúpula de una iglesia combinado con el reguero de cadáveres que deja a su paso revela su condición de ser escindido. La mentira que le cuenta a su esposa y la puerta que se cierra con la que se clausura el film confirman que, efectivamente, para el nuevo padrino su familia (pública) y sus negocios (delictivos) son dos mundos opuestos.
La primera escena nos presenta a un grupo de hombres encerrados en una habitación. Uno de ellos, Vito Corleone, sentado tras su mostrador, escucha atentamente las peticiones de una serie de personas, tomando una decisión acorde para cada caso junto a su abogado. La oscuridad que inunda la estancia, que parece engullir a los integrantes de esta; la ritualidad y solemnidad de los movimientos; las palabras susurradas, como si tuvieran miedo de molestar al silencio. Un ambiente que denota unos negocios clandestinos, situados al otro lado de la legalidad. Pero la tenue luz que se filtra por las aberturas de la persiana denota la existencia de otro lado que comparte espacio con ese mundo oscuro.
Efectivamente, fuera de esa habitación, a pocos metros, la luz, la alegría y la música retratan una atmósfera bien distinta: una multitudinaria boda, la de la hija de Vito. Por contra, aquí tenemos un ambiente familiar, cotidiano. La presencia de Vito en ambos espacios (la habitación oscura y la boda) hermana esos dos mundos aparentemente antitéticos y que conforman un todo. Las dos caras de la mafia: su aspecto criminal y el cotidiano. La mirada costumbrista de Coppola, atento a los detalles, subraya esta alianza: los rostros eminentemente sicilianos de los invitados, la novia bailando con su marido, la banda tocando canciones populares italianas, los niños jugando; pero también Sonny, el hijo mayor, enfrentándose a los agentes del FBI que toman nota de los números de las matrículas de los coches o uno de los invitados que manda a sus hombres que destruyan los negativos de una foto que le han tomado.
Si Coppola dedica tanto tiempo a esta secuencia de apertura es tanto para retratar la situación de ese mundo en el inicio de la película como para señalar su certificado de defunción. El padrino nos cuenta la caducidad de unas costumbres y unas tradiciones ancladas en el pasado y su renovación a través de las energías de una nueva generación. Una generación representada por Michael Corleone, quien asiste a la boda acompañado de su novia, Kay. Cuando se ve obligado a contarle acerca de los negocios que dirige su padre, Michael señala que él no forma parte de esa rama de la familia. Por tanto, para él si existe una línea de separación entre la habitación oscura y el resto de la casa; entre lo delictivo y la familia.
A pesar de su condición de película de época (la acción transcurre durante los años 40), El padrino es reflejo de los convulsos tiempos cinematográficos en los que nace. La elección de los actores principales para asumir los roles de la antigua generación y la nueva así lo evidencian: Marlon Brando, representante del sistema de estudios hollywoodiense clásico de los años 50, será relevado por Al Pacino, pujante estrella que sólo un año después asumiría el rostro contracultural de la década en Serpico. Coppola desarrolla este enfrentamiento a través de la puesta en escena: los ambientes familiares son retratados de manera sobria y con una iluminación dorada que intensifica su condición tradicional, mientras que los asesinatos son gráficos y sangrientos, haciendo uno de una descarnada violencia propia del realismo sucio del cine americano de los 70 (incluso uno de los más brutales crímenes homenajea el final de Bonnie y Clyde, considerado el título inaugural de dicha década).
Tras una excelente escena de suspense que tiene lugar en el interior del hospital en el que se recupera Vito tras sufrir un atentado por parte de una familia mafiosa rival (escena que hace gala de la planificación propia de un film de terror), Michael se verá arrastrado a ese mundo criminal que hasta ese momento había evitado. Un movimiento de cámara sella su destino: Michael está sentado en el centro de una habitación. A su alrededor, sus hermanos y los hombres de su padre. Michael se presenta voluntario para asesinar al culpable del intento de asesinato de su padre. Mientras habla, la cámara se acerca lentamente hasta encuadrar un primer plano de su rostro. El resto ha desaparecido y solo queda él en el plano. Aún no lo sabe, pero se ha convertido en la cabeza de la familia, en el líder. En el próximo padrino.
