Canadá, 1980. 107m. C.
D.: Peter Medak P.: Garth H. Drabinsky & Joel B. Michaels G.: William Gray & Diana Maddox, basado en una idea de Russell Hunter I.: George C. Scott, Trish Van Devere, Melvyn Douglas, Jean Marsh F.: 1.85:1
La primera vez que el protagonista de Al final de la escalera visita la imponente mansión que se convertirá en su hogar, la vendedora le comenta que se pensó en convertir el lugar en un museo, pero que, finalmente, no sucedió. "Supongo que las casas están hechas para vivir en ellas", le dice. Esta frase adquiere una escalofriante perspectiva al relacionarla con los travellings que recorren el interior de la casa como si fuera su propio punto de vista. Esta personalización del espíritu de la mansión nos viene a decir que las casas no sólo tienen que vivirse, sino que, además, éstas necesitan ser vividas. Necesitan ser ocupadas por unos inquilinos con los que compartir una misma existencia, entrando en una comunión común.
Tras el prólogo que nos muestra el desgraciado accidente por el cual el compositor John Russell ha perdido a su mujer y a su hija, éste regresa a la casa que compartió con su familia, ahora completamente desnuda, una vez eliminados todos los objetos personales. Aunque a simple vista sus vacías habitaciones podrían darnos la impresión de estar ante un piso nuevo, desocupado, un penetrante sentimiento de anhelo se desprende de sus paredes, como si éstas hubieran absorbido el ambiente familiar que acogieron. Una vez instalado en su nuevo hogar, vemos a John tocando su piano. La cámara se le acerca por la espalda dando la impresión de que alguien le está vigilando. Cuando John abandone la estancia, la cámara encuadra las teclas del piano y una de ellas, de repente, se pulsa sola. La casa se interesa por su nuevo ocupante, analizando con curiosidad aquello que le define (su relación con la música).
No es extraño, por tanto, que la primera vez que John Russell detecta la presencia de lo sobrenatural sea en un momento de debilidad: cuando permanece en la cama llorando, atormentado por el recuerdo del momento en el que presenció la muerte de su familia, unos estruendosos golpes resuenan por toda la casa, como si ésta estableciera una conexión con su pena. A raíz de esto, que Al final de la escalera parta de una tragedia personal para entrar en el terreno del sentimentalismo fantástico resulta lógico. Después de todo, nos encontramos ante dos seres condenados a la soledad causada por la pérdida de sus allegados (la casa ha permanecido inhabitada durante los doce ultimos años, después de los aciagos sucesos acaecidos en ella).
Sin embargo, que a partir de ahí Peter Medak y sus guionistas conviertan el film en un thriller hace de Al final de la escalera una contradicción: una película de casa encantada que no quiere vivir en el terreno de los fantasmas. La atmósfera desarrollada durante la primera parte, situada en el interior de la mansión, que mezcla lo misterioso y lo melancólico, y con escenas tan inquietantes como la pelota que cae por los escalones (y que ofrece la mejor planificación de toda la película, especialmente por ese corte de montaje que dinamita de un plumazo la mirada racional del protagonista), esa atmósfera, decíamos, desaparece para dar lugar a una investigación, alejada del centro del terror, en la que los personajes dejan de ser víctimas del más allá para ser meros mensajeros.
Poco importa que, en su clímax final, Al final de la escalera eche mano del espectáculo pirotécnico (las puertas que se abren y cierran; el fuerte viento que arrastra al protagonista; los espejos estallando; el fuego que recorre la barandilla de la escalera) e incluso apunte alguna idea especialmente afortunada (la fuga mental hacia el pasado de uno de los personajes y que conecta con el presente del protagonista). La moderación en su acercamiento a los fenómenos poltergeist reflejan el acercamiento cauto a lo sobrenatural de un título para el cual lo fantástico no es ni un punto de partida ni un objetivo, sino una excusa.
Tras el prólogo que nos muestra el desgraciado accidente por el cual el compositor John Russell ha perdido a su mujer y a su hija, éste regresa a la casa que compartió con su familia, ahora completamente desnuda, una vez eliminados todos los objetos personales. Aunque a simple vista sus vacías habitaciones podrían darnos la impresión de estar ante un piso nuevo, desocupado, un penetrante sentimiento de anhelo se desprende de sus paredes, como si éstas hubieran absorbido el ambiente familiar que acogieron. Una vez instalado en su nuevo hogar, vemos a John tocando su piano. La cámara se le acerca por la espalda dando la impresión de que alguien le está vigilando. Cuando John abandone la estancia, la cámara encuadra las teclas del piano y una de ellas, de repente, se pulsa sola. La casa se interesa por su nuevo ocupante, analizando con curiosidad aquello que le define (su relación con la música).
No es extraño, por tanto, que la primera vez que John Russell detecta la presencia de lo sobrenatural sea en un momento de debilidad: cuando permanece en la cama llorando, atormentado por el recuerdo del momento en el que presenció la muerte de su familia, unos estruendosos golpes resuenan por toda la casa, como si ésta estableciera una conexión con su pena. A raíz de esto, que Al final de la escalera parta de una tragedia personal para entrar en el terreno del sentimentalismo fantástico resulta lógico. Después de todo, nos encontramos ante dos seres condenados a la soledad causada por la pérdida de sus allegados (la casa ha permanecido inhabitada durante los doce ultimos años, después de los aciagos sucesos acaecidos en ella).
Sin embargo, que a partir de ahí Peter Medak y sus guionistas conviertan el film en un thriller hace de Al final de la escalera una contradicción: una película de casa encantada que no quiere vivir en el terreno de los fantasmas. La atmósfera desarrollada durante la primera parte, situada en el interior de la mansión, que mezcla lo misterioso y lo melancólico, y con escenas tan inquietantes como la pelota que cae por los escalones (y que ofrece la mejor planificación de toda la película, especialmente por ese corte de montaje que dinamita de un plumazo la mirada racional del protagonista), esa atmósfera, decíamos, desaparece para dar lugar a una investigación, alejada del centro del terror, en la que los personajes dejan de ser víctimas del más allá para ser meros mensajeros.
Poco importa que, en su clímax final, Al final de la escalera eche mano del espectáculo pirotécnico (las puertas que se abren y cierran; el fuerte viento que arrastra al protagonista; los espejos estallando; el fuego que recorre la barandilla de la escalera) e incluso apunte alguna idea especialmente afortunada (la fuga mental hacia el pasado de uno de los personajes y que conecta con el presente del protagonista). La moderación en su acercamiento a los fenómenos poltergeist reflejan el acercamiento cauto a lo sobrenatural de un título para el cual lo fantástico no es ni un punto de partida ni un objetivo, sino una excusa.
2 comentarios:
Me habían hablado muy bien de ella y acabé viéndola hace algunos años. No es de mis favoritas, lo único que me resultó interesante la ambientación de la casa, esos geniales travellings (sobre todo el que va la buhardilla) y los objetos de la misma
El resto, los sustos y momentos de tensión, para mi, no estaban muy logrados, pero también hay que reconocer que era 1980 y causar miedo sin mostrar nada -fantasmas, monstruos, espíritus, lo que fuera- no era muy común
Sin duda, lo mejor es cuando la acción se concentra en la casa, de cuyo interior nunca deberíamos salir.
En cuanto a los sustos, hay de cal y de arena: en lo primero, sin duda, la famosa escena de la pelota; en lo segundo, la ridícula utilización de la silla de ruedas.
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