USA, 1979. 117m. C.
D.: Stuart Rosenberg P.: Elliot Geisinger & Ronald Saland G.: Sandor Stern, basado en el libro de Jay Anson I.: James Brolin, Margot Kidder, Rod Steiger, Don Stroud F.: 1.85:1
Amityville es una apacible localidad que se encuentra en el condado de Suffolk, en Nueva York. Con una extensión total de 6.4 km² y con un censo de 9.441 habitantes, contándose hasta un total de 2.266 familias repartidas en 3.434 hogares. Y sería uno de estos hogares el que propició que la villa haya pasado a la historia negra del folklore popular americano. El 13 de noviembre de 1974, en la casa situada en el número 112 de Ocean Avenue, aproximadamente a las tres y cuarto de la madrugada, Ronald DeFeo, de 17 años de edad, asesinó con una escopeta a sus padres y a sus cuatro hermanos, disparándoles mientras dormían indefensos. Una vez detenido por la policía, DeFeo confesaría que unas voces le habían impulsado a cometer tan atroz crimen. DeFeo sería sentenciado a una pena de 25 años de prisión.
Terror en Amityville, película que toma como base el libro de Jay Anson que recogía la tragedia, comienza con un prólogo que escenifica la masacre perpretada por el joven Ronald. Los títulos de crédito nos muestran a la imponente casa recortada sobre un crepusculoso cielo rojizo. Un plano lejano, desde el otro lado de la calle, nos muestra como los disparos iluminan las ventanas de las habitaciones donde reposan los miembros de la familia DeFeo. Como si fueran diabólicos guiños en medio de una tormentosa noche, el ocultar los rostros de las personas involucradas en el acto nos presenta a la propia casa como la protagonista absoluta del horrendo suceso, dándonos a entender desde el principio que los movimientos de Roland están guiados por una fuerza superior que surge del propio edificio.
La acción salta a un año después. El matrimonio formado por George y Kathy Lutz, acompañados de sus tres hijos, sopesan la posibilidad de comprar la misma casa, aprovechando el bajo precio debido a los crimenes que se sucedieron en ella. La primera vez que entran en el lugar, acompañados de la vendedora, la cámara se sitúa en la parte superior de las escaleras, como si alguien o algo les estuviera vigilando. De nuevo, la presencia de la casa como personaje se impone a los protagonistas que la habitan. Si a lo largo del metraje del film se repite la imagen de la fachada de la casa en contrapicado como enlace entre las diferentes escenas es para recordarnos que, a pesar de que la acción se centra en la vida de los Lutz, éstos no dejan de ser unos títeres: la estrella principal de Terror en Amityville es la casa ubicada en Ocean Avenue, el número 112.
La esencia maléfica que se halla en el núcleo del hogar de los Lutz es confirmada con la primera manifestación sobrenatural. El padre Bolen se acerca al lugar para bendecirlo. Para ello, entra solo en la casa y sube al segundo piso. Mientras realiza el oficio en una habitación, la puerta se cierra de golpe y, repentinamente, la estancia se llena de moscas. El nombre de Belcebú, una de las muchas denominaciones de la personificación del Mal dentro de la tradición cristiana, proviene etimológicamente de la palabra hebrea Ba'al Zvuv que significa "El Señor de las Moscas". La utilización de dicho insecto para expulsar a la representación del Bien del lugar es una firma de las fuerzas diabólicas que habitan en la casa.
Pero, a pesar de lo dicho, Terror en Amityville no es tanto una película de casa encantada como de posesiones. Tomando como punto de partida lo narrado en el prólogo, la odisea de los Lutz se convierte tanto en una continuación como una repetición del suceso. El centrar la acción en la paulatina contaminación de las relaciones entre George y Kathy supone un signo de las limitaciones presupuestarias de la película y, como consecuencia, situa al film en una incómoda tierra de nadie: Terror en Amityville no puede ni presumir de un espectacular repertorio de fenómenos poltergeist (como si lo hará el posterior título de Hooper y Spielberg) ni funciona como radiografía del conflicto dramático de una pareja (terreno en el que se desarrollará El resplandor de Kubrick al año siguiente).
