USA, 1943. 69m. BN.
D.: Jacques Tourneur P.: Val Lewton G.: Curt Siodmak & Ardel Wray, basado en una idea de Inez Wallace I.: James Allison, Frances Dee, Tom Conway, Edith Barrett F.: 1.37:1
Sin riesgo a equivocarnos, podemos afirmar que la figura del zombie vive uno de sus momentos de mayor popularidad. La decrépita y arrastrada sombra del muerto viviente cubre prácticamente todo el panorama cultural y/o de ocio, desde los comics (la popular Los muertos vivientes) hasta la televisión (la propia adaptación de la serie regular anteriormente citada), pasando por la literatura (Guerra Mundial Z) y los vídeo-juegos (el reciente Dead Rising 2). En el caso del cine, casi me atrevería a decir que el zombie siempre está de moda o, al menos, sí que es una figura recurrente que se moldea según los intereses de la moda imperante: ahora son muertos (Amanecer de los muertos) y ahora infectados (28 días después). Pero esta fiebre zombie parece conllevar, inevitablemente, una paradoja: el desinterés por bucear en las raices del mito, en ese muerto viviente pre-Romero (siendo La noche de los muertos vivientes el particular big bang del zombie postmoderno). Unas raices que encontramos en lo más profundo de la religión vudú practicada en Haití y que convertía al zombie en un esclavo a tiempo completo para trabajar los campos de algodón de las grandes plantaciones. El zombie no como un cadáver putrefacto, necesitado de alimentarse de carne humana, sino como un ser privado de su voluntad y conciencia, una marioneta controlada por el Maestro Vudú.
Yo anduve con un zombie (segunda colaboración de Tourneur con el productor Val Lewton tras la mítica La mujer pantera) supone, posiblemente, una de las miradas más poéticas y hermosas a esas raíces haitianas. Los títulos de créditos y la secuencia que sigue ya establecen ese tono fantástico y ligeramente onírico que empapará toda la película. Los créditos aparecen sobre la imagen de una playa en la que observamos a dos lejanas figuras recorriendo la orilla. Las nubes que cubren el cielo aportan una atmósfera tan bucólica como artificiosa, irreal. Tras finalizar los créditos, se oye una voz en off, la de la protagonista, diciendo el título de la película. Al igual que ocurría con Rebeca, de Alfred Hitchcock, esa frase, ya desde el inicio, dota a la película de un tono ensoñador, como si fuesen los vagos recuerdos que quedan en nuestra memoria de un sueño del que acabamos de despertar.
La aparición de la voz en off nos prepara para asistir a un relato condicionado por el punto de vista de su protagonista. La primera escena, en la que Betsy acude a una entrevista de trabajo, está marcada por la nevada que vemos a través de las ventanas. Cuando Betsy es informada de que tendrá que trasladarse a una isla del Mar Caribe para cuidar a una mujer enferma, Tourneur cierra la escena con un primer plano de Betsy, con la mirada perdida imaginándose las maravillas de tan plácido lugar. Cuando en la siguiente secuencia, Betsy conoce a su jefe, Paul Holland, marido de la mujer enferma a la que tendrá que atender, éste le aclara que todo lo bello se asienta sobre una base oscura, maléfica y peligrosa. Yo anduve con un zombie supone el choque y el contraste que surge entre ese paraíso idílico y esa oscuridad que cubre la selva que rodea la mansión de los protagonistas.
Para ello, Tourneur utiliza una estructura de melodrama gótico basado en las relaciones sentimentales que se establecen entre el cuarteto protagonista (los mencionados Betsy y Paul, a los que hay que sumar el hermanastro del segundo, Wesley Rand, y la esposa en estado catatónico, Jessica) y que son apagadas por la sombra de la magia negra y el vudú. Las escenas de los dos hermanos y Betsy cenando siempre tienen como banda sonora los ritmos de percusión que proceden del interior de la selva, impregnando de magia la misma estancia y a sus ocupantes. Un ejemplo perfecto de esta intrusión del vudú en la vida cotidiana es el momento en el que Betsy y Wesley están tomando una copa en la terraza de un bar y escuchan una canción popular que cuenta la oscura leyenda de la familia Holland.
Jacques Tourneur retrata este contraste haciendo gala de su elaborada capacidad visual para describir la integración de lo sobrenatural en nuestra realidad, usando para ello la dicotomía luz y oscuridad. En su primera noche en la isla, Betsy se prepara para acostarse. La habitación está completamente iluminada. Al apagar la luz, las sombras invaden el cuarto, tornando, de golpe, la seguridad del lugar en un ambiente extraño y amenazador. Esa plasticidad visual es lo que convierte a Yo anduve con un zombie en un film tan elegante como subyugante en la manera con la que se muestra como lo sobrenatural se adueña, poco a poco, de todo, incluso de la película: los travellings que nos muestran a Betsy guiando a Jessica a través de las plantaciones, internándose en la jungla, saliendo de su confortable mundo, para entrar en uno completamente desconocido; los primeros planos de los rostros de los zombies, casi desenfocados, violentando la realidad de la cámara; la sombra proyectada en la pared de uno de los muertos en vida y que al cruzar el cuerpo de Betsy durmiendo parece despertarla con su propia presencia.
La imponente presencia de un gigantesco zombie negro, situado en medio del encuadre y rodeado de los altos tallos de las plantaciones, supone la perfecta metáfora visual de una barrera invisible entre la seguridad de nuestra realidad cotidiana y el misterio de un universo mágico. La imagen que cierra la película y que transcurre en la playa de la que hablábamos al principio de esta crítica supone la confirmación de que una vez traspasada esa barrera nuestro mundo queda completamente transmutado demostrando que, efectivamente, un corazón formado de misterio y magia late en su interior.
