USA, 1990. 90m. C.
D.: Brian Yuzna P.: Richard N. Gladstein G.: Woody Keith, basado en una idea de Richard N. Gladstein, Arthur Gorson, S. J. Smith & Brian Yuzna I.: Clint Howard, Neith Hunter, Tommy Hinkley, Hugh Fink F.: 1.85:1
Recién entrados en el 2011 y echando la vista atrás resulta difícil recordar que Brian Yuzna fue una de las figuras más importantes del cine de terror de bajo presupuesto de los 90 (no quiero ser mal pensado, pero que su estrella empezara a declinar en el momento en el que se involucró en el proyecto español de la Fantastic Factory no me parece una coincidencia). Cabeza pensante de uno de los títulos clave del cine gore de los 80, la estupenda Re-Animator, su ópera prima, Society, suponía una meridiana carta de presentación como continuador de las enseñanzas de la Nueva Carne elaboradas (principalmente) por David Cronenberg en el cine y Clive Barker en la literatura, a la vez que las combinaba con los relatos clásicos del género (en ese caso, una invasión de ladrones de cuerpos en los márgenes de Beverly Hills) y consiguiendo una suerte de alegoría social explícitamente splatter. Uno de sus títulos más famosos, Mortal Zombie, evidenciaba las inquietudes de Yuzna, quien transformaba una saga paródica y de humor grueso (formada por El regreso de los muertos vivientes y La divertida noche de los zombies) en una tragedia gore juvenil en la que se combinaba con inusual acierto la sombra de Shakespeare y la reflexión zombie romeriana.
Pero tres años antes Yuzna ya había realizado una operación similar de mayor riesgo al convertir la cuarta entrega de la saga iniciada en Noche de paz, noche de muerte en una odisea urbana esotérica acerca de la insurrección del feminismo como culto pagano en la sociedad patriarcal contemporánea. Un giro que no supone una novedad en el género y que tiene como claro precedente el intento de John Carpenter de jubilar a su Michael Myers para desarrollar terrores más estimulantes y esquivos en Halloween III. El día de la bruja. De esta manera, olvídense de Santa Claus asesinos. La única conexión de Ritos satánicos con las películas precedentes consiste en transcurrir en Navidad y la referencia directa a Posesión alucinante, la cual uno de los protagonistas visiona en una televisión.
Kim, una reportera que trabaja en un periódico local de Los Ángeles, es consciente de que su condición de mujer le impide progresar en un mundo dominado por un machismo predominante, siendo relegada a una condición inferior en todas las facetas de su vida: es ninguneada en su trabajo, teniendo que desperdiciar su talento en labores menores; el padre de su novio le deja bien claro que el lugar de la mujer en la sociedad está en el hogar; su novio mismo parece sólo quererla para practicar sexo, olvidándose de ella una vez saciado su apetito; cuando intenta denunciar un crimen, el detective no duda en tratarla como si estuviera loca. Cuando Kim investigue un extraño caso de combustión espontánea descubrirá la existencia de un mundo que permanece oculto a la vista del sector masculino: los retazos de un culto neopagano cuya intención en iniciar a Kim en un rito esotérico por el cual deje su forma de mujer oprimida para pasar a un estado superior como Diosa Madre.
Yuzna visualiza la inmersión de su protagonista en esta nueva realidad a través de la contraposición entre lo real y lo fantástico. Las primeras imágenes de Ritos satánicos hacen gala de un realismo tan vulgar como sórdido (se presenta a Kim haciendo el amor con su novio en un vulgar hotelucho que él mismo denomina como "picadero"), envolviendo todas las escenas de una aplastante monotonía. Lo fantástico surge de manera subliminal a través de lo cotidiano, exhibiéndose a la vez que se oculta y que Yuzna muestra en una serie de imágenes de gran poder sugestivo: un plato de espaguetis que forma una espiral; cuando Kim tira el plato de pasta al suelo, los espaguetis tomarán la forma de una mano abierta; unas manchas de humedad en la pared que conforman un rostro; las ramas de un árbol que dibujan un rostro femenino. A los ojos de Kim se abre un mundo lleno de simbolismos que conectan directamente con su esencia femenina, elaborando una conexión telúrica entre mujer-naturaleza-vida.
Pero como decíamos al principio de este texto, Brian Yuzna es un avanzado alumno de los maestros de la Nueva Carne y, así, si lo femenino es representado a través de una simbología pesudo-poética, los miedos primigenios de su protagonista adquieren repulsiva entidad física en la forma de una serie de viscosas criaturas insectiles creadas por el especialista Screaming Mad George evocadoras de los mundos tortuosos de Lovecraft y Kafka (la cucaracha gigante que le acosa en su apartamento; el monstruoso ciempiés que le incuban en su interior a través del ombligo), conformando un universo lascivo y fuertemente erotizado, agobiante y pagajoso, en el que la conversión final de Kim pasará por una metamorfosis abisal en la que su cuerpo mutará hasta formar un caparazón larvario que tendrá que romper para salir bajo su nueva naturaleza.
