USA, 1985. 81m. C.
D.: Bill Leslie & Terry Lofton P.: Terry Lofton G.: Terry Lofton I.: Rocky Patterson, Ron Queen, Beau Leland, Michelle Meyer F.: 1.85:1
Pistola de clavos comienza directamente mostrándonos la violación múltiple a la que es sometida una desgraciada joven por parte de un grupo de rudos trabajadores de la construcción. La secuencia se corta de seco para pasar, sin solución de continuidad, a un escenario diferente: una mujer tiende la ropa acompañada de su hijo, apenas un bebé, mientras su orondo marido la llama a gritos desde el interior de la cabaña que tienen en medio del bosque. Un misterioso individuo, vestido con un traje de camuflaje y un casco de motorista negro, penetra en la casa y acribilla a quemarropa al hombre con la pistola de clavos que porta. Son dos escenas que comparten su falta total de explicaciones, su renuncia a situar al espectador en un contexto concreto. De hecho, a pesar de lo que pudiera pensarse en un primer momento, estas dos situaciones están separadas por un periodo de tiempo inconcreto que nos es ocultado con una radical elipsis. Parece claro que los directores del film quieren ahorrar a su público cualquier tipo de información adicional más allá de la acción pura. El hecho en sí mismo considerado.
Así, Pistola de clavos supone un cruce entre el concepto básico del rape & revenge de La violencia del sexo y el bricolaje granguiñolesco de Viernes 13. Modelos a los que Pistola de clavos desnuda de cualquier efectismo o perspectiva épica, como si sus autores quisieran mostrar el lado convencional del psychokiller, privado por completo de su componente mitológico y evidenciando su esencia mundana: un demente vestido con un traje estrafalario y matando indiscriminadamente a cualquiera que se cruce en su camino. Es por esto que todas las apariciones del asesino son planificadas adoptando el punto de vista distanciado de un par de testigos que intentan contener la risa ante el ridículo espectáculo que presencian: la torpeza del asesino, su total falta de elegancia y sus posturas risibles desvelan la condición antiépica de Pistola de clavos. Sin ir más lejos, los títulos de crédito carecen de música, siendo acompañados por la carcajada deformada del psicópata: cualquier elemento dramático es desechado por un enfoque naturalista.
Un naturalismo que, en su rechazo de los tópicos atmosféricos del cine de terror, significa igualmente una postura cómplice y honesta con su espectador. Tras los créditos, se nos muestra a una pareja retozando en la cama. Cuando el chico se marcha a cortar madera (sic), ella, vestida únicamente con unas minúsculas bragas blancas, se acerca a un espejo para peinarse. Un zoom se acerca al mencionado espejo, dirigiéndose a los pechos de la chica, hasta que estos ocupan todo el encuadre. Esta chica no saldrá más en todo el metraje. No hace falta. Con ese zoom los directores evidencian el motivo de la presencia de ese personaje así como de la actriz elegida. El desnudo femenino como centro gravitacional del slasher que Pistola de clavos vacía de hipocresía.
Bill Leslie y Terry Lofton son conscientes de que las víctimas son la representación humana del psychokiller, cuya abstracción (pues carece de identidad) contrasta con la carnalidad de sus objetivos. Es por ello que a lo largo de Pistola de clavos presentan un diverso mosaico humano, evidenciando las complejidades y contradicciones de cada uno de nosotros. Si algunos personajes son presentados en un plano para morir en el siguiente (un ejemplo de esas víctimas anónimas que llenan las páginas de las crónicas de sucesos) y otros desaparecen de la historia de golpe (como alguien que nos es presentado en un momento para no volverle a ver), hay casos en los que la cámara, y el ritmo, se detienen como si se acercaran a ellos como si fueran objetos de un estudio antropológico: las largas escenas, casi en tiempo real, que nos muestra a diferentes parejas en distintas acciones (una de ellas copulando apoyados en un árbol; el bochorno de un chico descubierto con su nueva conquista por un ligue al que no volvió a llamar; las complicaciones para hacer el amor cómodamente en las reducidas dimensiones de un coche) convierte a Pistola de clavos en una reflexión acerca de las dificultades (físicas y sentimentales) de las relaciones de pareja en tiempos modernos.
Naturalidad, honestidad, búsqueda de la verdad. A estas alturas huelga decir que nos encontramos ante un film de marcada vocación documental disfrazado de obra de ficción. La torpeza de su puesta en escena (buscando antes el mostrar que el adornar); su apuesta por desmontar los golpes de efecto del género (el antológico plano que nos muestra al asesino sumergido en la piscina mientras su futura víctima pasa a su lado sin percatarse de su mortífera presencia); las punch lines dirigidas al espectador con las que el asesino remata sus sangrientas hazañas y el reflejo del operador de cámara en la carrocería de un coche no dejan lugar a dudas: Pistola de clavos es un virtuoso ejemplo de slasher vérité.
