martes, 9 de agosto de 2011

Yatterman

(Yattâman)
Japón, 2009. 119m. C.
D.: Takashi Miike P.: Yoshinori Chiba, Naoki Sato, Takahiro Sato & Akira Yamamoto G.: Masashi Sogo, basado en la idea y los personajes creados por Tatsuo Yoshida I.: Shô Sakurai, Kyôko Fukada, Saki Fukuda, Katsuhisa Namase

Ver Yatterman con el recuerdo de las recientes adaptaciones cinematográficas americanas de superhéroes nacidos en las páginas de los comics refleja la que posiblemente sea una de las mayores diferencias entre la industria japonesa y la norteamericana a la hora de trasladar a la pantalla grande y mediante actores de carne y hueso personajes o historias nacidos en otros medios (el caso que nos ocupa, una serie de animación de los años 70). Mientras que desde Hollywood el proceso de adaptación conlleva un ejercicio de modificación, de cambio, haciendo evidente la escasa confianza (e, incluso, simpatía) que se tiene por el producto de base (ahí tenemos todos los desaguisados que se han hecho -y se siguen- con el uniforme de Batman desde la película fundacional de Tim Burton, como si no se creyera en las habilidades detectivescas y marciales -en su ingenio, en suma- del hombre murciélago para combatir el crimen sin necesidad de una pesada armadura que le impide moverse), en Japón parece haberse llegado a un pacto implícito con el espectador, siendo tan importante la fidelidad al espíritu y a las formas como su viabilidad a la hora de plasmarlo en la pantalla. En suma, la audiencia nipona quiere ver los mismos elementos que disfrutaban en la televisión, el cómic o la consola, no una versión alterada o tergiversada de los mismos, aunque para ello tenga que realizar un radical acto de suspensión de la credibilidad (un ejemplo extremo sería la serie de televisión de imagen real de Sailor Moon en la cual Luna, la gata de la protagonista, era un simple muñeco de peluche parlante).

El comienzo de Yatterman puede servir de transparente ejemplo de cómo debería ser una adaptación cinematográfica de este tipo. La escena que sirve de presentación de los personajes protagonistas nos sitúa en el enésimo enfrentamiento entre Yatterman (grupo compuesto por la pareja de adolescentes Gan Takada y Ai Kaminari bajo los alias de Número 1 y Número 2 respectivamente, acompañados de su robot-mascota Omotchama y de su mecha con forma de perro Yatter-Wan) y el grupo de villanos Dorombo (formado por la atractiva y despiadada líder Doronjo y sus esbirros Boyacky y Tonzura, a bordo del mecha fabricado para la ocasión). El travelling que abre la película supone toda una declaración de principios: la cámara se pasea por el campo de batalla, la plaza de una ciudad, desolada por la destrucción hasta niveles casi apocalípticos. Efectivamente, parece decirle Yatterman a su público, aquí vais a presenciar las mismas aventuras que disfrutabais delante de la televisión, pero con una espectacularidad y grandilocuencia como jamás habíais soñado.

Y para poner en pie tan magno universo se hace gala de un despliegue desbordante de efectos especiales digitales que confirma a la industria comercial nipona como la que mejor ha sabido asimilar y aprovechar los avances tecnológicos en el campo de la infografía, no en términos de espectacularidad, sino de funcionalidad. Así, los omnipresentes efectos visuales sirven tanto para lo pirotécnico (los diferentes mechas, las explosiones, los movimientos imposibles de los protagonistas) como para lo narrativo (recreando las formas expresivas del anime con sus golpes, caídas, personajes volando por los aires o aplastados) e, incluso, a la hora de modelar la atmósfera del momento (los cielos virtuales que representan el estado de ánimo de los personajes). Los efectos especiales no como medio de superioridad y poderío tecnológico, sino como herramienta para conferir verosimilitud, que no realismo, a todo un mundo de ficción.

La coherencia interna que mantiene en pie a Yatterman viene dada por una desarmante ingenuidad a la hora de dibujar tanto a los personajes como a sus acciones. Una ingenuidad que desarrolla un acercamiento metalingüístico a los hechos narrados (en varias ocasiones los protagonistas reconocen que pelean contra sus enemigos una vez a la semana, haciendo alusión a la periodicidad semanal de la serie original) a la vez que permite crecer la humanidad en unos personajes que consiguen escapar de su formas paródicas para mostrarnos sus sentimientos (la siempre truncada historia de amor entre Boyacky y Doronjo; o la atracción que esta última siente por el héroe). En este sentido resulta muy revelador la visualización de los deseos de Doronjo, quien se vé a sí misma como una fiel esposa que espera su primer hijo en un bucólico marco de enternecedor tono naïf.

Yatterman vuelve a acreditar a su director, Takashi Miike, como el realizador más versátil del panorama cinematográfico actual, capaz de saltar de una densa y grave historia de samuráis que compite por la Palma de Oro en el Festival de Cannes como Hara-Kiri. Death of a Samurai a un producto comercial y de corte infantil dispuesto para arrasar en las taquillas como el que nos ocupa, trabajando con la misma convicción y entrega tanto un material como el otro. De artífice de films de terror extremo como Audition y retorcidas historias de yakuzas como la trilogía Dead or Alive a valor seguro dentro de la industria mainstream (con hitos en el box office nipón como Llamada perdida, Zebraman o el díptico de Crows Zero, todas ellas, por otro lado, estupendas películas), Yatterman parece resumir en los saltos genéricos de su alucinante metraje (de la ciencia-ficción a la fantasía erótica, del musical al romanticismo adolescente, del cine de artes marciales a la aventura de corte mitológico, de la comedia slapstick al drama sentimental) los funambulistas malabarismos de una filmografía cuya clave del éxito parece ser la confianza y el esfuerzo por el trabajo bien hecho.


3 comentarios:

Lord_Pengallan dijo...

Quizás la diferencia de acercamiento se deba a que los estaodunidenses huyen de lo friki al conseiderar que el gran público lo desprecia o le disuade mientras que los japos piensan primero en los fieles fans porque para ellos es normal. Es el tema de que allí todo el mundo lee mangas y hay mangas para todo tipo de personas mientras que los supers, el mainstream no olvidemos, sólo es para chicos jóvenes.

José M. García dijo...

Está claro que se trata de un caso de educación, de que, como indicas, los japoneses están más acostumbrados a aceptar ese tono o esos elementos.

También hay que tener en cuenta que tienen una perspectiva más distanciada, más irónica, a la hora de tratar los temas en los manga o el anime, lo que hace que incluso en la historia más seria o dramática no sea extraño encontrar momentos ya no divertidos, sino directamente hilarantes. O la cantidad de animes o mangas volcados al humor más absurdo y surrealista.

Esto ahí se acepta como normal, mientras que en el cómic de superhéroes tiende a un tono más grave e incluso los golpes de humor están muy controlados.

Anónimo dijo...

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