Tailandia/UK/Francia/Alemania/España/Holanda, 2010. 114m. C.
D.: Apichatpong Weerasethakul P.: Simon Field, Keith Griffiths & Apichatpong Werasethakul G.: Apichatpong Weerasethakul I.: Sakda Kaewbuadee, Matthieu Ly, Jenjira Pongpas, Thanapat Saisaymar F.: 1.85:1
Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas (¿alguien puede decirme cual es el motivo por el cual los distribuidores españoles no tradujeron el "Uncle" por "El tío", dejándolo como si fuera un nombre propio?) comienza con un plano sostenido de un buey que está pastando tranquilamente, atado a un árbol. La ligera niebla que cubre el suelo, unido a los movimientos del animal, aporta una atmósfera levemente fantasmagórica, potenciada por la larga duración del plano. En el momento en el que algo le llama la atención, el buey consigue liberarse de la correa y se interna en el bosque. Un cuidador se da cuenta de la ausencia y se dirige en su búsqueda. Cuando lo encuentra, se lo lleva de nuevo, a pesar de los esfuerzos del animal por seguir su camino. Una escena, tanto por su contenido como por su forma, de tono naturalista que es roto por el contraplano que nos muestra la silueta inmóvil de una extraña criatura oscura y de inquietantes ojos rojos. La lógica con la que Weerasethakul pasa de una imagen realista (la del buey y su dueño) a lo extraño (la criatura), sin estridencias ni efectismos, como si una fuera la consecuencia coherente de la otra, sirve de presentación de la idea rectora del film: la convivencia entre lo fantástico y lo cotidiano: no dos mundos enfrentados, sino que comparten un mismo espacio.
En este sentido, la escena clave de la película se dará minutos despues en una cena familiar compuesta por el tío Boonmee, quien está gravemente enfermo del riñón, su cuñada, Jen, y el sobrino de esta, Tong. La conversación trivial habitual se ve súbitamente interrumpida por la visita de dos invitados inesperados: el fantasma de la mujer muerta de Boonmee (y hermana de Jen) y el desaparecido hijo de ambos, que ahora vuelve convertido en un hombre-mono de ojos rojizos. Tras la sorpresa inicial, el grupo formado por muertos y vivos conversan afablemente entre ellos. Weerasethakul mantiene en todo momento la misma sobriedad en su puesta en escena haciendo que, como ocurría en el prólogo señalado líneas arriba, lo fantástico surja entre los plieges de lo real con naturalidad. Una decisión que no sólo minimiza el tono irreal de la escena, sino que, más bien, lo potencia al transformar nuestro entorno familiar en parte intrínseco de lo sobrenatural.
De igual manera que el tío Boonmee y su familia se acostumbran a compartir espacio con lo fantástico, la propia película comparte esa postura al fragmentar la lógica causa-efecto de su estructura para adoptar una mirada de total libertad en su acercamiento a la narrativa cinematográfica. Así, tras esa cena-encuentro, Weerasethakul abandona a los protagonistas para contarnos un bonita leyenda protagonizada por una princesa desfigurada, enamorada de uno de sus sirvientes, que se acerca a un idílico lago junto a una cascada cuyas aguas le devuelve el reflejo de un rostro hermoso y en el que entrará en contacto con un espíritu del agua en forma de pez al que se entregará carnalmente. Un fragmento aislado que no parece tener ninguna relación con lo contado hasta el momento pero que analizándolo desde la perspectiva abierta que propugna la película podría tener varias interpretaciones: por un lado, un ejemplo de la unión entre lo real y lo fantástico (el coito entre el espíritu acuático y la princesa) que rima con la historia del hijo de Boonmee quien también se apareó con una hembra de los hombre-mono para poder pasar el resto de su vida como uno más de ellos; por otro, podríamos estar asistiendo a la escenificación legendaria de una de las posibles vidas pasadas de Boonmee quien, en un momento del film, especula acerca de sus reencarnaciones anteriores.
Porque Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas supone toda una celebración de la vida a través del proceso inevitable de la muerte. Boonmee es consciente de que su fin está cerca y es quizás esa consciencia la que le hace permeable (y a quienes lo rodean) a conectar con los espíritus que conviven con nosotros, que forman parte de nuestro mundo, pero que sólo son visibles para aquellos cuya especial sensibilidad les permite mirar directamente el corazón del bosque más allá de la envoltura de los árboles. Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas es una película optimista en su acercamiento a la muerte, pues la muestra no como un fin, sino como el paso a un nivel diferente (ni mejor ni peor) en nuestro recorrido existencial. Weerasethakul materializa este proceso mostrando a los protagonistas recorriendo un largo camino por el bosque hasta penetrar en una cueva que sirve tanto como metáfora del viaje que Boonmee hace al "otro mundo" como su integración final (y total) con el entorno natural que forma nuestro mundo (las imágenes de los personajes en el interior de la cueva, empequeñecidos por la grandiosidad y la belleza de las rocas, tienen un poder telúrico recuerda a la fascinante Picnic en Hanging Rock).
Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas finaliza con un epílogo cuyo desconcierto inicial es síntoma del mensaje del film: en un decorado antitético a los entornos naturales del resto del film, una aséptica habitación de hotel, se une lo material (Jen cuenta junto a su hija la suma de una serie de donaciones económicas) con lo cotidiano (la ducha en tiempo real de Tong, ahora convertido en un monje budista). La imagen de los tres viendo la televisión sentados en la cama subraya la aplastante monotonía en la que parecen sumidos hasta que, al igual que pasó en el comienzo del film, un contraplano desequilibra dicha monotonía con la irrupción de lo mágico. Que sólo Jen y Torn sean conscientes de este cambio certifica que han sido impregnado por su contacto con lo fantástico. Una vez abierto los ojos, su mundo ya nunca será el mismo. Precisamente la intención que Apichatpong Weerasethakul tiene con nosotros a través de esta extraña, subyugante, desconcertante pero penetrante Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas.
En este sentido, la escena clave de la película se dará minutos despues en una cena familiar compuesta por el tío Boonmee, quien está gravemente enfermo del riñón, su cuñada, Jen, y el sobrino de esta, Tong. La conversación trivial habitual se ve súbitamente interrumpida por la visita de dos invitados inesperados: el fantasma de la mujer muerta de Boonmee (y hermana de Jen) y el desaparecido hijo de ambos, que ahora vuelve convertido en un hombre-mono de ojos rojizos. Tras la sorpresa inicial, el grupo formado por muertos y vivos conversan afablemente entre ellos. Weerasethakul mantiene en todo momento la misma sobriedad en su puesta en escena haciendo que, como ocurría en el prólogo señalado líneas arriba, lo fantástico surja entre los plieges de lo real con naturalidad. Una decisión que no sólo minimiza el tono irreal de la escena, sino que, más bien, lo potencia al transformar nuestro entorno familiar en parte intrínseco de lo sobrenatural.
De igual manera que el tío Boonmee y su familia se acostumbran a compartir espacio con lo fantástico, la propia película comparte esa postura al fragmentar la lógica causa-efecto de su estructura para adoptar una mirada de total libertad en su acercamiento a la narrativa cinematográfica. Así, tras esa cena-encuentro, Weerasethakul abandona a los protagonistas para contarnos un bonita leyenda protagonizada por una princesa desfigurada, enamorada de uno de sus sirvientes, que se acerca a un idílico lago junto a una cascada cuyas aguas le devuelve el reflejo de un rostro hermoso y en el que entrará en contacto con un espíritu del agua en forma de pez al que se entregará carnalmente. Un fragmento aislado que no parece tener ninguna relación con lo contado hasta el momento pero que analizándolo desde la perspectiva abierta que propugna la película podría tener varias interpretaciones: por un lado, un ejemplo de la unión entre lo real y lo fantástico (el coito entre el espíritu acuático y la princesa) que rima con la historia del hijo de Boonmee quien también se apareó con una hembra de los hombre-mono para poder pasar el resto de su vida como uno más de ellos; por otro, podríamos estar asistiendo a la escenificación legendaria de una de las posibles vidas pasadas de Boonmee quien, en un momento del film, especula acerca de sus reencarnaciones anteriores.
Porque Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas supone toda una celebración de la vida a través del proceso inevitable de la muerte. Boonmee es consciente de que su fin está cerca y es quizás esa consciencia la que le hace permeable (y a quienes lo rodean) a conectar con los espíritus que conviven con nosotros, que forman parte de nuestro mundo, pero que sólo son visibles para aquellos cuya especial sensibilidad les permite mirar directamente el corazón del bosque más allá de la envoltura de los árboles. Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas es una película optimista en su acercamiento a la muerte, pues la muestra no como un fin, sino como el paso a un nivel diferente (ni mejor ni peor) en nuestro recorrido existencial. Weerasethakul materializa este proceso mostrando a los protagonistas recorriendo un largo camino por el bosque hasta penetrar en una cueva que sirve tanto como metáfora del viaje que Boonmee hace al "otro mundo" como su integración final (y total) con el entorno natural que forma nuestro mundo (las imágenes de los personajes en el interior de la cueva, empequeñecidos por la grandiosidad y la belleza de las rocas, tienen un poder telúrico recuerda a la fascinante Picnic en Hanging Rock).
Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas finaliza con un epílogo cuyo desconcierto inicial es síntoma del mensaje del film: en un decorado antitético a los entornos naturales del resto del film, una aséptica habitación de hotel, se une lo material (Jen cuenta junto a su hija la suma de una serie de donaciones económicas) con lo cotidiano (la ducha en tiempo real de Tong, ahora convertido en un monje budista). La imagen de los tres viendo la televisión sentados en la cama subraya la aplastante monotonía en la que parecen sumidos hasta que, al igual que pasó en el comienzo del film, un contraplano desequilibra dicha monotonía con la irrupción de lo mágico. Que sólo Jen y Torn sean conscientes de este cambio certifica que han sido impregnado por su contacto con lo fantástico. Una vez abierto los ojos, su mundo ya nunca será el mismo. Precisamente la intención que Apichatpong Weerasethakul tiene con nosotros a través de esta extraña, subyugante, desconcertante pero penetrante Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas.
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