Yo anduve con un zombie (segunda colaboración de Tourneur con el productor Val Lewton tras la mítica La mujer pantera) supone, posiblemente, una de las miradas más poéticas y hermosas a esas raíces haitianas. Los títulos de créditos y la secuencia que sigue ya establecen ese tono fantástico y ligeramente onírico que empapará toda la película. Los créditos aparecen sobre la imagen de una playa en la que observamos a dos lejanas figuras recorriendo la orilla. Las nubes que cubren el cielo aportan una atmósfera tan bucólica como artificiosa, irreal. Tras finalizar los créditos, se oye una voz en off, la de la protagonista, diciendo el título de la película. Al igual que ocurría con Rebeca, de Alfred Hitchcock, esa frase, ya desde el inicio, dota a la película de un tono ensoñador, como si fuesen los vagos recuerdos que quedan en nuestra memoria de un sueño del que acabamos de despertar.
La aparición de la voz en off nos prepara para asistir a un relato condicionado por el punto de vista de su protagonista. La primera escena, en la que Betsy acude a una entrevista de trabajo, está marcada por la nevada que vemos a través de las ventanas. Cuando Betsy es informada de que tendrá que trasladarse a una isla del Mar Caribe para cuidar a una mujer enferma, Tourneur cierra la escena con un primer plano de Betsy, con la mirada perdida imaginándose las maravillas de tan plácido lugar. Cuando en la siguiente secuencia, Betsy conoce a su jefe, Paul Holland, marido de la mujer enferma a la que tendrá que atender, éste le aclara que todo lo bello se asienta sobre una base oscura, maléfica y peligrosa. Yo anduve con un zombie supone el choque y el contraste que surge entre ese paraíso idílico y esa oscuridad que cubre la selva que rodea la mansión de los protagonistas.
Para ello, Tourneur utiliza una estructura de melodrama gótico basado en las relaciones sentimentales que se establecen entre el cuarteto protagonista (los mencionados Betsy y Paul, a los que hay que sumar el hermanastro del segundo, Wesley Rand, y la esposa en estado catatónico, Jessica) y que son apagadas por la sombra de la magia negra y el vudú. Las escenas de los dos hermanos y Betsy cenando siempre tienen como banda sonora los ritmos de percusión que proceden del interior de la selva, impregnando de magia la misma estancia y a sus ocupantes. Un ejemplo perfecto de esta intrusión del vudú en la vida cotidiana es el momento en el que Betsy y Wesley están tomando una copa en la terraza de un bar y escuchan una canción popular que cuenta la oscura leyenda de la familia Holland.
Jacques Tourneur retrata este contraste haciendo gala de su elaborada capacidad visual para describir la integración de lo sobrenatural en nuestra realidad, usando para ello la dicotomía luz y oscuridad. En su primera noche en la isla, Betsy se prepara para acostarse. La habitación está completamente iluminada. Al apagar la luz, las sombras invaden el cuarto, tornando, de golpe, la seguridad del lugar en un ambiente extraño y amenazador. Esa plasticidad visual es lo que convierte a Yo anduve con un zombie en un film tan elegante como subyugante en la manera con la que se muestra como lo sobrenatural se adueña, poco a poco, de todo, incluso de la película: los travellings que nos muestran a Betsy guiando a Jessica a través de las plantaciones, internándose en la jungla, saliendo de su confortable mundo, para entrar en uno completamente desconocido; los primeros planos de los rostros de los zombies, casi desenfocados, violentando la realidad de la cámara; la sombra proyectada en la pared de uno de los muertos en vida y que al cruzar el cuerpo de Betsy durmiendo parece despertarla con su propia presencia.
La imponente presencia de un gigantesco zombie negro, situado en medio del encuadre y rodeado de los altos tallos de las plantaciones, supone la perfecta metáfora visual de una barrera invisible entre la seguridad de nuestra realidad cotidiana y el misterio de un universo mágico. La imagen que cierra la película y que transcurre en la playa de la que hablábamos al principio de esta crítica supone la confirmación de que una vez traspasada esa barrera nuestro mundo queda completamente transmutado demostrando que, efectivamente, un corazón formado de misterio y magia late en su interior.
5 comentarios:
En su blog, El critiKrator (cuyo link podéis encontrar en el menú de la derecha), Lord Pengallan está realizando un repaso a lo que podríamos llamar muerto viviente prehistórico que resulta muy interesante en estos días en lso que sufrimos la fiebre zombie.
La vi hace ya mucho tiempo, pero, una vez más, vuelvo a coincidir en la mayoría de sus apreciaciones, Mr. Int. Una interesante muestra de un tipo de cine que sigue siendo válido en sus propuestas a pesar del tiempo transcurrido.
Hay que hacer esfuerzos para preservar el interés en un cine que, a medida que pasa el tiempo, acaba hundido en el interés del gran público a pesar de que, en muchos sentidos, es el origen de lo que "se lleva" hoy en día.
Gracias por la referencia! :)
Discrepo! :P
Mucho Torneur, Torneur, Torneur pero poco del resto de los aspectos de la peli. La peli no es mala pero la historia ha envejecido, además de ser bastante conservadora. No es suficiente el sugestivo trabajo de Torneur para llegar a 4 estrellas.
Pero es que, en mi opinión, la esencia del cine en general y del fantástico en particular, está en la materialización visual de los elementos que conforman un film.
Que Tourneur consiga un clima tan sugerente, tan mágico, tan, en el fondo, fantástico con los elementos de los que dispone me resulta muchos mas digno de admiración.
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