USA/Francia, 2010. 87m. C.
D.: Daniel Stamm P.: Marc Abraham, Thomas A. Bliss, Eric Newman & Eli Roth G.: Huck Botko & Andrew Gurland I.: Patrick Fabian, Ashley Bell, Iris Bahr, Louis Herthum
Ya desde sus primeras imágenes, El último exorcismo parece apuntarse a la moda de lo que podríamos llamar horror cinéma vérité, esto es, películas de ficción que hacen uso de las formas del documental para hacer pasar lo que cuentan como real. El protagonista hablando directamente a la cámara, los reflejos de ésta en los espejos, el contínuo movimiento producto de la técnica de la cámara al hombro son algunos de los ingredientes que popularizó el éxito de El proyecto de la bruja de Blair, la cual, en realidad, no era más que la puesta al día de los códigos del género mondo italiano que hizo furor en los años 70 y 80 con títulos tan fundamentales como Este perro mundo u Holocausto caníbal. Pero ya desde ese inicio que apuntábamos, El último exorcismo se ditancia de sus compañeras generacionales: si en películas como [Rec] o Monstruoso el intento de conferir verosimilitud a lo narrado se traducía en un esforzada artificiosidad que, irónicamente, conseguía lo contrario, el director Daniel Stamm apuesta por lo contrario.
El protagonista, el reverendo Cotton Marcus, especialista en oficiar exorcismos, admite ser un farsante: en realidad, él no cree que sus "clientes" estén poseidos pero actúa como si lo estuvieran, orquestando todo un espectáculo que satisfaga a ambas partes: a las familias del poseído porque así ven ratificada su fe y a Marcus por los suculentos dividendos económicos que le procura su trabajo. Así, Marcus no se nos presenta como un personaje simpático, dispuesto a aprovecharse de las creencias de sus feligreses -Marcus apostando con el equipo de grabación que le sigue a que puede intercalar una receta de cocina entre sus proclamas sin que su público se dé cuenta, de lo extasiado que está por sus palabras- y aunque asegura que el objetivo de sus farsas es el asegurarse de que a las personas enfermas que trata no les pase nada, el plano detalle que nos muestra como cuenta el dinero recibido después de una "actuación" nos hace pensar en unos motivos menos solidarios y más crematísticos.
Es este elemento asumidamente documental y distanciador el que confiere una atmósfera desasosegadamente realista al viaje que Marcus hace junto a un equipo fílmico dispuesto a reflejar uno de sus trabajos. Internándose en el corazón de la américa rural más profunda, las casas de madera abandonadas, las leyendas relatadas por los ciudadanos interrogados y las hostiles actitudes de alguno de ellos nos coloca en un territorio que parece haberse quedado anclado en un pasado medieval en el que la superstición y el folclore se confunden; un emplazamiento muy diferente, muy lejano, de la cotidiana y ordenada comunidad suburbana en la que el protagonista vive felizmente con su familia, seguro en su convicción de que el Mal es el elemento clave del show business.
Es por ello que cuando Marcus examina y trata a la joven de dieciséis años Nell Sweerzer el escalofrío no viene de la posibilidad de si ésta está realmemte poseída, sino de la asfixiante atmósfera que reina en un hogar convertido en una cárcel; en un microcosmos alejado del exterior en el que los sucesos que suceden en su interior se quedan en él: la tumba de la madre de Nell situada en el jardín de la casa; la joven encadenada por su padre, Louis Sweerzer, a la cama para dominar sus violentos impulsos; la sombra del incesto que cubre todos los gestos de este último. El último exorcismo, durante su primera mitad, nos informa de que el Mal existe, pero lejos de ser una presencia sobrenatural, resulta descarnadamente terrenal y vive con nosotros.
En un momento del metraje vemos como Marcus prepara la habitación de Nell para el exorcismo: finos y casi invisibles hilos atados a objetos; altavoces escondidos conectados a una pequeña grabadora; crucifijos trucados de los que sale humo... Más que un sacerdote se nos aparece como un especialista en efectos especiales que prepara la escena de una película de terror. Un apunte matalingüístico que se desarrolla en la segunda mitad del film cuando se presenta la posibilidad de que Nell realmente esté poseída por un demonio. El último exorcismo está protagonizada por un escéptico que utiliza los tópicos aprendidos en el cine para utilizarlos en su trabajo y que, de repente, se ve inmerso en un film de dicho género. Aquí es cuando el director muestra su inteligencia al adaptar el estilo adoptado a la historia que se cuenta y no al revés, como sucede en los títulos indicados al comienzo de este texto: la cámara se convierte en el punto de vista del espectador, angustiado por sus rápidos y bruscos movimientos y unos nerviosos planos en cuyas esquinas puede irrumpir el horror en cualquier instante: una niña parada en medio de un pasillo se convierte en una imagen absolutamente aterradora y la intensa iluminación rojiza de un granero lo convierte en la antesala del Infierno.
Al igual que El último exorcismo arranca situada en la seguridad de los barrios residenciales para sumergirse en la descarnada América Gótica, a través del terror sobrenatural se llega al delirio pulp cuando en sus últimos minutos la película se transforma en una sórdida revisión de un film de la Hammer Films, como si Daniel Stamm quisera cerrar el círculo que le ha llevado de lo "real" a la "ficción". De esta manera, esta apuesta por la ficción más retorcida y excesiva puede verse como una convencionalidad que alivie al espectador, pero el permanente punto de vista subjetivo de las imágenes añade un inquietante matiz: ¿quizás los aterrados protagonistas prefieren acudir a la imaginería codificada del Horror -y, por tanto, conocida e inofensiva- antes que aceptar que el Mal es de carne y hueso y se mueve día a día entre nosotros, vestido con nuestras mismas ropas y escondido detrás de rostros como el nuestro?
