México/Italia, 1989. 123m. C.
D.: Alejandro Jodorowsky P.: Claudio Argento G.: Alejandro Jodorowsky, Roberto Leoni & Claudio Argento, basado en una idea de Alejandro Jodorowsky, adaptada por Roberto Leoni I.: Axel Jodorowsky, Blanca Guerra, Guy Stockwell, Thelma Tixou
Cuando conocemos a Fenix, éste se comporta como si fuese un animal antes que un ser humano. Completamente desnudo y subido a lo alto de una estructura a modo de árbol instalada en la celda del psiquiátrico en el que permanece internado, rechaza el plato con comida preparada que le ofrece su médico, pero se lanza a por el pescado crudo que le da a continuación, devorándolo con fruición. Un primer plano de Fenix le sirve a Jodorowsky para fusionarle mediante una transparencia con la cabeza de un águila que emprende el vuelo. El travelling aéreo que atraviesa las calles de la ciudad de México y nos dirige a una carpa de circo instalada delante de una iglesia no sirve tanto como presentación de un escenario como un cúmulo de significados que nos sirvan para interpretar el film.
Por un lado, ese plano subjetivo no corresponde tanto al águila como al propio Fenix, cuya mirada perdida en la realidad se compensa con una visión introspectiva hacia su pasado, hacia los hechos acaecidos en su infancia y que le han dejado en el estado casi catatónico en el que le hemos encontrado. Por otro, esta aproximación nos introduce en la mente del protagonista, en su mundo interior a través del cual tendremos que descifrar el resto del film. Finalmente, supone un movimiento guiado por el propio director quien nos anima a internarnos en su universo cinematográfico. Las pobres arquitecturas mexicanas que nos muestra confieren una importancia tangencial a los escenarios por los que se moverán los personajes, no un fondo, sino fuente misma de la esencia que recorre la película.
En este sentido, resulta tangencial el personaje de la madre de Fenix, Concha, que oficia de líder de un culto pagano que adora la imagen de una joven que fue violada y cuyos brazos le fueron arrancados cuando intentó defenderse, muriendo en un charco formado por su propia sangre. Esta manera de apropiarse de una leyenda local para convertirla en la iconografía religiosa de una secta apocalíptica es la misma que utilizará el propio Jodorowsky a la hora de acercarse a una serie de iconos del cine de terror clásico, los cuales filtra a través de su perspectiva pánica e imaginería esotérica, transformando a la ciudad de México en un escenario irreal, una amalgama de referentes kitsch, camp y bizarre que sirve de base cohesionadora del puzzle referencial desplegado en Santa sangre, a la vez que otorgándole una personalidad propia y diferenciada.
Por ejemplo, los primeros minutos en los que se nos narra la infancia de Fenix como integrante del circo en el que trabajan sus padres remite al universo deformado, tan terrible como melancólico, de Tod Browning. Los integrantes de la compañía circense son, antes que personajes, iconos de dicho mundo que Jodorowsky se encarga de retorcer: el grotesco lanzador de cuchillos, la lasciva y voluptuosa mujer tatuada, la trapecista que realiza su número colgada de su propio pelo. De esta manera, el director de El topo consigue armonizar una mirada casi contumbrista (a la hora de reflejar el día a día en un circo) con inusitados apuntes casi surrealistas (el entierro del elefante) y que sirven para definir a los personajes (el rito de iniciación al que es sometido Fenix por parte de su padre en una de las escenas más emotivas de la película). Con esta base, el espectáculo granguiñolesco con el que finaliza esta primera parte se integra con naturalidad, preparando la inmersión en los códigos del cine de terror moderno que efectuará el film a continuación.
Cuando retomamos a Fenix en su edad adulta ya somos conscientes de que los escenarios por los que se mueve suponen una proyección subjetiva de éste. Si las secuencias anteriores tenían una tonalidad realista y grisácea marcadas por la tragedia y el desconocimiento, ahora el mundo se ha convertido en un lugar amenazante en su vertiente más hedonista y lujuriosa. Un magistral travelling define este territorio hostil para el protagonista: él y un grupo de niños con síndrome de Down son guiados por un proxeneta que, a los ritmos de la "Lupita" de Pérez Prado que sale de su radiocassette, recorre las calles bailando con las decenas de prostitutas que las llenan y enfrentándose a otros chulos que protegen su territorio. Un entorno tan extremo y bizarre (el cúmulos de freaks que pueblan el lugar: el hombre sin piernas que se mueve con las manos; el individuo trajeado que se arranca una oreja) como creíble y lógico en el marco de la acción.
