martes, 23 de agosto de 2011

Tiburón

(Jaws)
USA, 1975. 124m. C.
D.: Steven Spielberg P.: David Brown & Richard D. Zanuck G.: Peter Benchley & Carl Gottlieb, basado en la novela de Peter Benchley I.: Roy Scheider, Robert Shaw, Richard Dreyfuss, Lorraine Gary

Tiburón comienza con un prólogo que nos muestra a la primera víctima del gran escualo asesino que centra la acción de la película. Una joven turista es brutalmente atacada mientras nada sola en el mar en una calurosa noche de verano. Aunque en ningún momento se nos muestra a la criatura, sí que ésta es formalmente presentada gracias al travelling subacuatico que reproduce su punto de vista mientras merodea buscando alimento, así como la introducción del implacable leitmotiv musical compuesto por John Williams que anunciará al espectador de la presencia del tiburón, manteniendole presente en todo momento aunque no muestre sus formas hasta pasada la mitad de metraje. La escena finaliza con un plano general del océano, con las aguas calmadas una vez ha finalizada la carnicería. Una transparencia sustituye esa imagen del mar por la noche por una del mismo elemento de día. Una cabeza irrumpe en el encuadre, la del jefe Martin Brody, encargado de la policía local de la isla de Amity, quien tendrá que hacerse cargo de la inminente amenaza. Una sencilla solución de montaje que sirve no sólo para presentar los terrenos antitéticos en los que se desarrollará la acción (el mar y la tierra), sino a los principales representantes de dichos territorios (un animal que vive en el agua y una persona que odia el mar).

Sin suponer su opera prima (antes ya había realizado la comedia en clave de road movie Loca evasión con Goldie Hawn), Tiburón sí supuso la primera gran película de Steven Spielberg, quien ya se había fogueado trabajando para la televisión (destacando El diablo sobre ruedas, con guión de Richard Matheson, título con varios puntos en común con la película que nos ocupa). A pesar de sus dos horas de duración, Tiburón hace gala de una concisión narrativa heredada de ese pasado televisivo, haciendo que cada escena, cada plano, sirva para comunicar una idea o establecer un tono. Por ejemplo, pasando el día con su familia en la playa, Brody es incapaz de dejar de vigilar el mar, esperando un ataque en cualquier momento: Spielberg utiliza a las personas que pasan por delante del encuadre para ir cerrando el plano sobre el protagonista, reflejando tanto su concentración como su preocupación; el travelling que le sigue mientras se dirige a la zona donde están sus hijos y en la que se ha visto al tiburón: la cámara retrata como empieza andando y acelera el paso hasta echar a correr, mostrando la angustia de un padre por la salud de sus hijos; el lento zoom que muestra al barco en el que Brody, Hooper y Quint parten a la caza del tiburón, estampa enmarcada por la mandíbula de otro escualo expuesta en el refugio de Quint, metáfora de cómo los protagonistas se metern en la boca de su enemigo, adentrándose en su territorio.

Convertida tanto en la primera muestra del formato blockbuster así como en definición del mismo -cuyo estreno veraniego supuso que fuera la primera película que superaba la barrera de los doscientos millones de dólares en su recaudación nacional-, vista hoy en día, Tiburón se nos aparece no sólo como piedra angular del cine contemporáneo, sino también como centro neurálgico del propio Steven Spielberg, resumiendo tanto su pasado como espectador cinematográfico como su futuro como proclamado Rey Midas de la industria hollywoodiense tanto en su vertiente como director como en la de protector de nuevos talentos a través de su figura -no menos importante y definitoria- como productor.

Así, durante su primera mitad, Tiburón supone la actualización de las bases del cine fantástico de las décadas precedentes. Si en las muestras más populares de la ciencia-ficción de los años 50 la amenaza provenía por el agigantamiento producido por la radiación de cierta parte de la fauna (Las hormigas de La humanidad en peligro, la araña de Tarántula; el caso invertido de El increíble hombre menguante, con el reducido héroe luchando contra una araña común), el gran tiburón blanco parece concentrar en su gigantesca forma la fuerza de una Naturaleza desatada que busca recuperar su reinado de la mano de los hombres.

