USA, 2001. 98m. C.
D.: John Carpenter P.: Sandy King G.: Larry Sulkis & John Carpenter I.: Natasha Henstridge, Ice Cube, Jason Statham, Clea DuVall F.: 2.35:1
Uno de los rasgos distintivos del cine de John Carpenter consiste en su inmediatez narrativa. El director de En la boca del miedo suele colocar a sus personajes en una situación límite para, a continuación, narrar de manera concisa, pero con todo lujo de detalles, sus intentos de salir de ese callejón sin salida. El resultado es un cine simple en su contenido y limpio en su contitente, pero que en cada secuencia, incluso en cada plano, trasmite lo que José Luis Guarner definió como el planer de narrar. En este sentido, Fantasmas de Marte supone una novedad en la filmografía de Carpenter, toda una paradoja teniendo en cuenta que su penúltimo trabajo cinematográfico puede considerarse como un recopilatorio de las señas de identidad de su cine.
Efectivamente, la historia del grupo policial que tiene que hacer frente a una amenaza externa (y desconocida), resistiendo encerrados en el interior de una prisión nos recuerda a uno de los primeros éxitos de Carpenter, Asalto a la comisaria del distrito 13, en la cual también se desarrollaba una alianza entre los presos y sus captores para intentar sobrevivir, adelgazando la línea entre los buenos y los malos (el fuera de la ley Desolation Williams, a quien la teniente Melanie Ballard ha ido a buscar junto a su equipo para su traslado, le dice que los polis y los criminales no son tan diferentes como aparentan). La aparición de una amenaza invisible que se apodera de la conciencia de aquellos a quienes contagia, transformándoles en sangrientos homicidas llenos de escarificaciones, transforma a Fantasmas de Marte en un remake de la mencionada Asalto a la comisaría del distrito 13 aderezado con la amenaza extraterrestre de La cosa.
Pero, más allá de estos detalles referenciales, lo que convierte a Fantasmas de Marte en un film de John Carpenter es la mirada con la que el director dibuja a sus personajes y presenta el territorio de acción. El personaje interpretado por Ice Cube, un criminal duro y descreído, pero, en el fondo, honorable y valiente, resulta una puesta al día del rol encarnado por Kurt Russell en films como 1997: Rescate en Nueva York, La cosa o Golpe en la pequeña China (mucho más blando y menos carismático, cierto, lo cual no es un defecto sino, como veremos más adelante, parte del mensaje de la película); de igual manera, Natasha Henstridge parece heredar el arrojo de las (escasas) heroínas carpenterianas de La noche de Halloween o La niebla.
Más allá de sus elementos inequívocamente fantásticos y su envoltorio de ciencia-ficción (la acción transcurre en el año 2176) Carpenter vuelve a acudir a su género favorito, el western, convirtiendo los desolados y rojizos escenarios marcianos en su particular Monument Valley y al grupo de amenazadores mineros poseídos en una tribu de indios que acosa a nuestros héroes buscando su cabellera (todas sus víctimas son decapitadas y sus cabezas son empaladas en picas, creando una macabra frontera territorial). La manera con la que éstos se automutilan a base de tremendos e improvisados piercings, palideciendo su piel con pintura blanca, recuerda a las pinturas de guerra de los pieles rojas.
Sí, como hemos visto, Fantasmas de Marte hace gala de un contenido cien por cien carpenteriano, ¿qué es lo que hace de este film una excepción en su ya larga filmografía? La respuesta es su estructura. Indicábamos al comienzo de estas líneas que una de las principales características de Carpenter es su mirada directa, vaciada de innecesarios adornos. Fantasmas de Marte hace gala de una construcción laberíntica que empieza con el formato en flashback (el grueso del metraje es el relato que Melanie cuenta a sus superiores sobre los sucesos acaecidos en la colonia minera) y que se subraya con la multiplicidad de puntos de vista con los que se construye ese relato. No se trata del famoso esquema Rashomon, un único suceso visto desde diferentes perspectivas, sino, más bien, de armar un puzzle en el que cada personaje aporta su particular pieza. Un conglomerado de historias dentro de historias que aporta un elemento desestabilizador al film, como si siempre faltara algo por saber, como si se nos estuviera escamoteando información o, directamente, lo que estamos viendo no sea del todo la verdad.
