martes, 13 de septiembre de 2011

Anticristo

(Antichrist)
Dinamarca/Alemania/Francia/Suecia/Italia/Polonia, 2009. 108m. C.
D.: Lars von Trier P.: Meta Louise Foldager G.: Lars von Trier I.: Willem Dafoe, Charlotte Gainsbourg, Storm Acheche Sahlstrøm

Teniendo en cuenta que el cine de terror ha sido considerado, desde sus inicios, como el género cinematográfico dedicado a reflejar los miedos que anidan en el interior del ser humano, representando en la pantalla sus fobias y oscuros deseos, resulta lógico que, a la hora de exorcizar sus angustias y ansiedades, Lar von Trier decidiera sumergirse de manera oficial en el interior de un cine que, hasta el momento, bordeaba sin llegar a penetrar en él. Desde el manierismo de Europa, pasando por la intervención divina de corte dreyeriana de Rompiendo las olas, las fugas mentales musicales de Bailar en la oscuridad o la abstracción escénica de Dogville, el cine de Von Trier siempre se ha visto contagiado de un sutil impulso fantastique procedente de la mirada con la que su director se dedica a desmontar y personalizar los contenidos que forman sus películas, ya sea a través de la exacerbación grotesca del melodrama (Rompiendo las olas) o la aparente ruptura con las normas básicas de la puesta en escena y la narrativa fílmica (Los idiotas).

Y es esta personal mirada la que convierte a Anticristo en un desafío, una auténtica pieza de resistencia, tanto para el seguidor de la obra del realizador danés como para el aficionado al género fantaterrorífico. Von Trier acude a los lugares comunes de este tipo de cine (la cabaña aislada en el medio de un brumoso bosque que parece tener vida propia -el ruido que hacen las bellotas al caer sobre el tejado, los árboles que caen derribados-; las referencias a las persecuciones que ha recibido la mujer a lo largo de la historia -y que podría servir de analogía al papel de la mujer en las horror movies- y que introduce el tema de la brujería; la presencia del Mal absoluto y su identificación con Satán; la mutilación física como consecuencia extrema del miedo) para fusionarlos con su propio universo fílmico, logrando un peculiar producto que funciona tanto como muestra prototípica del género (por su capacidad para inquietar y perturbar al espectador) como radical deconstrucción del mismo a través de un autor consagrado.

Anticristo comienza con un prólogo consistente en una secuencia en blanco y negro cuyo ensimismado esteticismo supone una declaración de principios en varios sentidos: inicialmente, sirve para presentar los elementos conceptuales que se desarrollarán a lo largo de la película -la relación entre sexo/culpa/muerte, principalmente-. Pero al comparar ese prólogo con el estilo -radicalmente diferente- de las escenas del primer capítulo (y que marca el camino a seguir por el resto), Von Trier plantea una separación entre dos planos diferentes de la realidad a nivel estilístico. Mientras que las escenas que siguen al matrimonio protagonista (identificados como "Él" y "Ella"), quienes intentan superar la muerte de su hijo pequeño, están visualizadas con una fotografía templequeante y un montaje abrupto; la irrupción de las poderosas fuerzas telúricas que invaden la narración -en ocasiones, de manera subliminal- hacen gala de un elaborado formalismo -la utilización de la cámara lenta, los efectos visuales y un diseño de sonido violento y enrarecido-.

A lo largo de Anticristo se plantea un enfrentamiento entre lo humano y la naturaleza, entre lo espiritual y lo terrenal. El marido, psicólogo de profesión, intenta tratar la profunda depresión en la que ha caído su esposa a través de unos métodos que se traducen en una serie de disquisiciones existenciales y filosóficas que buscan el descifrar y curar el dolor que les está devorando por dentro. En contraste a esa perspectiva metafísica, el bosque les responde con su cara más terriblemente física: el ciervo que lleva colgando el cadáver de su cría no-nata; el zorro que se está comiendo sus propias tripas; el águila que devora el cuerpo de un pájaro. Incluso será un animal -un zorro- quien le comunique directamente al marido que acaban de internarse en un territorio dominado por unas fuerzas tan poderosas como desconocidas contra las que están indefensos y en el que lo familiar se vuelve amenazador (la cabaña se llama Edén, pero se convertirá en un infierno para los dos).

Como si el profundo estado depresivo en el que ha caído hubiera abierto una puerta en su percepción hasta el momento cerrada, la mujer se verá atraída por la llamada de este territorio hostil al que teme pero al que, inevitablemente, pertenece (en una imagen, vemos como se fusiona con la verde hierba sobre la que está tumbada) y al que no pertenece su marido: tras intentar infructuosamente hacer el amor con él, ella se masturbará frenéticamente en medio del bosque, ofreciendo así tanto su cuerpo desnudo como su energía sexual. No resulta extraño que, en sus pasajes finales, Anticristo se centre en la salvaje exhibición de la degradación física a través de la brutal mutilación de los respectivos genitales del hombre y la mujer, rompiendo, de esta forma, cualquier conexión natural entre ambos.

Anticristo es, que duda cabe, un título controvertido y de vocación provocadora. Pero no ha de verse este afán de escandalizar como la consecuencia de un director con ínfulas de enfant terrible vitalicio (o, al menos, no únicamente), sino el esfuerzo del realizador de El elemento del crimen por desarmar las defensas del espectador a través de la vulneración de los tabúes establecidos tanto en los contenidos (los insertos pornográficos; la violencia en clave ultragore; la explotación del dolor físico y emocional) como en el continente (pasando de Secretos de un matrimonio, de Ingmar Bergman, a Posesión infernal, de Sam Raimi, en cuestión de minutos). El espectador es colocado en un territorio desconocido e impredecible en el que sus propios sentimientos navegan a la deriva -del desconcierto al miedo, de lo risible a lo fascinante- haciendo de Anticristo una experiencia seguramente no placentera, incluso puede que fallida. Pero, sin duda, única.

3 comentarios:

mariano dijo...

Buen ejemplo del saber hacer de Von Trier. Una historia que tratada de forma "realista" no tendría ni pies ni cabeza, gracias a la jugada inteligentísima que supone ese recurso a las "fuerzas telúricas" hacen que entre de forma muy potente y convincente en el terreno de lo simbólico.
Me sobraron, eso sí, ese exceso de guiños un tanto superficiales a Tarkovski.

Txema SG dijo...

Como dijo el propio director "Todas mis películas, son un coñazo sin excepción".

Que razón tenía XD

José M. García dijo...

Mariano: la dedicatoria final al cineasta ruso, al parecer, desató las carcajadas de parte del público en su pase en Cannes (no muy educado, por otro lado). Aunque son detectables las huellas del director de "Solaris", creo que Von Trier las personaliza para hacerlas suyas.

Yota: teniendo en cuenta que en la rueda de prensa de la presentación en Cannes de "Anticristo" dijo, textualmente, "soy el mejor director del mundo", creo que no hay que tomarse muy en serio las palabras de un director que es todo un provocador nato.