USA, 2010. 127m. C.
D.: Joseph Kosinski P.: Sean Bailey, Steven Lisberger & Jeffrey Silver G.: Edward Kitsis & Adam Horowitz, basado en una idea de Edward Kitsis, Adam Horowitz, Brian Klugman & Lee Sternthal, basado en los personajes creados por Steven Lisberger & Bonnie MacBird I.: Jeff Bridges, Garrett Hedlund, Olivia Wilde, Bruce Boxleitner F.: 2.35:1
En la actualidad cinematográfica en la que vivimos, en la cual parece que la industria hollywoodiense ha tomado el recurso del remake (o el cada vez más en liza reboot) como el camino más directo al éxito de eficacia probada, la reactualización del clásico de 1982 dirigido por Steven Lisberger Tron era, posiblemente, la más lógica o, al menos, la más justa. Y lo es porque la era digital en la que estamos sumergidos, con el ordenador como motor central del espectáculo, tuvo su arranque en el pionero film de Walt Disney. Por tanto, si en su momento Tron fue una anomalía, un cruce entre la materialidad del celuloide y la virtualidad del pixel, hoy, cuando lo digital ha llegado a sustituir directamente al celuloide, Tron: Legacy llega para recuperar su trono como piedra angular del cine virtual.
Pero durante su primer tercio Tron: Legacy da la impresión de haber llegado demasiado tarde. Cuando Sam Flynn entra en la Red y es apresado por el ejército de Clu, siendo obligado a participar en una serie de competiciones mortales para disfrute del público, Tron: Legacy pierde su posición de pionera para pasar a la condición de continuista: los enfrentamientos de discos o las persecuciones con las motos siguen punto por punto el libro de estilo de la superproducción que intenta epatar a su público no tanto por la energía de su puesta en escena como con el exhibicionismo del portentoso talento del equipo técnico del film: el resultado es indudablemente espectacular, pero escasamente emocionante.
¿Es, por tanto, Tron: Legacy un film fallido? No exactamente. O, al menos, no si analizamos el contexto en el que aparece contraponiéndolo con el del film original. Si en su momento Tron no era tanto una película como un experimento técnico con el que demostrar los avances en el terreno de los efectos especiales generados por ordenador (de ahí que su interés sea meramente coyuntural), esta tardía secuela es consciente de que el marco en el que se estrena ha cambiado y su principal baza -el enmudecedor despliegue de innovadoras técnicas digitales- si bien no ha desaparecido, sí ha quedado mermada. De ahí que, a la hora de recrear los momentos más icónicos del film original (los mencionados combates con los discos y las carreras con las motos), lo haga con cierta celeridad, como si fuera una convención necesaria que quiere quitarse de encima lo antes posible.
El auténtico interés de Tron: Legacy reside, paradójicamente, no en el luminoso interior del programa informático que da nombre a la película, sino en el otro lado del espejo. Los primeros minutos del film transcurren en la realidad, donde seguimos los pasos de Sam en su intento de boicotear la empresa que fundó su padre. La fotografía que retrata estas escenas luce una tonalidad amarillenta que nos retrotae a los monitores monocromo que aparecieron al principio de la década de los 80, precisamente cuando se estrenó Tron. Esta fotografía retro sirve, en cambio, para mostrarnos un mundo moderno compuesto por pantallas táctiles, cámaras de seguridad e Internet.
Tron: Legacy es una película de contrastes que, a base de enfrentarse, acaban fundiéndose. El hipertecnificado universo de la Red sustituye el vetusto color amarillento del mundo real por el cristal oscuro de las pantallas LED de última generación: no es, por tanto, la entrada en una dimensión paralela, sino un salto temporal. De esta manera, Tron: Legacy establece una serie de vasos comunicantes entre el mundo real y el mundo virtual de influencia recíproca. Como si quisiera establecer una alegoría acerca de la imparable tecnificación de nuestra cotidianidad a la sombra de los avances del cine de ciencia-ficción, la Red supone el reflejo hiperbólico y fantasioso del otro lado del espejo: la tiranía impuesta por Clu se corresponde a la establecida por los altos ejecutivos de la empresa que fundó el padre de Sam; de igual manera que el intento de éste de salvar a su padre, sacándole de la Red, supone el intento de rescatar los principios fundadores que estableció a la hora de dirigir la empresa que él mismo creó. Tron: Legacy supone la confirmación de la digitalización progresiva de nuestro mundo: la diferencia entre la realidad y un vídeo-juego sólo reside en el grado de espectacularidad con el que nos enfrentamos a nuestros problemas diarios. Ese es el auténtico legado de Tron.
Pero durante su primer tercio Tron: Legacy da la impresión de haber llegado demasiado tarde. Cuando Sam Flynn entra en la Red y es apresado por el ejército de Clu, siendo obligado a participar en una serie de competiciones mortales para disfrute del público, Tron: Legacy pierde su posición de pionera para pasar a la condición de continuista: los enfrentamientos de discos o las persecuciones con las motos siguen punto por punto el libro de estilo de la superproducción que intenta epatar a su público no tanto por la energía de su puesta en escena como con el exhibicionismo del portentoso talento del equipo técnico del film: el resultado es indudablemente espectacular, pero escasamente emocionante.