El protagonista, el reverendo Cotton Marcus, especialista en oficiar exorcismos, admite ser un farsante: en realidad, él no cree que sus "clientes" estén poseidos pero actúa como si lo estuvieran, orquestando todo un espectáculo que satisfaga a ambas partes: a las familias del poseído porque así ven ratificada su fe y a Marcus por los suculentos dividendos económicos que le procura su trabajo. Así, Marcus no se nos presenta como un personaje simpático, dispuesto a aprovecharse de las creencias de sus feligreses -Marcus apostando con el equipo de grabación que le sigue a que puede intercalar una receta de cocina entre sus proclamas sin que su público se dé cuenta, de lo extasiado que está por sus palabras- y aunque asegura que el objetivo de sus farsas es el asegurarse de que a las personas enfermas que trata no les pase nada, el plano detalle que nos muestra como cuenta el dinero recibido después de una "actuación" nos hace pensar en unos motivos menos solidarios y más crematísticos.
Es este elemento asumidamente documental y distanciador el que confiere una atmósfera desasosegadamente realista al viaje que Marcus hace junto a un equipo fílmico dispuesto a reflejar uno de sus trabajos. Internándose en el corazón de la américa rural más profunda, las casas de madera abandonadas, las leyendas relatadas por los ciudadanos interrogados y las hostiles actitudes de alguno de ellos nos coloca en un territorio que parece haberse quedado anclado en un pasado medieval en el que la superstición y el folclore se confunden; un emplazamiento muy diferente, muy lejano, de la cotidiana y ordenada comunidad suburbana en la que el protagonista vive felizmente con su familia, seguro en su convicción de que el Mal es el elemento clave del show business.
Es por ello que cuando Marcus examina y trata a la joven de dieciséis años Nell Sweerzer el escalofrío no viene de la posibilidad de si ésta está realmemte poseída, sino de la asfixiante atmósfera que reina en un hogar convertido en una cárcel; en un microcosmos alejado del exterior en el que los sucesos que suceden en su interior se quedan en él: la tumba de la madre de Nell situada en el jardín de la casa; la joven encadenada por su padre, Louis Sweerzer, a la cama para dominar sus violentos impulsos; la sombra del incesto que cubre todos los gestos de este último. El último exorcismo, durante su primera mitad, nos informa de que el Mal existe, pero lejos de ser una presencia sobrenatural, resulta descarnadamente terrenal y vive con nosotros.
En un momento del metraje vemos como Marcus prepara la habitación de Nell para el exorcismo: finos y casi invisibles hilos atados a objetos; altavoces escondidos conectados a una pequeña grabadora; crucifijos trucados de los que sale humo... Más que un sacerdote se nos aparece como un especialista en efectos especiales que prepara la escena de una película de terror. Un apunte matalingüístico que se desarrolla en la segunda mitad del film cuando se presenta la posibilidad de que Nell realmente esté poseída por un demonio. El último exorcismo está protagonizada por un escéptico que utiliza los tópicos aprendidos en el cine para utilizarlos en su trabajo y que, de repente, se ve inmerso en un film de dicho género. Aquí es cuando el director muestra su inteligencia al adaptar el estilo adoptado a la historia que se cuenta y no al revés, como sucede en los títulos indicados al comienzo de este texto: la cámara se convierte en el punto de vista del espectador, angustiado por sus rápidos y bruscos movimientos y unos nerviosos planos en cuyas esquinas puede irrumpir el horror en cualquier instante: una niña parada en medio de un pasillo se convierte en una imagen absolutamente aterradora y la intensa iluminación rojiza de un granero lo convierte en la antesala del Infierno.
Al igual que El último exorcismo arranca situada en la seguridad de los barrios residenciales para sumergirse en la descarnada América Gótica, a través del terror sobrenatural se llega al delirio pulp cuando en sus últimos minutos la película se transforma en una sórdida revisión de un film de la Hammer Films, como si Daniel Stamm quisera cerrar el círculo que le ha llevado de lo "real" a la "ficción". De esta manera, esta apuesta por la ficción más retorcida y excesiva puede verse como una convencionalidad que alivie al espectador, pero el permanente punto de vista subjetivo de las imágenes añade un inquietante matiz: ¿quizás los aterrados protagonistas prefieren acudir a la imaginería codificada del Horror -y, por tanto, conocida e inofensiva- antes que aceptar que el Mal es de carne y hueso y se mueve día a día entre nosotros, vestido con nuestras mismas ropas y escondido detrás de rostros como el nuestro?
2 comentarios:
Esta me la vi en el pasado Syfy. Es una peli entretenida porque está bien hecha pero me parece demasiado facilona y el final me pareció delirante. Cualquier otro le hubiera sentado mejor aunque seguramente hubiera resultado menos sorprendente.
Es cierto que el final es una salida de tono que arruina toda la atmósfera sutil y verosímil que la película había construido con tanta eficacia, pero también que sirve para descolocar totalmente al espectador. Además de servir como fin de trayecto de ese viaje que se inicia en la "realidad" para acabar en la "ficción", es decir, lo artificioso.
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