USA, 2010. 88m. C.
D.: John Carpenter P.: Peter Block, Doug Mankoff, Mike Marcus & Andrew Spaulding G.: Michael Rasmussen & Shawn Rasmussen I.: Amber Heard, Mamie Gummer, Danielle Panabaker, Laura-Leigh
Hacer un repaso hoy en día de los directores más importantes del cine de terror americano de los 70 (y comienzos de los 80), convertido hoy en piedra angular del género vistas las numerosas producciones recientes que apuntan a esa década, da como resultado un balance descorazonador. Mientras que Wes Craven puede sentirse afortunado de seguir estrenando sus trabajos en las salas de cine (a pesar de tener que revivir a la supuesta trilogía de Scream para poder recuperar el favor del público), otros nombres importantes como Tobe Hooper, George A. Romero, Don Coscarelli, John McNaughton o Stuart Gordon se han visto relegados o bien a la televisión o al mercado doméstico vía DVD. En este sentido, una serie como Maestros del Horror no suponía tanto un homenaje a algunos de esos nombres en forma de antologías de terror, sino una especie de reducto catódico que sirviera para sacarles de la inactividad laboral.
Sería en la primera temporada de la serie creada por Mick Garris donde John Carpenter demostró a todos aquellos que lo dudaban que aún conservaba el buen pulso con el excelente El fin del mundo en 35mm. (el mejor episodio de esa primera tanda junto al escalofriante Huella, de Takashi Miike). Pero, como unas negras nubes que se cruzaran para tapar la luz del sol, los nueve años que separan The Ward de su trabajo anterior, la vapuleada pero muy interesante Fantasmas de Marte, colocan al director de La cosa en un terreno muy cercano a sus compañeros de generación, encontrando serias dificultades para financiar sus proyectos.
A raíz de lo dicho, el visionado del último film de John Carpenter supone un cierto desafío para el aficionado tanto al género en general como al director de La noche de Halloween en particular, cuyas expectativas son parejas al impulso por reivindicar a su realizador ante cualquier nuevo título. En este sentido, la importancia de The Ward no viene dada por ser un gran film, sino por su condición de representante de una mirada clásica y, hasta cierto punto, pura hacia el ejercicio del cine fantástico que, en los tiempos postmodernos que vivimos, corre el riesgo de ser tratado como un trabajo demodé.
Porque, en primera instancia, The Ward nos propone un relato clásico de fantasmas en el que el caserón encantado ha sido sustituido por un hospital psiquiátrico femenino durante los años 60 (uno de los varios puntos comunes con el Sucker Punch de Zack Snyder). El prólogo del film, en el que la cámara se pasea por los pasillos inundados en sombras del lugar, apenas iluminados por los relámpagos que rasgan el cielo, mientras la lluvia golpea los cristales de las ventanas, convierten al estéril escenario en la versión moderna de los castillos góticos llenos de telarañas. Durante su primera mitad, The Ward parece querer echar un pulso entre su vocación tradicional (potenciada por la cuidada y, como siempre, elegante puesta en escena en scope de Carpenter) y sus apuntes modernos (las apariciones del fantasma siguen el canon impuesto por las muy influyentes muestras japonesas del género; la utilización de golpes de efecto sonoros para sobresaltar al espectador).
Pero a pesar de encontrarnos ante un título de encargo (así parece atestiguarlo el hecho de que su director no firme ni el guión ni la banda sonora) The Ward establece nexos de unión con anteriores trabajos de Carpenter. Por un lado, se confirma la perspectiva física con la que Carpenter acomete el elemento sobrenatural -como sucedía en La niebla o El príncipe de las tinieblas-, reflejada en los brutales métodos que utiliza el espectro para acabar con sus víctimas o la pelea entre la protagonista y el fantasma, en la que destaca el impactante hachazo con el que la primera detiene a la repulsiva criatura.
Por otro lado, con The Ward Carpenter vuelve a interesarse por la relatividad de los puntos de vista propiciada por la subjetividad de una mente desquiciada que ya había ensayado en Fantasmas de Marte. Los créditos suponen todo un aviso al espectador atento: las imágenes de una serie de grabados y fotografías que reproducen todo tipo de tortuosos métodos utilizados por las instituciones médicas para curar la demencia a lo largo de la historia (adelantando los expeditivos métodos curativos que se utilizan en la institución mental en el que transcurre la casi totalidad del film) que se rompen como si fueran cristal (avisándonos de que no todo es lo que parece). El clímax final de The Ward demuestra tanto el inmaculado talento de su director -orquestando un trepidante tour de force lleno de persecuciones, enfrentamientos, sustos y sorpresas- como sus intenciones: el giro final supone un guiño a la clásica The Twilight Zone que corrobora una mirada hacia el pasado no carente de cierta tristeza.