Y son estos cimientos los que le permiten a Jodorowsky penetrar en el vicioso universo del giallo (recordemos que la película está producida por el hermano de Dario Argento), utilizando sus lugares comunes (el punto de vista del asesino acercándose a su víctima; el uso de armas blancas; el ensañamiento sangriento) pero confiriéndole una cualidad personal que lo aleja de las diferentes muestras del subgénero, confiriéndole un hálito de frescura y novedad a un género a esas alturas muerto. La intensa paleta cromática parece remitir tanto a los estilizados ejercicios de Dario Argento como a la reproducción de los carteles que sirven de presentación de los espectáculos teatrales en su vertiente más popular.
Santa sangre supone así un recorrido por toda una tradición cultural latina (las revistas teatrales picantes; la lucha libre de enmascarados; el musical folclórico; el culto a la muerte) que le sirve a Jodorowsky a la hora de combinar todo tipo de ingredientes (del melodrama al cine fantástico, con paradas de romanticismo naïf y apuntes de ciencia-ficción: el extraño momento en el que Fenix se convierte en un mad doctor que parafrasea El hombre invisible de James Whale) cuyo soporte vital supone el Psicosis de Alfred Hitchcock. Santa sangre se convierte en un film esencialmente esotérico, una pócima que sirva al espectador para deconstruir toda una tradicción del cine fantaterrorífico desde una perspectiva (psico)mágica.
Una vez se han resuelto todos los enigmas y se ha clausurado la dramaturgia, Jodorowsky aún invierte veinte minutos en un epílogo que le sirve no sólo de cierre del relato, sino de ejercicio de exorcismo que, en su ritualidad, expulse al espectador del cuerpo de la película y lo devuelva a su mundo. El travelling en retroceso con el que termina la película, en contraposición al movimiento hacia delante que la abría, nos aleja de Fenix y su universo, devolviéndonos a nuestra realidad la cual, una vez transformados por el visionado de Santa sangre, ya no es la misma que abandonamos dos horas antes.
Por un lado, ese plano subjetivo no corresponde tanto al águila como al propio Fenix, cuya mirada perdida en la realidad se compensa con una visión introspectiva hacia su pasado, hacia los hechos acaecidos en su infancia y que le han dejado en el estado casi catatónico en el que le hemos encontrado. Por otro, esta aproximación nos introduce en la mente del protagonista, en su mundo interior a través del cual tendremos que descifrar el resto del film. Finalmente, supone un movimiento guiado por el propio director quien nos anima a internarnos en su universo cinematográfico. Las pobres arquitecturas mexicanas que nos muestra confieren una importancia tangencial a los escenarios por los que se moverán los personajes, no un fondo, sino fuente misma de la esencia que recorre la película.
En este sentido, resulta tangencial el personaje de la madre de Fenix, Concha, que oficia de líder de un culto pagano que adora la imagen de una joven que fue violada y cuyos brazos le fueron arrancados cuando intentó defenderse, muriendo en un charco formado por su propia sangre. Esta manera de apropiarse de una leyenda local para convertirla en la iconografía religiosa de una secta apocalíptica es la misma que utilizará el propio Jodorowsky a la hora de acercarse a una serie de iconos del cine de terror clásico, los cuales filtra a través de su perspectiva pánica e imaginería esotérica, transformando a la ciudad de México en un escenario irreal, una amalgama de referentes kitsch, camp y bizarre que sirve de base cohesionadora del puzzle referencial desplegado en Santa sangre, a la vez que otorgándole una personalidad propia y diferenciada.
Por ejemplo, los primeros minutos en los que se nos narra la infancia de Fenix como integrante del circo en el que trabajan sus padres remite al universo deformado, tan terrible como melancólico, de Tod Browning. Los integrantes de la compañía circense son, antes que personajes, iconos de dicho mundo que Jodorowsky se encarga de retorcer: el grotesco lanzador de cuchillos, la lasciva y voluptuosa mujer tatuada, la trapecista que realiza su número colgada de su propio pelo. De esta manera, el director de El topo consigue armonizar una mirada casi contumbrista (a la hora de reflejar el día a día en un circo) con inusitados apuntes casi surrealistas (el entierro del elefante) y que sirven para definir a los personajes (el rito de iniciación al que es sometido Fenix por parte de su padre en una de las escenas más emotivas de la película). Con esta base, el espectáculo granguiñolesco con el que finaliza esta primera parte se integra con naturalidad, preparando la inmersión en los códigos del cine de terror moderno que efectuará el film a continuación.
