Francia/UK/Alemania, 2011. 127m. C.
D.: Tomas Alfredson P.: Tim Bevan, Eric Fellner & Robyn Slovo G.: Bridget O'Connor & Peter Straughan, basado en la novela de John le Carré I.: Gary Oldman, Benedict Cumberbatch, Colin Firth, Tom Hardy
En un momento de la investigación que George Smiley realiza en busca del topo soviético que se ha introducido en su organización, denominada Circus (y que en la literatura de John le Carré representa al MI6, la agencia de inteligencia externa perteneciente al Servicio de Inteligencia Secreto del Reino Unido), una antigua compañera de trabajo le confiesa que añora los tiempos pasados, cuando todos trabajaban juntos. Cuando Smiley, desconcertado, le dice que antes estaban en guerra, ésta le responde que, al menos, era una guerra de verdad. No ha de extrañarnos que la mayoría de films cuya acción tiene lugar durante el período conocido como la guerra fría hagan gala de una frialdad tonal que, a pesar de trabajar con unos hechos históricos, tienden a la abstracción. Así, los films de espionaje suelen caracterizarse por tramas complejas llenas de laberintos en los que el sentido acaba atrapado en callejones sin salida, los personajes se confunden como si portaran máscaras intercambiables y los nombres acaban convirtiéndose en un cúmulo de códigos ininteligibles. En la guerra fría, el enemigo es un abstracción, una idea, y como tal resulta permeable a la propia realidad que rodea a los personajes, quienes en ocasiones tienen la impresión de estar enfrentándose a un espejo.
Una sensación que queda perfectamente reflejada en la primera secuencia de El topo. En esta, vemos como un agente del Circus se dirige a un encuentro con un posible informador. El escenario de dicho encuentro no puede ser más cotidiano: una terraza de una cafetería situada en una tranquila calle peatonal. Pero antes de que el camarero con su sudor -la gota que cae sobra la mesa- nos advierta que algo marcha mal, el director Tomas Alfredson ya nos ha avisado: los planos generales que nos muestra la disposición del escenario y sus integrantes, en combinación con los planos detalle que nos muestra a éstos (la mujer que está amamantando a su bebé; el hombre que lee un periódico; la anciana que se asoma al balcón de su casa), dota al conjunto de un elemento artificioso, revelando su condición de "puesta-en-escena". La transformación de lo familiar en una amenaza -como un virus que se introduce en un cuerpo para modificarlo- es el mayor peligro al que se enfrentan los protagonistas de El topo.
Un peligro que no se limita a las misiones de espionaje a las que son enviados los agentes, sino que se contagia a la propia actitud de los protagonistas. Cuando vemos a los principales miembros de Circus reunidos en la sala especial donde se discuten y preparan las operaciones, constatamos que esa misma intranquilidad se palpa en el ambiente. A pesar de ser miembros del mismo bando, las miradas, los silencios o las lacónicas palabras revelan a unos individuos que miden cuidadosamente lo que dicen y calcula meticulosamente lo que hacen. Cuando se nos presenta a Smiley, éste se asemeja a una estatua: de movimientos lentos y casi imperceptibles; el rostro convertido en una máscara sin emociones. Pasarán varios minutos antes de que le oigamos decir las primeras palabras, como si su actitud fuera la de un ensimismado y atento oyente. Una actitud que, antes que una persona fría y calculadora, nos refleja a quien la experiencia ha enseñado a mantener las distancias de todo lo que le rodea.
El topo hace uso del ritmo lento y la gelidez expositiva propio del cine de espionaje de corte realista, pero esta frialdad no viene dada por el mecánico desarrollo de los hechos, sino por la cansada postura (física y existencial) de sus personajes. Una imagen nos muestra a Smiley, una vez ha sido retirado de la agencia, sentado en el sofá de su casa, con el salón en penumbra, viendo un antiguo documental en la televisión. Es el retrato de una persona que se ha alejado de la realidad, la cual ha dejado de tener sentido para él al descubrir que, en realidad, no es más que un puzzle cuyas piezas siempre tienen dos caras. En su investigación, Smiley siempre mantiene la misma postura: nunca se enfada, nunca habla en voz alta, ni parece nervioso ante las situaciones más críticas, como si supiera que en un mundo construido sobre las apariencias, el engaño y los dobles sentidos, cualquier victoria conlleva inevitablemente un fracaso en su interior.
Una tonalidad que no resulta nueva para el director sueco Tomas Alfredson, quien en su anterior trabajo, la excelente Déjame entrar, había elaborado un sangriento film de vampiros a través de una penetrante y helada gravedad existencial. Si algo caracteriza a El topo es su permanente condición de película anticlimática. Incluso en la plasmación de sus instantes más tensos (uno de los ayudantes de Smiley se infiltra en el edificio del Circus para intentar robar unos documentos secretos; la narración del agente Ricki Tarr de los sucesos acaecidos en su funesta misión; la operación final para atrapar al topo, una vez descubierta su identidad), Alfredson baja la graduación emocional y hace uso del fuera de campo (Smiley con la pistola en la mano escuchando como los diferentes vehículos llegan a la casa donde se ha ocultado; cuando su ayudante llega, todo ha terminado), negando cualquier atisbo épico, consciente de que para sus personajes cualquier triunfo supone una pírrica victoria.
Y es así porque, en realidad, El topo supone un drama personal, en el que la trama de espionaje no es el motor de la tragedia, sino las consecuencias de ésta. La tragedia de una serie de hombres preparados para enfrentarse a todo tipo de situaciones límites -tanto físicas como psicológicas, éticas como ideológicas, morales o patrióticas-, pero perdiendo en el transcurso la llama que le da sentido, y calor, a su existencia. Los flashbacks repartidos por el metraje no tienen como objetivo suministrar información de la trama, sino que sirven para evidenciar los lazos personales que unen a los personajes. Los grandes momentos no son acompañados de espectaculares movimientos, sino que se centran en las miradas: la expresión de Smiley al descubrir quien es el topo; la tristeza en el rostro de un agente oculto al ver reflejado en la cara de un introvertido niño su propio reflejo. Es por ello que, a pesar del ligero tono optimista con el que concluye la película, no puede haber lugar para el final feliz: la imagen que cierra el film, con Smiley sentado en la sala central del Circus nos recuerda a la citada escena que le mostraba en su casa: el escenario ha cambiado y la atmósfera también, pero un sombrío sentimiento de tristeza permanece como pegado a la piel de unos seres demasiado cansados como para permitirse ser felices.
4 comentarios:
¡Buena crítica Int! Esta peli me pareció muy interesante y ahora me he enganchado a leer los libros de John Le Carre
Hola, J.el. Gracias, me alegro que te gustara la crítica. A mí también se me ha despertado la curiosidad por la novelas de Le Carré y posiblemente me anime con el ciclo dedicado a George Smiley, el protagonista de "El topo".
Un saludo.
No sabía que el director era el mismo de Dejame Entrar. Sin duda es alguien a seguir.
Hola, Fer. Un director a quien seguir... y a quien descubrir, pues tiene dos películas anteriores a "Déjame entrar" y un buen puñado de telefilmes. Un saludo.
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