Así, a pesar de la atmósfera apuntada en los primeros minutos, Terror en Amityville se estanca en un monótono desarrollo episódico, con diferentes personajes sufriendo los efectos del poder de la casa, e intentando compensar su falta de espectacularidad a través de una grandilocuencia externa concentrada tanto en su excesiva duración como en la histriónica interpretación de algunos actores. En su clímax final, Stuart Rosenberg echa mano de los lugares comunes del subgénero (las paredes que sangran, el crucifijo invertido, las ventanas que estallan, el viento que sopla de ninguna parte) pero la ausencia de un auténtico enfrentamiento demuestra que hasta la propia película es consciente de su estatus de título (muy) menor.
Terror en Amityville, película que toma como base el libro de Jay Anson que recogía la tragedia, comienza con un prólogo que escenifica la masacre perpretada por el joven Ronald. Los títulos de crédito nos muestran a la imponente casa recortada sobre un crepusculoso cielo rojizo. Un plano lejano, desde el otro lado de la calle, nos muestra como los disparos iluminan las ventanas de las habitaciones donde reposan los miembros de la familia DeFeo. Como si fueran diabólicos guiños en medio de una tormentosa noche, el ocultar los rostros de las personas involucradas en el acto nos presenta a la propia casa como la protagonista absoluta del horrendo suceso, dándonos a entender desde el principio que los movimientos de Roland están guiados por una fuerza superior que surge del propio edificio.
La acción salta a un año después. El matrimonio formado por George y Kathy Lutz, acompañados de sus tres hijos, sopesan la posibilidad de comprar la misma casa, aprovechando el bajo precio debido a los crimenes que se sucedieron en ella. La primera vez que entran en el lugar, acompañados de la vendedora, la cámara se sitúa en la parte superior de las escaleras, como si alguien o algo les estuviera vigilando. De nuevo, la presencia de la casa como personaje se impone a los protagonistas que la habitan. Si a lo largo del metraje del film se repite la imagen de la fachada de la casa en contrapicado como enlace entre las diferentes escenas es para recordarnos que, a pesar de que la acción se centra en la vida de los Lutz, éstos no dejan de ser unos títeres: la estrella principal de Terror en Amityville es la casa ubicada en Ocean Avenue, el número 112.
La esencia maléfica que se halla en el núcleo del hogar de los Lutz es confirmada con la primera manifestación sobrenatural. El padre Bolen se acerca al lugar para bendecirlo. Para ello, entra solo en la casa y sube al segundo piso. Mientras realiza el oficio en una habitación, la puerta se cierra de golpe y, repentinamente, la estancia se llena de moscas. El nombre de Belcebú, una de las muchas denominaciones de la personificación del Mal dentro de la tradición cristiana, proviene etimológicamente de la palabra hebrea Ba'al Zvuv que significa "El Señor de las Moscas". La utilización de dicho insecto para expulsar a la representación del Bien del lugar es una firma de las fuerzas diabólicas que habitan en la casa.
Pero, a pesar de lo dicho, Terror en Amityville no es tanto una película de casa encantada como de posesiones. Tomando como punto de partida lo narrado en el prólogo, la odisea de los Lutz se convierte tanto en una continuación como una repetición del suceso. El centrar la acción en la paulatina contaminación de las relaciones entre George y Kathy supone un signo de las limitaciones presupuestarias de la película y, como consecuencia, situa al film en una incómoda tierra de nadie: Terror en Amityville no puede ni presumir de un espectacular repertorio de fenómenos poltergeist (como si lo hará el posterior título de Hooper y Spielberg) ni funciona como radiografía del conflicto dramático de una pareja (terreno en el que se desarrollará El resplandor de Kubrick al año siguiente).
Así, a pesar de la atmósfera apuntada en los primeros minutos, Terror en Amityville se estanca en un monótono desarrollo episódico, con diferentes personajes sufriendo los efectos del poder de la casa, e intentando compensar su falta de espectacularidad a través de una grandilocuencia externa concentrada tanto en su excesiva duración como en la histriónica interpretación de algunos actores. En su clímax final, Stuart Rosenberg echa mano de los lugares comunes del subgénero (las paredes que sangran, el crucifijo invertido, las ventanas que estallan, el viento que sopla de ninguna parte) pero la ausencia de un auténtico enfrentamiento demuestra que hasta la propia película es consciente de su estatus de título (muy) menor.
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