Cuando retomamos a Fenix en su edad adulta ya somos conscientes de que los escenarios por los que se mueve suponen una proyección subjetiva de éste. Si las secuencias anteriores tenían una tonalidad realista y grisácea marcadas por la tragedia y el desconocimiento, ahora el mundo se ha convertido en un lugar amenazante en su vertiente más hedonista y lujuriosa. Un magistral travelling define este territorio hostil para el protagonista: él y un grupo de niños con síndrome de Down son guiados por un proxeneta que, a los ritmos de la "Lupita" de Pérez Prado que sale de su radiocassette, recorre las calles bailando con las decenas de prostitutas que las llenan y enfrentándose a otros chulos que protegen su territorio. Un entorno tan extremo y bizarre (el cúmulos de freaks que pueblan el lugar: el hombre sin piernas que se mueve con las manos; el individuo trajeado que se arranca una oreja) como creíble y lógico en el marco de la acción.
Y son estos cimientos los que le permiten a Jodorowsky penetrar en el vicioso universo del giallo (recordemos que la película está producida por el hermano de Dario Argento), utilizando sus lugares comunes (el punto de vista del asesino acercándose a su víctima; el uso de armas blancas; el ensañamiento sangriento) pero confiriéndole una cualidad personal que lo aleja de las diferentes muestras del subgénero, confiriéndole un hálito de frescura y novedad a un género a esas alturas muerto. La intensa paleta cromática parece remitir tanto a los estilizados ejercicios de Dario Argento como a la reproducción de los carteles que sirven de presentación de los espectáculos teatrales en su vertiente más popular.
Santa sangre supone así un recorrido por toda una tradición cultural latina (las revistas teatrales picantes; la lucha libre de enmascarados; el musical folclórico; el culto a la muerte) que le sirve a Jodorowsky a la hora de combinar todo tipo de ingredientes (del melodrama al cine fantástico, con paradas de romanticismo naïf y apuntes de ciencia-ficción: el extraño momento en el que Fenix se convierte en un mad doctor que parafrasea El hombre invisible de James Whale) cuyo soporte vital supone el Psicosis de Alfred Hitchcock. Santa sangre se convierte en un film esencialmente esotérico, una pócima que sirva al espectador para deconstruir toda una tradicción del cine fantaterrorífico desde una perspectiva (psico)mágica.
Una vez se han resuelto todos los enigmas y se ha clausurado la dramaturgia, Jodorowsky aún invierte veinte minutos en un epílogo que le sirve no sólo de cierre del relato, sino de ejercicio de exorcismo que, en su ritualidad, expulse al espectador del cuerpo de la película y lo devuelva a su mundo. El travelling en retroceso con el que termina la película, en contraposición al movimiento hacia delante que la abría, nos aleja de Fenix y su universo, devolviéndonos a nuestra realidad la cual, una vez transformados por el visionado de Santa sangre, ya no es la misma que abandonamos dos horas antes.
7 comentarios:
no te leo esto aún (quehaceres me apartarán en 5 s' de la pantalla cual cuenta a trás de Bond), pero he visto Santa sangre en pantalla grande, en los primeros noventa, una cinta de impacto, loca y brutal que apenas recuerdo. Volveré a tu texto, hablamos entonces ;)
Pues no sabes la envidia que te tengo por poder disfrutar esta poderosa película en pantalla grande y en su momento.
Espero que el texto te ayude a refrescar la memoria o, mejor aún, te anime a revisarla. Espero sus opiniones.
A mi me aburrió pero admito que se me pasaron muchas cosas que señalas.
Yo en ningún momento me aburro, pero confieso que hay determinados momentos en el que noto que el ritmo se frena y la película se hace un poco cuesta arriba. Pero no lo considero un defecto y es parte de la experiencia que supone ver "Santa sangre". Si la película fuese muy entretenida y se pasara rápido no funcionaría igual. La película, digamos tiene que pesar para calar.
Soy Lord_Pengallan no sé porque tengo problemas.
Estoy de acuerdo. El tema no es pasar un buen rato comiendo palomitas. Me refería al efecto que tiene en mi. Prefiero otras pelis de Jodo. Es que en el fondo no nos atraen las mismas cosas (a Jodo y a mi).
A mí es que el universo que despliega Jodorowsky me fascina irremediablemente: ese México bizarre, mágico e irreal me resulta terriblemente atractivo.
En cambio, a mi compañero de sesión la película no le gustó nada, entre otras cosas, porque no conectaba nada con ese mundo.
Quizás ahí redide la clave del asunto.
Sabe alguno de ustedes los nombres de las calles donde se filmo? que locaciones usaron? el barranco donde arrojaron el elefante o la calle del recorrido del funeral del elefante?
Gracias!
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