Hay una idea de puesta en escena que se repite a lo largo de todo el metraje y que, aparentemente, no tiene función narrativa alguna: los contínuos planos encadenados que siguen los movimientos de los personajes incluso sin cambiar de plano. Una figura estilística que se nos presenta por primera vez cuando Melanie se coloca con su droga personal mientras descansa en el tren que le transporta a su destino. Atendiendo a esto, y teniendo en cuenta que todo lo que se ve en la película está matizado por el punto de vista de Melanie, un punto de vista alterado, distorsionado, por el efecto de la droga tomada (como nos recuerda contínuamente esos planos encadenados), Fantasmas de Marte no nos cuenta tanto una historia, sino la interpretación subjetiva de esa historia de uno de los personajes principales (en varios momentos, los compañeros de Melanie le preguntan si está colocada), como ya en su momento señaló Tomás Fernández Valentí en las páginas del Dirigido por.
De esta manera, Fantasmas de Marte acaba descubriéndose como un film de mensaje feminista, fruto de la mirada femenina de su protagonista (al inicio del film, se nos informa de la consolidación de una sociedad matriarcal), quien tiene que tomar el mando ante sus torpes compañeros masculinos: todos los hombres del film son descritos con rasgos tan gruesos como paródicos: a pesar del peligro reinante, el sargento Jericho sólo piensa en los modos de seducir a Melanie; uno de los compinches de Desolation se cercena el pulgar al intentar hacerse el machito; la ingenua trampa con la que Melanie consigue encerrar a Desolation y sus hombres en la celda. La escena en la que Melanie es poseída por uno de esos fantasmas le permite conectarse a la conciencia de sus enemigos, descubriendo un pasado de corte patriarcal: Fantasmas de Marte acaba reduciéndose a un enfrentamiento entre dos grupos tribales, dispuestos a imponer, de manera sangrienta, el señorío de su sexo.
Posiblemente, la clave con la que descifrar esta compleja película la encontremos en la escena que la cierra. Los últimos planos del film dan un precipitado giro a los acontecimientos, con apariciones repentinas de personajes y diálogos artificiales, ofreciendo un conjunto que no dudaríamos en tildar de absurdo si no fuera porque en la última imagen uno de esos personajes se gira a cámara, nos mira y guiña el ojo en un gesto de complicidad directa con el espectador con el que decirnos que no todo lo que vemos es lo que parece en Fantasmas de Marte.
Efectivamente, la historia del grupo policial que tiene que hacer frente a una amenaza externa (y desconocida), resistiendo encerrados en el interior de una prisión nos recuerda a uno de los primeros éxitos de Carpenter, Asalto a la comisaria del distrito 13, en la cual también se desarrollaba una alianza entre los presos y sus captores para intentar sobrevivir, adelgazando la línea entre los buenos y los malos (el fuera de la ley Desolation Williams, a quien la teniente Melanie Ballard ha ido a buscar junto a su equipo para su traslado, le dice que los polis y los criminales no son tan diferentes como aparentan). La aparición de una amenaza invisible que se apodera de la conciencia de aquellos a quienes contagia, transformándoles en sangrientos homicidas llenos de escarificaciones, transforma a Fantasmas de Marte en un remake de la mencionada Asalto a la comisaría del distrito 13 aderezado con la amenaza extraterrestre de La cosa.
Pero, más allá de estos detalles referenciales, lo que convierte a Fantasmas de Marte en un film de John Carpenter es la mirada con la que el director dibuja a sus personajes y presenta el territorio de acción. El personaje interpretado por Ice Cube, un criminal duro y descreído, pero, en el fondo, honorable y valiente, resulta una puesta al día del rol encarnado por Kurt Russell en films como 1997: Rescate en Nueva York, La cosa o Golpe en la pequeña China (mucho más blando y menos carismático, cierto, lo cual no es un defecto sino, como veremos más adelante, parte del mensaje de la película); de igual manera, Natasha Henstridge parece heredar el arrojo de las (escasas) heroínas carpenterianas de La noche de Halloween o La niebla.
Más allá de sus elementos inequívocamente fantásticos y su envoltorio de ciencia-ficción (la acción transcurre en el año 2176) Carpenter vuelve a acudir a su género favorito, el western, convirtiendo los desolados y rojizos escenarios marcianos en su particular Monument Valley y al grupo de amenazadores mineros poseídos en una tribu de indios que acosa a nuestros héroes buscando su cabellera (todas sus víctimas son decapitadas y sus cabezas son empaladas en picas, creando una macabra frontera territorial). La manera con la que éstos se automutilan a base de tremendos e improvisados piercings, palideciendo su piel con pintura blanca, recuerda a las pinturas de guerra de los pieles rojas.
