Australia, 1981. 95m. C.
D.: George Miller P.: Byron Kennedy G.: Terry Hayes, George Miller & Brian Hannant I.: Mel Gibson, Bruce Spence, Michael Preston, Max Phipps F.: 2.20:1
Resulta difícil explicar con unas pocas palabras la tremenda influencia que la segunda aventura de Max Rockatansky tuvo ya no sólo dentro del contexto del cine de acción y ciencia-ficción de su época (los italianos se pusieron las botas durante toda la década), sino consiguiendo entrar de lleno dentro del imaginario colectivo popular hasta el punto de erigir por sí misma una manera de hacer/ver el cine fantástico. Sirva de ejemplo una obra surgida en un medio diferente como es el manga El puño de la Estrella del Norte, escrito por Buronson y dibujado por Tetsuo Hara, con su propio universo ampliado por adaptaciones cinematográficas y televisivas, vídeojuegos o muñecos, cuya existencia sería muy discutible sin el seminal film de George Miller (de hecho, las desventuras de Kenshiro podrían trancurrir en el mismo escenario que recorre Max, cambiando los coches y la gasolina por las artes marciales). O más recientemente la producción El libro de Eli o el vídeojuego Fallout: New Vegas (de hecho, el anterior Fallout 3 se promocionó con una imagen que parecía un fotograma de Mad Max 2. El guerrero de la carretera: la silueta de un hombre acompañado de un perro caminando por un escenario inhóspito).
Pero, por supuesto, un universo como el de Mad Max 2. El guerrero de la carretera no surge de la nada, suponiendo una radicalización de lo expuesto en la enterior entrega, Mad Max. Salvajes de la autopista, la cual nos situaba ya en un futuro devastado(r) que, en su abstracción, parecía la escenificación de la desolada mente de su protagonista. En el momento en el que desaparece el único puente de unión de Max con la civilización (su familia) todo su mundo se derrumba, convirtiendose en el desierto interminable que vemos en esta segunda parte. Por tanto, Mad Max 2. El guerrero de la carretera sigue siendo una película subjetiva: a ojos de su protagonista resulta lógica la monstrualización de sus enemigos, que han pasado de ser violentos criminales a seres inhumanos como Humungus, cuyo rostro permanece oculto tras su máscara.
En una breve escena de Mad Max. Salvajes de la autopista veíamos como los violentos motoristas asaltaban un camión cisterna para robar gasolina al más puro estilo western, como si fueran bandidos asaltando un tren lleno de lingotes de oro. Mad Max 2. El guerrero de la carretera supone una versión corregida y aumentada de esta escena, perfilándose como un western postapocalíptico con una tribu de pieles rojas (sensación subrayada por las pinturas de guerra y las plumas que visten los esbirros de Humungus, así como sus armas, la mayoría flechas disparadas por ballestas) atacando una y otra vez el fuerte levantado por la caballería, donde resisten a duras penas. La larga persecución que se desarrolla en el clímax del film sería, en este sentido, la puesta al día motorizada e hiperkinética del asalto a la diligencia, en la que, a día de hoy, sigue siendo la mejor persecución automovilística de la historia del cine (dirigida y montada, además, de manera clara y directa, demostrando que lo épico y lo trepidante no surge de una planificación epiléctica).
Mad Max 2. El guerrero de la carretera comienza con un resumen tanto de los sucesos acaecidos en el anterior film como de los acontecimientos que han llevado al mundo civilizado a su desaparición. Una secuencia de apenas cinco minutos con la que George Miller no sólo demuestra la economía narrativa que regirá toda la película, sino que servirá para introducir a su héroe dentro de un contexto de leyenda: una voz en off nos habla del guerrero de la carretera como de un ser mítico mientras las cámara nos muestra una figura parada en medio de la carretera, oscura y rodeada de llamas y humo. Si Mad Max. Salvajes de la autopista nos presentaba a un hombre que perdía su humanidad, vaciándose por dentro mientras no puede dejar de moverse por fuera, en Mad Max 2. El guerrero de la carretera ese ser deshumanizado se convierte en un héroe mítico a través de la mirada de los testigos de sus hazañas. La caravana de supervivientes que ayudará a escapar se perfilará como los apóstoles que irán contando allí por donde pasan los milagros que han presenciado. Puesta en marcha la leyenda, a Max sólo le queda un paso para su transformación en el Mesías que busca, que necesita, ese inmenso erial: un paso definitivo que se dará en Mad Max. Más allá de la Cúpula del Trueno.
Pero, por supuesto, un universo como el de Mad Max 2. El guerrero de la carretera no surge de la nada, suponiendo una radicalización de lo expuesto en la enterior entrega, Mad Max. Salvajes de la autopista, la cual nos situaba ya en un futuro devastado(r) que, en su abstracción, parecía la escenificación de la desolada mente de su protagonista. En el momento en el que desaparece el único puente de unión de Max con la civilización (su familia) todo su mundo se derrumba, convirtiendose en el desierto interminable que vemos en esta segunda parte. Por tanto, Mad Max 2. El guerrero de la carretera sigue siendo una película subjetiva: a ojos de su protagonista resulta lógica la monstrualización de sus enemigos, que han pasado de ser violentos criminales a seres inhumanos como Humungus, cuyo rostro permanece oculto tras su máscara.
En una breve escena de Mad Max. Salvajes de la autopista veíamos como los violentos motoristas asaltaban un camión cisterna para robar gasolina al más puro estilo western, como si fueran bandidos asaltando un tren lleno de lingotes de oro. Mad Max 2. El guerrero de la carretera supone una versión corregida y aumentada de esta escena, perfilándose como un western postapocalíptico con una tribu de pieles rojas (sensación subrayada por las pinturas de guerra y las plumas que visten los esbirros de Humungus, así como sus armas, la mayoría flechas disparadas por ballestas) atacando una y otra vez el fuerte levantado por la caballería, donde resisten a duras penas. La larga persecución que se desarrolla en el clímax del film sería, en este sentido, la puesta al día motorizada e hiperkinética del asalto a la diligencia, en la que, a día de hoy, sigue siendo la mejor persecución automovilística de la historia del cine (dirigida y montada, además, de manera clara y directa, demostrando que lo épico y lo trepidante no surge de una planificación epiléctica).
Mad Max 2. El guerrero de la carretera comienza con un resumen tanto de los sucesos acaecidos en el anterior film como de los acontecimientos que han llevado al mundo civilizado a su desaparición. Una secuencia de apenas cinco minutos con la que George Miller no sólo demuestra la economía narrativa que regirá toda la película, sino que servirá para introducir a su héroe dentro de un contexto de leyenda: una voz en off nos habla del guerrero de la carretera como de un ser mítico mientras las cámara nos muestra una figura parada en medio de la carretera, oscura y rodeada de llamas y humo. Si Mad Max. Salvajes de la autopista nos presentaba a un hombre que perdía su humanidad, vaciándose por dentro mientras no puede dejar de moverse por fuera, en Mad Max 2. El guerrero de la carretera ese ser deshumanizado se convierte en un héroe mítico a través de la mirada de los testigos de sus hazañas. La caravana de supervivientes que ayudará a escapar se perfilará como los apóstoles que irán contando allí por donde pasan los milagros que han presenciado. Puesta en marcha la leyenda, a Max sólo le queda un paso para su transformación en el Mesías que busca, que necesita, ese inmenso erial: un paso definitivo que se dará en Mad Max. Más allá de la Cúpula del Trueno.
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