Así, Pistola de clavos supone un cruce entre el concepto básico del rape & revenge de La violencia del sexo y el bricolaje granguiñolesco de Viernes 13. Modelos a los que Pistola de clavos desnuda de cualquier efectismo o perspectiva épica, como si sus autores quisieran mostrar el lado convencional del psychokiller, privado por completo de su componente mitológico y evidenciando su esencia mundana: un demente vestido con un traje estrafalario y matando indiscriminadamente a cualquiera que se cruce en su camino. Es por esto que todas las apariciones del asesino son planificadas adoptando el punto de vista distanciado de un par de testigos que intentan contener la risa ante el ridículo espectáculo que presencian: la torpeza del asesino, su total falta de elegancia y sus posturas risibles desvelan la condición antiépica de Pistola de clavos. Sin ir más lejos, los títulos de crédito carecen de música, siendo acompañados por la carcajada deformada del psicópata: cualquier elemento dramático es desechado por un enfoque naturalista.
Un naturalismo que, en su rechazo de los tópicos atmosféricos del cine de terror, significa igualmente una postura cómplice y honesta con su espectador. Tras los créditos, se nos muestra a una pareja retozando en la cama. Cuando el chico se marcha a cortar madera (sic), ella, vestida únicamente con unas minúsculas bragas blancas, se acerca a un espejo para peinarse. Un zoom se acerca al mencionado espejo, dirigiéndose a los pechos de la chica, hasta que estos ocupan todo el encuadre. Esta chica no saldrá más en todo el metraje. No hace falta. Con ese zoom los directores evidencian el motivo de la presencia de ese personaje así como de la actriz elegida. El desnudo femenino como centro gravitacional del slasher que Pistola de clavos vacía de hipocresía.
Bill Leslie y Terry Lofton son conscientes de que las víctimas son la representación humana del psychokiller, cuya abstracción (pues carece de identidad) contrasta con la carnalidad de sus objetivos. Es por ello que a lo largo de Pistola de clavos presentan un diverso mosaico humano, evidenciando las complejidades y contradicciones de cada uno de nosotros. Si algunos personajes son presentados en un plano para morir en el siguiente (un ejemplo de esas víctimas anónimas que llenan las páginas de las crónicas de sucesos) y otros desaparecen de la historia de golpe (como alguien que nos es presentado en un momento para no volverle a ver), hay casos en los que la cámara, y el ritmo, se detienen como si se acercaran a ellos como si fueran objetos de un estudio antropológico: las largas escenas, casi en tiempo real, que nos muestra a diferentes parejas en distintas acciones (una de ellas copulando apoyados en un árbol; el bochorno de un chico descubierto con su nueva conquista por un ligue al que no volvió a llamar; las complicaciones para hacer el amor cómodamente en las reducidas dimensiones de un coche) convierte a Pistola de clavos en una reflexión acerca de las dificultades (físicas y sentimentales) de las relaciones de pareja en tiempos modernos.
Naturalidad, honestidad, búsqueda de la verdad. A estas alturas huelga decir que nos encontramos ante un film de marcada vocación documental disfrazado de obra de ficción. La torpeza de su puesta en escena (buscando antes el mostrar que el adornar); su apuesta por desmontar los golpes de efecto del género (el antológico plano que nos muestra al asesino sumergido en la piscina mientras su futura víctima pasa a su lado sin percatarse de su mortífera presencia); las punch lines dirigidas al espectador con las que el asesino remata sus sangrientas hazañas y el reflejo del operador de cámara en la carrocería de un coche no dejan lugar a dudas: Pistola de clavos es un virtuoso ejemplo de slasher vérité.
3 comentarios:
Hubiese sido una buena película para esos audio-comentarios en plan cachondeo
Tal y como la describes si no es por la nota parece que la pones bien, pero la verdad es que parece mala con avaricia por mucho que tenga vocación de documental.
Stranno: sería más interesante unos videocomentarios donde se reflejaran nuestras perplejas expresiones ante las desopilantes imágenes del film.
Fer: bueno, lo del documental no hay que tomarlo al pie de la letra.
En realidad, "Pistola de clavos" es un vulgar(ísimo) slasher de desconcertante factura amateur y en el que uno no sabe qué escasea más: el dinero, el talento o el sentido común.
El resto de la crítica es pura (y gratuita) retórica.
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