¿Es, por tanto, Tron: Legacy un film fallido? No exactamente. O, al menos, no si analizamos el contexto en el que aparece contraponiéndolo con el del film original. Si en su momento Tron no era tanto una película como un experimento técnico con el que demostrar los avances en el terreno de los efectos especiales generados por ordenador (de ahí que su interés sea meramente coyuntural), esta tardía secuela es consciente de que el marco en el que se estrena ha cambiado y su principal baza -el enmudecedor despliegue de innovadoras técnicas digitales- si bien no ha desaparecido, sí ha quedado mermada. De ahí que, a la hora de recrear los momentos más icónicos del film original (los mencionados combates con los discos y las carreras con las motos), lo haga con cierta celeridad, como si fuera una convención necesaria que quiere quitarse de encima lo antes posible.
El auténtico interés de Tron: Legacy reside, paradójicamente, no en el luminoso interior del programa informático que da nombre a la película, sino en el otro lado del espejo. Los primeros minutos del film transcurren en la realidad, donde seguimos los pasos de Sam en su intento de boicotear la empresa que fundó su padre. La fotografía que retrata estas escenas luce una tonalidad amarillenta que nos retrotae a los monitores monocromo que aparecieron al principio de la década de los 80, precisamente cuando se estrenó Tron. Esta fotografía retro sirve, en cambio, para mostrarnos un mundo moderno compuesto por pantallas táctiles, cámaras de seguridad e Internet.
Tron: Legacy es una película de contrastes que, a base de enfrentarse, acaban fundiéndose. El hipertecnificado universo de la Red sustituye el vetusto color amarillento del mundo real por el cristal oscuro de las pantallas LED de última generación: no es, por tanto, la entrada en una dimensión paralela, sino un salto temporal. De esta manera, Tron: Legacy establece una serie de vasos comunicantes entre el mundo real y el mundo virtual de influencia recíproca. Como si quisiera establecer una alegoría acerca de la imparable tecnificación de nuestra cotidianidad a la sombra de los avances del cine de ciencia-ficción, la Red supone el reflejo hiperbólico y fantasioso del otro lado del espejo: la tiranía impuesta por Clu se corresponde a la establecida por los altos ejecutivos de la empresa que fundó el padre de Sam; de igual manera que el intento de éste de salvar a su padre, sacándole de la Red, supone el intento de rescatar los principios fundadores que estableció a la hora de dirigir la empresa que él mismo creó. Tron: Legacy supone la confirmación de la digitalización progresiva de nuestro mundo: la diferencia entre la realidad y un vídeo-juego sólo reside en el grado de espectacularidad con el que nos enfrentamos a nuestros problemas diarios. Ese es el auténtico legado de Tron.
4 comentarios:
Osea que la habéis visto en el cine sin avisar ni nada, con el señor Olahf posiblemente, me habias hablado de ello pero al final na de na. De todas formas si fue este jueves pasado estaba bastante chungo con una gripe-de-un-día con lo que no hubiera podido ir, pero aún así
PD: No puedo decir nada de las últimas películas porque o no las he visto o no me suenan. Exijo una reseña de 'Dracula 3000' para ya, y así poderte decir que no hay suficientes estrellas en blanco en el universo
Como comenté al salir de la sala, lo peor de la película es la falta de emoción, el heroe no sufre nunca, nada la cuesta mas de un intento, está en un parque de atracciones y no en una situación que le ponga en peligro, aún asi visualmente es muy espectacular y la música acompaña muchisimo.
Por lo demás yo veo cierto paralelismo con la situación de hoy en día en internet, hablan de "la red" en pasado haciendo hincapié en que era un sitio en el que la información corría libre y de forma gratuita pero ahora intenta caparla matando a los isos que son una fuente inagotable de información, todo eso se puede interpretar fácilmente pasándolo a la red actual.
Yo salí profundamente emocionado ayer del cine. me encantó, con mayúsculas. La banda sonora psicodelica, el tono triste de la sociedad deshumanizada, pero a Jeff Bridges con 20 años menos XD
Lo pasé muy bien y aunque creo que empieza mejor de lo que acaba para mi es una de las mejores películas del año.
El momento en que conecta la luz de los recreativos con la música de Journey del fondo. ufff, genial.
Stranno: la verdad es que la idea de ir a ver Tron: Legacy surgió de manera improvisada. De todas formas, para resarcirte acepto el reto de ver (y reseñar) Dracula 3000.
Olahf: no deja de ser curioso que una película que apuesta tan directamente por el espectáculo sea más interesante por su mensaje. Muy interesante tu interpretación.
Yota: me alegro leer una reacción entusiasta ya que, en general, la película está siendo recibida con frialdad (empezando por la taquilla USA).
Quisiera destacar la excelencia de la banda sonora de Daft Punk, cuya contribución al espectáculo es innegable: su sinfonismo electrónico dinamiza enormemente la acción.
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