UK/USA, 1981. 99m. C.
D.: John Carpenter P.: Larry J. Franco & Debra Hill G.: John Carpenter & Nick Castle I.: Kurt Russell, Lee Van Cleef, Ernest Borngnine, Donald Pleasence F.: 2.35:1
Es celebérrima la frase con la que John Ford se presentaba a los desconocidos: "Me llamo John Ford y hago westerns" Una sentencia que en su concreción y humildad encerraban las claves de un narrador superdotado que dejaba que su obra hablara por él. Y no era mentira. Desde luego, Ford no hizo únicamente westerns, pero es muy posible que sea en sus títulos más famosos (Centauros del desierto, La diligencia o El hombre que mató a Liberty Valance) donde encontremos la esencia del mejor Ford: es decir, el sincero narrador cuyo único objetivo principal es contar una buena historia a su público. No me cabe la menor duda de que John Carpenter podría hacer suya dicha frase aunque, en sentido estricto, el director de La cosa no haya hecho ningún western. Y no será porque no lo haya intentado en cada una de sus películas.
"El placer de narrar", así titulaba el desaparecido José Luís Guarner su crítica de La noche de Halloween. Un título que no sólo sirve para acotar a la perfección el acercamiento de Carpenter al acto de hacer cine, sino que es una buena pista para comprender la posición anacrónica del cineasta norteamericano: Carpenter es una figura que parece que nunca está de moda a pesar del puñado de títulos brillantes, algunos auténticos clásicos, que ha brindado a la historia del cine: la intención de Carpenter en cada película es, al igual que Ford, contar una historia, relatar un cuento y hacerlo de la mejor manera posible. De ahí que su cine parezca que habla siempre en voz baja, pero cuidando y midiendo cada una de sus frases: Carpenter privilegia una buena caligrafía al uso hipertrófico de las mayúsculas. En esto, el inicio de 1997: Rescate en Nueva York resulta ejemplar.
Unos sucintos letreros nos colocan en el momento en el que transcurren los hechos. A continuación, un sencillo gráfico acompañado de una informatizada voz femenina nos presenta la situación actual: la isla de Manhattan ha sido convertida en una enorme ciudad-prisión a la que destinar a los delincuentes más peligrosos. La primera imagen que vemos es la de un jeep conducido por unos soldados. La cámara se eleva, recorriendo un inabarcable muro, cuya cima está presidida por otro soldado quien, con su rifle, vigila la isla que podemos atisbar en la negrura de la noche, al fondo. Un solo plano. Un único movimiento de cámara son suficientes para levantar, y hacer verosímil, el escalofriante mundo totalitarista que dibuja 1997: Rescate en Nueva York.
Esa inmediatez narrativa, y que resulta clave en el cine de Carpenter, es la que hace de 1997: Rescate en Nueva York una película esencialmente física: los personajes se caracterizan tanto por su aspecto como por sus movimientos: la caracterización de Snake Plissken, con sus greñas desordenadas, su barba, su sempiterno cigarrillo en los labios y su parche, le presentan como todo un símbolo rebelde cuya mera presencia resulta una molestia para ese mundo que ha convertido la compasión humana en una moneda de cambio. Los lacónicos diálogos no sirven tanto para aportar información o desarrollar el guión como diáfanas declaraciones de principios: la hostilidad cómplice entre Hauk, quien envía a Snake a una misión contrarreloj para rescatar al presidente de los Estados Unidos cuyo avión se ha estrellado en la isla, y Snake, un delincuente cuya leyenda siempre va por delante de él, les sitúa en el mismo bando a pesar de sus aparentes diferencias: ambos son los residuos de una época pasada y que se han integrado como han podido a los nuevos tiempos: cada uno a un lado de la ley.
La combinación en el reparto de viejas glorias del cine de evasión clásico (Lee Van Cleef, Ernest Borgnine, Donald Pleasence) con rostros habituales de la Serie B del momento (Harry Dean Stanton, Adrienne Barbeau, Isaac Hayes) evidencian la condición de 1997: Rescate en Nueva York de recopilatorio (sub)genérico: la fusión del pasado y el presente en una producción que supone una amalgama de los lugares comunes del cine de acción de bajo presupuesto: desde la ciencia-ficción (los sucesos transcurre en un futuro distópico) a la acción más directa (la figura de Plissken como paradigma del actioner y el solitario gunfighter, el combate entre el protagonista y un enorme y musculoso contrincante en un cuadrilátero) pasando por el terror (los habitantes del subsuelo surgen de las alcantarillas como si fuesen muertos vivientes) y el cine apocalíptico (las calles de Nueva York, inundadas en una noche eterna, llenas de desperdicios, vagabundos, coches volcados y rodeadas de edificios ruinosos).
Al igual que ocurría con Asalto en la comisaría del distrito 13, Carpenter vuelve a levantar un ejercicio postmoderno en el que la ironía ha sido sustituída por la nostagia. Que Carpenter tenga que desarrollar unos personajes sacados directamente del western clásico en un contexto de fantasía resulta sinónimo de su condición crepuscular. La estructura de 1997: Rescate en Nueva York hace gala de un nihilismo que es afrontado por la inquebrantable fuerza de voluntad de su protagonista. La imagen de un Snake agotado y perdido, al que se le acaba el tiempo (el de su misión y el de su vida), levantando una sucia y destartalada silla del suelo y sentándose en ella en medio de un dantesco escenario rima con el plano con el que Carpenter cierra la película: un travelling que sigue a Snake hacia un fundido en negro. Está claro, los héroes son escasos y están cansados, pero no vencidos.
