domingo, 29 de enero de 2012

El hombre elefante

(The Elephant Man)
USA, 1980. 124m. BN
D.: David Lynch P.: Jonathan Sanger G.: Christopher De Vore, Eric Bergren & David Lynch, basado en los libros de Frederick Treves y de Ashley Montagu I.: Anthony Hopkins, John Hurt, Anne Bancroft, John Gielgud

En las páginas del monumental y literalmente mágico From Hell, el guionista Alan Moore utilizó la figura de John Merrick como una representación carnal de la divinidad hindú Ganesha, a quien el cirujano William Gull ofrecía sus respetos antes de embarcarse en su trascendental y sangrienta misión. Las horribles desfi-guraciones que cubrían la cabeza y el cuerpo del llamado hombre elefante y que le habían condenado a una tortuosa existencia como morboso objeto de exhibición en las más sórdidas ferias itinerantes le habrían convertido en un dios humano en la India, según las palabras del médico de la realeza inglesa.

En su acercamiento a tan extraordinario personaje, el director David Lynch también rodeó a John Merrick de una aureola mítica: El hombre elefante comienza con un prólogo de absorbente tono onírico en el que se nos muestra el brutal ataque que sufre la madre de Merrick por un elefante: el encadenado de imágenes, la neblina de textura óxida del blanco y negro, el rostro de la mujer convertido en una borrosa masa de carne y los siniestros y metálicos efectos de sonido nos sumergen en el terreno de la pesadilla. Más adelante comprobamos que este supuesto "origen" del hombre elefante forma parte del discurso con el que Bytes atrae la atención de los posibles clientes de su puesto en la feria de fenómenos con la que viaja. Así, de entrada, Lynch nos coloca ante la leyenda antes de situarnos en la realidad del Londres victoriano, de manera que la primera contagia inevitablemente al segundo.

El Londres en el que transcurren los hechos narrados en El hombre elefante está sumergido en plena revolución industrial: las chimeneas que expulsan un humo negro como el carbón, la maquinaria que comparte espacio con el decorado tradicional y los trabajadores sudorosos y sucios nos retratan una sociedad marcada por el ritmo de los avances tecnológicos. La primera vez que vemos al doctor Frederick Treves es en plena operación: en la mesa de operaciones está tendido el cuerpo de un hombre con el pecho completamente destrozado. Mientras intenta solucionar tal desastre cárnico, Treves se lamenta de que últimamente no cesa de tratar a hombres que han sufrido accidentes con sus máquinas de trabajo. Ese cuerpo brutalmente violentado supone una mancha que ensucia la esterilizada blancura del centro de trabajo de Treves, el London Hospital. Sus pasillos iluminados por las lámparas de gas, los utensilios quirúrgicos y los severos e impolutos trajes que portan los integrantes del comité central que rigen el lugar representan una sociedad avanzada e ilustrada que dejan atrás las oscuras sombras de la barbarie y la ignorancia supersticiosa.

En contraste con tan resplandeciente espacio aparece la feria de fenómenos en la que Bytes exhibe a Merrick. Un lugar que supone un sucio y maloliente reducto de la curiosidad morbosa, el contacto con lo desconocido y lo extremo, de, en suma, la fascinación que lo hórrido despierta en el ser humano cuando se funde con lo inexplicable -el tarro que contiene un feto deformado junto a una manzana mordida y que es presentado con un cartel que dice: "El fruto del pecado original". De este agujero surgirá la figura de John Merrick como un ser a medio camino entre dos mundos: su físico retorcido y lleno de abisales protuberancias suponen una agresión para la elegante alta sociedad, mientras que su corazón bondadoso y sus buenos modales le condenan a ser una criatura desgraciada y esclavizada.

A pesar de las apariencias iniciales, El hombre elefante -basada en hechos reales, con su elegante fotografía en blanco y negro y sus cuidados encuadres en scope- no se aleja tanto como parece de la primera película de David Lynch, la inmediatamente precedente Cabeza borradora. Si aquel inolvidable título nos colocaba ante el relato introspectivo de un joven padre que tenía que enfrentarse a una paternidad no deseada, reflejándose ésta en clave industrial y pesadillesca, la película que nos ocupa supone una mirada externa a esa misma realidad. Lynch desvela las complejidades del extraño mundo que habitamos a través de una puesta en escena basada en planos estáticos, remarcando la naturalidad de los espacios fotografiados, los cuales serán vulnerados por la inclusión en estos de John Merrick. El perturbador diseño de sonido, en el cual participó el propio Lynch, a modo de constante ruido de fondo enrarece incluso las escenas más bucólicas, haciendo que una incómoda sensación de extrañamiento se imponga a los momentos más sentimentales.

Cuando Bytes le dice a Treves que ambos se entienden está evidenciando que los mundos a los que pertenecen cada uno de ellos tienen más puntos de contacto de lo que al segundo le gustaría saber. A pesar de los cuidados que le dispensa, en realidad Treves está condenando a Merrick a seguir siendo un curioso espécimen que mostrar al público, lo único que ha cambiado es el aspecto de los espectadores. La huida de Francia y el regreso a Londres confirman el lugar al que pertenece Merrick -los miembros de un circo, inadaptados y apartados por sus irregularidades físicas, son los únicos que le ayudan desinteresadamente- quien, por mucho que grite su humanidad, siempre será un animal encerrado en una jaula, con barrotes ya sean sucios y oxidados o de oro. Es por eso que, al llegar al cenit de su popularidad ante la alta sociedad tras asistir al teatro y probar así la gloria de un mundo al que nunca pertenecerá, Merrick firma la catedral en la que le gustaría refugiarse como un Quasimodo moderno y abraza su condición de ser humano para fundirse con el cosmos, un lugar en el que, convertidos en pura energía, sólo importa lo que somos, no el cómo.


2 comentarios:

J. el dijo...

Para mí, ésta es la mejor película de David Lynch

José M. García dijo...

Hola, J. el. Yo prefiero el Lynch más radical y personal ("Cabeza borradora", "Terciopelo azul", "Carretera perdida" o "Inland Empire"), aunque me parece muy admirable que con los materiales de "El hombre elefante" haya conseguido una película cien por cien lynchiana.

Un saludo.