Sería en la primera temporada de la serie creada por Mick Garris donde John Carpenter demostró a todos aquellos que lo dudaban que aún conservaba el buen pulso con el excelente El fin del mundo en 35mm. (el mejor episodio de esa primera tanda junto al escalofriante Huella, de Takashi Miike). Pero, como unas negras nubes que se cruzaran para tapar la luz del sol, los nueve años que separan The Ward de su trabajo anterior, la vapuleada pero muy interesante Fantasmas de Marte, colocan al director de La cosa en un terreno muy cercano a sus compañeros de generación, encontrando serias dificultades para financiar sus proyectos.
A raíz de lo dicho, el visionado del último film de John Carpenter supone un cierto desafío para el aficionado tanto al género en general como al director de La noche de Halloween en particular, cuyas expectativas son parejas al impulso por reivindicar a su realizador ante cualquier nuevo título. En este sentido, la importancia de The Ward no viene dada por ser un gran film, sino por su condición de representante de una mirada clásica y, hasta cierto punto, pura hacia el ejercicio del cine fantástico que, en los tiempos postmodernos que vivimos, corre el riesgo de ser tratado como un trabajo demodé.
Porque, en primera instancia, The Ward nos propone un relato clásico de fantasmas en el que el caserón encantado ha sido sustituido por un hospital psiquiátrico femenino durante los años 60 (uno de los varios puntos comunes con el Sucker Punch de Zack Snyder). El prólogo del film, en el que la cámara se pasea por los pasillos inundados en sombras del lugar, apenas iluminados por los relámpagos que rasgan el cielo, mientras la lluvia golpea los cristales de las ventanas, convierten al estéril escenario en la versión moderna de los castillos góticos llenos de telarañas. Durante su primera mitad, The Ward parece querer echar un pulso entre su vocación tradicional (potenciada por la cuidada y, como siempre, elegante puesta en escena en scope de Carpenter) y sus apuntes modernos (las apariciones del fantasma siguen el canon impuesto por las muy influyentes muestras japonesas del género; la utilización de golpes de efecto sonoros para sobresaltar al espectador).
Pero a pesar de encontrarnos ante un título de encargo (así parece atestiguarlo el hecho de que su director no firme ni el guión ni la banda sonora) The Ward establece nexos de unión con anteriores trabajos de Carpenter. Por un lado, se confirma la perspectiva física con la que Carpenter acomete el elemento sobrenatural -como sucedía en La niebla o El príncipe de las tinieblas-, reflejada en los brutales métodos que utiliza el espectro para acabar con sus víctimas o la pelea entre la protagonista y el fantasma, en la que destaca el impactante hachazo con el que la primera detiene a la repulsiva criatura.
Por otro lado, con The Ward Carpenter vuelve a interesarse por la relatividad de los puntos de vista propiciada por la subjetividad de una mente desquiciada que ya había ensayado en Fantasmas de Marte. Los créditos suponen todo un aviso al espectador atento: las imágenes de una serie de grabados y fotografías que reproducen todo tipo de tortuosos métodos utilizados por las instituciones médicas para curar la demencia a lo largo de la historia (adelantando los expeditivos métodos curativos que se utilizan en la institución mental en el que transcurre la casi totalidad del film) que se rompen como si fueran cristal (avisándonos de que no todo es lo que parece). El clímax final de The Ward demuestra tanto el inmaculado talento de su director -orquestando un trepidante tour de force lleno de persecuciones, enfrentamientos, sustos y sorpresas- como sus intenciones: el giro final supone un guiño a la clásica The Twilight Zone que corrobora una mirada hacia el pasado no carente de cierta tristeza.
4 comentarios:
Me han entrado tantas ganas de verla que ya la tengo preparadita para disfrutarla esta semana.
Un saludo.
Me alegro y espero que te guste. Es una película que ha pasado muy desapercibida (a estas alturas, aún sigue inédita en nuestro país) y no lo merece. Sin ser un logro excepcional, sí es un muy notable ejercicio de terror.
Como bien dices tiene muchos puntos en común con Sucker Punch, pero también con Shutter Island, e todo caso me ha gustado mucho con un ritmo perfecto y unos golpes de efecto muy conseguidos.
Lo de los golpes de efecto no me acaba de convencer y creo que The Ward abusa de ellos. Con todo, un ejemplo de buen oficio por parte de Carpenter al que tampoco habría que sobrevalorar.
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