Italia/USA, 1988. 95m. C.
D.: Umberto Lenzi P.: Joe D'Amato G.: Cinthia McGavin & Sheila Goldberg, basado en una idea de Umberto Lenzi I.: Lara Wendel, Greg Scott, Mary Sellers, Ron Houck
Por lo general, el subgénero de las casas encantadas no es muy proclive al exceso de hemoglobina, quizás porque, casi por definición, su intrínseca relación con todo tipo de fuerzas sobrenaturales se traduce en una atmósfera más centrada en lo inconcreto que en lo físico. Es por esta razón por la cual Ghosthouse. La casa encantada puede servirnos como un título ejemplar a la hora de definir y concretar los modos y las maneras del tan denostado como amado cine de género comercial/popular italiano de los 80 el cual, además, hacia el final de dicha década, el momento de estreno y producción de la película que nos ocupa, vivía sus momentos más excesivos y ¿degradados? (difícil afirmarlo si tenemos en cuenta que hablamos de una cinematografía que hizo de la hipérbole el punto de ancla del acercamiento exploitation).
Los títulos de crédito se inscriben dentro de lo convencional, de lo esperado. Las imágenes de la casa en la que se desarrollarán los horrores, despiazada en diferentes planos mientras los nombres del equipo técnico y artístico aparecen en la pantalla. Pero ya aquí encontramos un toque de atención de las auténticas aspiraciones del film: bajo el nombre anglosajón de Humphrey Humbert, el cual aparece acreditado como director, se esconde el italiano Umberto Lenzi, auténtico especialista que por sí mismo define todo el cine italiano de la época, valiendo tanto para un roto (el mondo en Caníbal feroz) como para todo tipo de descosidos (los zombies en La invasión de los zombies atómicos o el giallo en Siete orquídeas manchadas de rojo) o, como en este caso, las casas encantadas. El mensaje parece claro: tras una estampa americana, se esconde un espíritu italiano.
Un espírtu cuya principal seña de identidad consistía no en limitarse a apropiarse de las principales características de las películas -o los géneros- a los que apuntaban con su mirilla, sino filtrarlas a través de su particular sensibilidad dando como resultado artefactos cuya idiosincrasia casi borraba las huellas de su origen. Es algo que queda claro en el prólogo, el cual, al estilo Terror en Amityville, nos relata la masacre perpetrada con la familia que vivía originalmente en la casa. De entrada, lo que puede sorprender al espectador es la falta de consistencia de la atmósfera de la que hace gala cada una de las escenas, hasta el punto de que algunas escabrosas ideas acaban diluyéndose (la niña escondida en el sótano y sujetando las tijeras con las que acaba de matar a un gato). Esto, que podría considerarse un error, en realidad se destapa como una declaración de intenciones: el plano detalle del filo de un hacha golpeándo una cabeza y el cuello de la madre de la niña siendo traspasado por una aguja confirma que en las casas embrujadas italianas el gore se impone a los susurros en los pasillos.
Y es que, finalmente, el susodicho caserón encantado no deja de ser un escenario más, intercambiable con cualquier otro y cuya aspiración final consiste en reunir a un grupo de jóvenes que, de uno en uno, serán asesinados por los más expeditivos métodos (como el cine de Demons o el teatro de Aquarius), confirmando el cine italiano de explotación como un todo global en el que la separación entre (sub)géneros se difuminan. Así, a lo largo de Ghosthouse. La casa encantada tenemos (descarados) préstamos de los films que sirven de inspiración (el payaso poseído de Poltergeist. Fenómenos extraños convertido en el muñeco de la niña; el diabólico mastín , extraído directamente de La profecía) con aportaciones más propias de un giallo (la siniestra nana que sirve de leitmotiv musica para las fuerzas del mal; el punto de vista subjetivo de quien vigila a los chicos).