Debido a este asesinato, Michael se ve obligado a refugiarse en el pequeño pueblo siciliano en el que se crió su padre y cuyo nombre le sirve de apellido. Este momento, posiblemente el más bello de toda la película, sirve para que Michael profundice en sus orígenes italianos como paso necesario a su nuevo estatus en la familia, y también para mostrar sus cada vez más desarrolladas dotes de mando: cuando utiliza su nombre, y el poder que éste conlleva, para conseguir la mano de una chica que le gusta, amenazando de manera elegante al padre, comprobamos que la línea que separaba lo personal y los negocios ya ha desaparecido. Pero el posterior atentado contra su mujer le demostrará que los tiempos han cambiado. Michael ya no puede ser el don amable, familiar y comprensivo que representaba su padre.
El célebre clímax de El padrino supone la sentencia del antiguo regimen y la imposición a través de sangre y plomo del nuevo. Paralelamente a la ceremonia del bautismo de su sobrina (fruto de la boda con la que se iniciaba la película), los hombres de Michael acaban con cada uno de los líderes de las familias rivales. Un bautismo de fuego para una nueva generación que nace manchada con la sangre de la precedente. Michael recibiendo los santos sacramentos bajo la cúpula de una iglesia combinado con el reguero de cadáveres que deja a su paso revela su condición de ser escindido. La mentira que le cuenta a su esposa y la puerta que se cierra con la que se clausura el film confirman que, efectivamente, para el nuevo padrino su familia (pública) y sus negocios (delictivos) son dos mundos opuestos.
6 comentarios:
Muy buena critica, la verdad es que el comienzo es impresionante y define a la perfección lo que es la pelicula, una pregunta ¿si no existiera El Padrino II, esta tendría 5 estrellas?
Esta peli la vi por 3º o 4º vez hace poco y ya no me pareció tan buena. Me pareció excesivamente familiar. Es que en el fondo es una peli sobre una familia tradicional. Para mi ese es su defecto (centrarse en lo familiar) pero a la vez su gran valor y su modernidad. Los delincuentes ya no son presentados como malvados y villanescos. Aquí los mafiosos no son monstruos a destruir sino gente con valores tradicionales iguales al del ciudadano honrado. Es una especie de desmitificación, los mafiosos se toman lo suyo como una profesión "ordenada" (negociaciones, tratados, etc.).
A mi se me hizo aburrida pero tiene muchos episodios impresionantes y legendarios que hacen que esta peli sea uno de los pocos clásicos excelentes que existen. El principio, lo del caballo, los asesinatos de Michael, el retrato de Sicilia como una Arcadia, la muerte de Johnny (así se llama el pj de Caan?) y el final. No obstante, mi favorito es la muerte de el Padrino. La interpretación de Brando es galáctica y para mi ese es su momento culmen. Una muerte sobrecogedora muy bien filmada por Coppola con respeto y serenidad.
Fer: no, puesto que, si bien "El padrino. Parte II" demostró que había margen de mejora, esta primera parte tiene sus propios problemas (pequeños, eso sí) consecuencia del rodaje lleno de conflictos y no pocas soluciones chapuceras (¡recordemos que Coppola fue despedido hasta 3 veces!) y que se nota en cierta desestabilidad entre algunas secuencias.
A pesar de las casi tres horas de duración, pienso que necesitaba más metraje para contarlo todo bien (la elipsis que cuenta la guerra entre bandas durante el exilio de Michael en Sicilia es un poco torpe). Que la segunda parte durara casi media hora más me confirma en esa idea.
