USA, 1988. 97m. C.
D.: Don Coscarelli P.: Roberto A. Quezada G.: Don Coscarelli I.: James Le Gros, Reggie Bannister, Angus Scrimm, Paula Irvine F.: 1.85:1
Aunque el cambio del título original en su traducción española responde a unos motivos puramente funcionales (en 1979 se estrenó en nuestras salas Salem's Lot, el resumen cinematográfico de la miniserie televisiva que dirigió Tobe Hooper adaptando la novela de Stephen King El misterio de Salem's Lot, recibiendo el absurdo título de Phantasma II), la elección del subtítulo, no sabemos si de manera consciente, nos recuerda a la perspectiva que adoptó James Cameron a la hora de continuar Alien. El octavo pasajero. Efectivamente, la segunda parte dirigida por el propio Don Coscarelli de su anterior Phantasma supone su Aliens. El regreso: si el film original suponía un viaje por una montaña rusa lleno de sustos, sorpresas y sobresaltos situada en un paisaje surreal, Phantasma. El regreso apuesta por la acción como bien deja patente la escena en la que Mike y Reggie entran en una ferretería y construyen sus propias armas para enfrentarse directamente al Hombre Alto.
Un cambio de tono que no deja de tener su lógica si lo observamos desde el punto de vista de su protagonista: si la atmósfera surreal y fantasiosa de Phantasma era propia de la mentalidad de un niño de 13 años, ahora ese niño ha crecido, y, convertido en un adolescente, ya no tiene tiempo para tanta tontería. Así, Phantasma. El regreso puede verse tanto como una metáfora de la pérdida de la inocencia del espectador tipo del cine de género (poco sitio hay hoy en día para el sentido de la maravilla y el placer por el miedo en un público cada vez más condescendiente) como la confirmación de la imposibilidad de continuar, repetir, un film cuya marcada personalidad lo había convertido en una isla desierta en medio del mar de lo fantástico (como también demostraron segundas partes como Terroríficamente muertos y Masacre en Texas 2, que no vieron otra salida que la de la autoparodia).
Phantasma. El regreso comienza justo donde finalizara la primera parte presentando el formato serial que caraterizará la saga, como si cada entrega (hasta ahora, cuatro) fuera un episodio de una serie. Esta decisión aporta, de entrada, un elemento extraño que se resuelve en una contradicción: la acción continúa donde se dejó en la entrega anterior, es decir, nos muestra el contraplano de la última imagen de Phantasma: el tiempo no ha pasado entre las entregas, excepto para los espectadores y para los actores, quienes lucen un aspecto lógicamente mayor. Esta elipsis metaligüística reincide en el elemento onírico del film original, el cual es neutralizado por el realismo con el que Coscarelli resuelve la secuencia, con Reggie luchando contra las pequeñas criaturas encapuchadas.
Phantasma. El regreso luce durante todo el metraje unos mayores valores de producción que suponen la principal diferencia con respecto a la anterior entrega, la cual, a la luz de los resultados de esta secuela, se descubre como el fruto de unas determinadas condiciones que, unas vez desaparecidas, convierte a los elementos que daban entidad al título original (el Hombre Alto, las esferas voladoras, los duendes encapuchados y, en general, el ambiente fúnebre de mausoleos y cementerios) en un cúmulo de iconos vaciados de sentido, incapaces de levantar un conjunto convencional.
A tenor de todo esto, Phantasma. El regreso bascula constantemente entre el ejercicio del autoremake (repitiendo algunos de los momentos más recordados del original y llegando a aprovechar, incluso, planos de aquél) y la road movie de acción, con Reggie y Mike siguiendo al Hombre Alto mientras este vacía los cementerios de los pueblos por los que pasa, intentando conferir al conjunto una coherencia argumental que contrasta con el surrealismo original (se nos muestra los métodos que sigue el Hombre Alto para alistar a los muertos que desentierra para su ejército sobrenatural) sin que falten los lugares comunes del cine de terror coetáneo, con sus gotas de humor, romance juvenil y desnudos. Si decimos que lo único destacable de Phantasma. El regreso suponen los excelentes efectos de maquillaje debidos al especialista Mark Shostrom (en cuyo equipo podemos localizar los nombres de dos de los futuros fundadores de la K.N.B. EFX Group, Gregory Nicotero y Robert Kurtzman), quedará claro lo poco que diferencia a tan aburrida secuela del más ramplón cine de terror de la época.
Un cambio de tono que no deja de tener su lógica si lo observamos desde el punto de vista de su protagonista: si la atmósfera surreal y fantasiosa de Phantasma era propia de la mentalidad de un niño de 13 años, ahora ese niño ha crecido, y, convertido en un adolescente, ya no tiene tiempo para tanta tontería. Así, Phantasma. El regreso puede verse tanto como una metáfora de la pérdida de la inocencia del espectador tipo del cine de género (poco sitio hay hoy en día para el sentido de la maravilla y el placer por el miedo en un público cada vez más condescendiente) como la confirmación de la imposibilidad de continuar, repetir, un film cuya marcada personalidad lo había convertido en una isla desierta en medio del mar de lo fantástico (como también demostraron segundas partes como Terroríficamente muertos y Masacre en Texas 2, que no vieron otra salida que la de la autoparodia).
Phantasma. El regreso comienza justo donde finalizara la primera parte presentando el formato serial que caraterizará la saga, como si cada entrega (hasta ahora, cuatro) fuera un episodio de una serie. Esta decisión aporta, de entrada, un elemento extraño que se resuelve en una contradicción: la acción continúa donde se dejó en la entrega anterior, es decir, nos muestra el contraplano de la última imagen de Phantasma: el tiempo no ha pasado entre las entregas, excepto para los espectadores y para los actores, quienes lucen un aspecto lógicamente mayor. Esta elipsis metaligüística reincide en el elemento onírico del film original, el cual es neutralizado por el realismo con el que Coscarelli resuelve la secuencia, con Reggie luchando contra las pequeñas criaturas encapuchadas.
Phantasma. El regreso luce durante todo el metraje unos mayores valores de producción que suponen la principal diferencia con respecto a la anterior entrega, la cual, a la luz de los resultados de esta secuela, se descubre como el fruto de unas determinadas condiciones que, unas vez desaparecidas, convierte a los elementos que daban entidad al título original (el Hombre Alto, las esferas voladoras, los duendes encapuchados y, en general, el ambiente fúnebre de mausoleos y cementerios) en un cúmulo de iconos vaciados de sentido, incapaces de levantar un conjunto convencional.
A tenor de todo esto, Phantasma. El regreso bascula constantemente entre el ejercicio del autoremake (repitiendo algunos de los momentos más recordados del original y llegando a aprovechar, incluso, planos de aquél) y la road movie de acción, con Reggie y Mike siguiendo al Hombre Alto mientras este vacía los cementerios de los pueblos por los que pasa, intentando conferir al conjunto una coherencia argumental que contrasta con el surrealismo original (se nos muestra los métodos que sigue el Hombre Alto para alistar a los muertos que desentierra para su ejército sobrenatural) sin que falten los lugares comunes del cine de terror coetáneo, con sus gotas de humor, romance juvenil y desnudos. Si decimos que lo único destacable de Phantasma. El regreso suponen los excelentes efectos de maquillaje debidos al especialista Mark Shostrom (en cuyo equipo podemos localizar los nombres de dos de los futuros fundadores de la K.N.B. EFX Group, Gregory Nicotero y Robert Kurtzman), quedará claro lo poco que diferencia a tan aburrida secuela del más ramplón cine de terror de la época.
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