"El placer de narrar", así titulaba el desaparecido José Luís Guarner su crítica de La noche de Halloween. Un título que no sólo sirve para acotar a la perfección el acercamiento de Carpenter al acto de hacer cine, sino que es una buena pista para comprender la posición anacrónica del cineasta norteamericano: Carpenter es una figura que parece que nunca está de moda a pesar del puñado de títulos brillantes, algunos auténticos clásicos, que ha brindado a la historia del cine: la intención de Carpenter en cada película es, al igual que Ford, contar una historia, relatar un cuento y hacerlo de la mejor manera posible. De ahí que su cine parezca que habla siempre en voz baja, pero cuidando y midiendo cada una de sus frases: Carpenter privilegia una buena caligrafía al uso hipertrófico de las mayúsculas. En esto, el inicio de 1997: Rescate en Nueva York resulta ejemplar.
Unos sucintos letreros nos colocan en el momento en el que transcurren los hechos. A continuación, un sencillo gráfico acompañado de una informatizada voz femenina nos presenta la situación actual: la isla de Manhattan ha sido convertida en una enorme ciudad-prisión a la que destinar a los delincuentes más peligrosos. La primera imagen que vemos es la de un jeep conducido por unos soldados. La cámara se eleva, recorriendo un inabarcable muro, cuya cima está presidida por otro soldado quien, con su rifle, vigila la isla que podemos atisbar en la negrura de la noche, al fondo. Un solo plano. Un único movimiento de cámara son suficientes para levantar, y hacer verosímil, el escalofriante mundo totalitarista que dibuja 1997: Rescate en Nueva York.
Esa inmediatez narrativa, y que resulta clave en el cine de Carpenter, es la que hace de 1997: Rescate en Nueva York una película esencialmente física: los personajes se caracterizan tanto por su aspecto como por sus movimientos: la caracterización de Snake Plissken, con sus greñas desordenadas, su barba, su sempiterno cigarrillo en los labios y su parche, le presentan como todo un símbolo rebelde cuya mera presencia resulta una molestia para ese mundo que ha convertido la compasión humana en una moneda de cambio. Los lacónicos diálogos no sirven tanto para aportar información o desarrollar el guión como diáfanas declaraciones de principios: la hostilidad cómplice entre Hauk, quien envía a Snake a una misión contrarreloj para rescatar al presidente de los Estados Unidos cuyo avión se ha estrellado en la isla, y Snake, un delincuente cuya leyenda siempre va por delante de él, les sitúa en el mismo bando a pesar de sus aparentes diferencias: ambos son los residuos de una época pasada y que se han integrado como han podido a los nuevos tiempos: cada uno a un lado de la ley.
La combinación en el reparto de viejas glorias del cine de evasión clásico (Lee Van Cleef, Ernest Borgnine, Donald Pleasence) con rostros habituales de la Serie B del momento (Harry Dean Stanton, Adrienne Barbeau, Isaac Hayes) evidencian la condición de 1997: Rescate en Nueva York de recopilatorio (sub)genérico: la fusión del pasado y el presente en una producción que supone una amalgama de los lugares comunes del cine de acción de bajo presupuesto: desde la ciencia-ficción (los sucesos transcurre en un futuro distópico) a la acción más directa (la figura de Plissken como paradigma del actioner y el solitario gunfighter, el combate entre el protagonista y un enorme y musculoso contrincante en un cuadrilátero) pasando por el terror (los habitantes del subsuelo surgen de las alcantarillas como si fuesen muertos vivientes) y el cine apocalíptico (las calles de Nueva York, inundadas en una noche eterna, llenas de desperdicios, vagabundos, coches volcados y rodeadas de edificios ruinosos).
Al igual que ocurría con Asalto en la comisaría del distrito 13, Carpenter vuelve a levantar un ejercicio postmoderno en el que la ironía ha sido sustituída por la nostagia. Que Carpenter tenga que desarrollar unos personajes sacados directamente del western clásico en un contexto de fantasía resulta sinónimo de su condición crepuscular. La estructura de 1997: Rescate en Nueva York hace gala de un nihilismo que es afrontado por la inquebrantable fuerza de voluntad de su protagonista. La imagen de un Snake agotado y perdido, al que se le acaba el tiempo (el de su misión y el de su vida), levantando una sucia y destartalada silla del suelo y sentándose en ella en medio de un dantesco escenario rima con el plano con el que Carpenter cierra la película: un travelling que sigue a Snake hacia un fundido en negro. Está claro, los héroes son escasos y están cansados, pero no vencidos.
2 comentarios:
Pues nada, repito, esta peli me pareció un tostón cuando la vi por 1º vez hace poco. Por lo que dices el problema parece que no esta en Carpenter sino en un guión simple que ha envejecido muchísimo, al cutrerío y unas actuaciones pésimas excepto la del gran Borgnine. No lo sé exactamente porque me pareció tan mala que a partir de la mitad sólo la miraba de reojo. Y el final! Menuda patochada para algo que se suponía que era superdifícil y peligroso. Hacía mucho tiempo que no veía algo tan poco interesante.
Buff, pues no podemos estar más en desacuerdo. El guión sin ser memorable sí me parece bastante conseguido y supone una base sólida para el trabajo visual de Carpenter. Yo creo que todos los actores están magníficos, sobre todo Kurt Russell que hace un trabajo físico memorable (sus movimientos y gestos crean todo el personaje).
No se puede negar las carencias de producción, pero creo que Carpenter sabe sacarle tanto partido que no se notan en pantalla. Y yo creo que las pasa bien putas, de hecho, siempre que veo el film, me pongo nervioso porque pienso que no le va a dar tiempo (me pasa lo mismo con el final de Regreso al futuro).
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