UK, 1988. 97m. C.
D.: Tony Randel P.: Christopher Figg G.: Peter Atkins, basado en una idea de Clive Barker I.: Ashley Laurence, Imogen Boorman, Kenneth Cranham, Clare Higgins
"Time to Play" Ese es el enunciado que esgrime Hellbound: Hellraiser II, el cual, lejos de ser una mera frase publicitaria, se presenta como una declaración de principios de los creadores del film, la cual, en un acto de honestidad, es refrendada en los primeros minutos de metraje: una precipitada recopilación de las imágenes con las que finalizaba Hellraiser. Los que traen el infierno, las cuales rompían con el tono imperante hasta ese momento. El director Tony Randel y el guionista Peter Atkins se agarran a esas imágenes como a un clavo ardiendo, conscientes de que son el camino perfecto para confirmar el inicio de una franquicia. "Es hora de jugar" O lo que es lo mismo, cojamos los elementos más impactantes de la ópera prima de Clive Barker (los efectos especiales y los ingredientes más morbosos) y despojémosles de cualquier tono adulto, profundo o retorcido -esto es, incómodo- para explotar su lado más espectacular.
No por casualidad, la primera escena tras los créditos nos muestra, a modo de prólogo, al actor Doug Bradley, quien interpreta al líder de los cenobitas Pinhead, sin maquillaje, incorporando al capitán Elliot Spencer a quien vemos manejando la temible Configuración de los Lamentos. Una secuencia análoga a la que abría el primer film, con Frank en la misma posición. Una vez resuelto el puzzle, unas cadenas surgen de la caja, traspasando con los ganchos de los extremos la piel de Spencer. Pero lo que sigue es inédito: unos monstruosos tentáculos cortan el rostro de Spender, creando una sangrienta cuadrícula, sobre la cual insertará una serie de clavos. Efectivamente, nos encontramos ante el origen de Pinhead, personaje que de escalofriante secundario en Hellraiser. Los que traen el infierno pasa a convertirse en el icono oficial de la saga.
Pero hay un motivo añadido para la existencia de esta secuencia. En un momento del film, Kirsty encuentra un foto antigua del capitán Spencer, la cual utilizará para enfrentarse a Pinhead -la actual forma del capitán-. La búsqueda de la redención de tan ambiguo ser -cuyos descarnados y retorcidos instintos contrastan con su hieratismo exterior- supone un intento de limpiar de incómodas aristas a una criatura cuya amoralidad suponía una barrera de cara a buscar la simpatía del público. No se trata tanto de eliminar la maldad de Pinhead, sino de demostrar que, a pesar de todo, es un ser humano como nosotros que, en un momento de su vida, fue transformado en un monstruo. Pinhead puede seguir dando miedo, sí, pero ahora es un terror reconocible, familiar.
En este sentido, lo más interesante de una secuela tan desafortunada como Hellbound: Hellraiser II consiste en evidenciar las complejidades del universo creado por Clive Barker. Esta segunda parte contiene los ingredientes más llamativos de la primera película: personas sin piel, criaturas monstruosas, lóbregos pasadizos inderdimensionales, viscoso gore, sexo perverso y una atmósfera lasciva y pegajosa. Pero dichos elementos, carentes de la mirada obsesivamente nihilista y fascinada por la degradación de la existencia del director de El señor de las ilusiones, quedan reducidos a un inofensivo catálogo de atrocidades, una barraca de feria, un tren de la bruja en el que el susto es seguido inmediatamente por la risa, como subrayan los temas de corte circense que compone Christopher Young.
De lo misterioso a lo risible, Hellbound: Hellraiser II realiza el recorrido inverso al de su predecedora. Si Barker partía de una serie de lugares comunes para moldear con ellos una creación personal, en esta ocasión se utiliza esa misma creación como punto de partida (y que provee las escasas buenas escenas del film: la resurrección de Julia en una obscena y sangrienta parodia de un coito o la imagen de ésta envuelta en vendas como una mujer invisible surgida del infierno) para penetrar en las convenciones del cine de terror del momento. Al igual que películas como Poltergeist II. El otro lado o Pesadilla en Elm Street 3, los protagonistas se internan en el territorio prohibido del que surge el Mal para enfrentarse con Él en su propio territorio. Un medio con el que cartografiar la mitología barkeriana -no sólo se nos muestra el mundo de los cenobitas, sino también algo así como una máquina creadora de cenobitas y la deidad que rige este universo- y cuyo principal objetivo parece consistir en borrar cualquier atisbo de coherencia interna. La aparición al final de los dos ayudantes de la mudanza que se veía en Hellraiser. Los que traen el infierno resulta un guiño tan simpático como revelador: todo es, en el fondo, un juego.