Visto desde los ojos asombrados y aterrorizados de sus oponentes (la frase de Brody: "Necesitamos un barco más grande"; la incredulidad de Quint al ver cómo el tiburón consigue sumergirse aún arrastrando tres bidones de aire), el depredador marino llega a alcanzar una posición casi mítica y decididamente monstruosa. Tiburón utiliza la base teórica del cine fantástico (un entorno cotidiano vulnerado -y modificado- por la irrupción de lo extraño, de lo inexplicable) para trazar la línea que parte de lo familiar (las breves pero decisivas escenas de Brody jugando con sus hijos o hablando con su mujer) para aterrizar en el centro de la pesadilla (las escalofriantes escenas de Hooper en el interior de la jaula o la casi ubicuidad del tiburón, apareciendo de la nada y arrasando con todo lo que encuentra -el barco de Quint hundiéndose mientras Brody sube al puesto de vigilancia-). La paranoia que se contagió en el público, alejándose de las playas tras ver la película, se resume en una tremenda imagen: la relajación y alegría que marcan una mañana soleada en la playa -el joven jugando con su perro, los niños con sus tumbonas flotantes, la pareja que juega en el agua- rota abruptamente por un géiser de sangre acompañado por los aullidos de un niño que es devorado por un animal insaciable.

Pero, como indicábamos líneas arriba, Tiburón demuestra la temprana habilidad de su director tanto para la mezcla genérica filtrada por la nostalgia como su talento para lograr captar el motor épico que mueve la lucha del héroe cotidiano contra un enemigo que le supera. De esa primera mitad marcada por el terror (en su vertiente de suspense o con sus apuntes al cine catastrofista tan en boga en su época -la comunidad comercial de Amity más preocupada por los estragos que las acciones del animal puede causar en su economía que en la pérdida de vidas humanas) pasamos al cine de aventuras en estado puro, con Quint convertido en un descendiente del capitán Ahab, un viejo lobo de mar que parece haber nacido para enfrentarse, por última vez, a tan increíble criatura, la representación de todos sus miedos.

Las escenas del barco de Quint persiguiendo al tiburón nos trae a la memoria los clásicos del cine de aventuras marinas; los planos del propio Quint disparando con su arpón al monstruo desde el puente puede hacernos pensar en el western -como un cowboy disparando a los indios desde su caballo- y la conversación de los tres protagonistas comparando sus heridas y recordando anécdotas de su pasado recuerda a la camaradería entre combatientes vista en el cine bélico. Como contenedor genérico de vocación evasiva, Tiburón adelanta el desprejuiciado postmodernismo del cine comercial de los 80 a la vez que ratifica su condición de clásico capaz de formar a vitalicios amantes del cine de todas las edades.


2 comentarios:

Txema SG dijo...

Vaya, coincidimos en nuestra fascinación por esta película. Proximamente hablaré de ella en un post dedicado a pelis de bichos XD

La verdad es que es sorprendente la habilidad de Spielberg para sorprendernos con una película de un tiburón que simplemente se come a la gente... el tío que escribio la novela también fue otro crak.

Anda que no habrá peña que tenga miedo a los escualos por culpa de este filme.

Gran post (como siempre)

Un saludo.

José M. García dijo...

Posiblemente, "Tiburón" sea la película que más veces habré visto en mi vida. Cuando era pequeño la echaban todos los veranos en prime time por la Primera Cadena y, casi como si fuera un ritual, todos los años la veía con mis padres.

Lo que ya no comparto es tu entusiasmo por Peter Benchley, al menos a tenor de lo único que he leído de él que es precisamente "Tiburón". No voy a quitarle el mérito de que se le ocurriera la idea, pero el resultado es bastante mediocre. Éste es otro de esos casos en los que la película supera, y por mucho, al libro en el que se basa.