Cabezas destrozadas, baños de ácido, una chica partida por la mitad, degollamientos... Es posible que Ghosthouse. La casa encantada no ofrezca nada más que una exhibición de atrocidades a cual más grotesca; que algunos de sus efectos poltergeist den más risa que miedo (la caravana zarandeada); que los movimientos de los personajes parezca convertirlos en ratones atolondrados perdidos en un laberinto lleno de trampa; o que su sorpresa final haga de la tosquedad y la torpeza su razón de ser por encima del impacto. Ghosthouse. La casa encantada es una muestra del cine fantaterrorífico transalpino más desvergonzado en estado químicamente puro, para lo (poco) bueno y lo (mucho) malo.
Los títulos de crédito se inscriben dentro de lo convencional, de lo esperado. Las imágenes de la casa en la que se desarrollarán los horrores, despiazada en diferentes planos mientras los nombres del equipo técnico y artístico aparecen en la pantalla. Pero ya aquí encontramos un toque de atención de las auténticas aspiraciones del film: bajo el nombre anglosajón de Humphrey Humbert, el cual aparece acreditado como director, se esconde el italiano Umberto Lenzi, auténtico especialista que por sí mismo define todo el cine italiano de la época, valiendo tanto para un roto (el mondo en Caníbal feroz) como para todo tipo de descosidos (los zombies en La invasión de los zombies atómicos o el giallo en Siete orquídeas manchadas de rojo) o, como en este caso, las casas encantadas. El mensaje parece claro: tras una estampa americana, se esconde un espíritu italiano.
Un espírtu cuya principal seña de identidad consistía no en limitarse a apropiarse de las principales características de las películas -o los géneros- a los que apuntaban con su mirilla, sino filtrarlas a través de su particular sensibilidad dando como resultado artefactos cuya idiosincrasia casi borraba las huellas de su origen. Es algo que queda claro en el prólogo, el cual, al estilo Terror en Amityville, nos relata la masacre perpetrada con la familia que vivía originalmente en la casa. De entrada, lo que puede sorprender al espectador es la falta de consistencia de la atmósfera de la que hace gala cada una de las escenas, hasta el punto de que algunas escabrosas ideas acaban diluyéndose (la niña escondida en el sótano y sujetando las tijeras con las que acaba de matar a un gato). Esto, que podría considerarse un error, en realidad se destapa como una declaración de intenciones: el plano detalle del filo de un hacha golpeándo una cabeza y el cuello de la madre de la niña siendo traspasado por una aguja confirma que en las casas embrujadas italianas el gore se impone a los susurros en los pasillos.
Y es que, finalmente, el susodicho caserón encantado no deja de ser un escenario más, intercambiable con cualquier otro y cuya aspiración final consiste en reunir a un grupo de jóvenes que, de uno en uno, serán asesinados por los más expeditivos métodos (como el cine de Demons o el teatro de Aquarius), confirmando el cine italiano de explotación como un todo global en el que la separación entre (sub)géneros se difuminan. Así, a lo largo de Ghosthouse. La casa encantada tenemos (descarados) préstamos de los films que sirven de inspiración (el payaso poseído de Poltergeist. Fenómenos extraños convertido en el muñeco de la niña; el diabólico mastín , extraído directamente de La profecía) con aportaciones más propias de un giallo (la siniestra nana que sirve de leitmotiv musica para las fuerzas del mal; el punto de vista subjetivo de quien vigila a los chicos).
Cabezas destrozadas, baños de ácido, una chica partida por la mitad, degollamientos... Es posible que Ghosthouse. La casa encantada no ofrezca nada más que una exhibición de atrocidades a cual más grotesca; que algunos de sus efectos poltergeist den más risa que miedo (la caravana zarandeada); que los movimientos de los personajes parezca convertirlos en ratones atolondrados perdidos en un laberinto lleno de trampa; o que su sorpresa final haga de la tosquedad y la torpeza su razón de ser por encima del impacto. Ghosthouse. La casa encantada es una muestra del cine fantaterrorífico transalpino más desvergonzado en estado químicamente puro, para lo (poco) bueno y lo (mucho) malo.
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