Polonia, 1962. 94m. BN
D.: Roman Polanski P.: Stanislaw Zylewicz G.: Jakub Goldberg, Roman Polanski & Jerzy Skolomowski I.: Leon Niemczyk, Jolanta Umecka, Zygmut Malanowicz F.: 1.33:1
Los títulos de crédito de El cuchillo en el agua, la primera película de Roman Polanski, y la única de nacionalidad polaca, nos muestran a la pareja protagonista, Andrzej y Krystyna, en el interior de su coche. Ella conduce. La cámara les enfoca de frente, pero está situada fuera del coche, por lo cual no podemos escuchar la discusión que mantienen y que finaliza cuando ella detiene el vehículo y se cambia de sitio, pasando a ser él el conductor. De nuevo en marcha, poco después Andrzej está a punto de atropellar a un joven que está haciendo autostop en medio de la carretera, y al que no sólo recogerán sino que le invitarán a acompañarles en su velero.
Si comienzo esta reseña con esta descripción de los primeros minutos de El cuchillo en el agua es porque en ellos se resumen tanto el sentido como el estilo de la película. El cuchillo en el agua es un perfecto ejemplo de lo que sería un thriller psicológico en estado químicamente puro desde el momento en el que a lo largo de su metraje no existe ningún conflicto dramático ni enfrentamiento directo. No hay, digamos, una trama, sino que se nos narran las veinticuatro horas que tres personas pasan juntas en un espacio reducido y del que no pueden salir. Una narración centrada en mostrarnos los pequeños instantes cotidianos que surgen en la travesía (la manera de dirigir el velero, con toda su parafernalia marina; preparar la comida; los juegos acuáticos entre la pareja; la manera con la cual él le pone crema a ella en la espalda), así como enfrentamientos pueriles y entretenimientos simples (especialmente, las contínuas peleas verbales entre Andrzey y el joven; o el juego de las prendas). La minuciosa ritualización con la que Polanski construye estas escenas nos alerta de que, a pesar de su tono cotidiano, algo turbio se está germinando en su interior.
El cuchillo en el agua plantea un enfrentamiento generacional de índole clasista, en el que el matrimonio personificaría una clase burguesa adinerada (como hace notar el joven al subir al flamante coche) que pasa el domingo navegando en el velero de su propiedad en el que todo movimiento está jerarquizado; y el joven, en cambio, representa un estilo de vida más inseguro pero, sin duda, más libre: es un vagabundo sin techo fijo quien, además, se desplaza a pie (no está atado a la tecnología moderna). No por casualidad, nunca se nos informa de su nombre: es un ser, en este sentido, totalmente libre. Pero, a medida que avanza el metraje, el mensaje se retuerce y no se conforma con construir una barrera entre los personajes, sino que Polanski la transforma en un espejo a través del cual éstos se reflejan en el otro: el matrimonio ve en su invitado la imagen de sí mismos cuando eran jóvenes y llenos de ideales, mientras que el chico anónimo se enfrenta a su futuro acomodado y aburrido.
Como si su contacto con la naturaleza (están a la merced del viento y del mar) les instigara a quitarse las máscaras cilivizadas que portan en su día a día, El cuchillo en el agua se va cargando de una sutil pero pegajosa tensión sexual a medida que avanza: una tensión cuyo vértice es la figura de Krystyna quien, en su primera aparición, no es mostrada con el pelo recogido y con unas gafas que le dan un aspecto severo, asexuado (como si su belleza estuviera "aplastada" por la recta presencia de su pareja). En el velero, el pelo suelto y mojado, así como el bikini que viste, explotará su carnalidad (como si la cercanía del joven le contagiara de su espíritu y su fuerza juvenil). La escena en la que los tres están recogidos en el minúsculo interior del velero es definitoria: él no puede evitar fijarse en ella cuando se está cambiando; después, mientras Andrzej se aparta para escuchar la radio (aislándose), ella le canta una canción al joven, a lo que éste responde con un poema, en lo que es una declaración de intenciones entre los en clave secreta.
El ritmo de El cuchillo en el agua se contagia de la cadencia con la que el velero es movido por el viento. Un ritmo lento y moroso que sumerge al espectador de un estado de tranquilidad que, en cualquier momento, puede ser virado bruscamente por un golpe de viento, surgiendo una atmósfera de inquietud, de deriva. A pesar de lo reducido del escenario y de contar con sólo tres actores, Polanski deja entrever un talento incipiente que se concentra en algunas imágenes de gran fuerza: el joven, agarrado a unas cuerdas, haciendo como que corre sobre el agua o el plano tomado desde la lejanía con el que muestra al trío intentando mover el velero encallado mientras son castigados por la tormenta que se ha desatado. Igualmente, el plano con el que cierra la película nos confirma que ya en su primer film, a la hora de enfrentarse a una encrucijada (moral, en este caso), Polanski utiliza su inquietante talento para abrir un camino por el medio, haciendo de la ambigüedad el tema rector de su cine.