A raiz de lo dicho, podría pensarse que en Ritos satánicos Yuzna utiliza el género para elaborar un alegato feminista, pero este intelectual del splatter (Jesús Palacios dixit) es consciente de que los extremos inevitablemente se tocan y las intenciones de este grupo de brujas modernas acabarán resultando tan interesadas y manipuladoras como las de los hombres, intentando que Kim pague su ingreso con un sacrificio ritual. Una nota irónica que convierte a Ritos satánicos en uno de los títulos más estimulantes (y, desgraciadamente, desconocidos) del cine gore/fantástico de los 90 y confirmó a su director como una de las miradas más personales (finalmente truncada) del cine de terror de bajo presupuesto de las últimas décadas.
Pero tres años antes Yuzna ya había realizado una operación similar de mayor riesgo al convertir la cuarta entrega de la saga iniciada en Noche de paz, noche de muerte en una odisea urbana esotérica acerca de la insurrección del feminismo como culto pagano en la sociedad patriarcal contemporánea. Un giro que no supone una novedad en el género y que tiene como claro precedente el intento de John Carpenter de jubilar a su Michael Myers para desarrollar terrores más estimulantes y esquivos en Halloween III. El día de la bruja. De esta manera, olvídense de Santa Claus asesinos. La única conexión de Ritos satánicos con las películas precedentes consiste en transcurrir en Navidad y la referencia directa a Posesión alucinante, la cual uno de los protagonistas visiona en una televisión.
Kim, una reportera que trabaja en un periódico local de Los Ángeles, es consciente de que su condición de mujer le impide progresar en un mundo dominado por un machismo predominante, siendo relegada a una condición inferior en todas las facetas de su vida: es ninguneada en su trabajo, teniendo que desperdiciar su talento en labores menores; el padre de su novio le deja bien claro que el lugar de la mujer en la sociedad está en el hogar; su novio mismo parece sólo quererla para practicar sexo, olvidándose de ella una vez saciado su apetito; cuando intenta denunciar un crimen, el detective no duda en tratarla como si estuviera loca. Cuando Kim investigue un extraño caso de combustión espontánea descubrirá la existencia de un mundo que permanece oculto a la vista del sector masculino: los retazos de un culto neopagano cuya intención en iniciar a Kim en un rito esotérico por el cual deje su forma de mujer oprimida para pasar a un estado superior como Diosa Madre.
Yuzna visualiza la inmersión de su protagonista en esta nueva realidad a través de la contraposición entre lo real y lo fantástico. Las primeras imágenes de Ritos satánicos hacen gala de un realismo tan vulgar como sórdido (se presenta a Kim haciendo el amor con su novio en un vulgar hotelucho que él mismo denomina como "picadero"), envolviendo todas las escenas de una aplastante monotonía. Lo fantástico surge de manera subliminal a través de lo cotidiano, exhibiéndose a la vez que se oculta y que Yuzna muestra en una serie de imágenes de gran poder sugestivo: un plato de espaguetis que forma una espiral; cuando Kim tira el plato de pasta al suelo, los espaguetis tomarán la forma de una mano abierta; unas manchas de humedad en la pared que conforman un rostro; las ramas de un árbol que dibujan un rostro femenino. A los ojos de Kim se abre un mundo lleno de simbolismos que conectan directamente con su esencia femenina, elaborando una conexión telúrica entre mujer-naturaleza-vida.
Pero como decíamos al principio de este texto, Brian Yuzna es un avanzado alumno de los maestros de la Nueva Carne y, así, si lo femenino es representado a través de una simbología pesudo-poética, los miedos primigenios de su protagonista adquieren repulsiva entidad física en la forma de una serie de viscosas criaturas insectiles creadas por el especialista Screaming Mad George evocadoras de los mundos tortuosos de Lovecraft y Kafka (la cucaracha gigante que le acosa en su apartamento; el monstruoso ciempiés que le incuban en su interior a través del ombligo), conformando un universo lascivo y fuertemente erotizado, agobiante y pagajoso, en el que la conversión final de Kim pasará por una metamorfosis abisal en la que su cuerpo mutará hasta formar un caparazón larvario que tendrá que romper para salir bajo su nueva naturaleza.
A raiz de lo dicho, podría pensarse que en Ritos satánicos Yuzna utiliza el género para elaborar un alegato feminista, pero este intelectual del splatter (Jesús Palacios dixit) es consciente de que los extremos inevitablemente se tocan y las intenciones de este grupo de brujas modernas acabarán resultando tan interesadas y manipuladoras como las de los hombres, intentando que Kim pague su ingreso con un sacrificio ritual. Una nota irónica que convierte a Ritos satánicos en uno de los títulos más estimulantes (y, desgraciadamente, desconocidos) del cine gore/fantástico de los 90 y confirmó a su director como una de las miradas más personales (finalmente truncada) del cine de terror de bajo presupuesto de las últimas décadas.
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