No por casualidad, la primera escena tras los créditos nos muestra, a modo de prólogo, al actor Doug Bradley, quien interpreta al líder de los cenobitas Pinhead, sin maquillaje, incorporando al capitán Elliot Spencer a quien vemos manejando la temible Configuración de los Lamentos. Una secuencia análoga a la que abría el primer film, con Frank en la misma posición. Una vez resuelto el puzzle, unas cadenas surgen de la caja, traspasando con los ganchos de los extremos la piel de Spencer. Pero lo que sigue es inédito: unos monstruosos tentáculos cortan el rostro de Spender, creando una sangrienta cuadrícula, sobre la cual insertará una serie de clavos. Efectivamente, nos encontramos ante el origen de Pinhead, personaje que de escalofriante secundario en Hellraiser. Los que traen el infierno pasa a convertirse en el icono oficial de la saga.
Pero hay un motivo añadido para la existencia de esta secuencia. En un momento del film, Kirsty encuentra un foto antigua del capitán Spencer, la cual utilizará para enfrentarse a Pinhead -la actual forma del capitán-. La búsqueda de la redención de tan ambiguo ser -cuyos descarnados y retorcidos instintos contrastan con su hieratismo exterior- supone un intento de limpiar de incómodas aristas a una criatura cuya amoralidad suponía una barrera de cara a buscar la simpatía del público. No se trata tanto de eliminar la maldad de Pinhead, sino de demostrar que, a pesar de todo, es un ser humano como nosotros que, en un momento de su vida, fue transformado en un monstruo. Pinhead puede seguir dando miedo, sí, pero ahora es un terror reconocible, familiar.
En este sentido, lo más interesante de una secuela tan desafortunada como Hellbound: Hellraiser II consiste en evidenciar las complejidades del universo creado por Clive Barker. Esta segunda parte contiene los ingredientes más llamativos de la primera película: personas sin piel, criaturas monstruosas, lóbregos pasadizos inderdimensionales, viscoso gore, sexo perverso y una atmósfera lasciva y pegajosa. Pero dichos elementos, carentes de la mirada obsesivamente nihilista y fascinada por la degradación de la existencia del director de El señor de las ilusiones, quedan reducidos a un inofensivo catálogo de atrocidades, una barraca de feria, un tren de la bruja en el que el susto es seguido inmediatamente por la risa, como subrayan los temas de corte circense que compone Christopher Young.
De lo misterioso a lo risible, Hellbound: Hellraiser II realiza el recorrido inverso al de su predecedora. Si Barker partía de una serie de lugares comunes para moldear con ellos una creación personal, en esta ocasión se utiliza esa misma creación como punto de partida (y que provee las escasas buenas escenas del film: la resurrección de Julia en una obscena y sangrienta parodia de un coito o la imagen de ésta envuelta en vendas como una mujer invisible surgida del infierno) para penetrar en las convenciones del cine de terror del momento. Al igual que películas como Poltergeist II. El otro lado o Pesadilla en Elm Street 3, los protagonistas se internan en el territorio prohibido del que surge el Mal para enfrentarse con Él en su propio territorio. Un medio con el que cartografiar la mitología barkeriana -no sólo se nos muestra el mundo de los cenobitas, sino también algo así como una máquina creadora de cenobitas y la deidad que rige este universo- y cuyo principal objetivo parece consistir en borrar cualquier atisbo de coherencia interna. La aparición al final de los dos ayudantes de la mudanza que se veía en Hellraiser. Los que traen el infierno resulta un guiño tan simpático como revelador: todo es, en el fondo, un juego.
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