Si comienzo esta reseña con esta descripción de los primeros minutos de El cuchillo en el agua es porque en ellos se resumen tanto el sentido como el estilo de la película. El cuchillo en el agua es un perfecto ejemplo de lo que sería un thriller psicológico en estado químicamente puro desde el momento en el que a lo largo de su metraje no existe ningún conflicto dramático ni enfrentamiento directo. No hay, digamos, una trama, sino que se nos narran las veinticuatro horas que tres personas pasan juntas en un espacio reducido y del que no pueden salir. Una narración centrada en mostrarnos los pequeños instantes cotidianos que surgen en la travesía (la manera de dirigir el velero, con toda su parafernalia marina; preparar la comida; los juegos acuáticos entre la pareja; la manera con la cual él le pone crema a ella en la espalda), así como enfrentamientos pueriles y entretenimientos simples (especialmente, las contínuas peleas verbales entre Andrzey y el joven; o el juego de las prendas). La minuciosa ritualización con la que Polanski construye estas escenas nos alerta de que, a pesar de su tono cotidiano, algo turbio se está germinando en su interior.
El cuchillo en el agua plantea un enfrentamiento generacional de índole clasista, en el que el matrimonio personificaría una clase burguesa adinerada (como hace notar el joven al subir al flamante coche) que pasa el domingo navegando en el velero de su propiedad en el que todo movimiento está jerarquizado; y el joven, en cambio, representa un estilo de vida más inseguro pero, sin duda, más libre: es un vagabundo sin techo fijo quien, además, se desplaza a pie (no está atado a la tecnología moderna). No por casualidad, nunca se nos informa de su nombre: es un ser, en este sentido, totalmente libre. Pero, a medida que avanza el metraje, el mensaje se retuerce y no se conforma con construir una barrera entre los personajes, sino que Polanski la transforma en un espejo a través del cual éstos se reflejan en el otro: el matrimonio ve en su invitado la imagen de sí mismos cuando eran jóvenes y llenos de ideales, mientras que el chico anónimo se enfrenta a su futuro acomodado y aburrido.
Como si su contacto con la naturaleza (están a la merced del viento y del mar) les instigara a quitarse las máscaras cilivizadas que portan en su día a día, El cuchillo en el agua se va cargando de una sutil pero pegajosa tensión sexual a medida que avanza: una tensión cuyo vértice es la figura de Krystyna quien, en su primera aparición, no es mostrada con el pelo recogido y con unas gafas que le dan un aspecto severo, asexuado (como si su belleza estuviera "aplastada" por la recta presencia de su pareja). En el velero, el pelo suelto y mojado, así como el bikini que viste, explotará su carnalidad (como si la cercanía del joven le contagiara de su espíritu y su fuerza juvenil). La escena en la que los tres están recogidos en el minúsculo interior del velero es definitoria: él no puede evitar fijarse en ella cuando se está cambiando; después, mientras Andrzej se aparta para escuchar la radio (aislándose), ella le canta una canción al joven, a lo que éste responde con un poema, en lo que es una declaración de intenciones entre los en clave secreta.
El ritmo de El cuchillo en el agua se contagia de la cadencia con la que el velero es movido por el viento. Un ritmo lento y moroso que sumerge al espectador de un estado de tranquilidad que, en cualquier momento, puede ser virado bruscamente por un golpe de viento, surgiendo una atmósfera de inquietud, de deriva. A pesar de lo reducido del escenario y de contar con sólo tres actores, Polanski deja entrever un talento incipiente que se concentra en algunas imágenes de gran fuerza: el joven, agarrado a unas cuerdas, haciendo como que corre sobre el agua o el plano tomado desde la lejanía con el que muestra al trío intentando mover el velero encallado mientras son castigados por la tormenta que se ha desatado. Igualmente, el plano con el que cierra la película nos confirma que ya en su primer film, a la hora de enfrentarse a una encrucijada (moral, en este caso), Polanski utiliza su inquietante talento para abrir un camino por el medio, haciendo de la ambigüedad el tema rector de su cine.
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