Lord Pengallan: pues fíjate que a mí me resulta de lo más entretenida (todo un logro teniendo en cuenta su duración) y está claro que a Coppola le interesaba profundizar en los aspectos más costumbristas aunque para mí lo más interesante es ese camino que recorre un personaje aislado de ese entorno mafioso y como poco a poco acaba dirigiéndolo con mano de hierro.
El personaje de James Caan se llamaba Sonny.
Y es curioso que hayas destacado la escena de la muerte del don porque es uno de los ejemplos de las técnicas chapuceras por culpa de la falta de dinero y de tiempo. Es una escena que se improvisó totalmente. Coppola agarró dos cámaras y se rodó durante la pausa para comer del rodaje. De hecho, si uno se fija se da cuenta de que, estilísticamente, es bastante diferente del resto del film.
Recomiendo a todo el mundo los extraordinarios audiocomentarios del Coppola enel DVD de "El padrino" (supongo que será los mismos que en el blu ray, pero no lo he podido comprobar), llenos de anécdotas como la que he contado.
Un saludo a todos.
Yo tengo un dvd con el Padrino y me he visto los comentarios y no me suena que dijese Coppola ese tipo de cosas. Si dice que estuvieron a punto de despedirle y que por ejemplo la escena del hospital le ayudó Lucas. En fin que te cuenta que no fue un paseo pero no me quedé con lo que me cuentas de que las pasó canutas.
En cuanto a la escena de la muerte. Tienes toda la razón, es estilísticamente distinta al resto de la peli. Pero es que no se necesitaba más.
Yo opino que no necesitaba más metraje sino haberlo distribuido bien. La fiesta de la boda dura demasiado. Esta demasiado preocupado de mostrar la vida italoamericana que de contar una historia de ahí que no sea tan redonda como podría haber sido.
Es posible que esté mezclando información de diferentes fuentes. No me negarás, con todo, que la solución que encontró Lucas para montar la secuencia del hospital no es muy chapucera.
Y sí, el rodaje fue un infierno porque por entonces Coppola era un don nadie y se tuvo que enfrentar a todos (al director de fotografía y al productor Robert Evans principalmente) para imponer su visión de la película.
Un ejemplo: un día, estando en los servicios, Coppola escuchó como dos técnicos se reían de él, diciendo que no tenía ni idea de qué estaba haciendo y hacían apuestas a ver cuanto tardaban en echarle de la producción.
Yo es que creo que la boda dura lo que tiene que durar, de ahí que la peli necesite más metraje. Y por otro lado, nunca me parece que la película abandone la historia que está contacto y los apuntes costumbristas están implícitos en cada secuencia (con la excepción, quizás, de la escena del exilio de Michael. Ahí si te doy la razón de que quizás Coppola se centra en los detalles y ralentiza un poco el ritmo).
No, si no te niego nada. Si tienes razón. Lo de los técnicos lo dice en los comentaros que yo he escuchado. Lo que pasa es que no había caído en ello hasta que lo has dicho. La peli es irregular en el sentido de que hay escenas mucho más trabajadas que otras. Eso se nota y la virtud de Coppola es que hizo que no chirriase.
Estoy de acuerdo que la peli nunca se ensimisma, salvo quizás un poco en Sicilia pero quizás era lo apropiado ya que es como una especie de Arcadia donde todo va más lento (Sicilia comparada con NY es un lugar al que aún no ha llegado el siglo XX). Lo único es que a mi un rato de la fiesta me sobra (cuando se ponen a cantar p.e.) y lo mismo escenas como en esa en que le enseñan a Michael a hacer boloñesa para muchos. De repente la peli deja de ser mafiosos para convertirse en una familiar y costumbrista.
Pero bueno, es cuestión de gustos. Eso no quita que sea un peli espléndida. Esta claro que sin esa atención a lo cotidiano la peli sería una más. Es necesario para contrastar y dar profundidad.
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