Sí, como hemos visto, Fantasmas de Marte hace gala de un contenido cien por cien carpenteriano, ¿qué es lo que hace de este film una excepción en su ya larga filmografía? La respuesta es su estructura. Indicábamos al comienzo de estas líneas que una de las principales características de Carpenter es su mirada directa, vaciada de innecesarios adornos. Fantasmas de Marte hace gala de una construcción laberíntica que empieza con el formato en flashback (el grueso del metraje es el relato que Melanie cuenta a sus superiores sobre los sucesos acaecidos en la colonia minera) y que se subraya con la multiplicidad de puntos de vista con los que se construye ese relato. No se trata del famoso esquema Rashomon, un único suceso visto desde diferentes perspectivas, sino, más bien, de armar un puzzle en el que cada personaje aporta su particular pieza. Un conglomerado de historias dentro de historias que aporta un elemento desestabilizador al film, como si siempre faltara algo por saber, como si se nos estuviera escamoteando información o, directamente, lo que estamos viendo no sea del todo la verdad.
Hay una idea de puesta en escena que se repite a lo largo de todo el metraje y que, aparentemente, no tiene función narrativa alguna: los contínuos planos encadenados que siguen los movimientos de los personajes incluso sin cambiar de plano. Una figura estilística que se nos presenta por primera vez cuando Melanie se coloca con su droga personal mientras descansa en el tren que le transporta a su destino. Atendiendo a esto, y teniendo en cuenta que todo lo que se ve en la película está matizado por el punto de vista de Melanie, un punto de vista alterado, distorsionado, por el efecto de la droga tomada (como nos recuerda contínuamente esos planos encadenados), Fantasmas de Marte no nos cuenta tanto una historia, sino la interpretación subjetiva de esa historia de uno de los personajes principales (en varios momentos, los compañeros de Melanie le preguntan si está colocada), como ya en su momento señaló Tomás Fernández Valentí en las páginas del Dirigido por.
De esta manera, Fantasmas de Marte acaba descubriéndose como un film de mensaje feminista, fruto de la mirada femenina de su protagonista (al inicio del film, se nos informa de la consolidación de una sociedad matriarcal), quien tiene que tomar el mando ante sus torpes compañeros masculinos: todos los hombres del film son descritos con rasgos tan gruesos como paródicos: a pesar del peligro reinante, el sargento Jericho sólo piensa en los modos de seducir a Melanie; uno de los compinches de Desolation se cercena el pulgar al intentar hacerse el machito; la ingenua trampa con la que Melanie consigue encerrar a Desolation y sus hombres en la celda. La escena en la que Melanie es poseída por uno de esos fantasmas le permite conectarse a la conciencia de sus enemigos, descubriendo un pasado de corte patriarcal: Fantasmas de Marte acaba reduciéndose a un enfrentamiento entre dos grupos tribales, dispuestos a imponer, de manera sangrienta, el señorío de su sexo.
Posiblemente, la clave con la que descifrar esta compleja película la encontremos en la escena que la cierra. Los últimos planos del film dan un precipitado giro a los acontecimientos, con apariciones repentinas de personajes y diálogos artificiales, ofreciendo un conjunto que no dudaríamos en tildar de absurdo si no fuera porque en la última imagen uno de esos personajes se gira a cámara, nos mira y guiña el ojo en un gesto de complicidad directa con el espectador con el que decirnos que no todo lo que vemos es lo que parece en Fantasmas de Marte.
3 comentarios:
No puedo por más estar en desacuerdo con la nota asignada pero de acuerdo con parte del texto
Para mí es una de las 10 peores películas que he visto en mi vida, claro que la vi antes de aficionarme a la serie B de los 50-60 y, por supuesto, a Asylum
Fantasmas de Marte me parece, cuando menos, de serie Z, y es que tendrá presupuesto pero es vergonzosamente cutre. Los mineros poseídos hacen gala de un vestuario, un maquillaje y unas actuaciones que ruborizarían al mismo 'Jesucristo, el cazador de vampiros'
No digo que no sea entretenida porque el rollo de la prisión y las situaciones de asedio a los protagonistas en lugares cerrados siempre me atraen pero lo de esta película no tiene nombre. Cuando salían a la calle, como dices muy de película de vaqueros, y los mineros están por ahí montando el follón, se me estaban subiendo los colores, que desastre xDD
Cada uno tiene su opinión pero ya te digo que esta es de las pocas películas que le disputan el puesto a mi querida 'Dracula 3000' y al señor Casper Van Dien
No te preocupes que detractores no le faltan a esta película.
No veo por ningún lado ese tufillo Serie Z que dices, sí que se nota un tono de ingenuidad pulp, pero creo que es deliberado.
Con sus defectos, que los tiene, "Fantasmas de Marte" me parece un perfecto ejemplo de la elegancia y cuidado de Carpenter a la hora de narrar una historia.
jajaja chida la peli
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