miércoles, 25 de enero de 2012

Spider-Man

(Spider-Man)
USA, 2002. 121m. C.
D.: Sam Raimi P.: Ian Bryce & Laura Ziskin G.: David Koepp, basado en los personajes creados por Stan Lee & Steve Ditko I.: Tobey Maguire, Willem Dafoe, Kirsten Dunst, James Franco

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Los tiempos cambian. Y la gente -que ineludiblemente está atada al que le ha tocado, aquel en el que han crecido- también. Pero hay cosas, detalles, que se mantienen. Uno de esos detalles es la esencia del héroe. El héroe como aquel miembro de la tribu -perfectamente indistinguible de sus compañeros- que, ya sea por parte de un poder superior, una fuerza misteriosa o una decisión del destino, es encomendado a una misión que supera su condición humana, de simple mortal, pero a la que está atado tanto a nivel físico como espiritual. Este es el motivo por el cual los superhéroes que Stan Lee y su equipo de dibujantes crearon para la editorial Marvel durante los años 60 calaron tan hondamente, principalmente en su público objetivo pero creciendo hasta formar una mitología americana personal moderna: por rescatar esa esencia, y reformularla a través del lenguaje fantasioso del comic-book: si por algo destacaban personajes como el doctor Bruce Banner, el abogado Matt Murdock, los miembros de los 4 Fantásticos o la Patrulla X era porque sus poderes o habilidades especiales venían servidos, y matizados, por una envoltura humana identificable.

En este sentido, no ha de extrañarnos que Spiderman, el hombre araña, fuera la creación más querida de Stan Lee, pues era la meridiana representación de su concepto de "superhéroes con superproblemas... cotidianos". El joven y apocado Peter Parker, criado por sus tíos tras perder a sus padres, con su aspecto de número uno de la clase de ciencias, diana de los matones del colegio e invisible a las miradas de las chicas, era el perfecto espejo en el que el el lector podía reflejarse y fantasear con la idea de que, mientras esquiva los golpes a la hora del almuerzo, por la noche puede salvar a la chica de sus sueños de las garras del supervillano de turno.

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Esta dicotomía entre lo novedoso y lo clásico, lo moderno y el legado, queda reflejado en los primeros minutos del Spider-Man dirigido por Sam Raimi en 2002. La radiactividad como fuente de los poderes de Peter Parker, a través de la picadura de una araña afectada, ha sido sustituido por la experimentación genética, pero la esencia a la que aludíamos al principio de este texto sigue siendo la misma: el propio Peter Parker nos introduce en su historia a través del uso de la voz en off y nos dice que, como siempre, todo empezó por una chica. Posiblemente este sea la mayor virtud de Spider-Man: su capacidad para mantenerse notablemente fiel a la fuente (el "origen" del superhéroe, tanto de sus poderes como la decisión de combatir el mal) a la vez que actualizarla (aquí las redes que lanza no provienen de un artilugio de su invención, sino que surgen de su propio cuerpo). O, lo que es lo mismo, contentar al seguidor de toda la vida a la vez que atraer a una nueva audiencia.

La película equipara la identidad de Peter Parker como un estudiante corriente y su alter-ego superheróico a través del personaje de Mary Jane, de quien está enamorado desde la infancia, haciendo que la relación que establece con ella se desarrolle paralelamente al conocimiento de su adquiridos nuevos poderes: la primera vez que Peter consigue quedarse un momento a solas con Mary Jane le hace una serie de fotografía, inmediatamente tras lo cual será picado por la araña experimental; descubre sus inhumanos reflejos al evitar que Mary Jane se caiga en la cafetería del instituto y tras desplazarse por toda la ciudad gracias a su habilidad para trepar por las paredes y balancearse entre los edificios usando sus redes, mantendrá una conversación nocturna con ella. De hecho, esa conversación será la que decida a Peter a ganar dinero utilizando sus poderes para poder comprarse un coche con el que impresionarla, lo cual dará lugar al desafortunado incidente que le decidirá a utilizar esos mismo poderes para luchar contra la delincuencia.

A raíz de lo dicho, la famosa escena en la cual Mary Jane besa a Spiderman mientras este cuelga boca abajo resulta fundamental, pues a la vez que Mary Jane se acerca a Spiderman, al retirar una parte de la máscara está besando los labios de Peter Parker, fusionando así las dos entidades. Es gracias a esto que, cuando en el combate final el Duende Verde le haga elegir entre salvar a un grupo de niños atrapados o a la mujer a la que ama, Peter Parker/Spiderman será capaz de rescatar a ambos. De hecho, en el clímax del enfrentamiento la máscara de Spiderman estará hecha jirones, mostrando parte del rostro de Peter Parker. El sacrificio final que hace Peter confirma que ha alcanzado la esencia del héroe, dispuesto a dejar tras de sí cualquier atisbo de felicidad que se interponga en su camino: el de ser el salvador de sus semejantes.

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La escena en la cual vemos como la cadena de ADN de Peter suma un nuevo y extraño gen evidencia los motivos de la contratación del director Sam Raimi para tan importante proyecto. En su personal aproximación al género de los superhéroes, la magistral Darkman, el director de Posesión infernal ya nos había sumergido en los circuitos nerviosos de su atormentado protagonista para enseñarnos como éstos saltaban por los aires. Aunque Darkman suponía un acercamiento al subgénero desde una óptica más oscura (inspirándose en personajes como el fantasma de la ópera, la Sombra o Batman), su frenético ritmo y sus torrente de soluciones visuales colocaban a su director en la posición ideal para hacerse cargo de la primera aparición importante del trepamuros en la gran pantalla.

En este sentido, el resultado final que depara Spider-Man es irregular. Si bien podemos encontrar momentos en los que se deja ver la personalidad de Raimi (los montajes con transparencias que nos muestran los avances de Peter Parker a la hora de diseñar su traje; los vertiginosos balanceos de Spiderman a través de los rascacielos de la ciudad; el plano secuencia que sigue a Peter mientras se cambia el traje; la aparición en sendos cameos de intérpretes habituales en su filmografía como son su hermano Ted Raimi y Bruce Campbell), la sensación final que se tiene es que el realizador de Un plan sencillo se ha visto obligado a mitigar su hiperbólico estilo de cara a unas necesidades narrativas concretas (y no poco condicionadas por el departamento de efectos especiales).

Destaquemos, con todo, algunas buenas ideas de puesta en escena, como el cara a cara entre Norman Osborn y su personalidad maligna, diferenciada con el uso de un espejo (aunque gran parte de la eficacia del momento viene dado por el trabajo del gran Willem Dafoe) o aquel otro instante en el que una gota de sangre está a punto de descubrirle delante de su enemigo. También llama la atención la tremenda fisicidad de la pelea entre Spiderman y el Duende Verde en el interior de un edificio derruido, pero en última instancia Spider-Man se asemeja a una carta de presentación que pretende abarcar mucho en poco tiempo de cara, sin duda, a dejar todo bien atado de cara a la expansión de una lucrativa franquicia. Lo mejor es que, afortunadamente para todos, así fue.


2 comentarios:

Txema SG dijo...

Para mi una de las mejores películas de superhéroes de la historia. Sam Raimi hizo magia con el trepamuros.

cierto que los actores me rechinaban al principio pero sali del cine emocinado como un crio.

Espectacular y emotiva. Y la secuela me gustó todavía más.

José M. García dijo...

Hola, Yota. El resultado es notable, pero hubiera preferido que en vez de Mary Jane hubieran utilizado el personaje de Gwen Stacy. El final que todos conocemos hubiera aportado unas notas trágicas muy poderosas.

Curiosamente, creo que las mejores películas de superhéroes son, precisamente, aquellas que no parten de ningún personaje de cómic, sino que crea los suyos propios. En cabeza, por supuesto, la propia "Darkman".

Un saludo.