(JCVD)
Bélgica/Luxemburgo/Francia, 2008. 97m. C.
D.: Mabrouk El Mechri P.: Patrick Quinet, Jani Thitges & Arlette Zylberberg G.: Mabrouk El Mechri, Frédéric Taddeï & Christophe Turpin, basado en una idea de Frédéric Taddeï & Vincent Ravalec I.: Jean-Vlaude Van Damme, François Damiens, Zinedine Soualem, Karim Belkhadra
Bélgica/Luxemburgo/Francia, 2008. 97m. C.
D.: Mabrouk El Mechri P.: Patrick Quinet, Jani Thitges & Arlette Zylberberg G.: Mabrouk El Mechri, Frédéric Taddeï & Christophe Turpin, basado en una idea de Frédéric Taddeï & Vincent Ravalec I.: Jean-Vlaude Van Damme, François Damiens, Zinedine Soualem, Karim Belkhadra
JCVD comienza y termina con dos covers musicales: "Hard Times", de Curtis Mayfield, para el inicio y "Modern Love", de David Bowie, para acompañar los créditos finales. Como decimos, no son las canciones originales, sino que se utilizan las versiones de Baby Huey & The Baby Sitters y de Marie Mazziotti respectivamente. A parte del camino que la película efectúa de lo crepuscular a lo sentimental que resumen estas dos canciones, el hecho de encontrarnos ante un producto que pareciendo una cosa (el trabajo original) es otra (los cambios de la nueva versión) también define la mirada metalingüística que singulariza este original y simpático título.
JCVD supone un estudio acerca de las fragilidades internas que se cierran en el musculoso cuerpo e hierático semblante de uno de los representantes del actioner, así como las capas de sentido que podemos ir separando de una base que, inicialmente, parece comvertir la inexpresividad y la obviedad en su carta de presentación. En resumen, se utiliza la figura de Jean-Claude Van Damme, producto original del direct to video que consigue tocar la gloria del estrellato para volver a ser expulsado a su punto de partida, para realizar una reflexión entre el mito y la persona en los márgenes del cine de género.
Y esos dos Van Damme son presentados, y diferenciados, en la sencuencia de créditos, consistente en un espectacular plano secuencia que muestra al actor belga enfrentándose con todo un ejército y eliminando a sus adversarios tanto utilizando sus habilidades marciales como con armas de fuego, además de rescatar a una pobre muchacha. El que la toma no tenga cortes ayuda a engrandecer a Van Damme, quien se mueve como un auténtico superhéroe y controlando toda la acción. Pero cuando, tras un fallo, el director le dice que hay que repetir el plano vemos a una persona totalmente diferente: un hombre de cuarenta y siete años, cansado, casi exhausto, y que apenas se tiene en pie. En un solo plano hemos pasado de la máscara todopoderosa que admiramos en la pantalla al ser humano que se esconde detras de esa máscara y de cuyas energía y vitalidad se alimenta la primera para resplandecer.
La radiografía de Jean-Claude Van Damme que realiza JCVD se divide en dos puntos: uno externo (el que afecta a los espectadores del cine de acción) y otro interno (dirigido al propio actor). En cuanto al primero, la idea de colocar al actor que tantas veces ha sido el héroe de tantos films del género en una situación límite real (el atraco a una oficina postal) sirve para relativizar la figura idolatrada de la estrella de cine dentro de los contornos de la cotidianidad: mientras que en cualquiera de sus películas, Van Damme desarmaría a sus contrincantes con un movimiento, aquí se intimida cuando le apuntan con una pistola, es derribado cuando le golpean e, incluso, es utilizado como si fuera una marioneta. Las miradas acusadoras de los rehenes cuando se dan cuenta de que Van Damme se acobarda ante las amenazas de sus captores evidencia ejemplarmente la manera con la cual la realidad y la ficción se confunden en nuestra mirada a los ídolos cinematográficos.
La puesta en escena de Mabrouk El Mechri incide en esa confusión. Por un lado, su trabajo a base de largos planos y amplios movimientos de cámara, apoyado por una decoloración de la imagen, subraya el tono documental del film, de hacernos creer que estamos ante un retrato veraz del día a día de Jean-Claude Van Damme. Pero esta planificación naturalista es cortocircuitada por una fragmentación temporal y una separación capitular que contradice ese supuesto naturalismo, confesándonos que, en realidad, estamos ante un elaborado producto de ficción.
Pero si ya esto de por sí hace de JCVD una película harto interesante, es esa perspectiva interna a la que aludía hace unas líneas la que lo convierte en un producto muy especial. En un momento del metraje, Van Damme se observa a sí mismo divagando en una entrevista real emitida por la televisión, dándose cuenta de lo ridículas que son sus reflexiones, las cuales despiertan las risas quienes le rodean. En JCVD, Van Damme se enfrenta a su propio reflejo, a su condición de actor en decadencia, tanto a nivel personal como artístico: las escenas del juicio en el que se enfrenta con su mujer por la custodia de su hija (y en el que tiene que soportar que su hija reniegue de él porque sus amigos se ríen de ella por las cosas que dice su padre por televisión) o las reuniones con su agente discutiendo las condiciones de su próxima película, una producción de serie Z que, como él dice, está acabando con su carrera.
La catarsis llega en una secuencia que, sin duda, supone una de las reflexiones metalingüísticas más poderosas y magnéticas de los últimos años. Van Damme está sentado en una silla en el centro del plano, rodeado de los atracadores y del resto de los rehenes. De repente, la silla empieza a elevarse seguida por la cámara, que está anclada a ella, hasta llegar al techo donde vemos los focos que iluminan el decorado. El artificio queda al descubierto y, por tanto, el engaño desaparece. Van Damme sale de la película, rompe su imagen de actor y se desnuda ante todos nosotros: el "músculos de Bruselas" hace un recorrido por su vida: su infancia marcada por la pobreza, sus primeros pasos en Estados Unidos sin saber inglés, su triunfo en Hollywood y su caída en el infierno de las drogas, así como sus problemas matrimoniales. Una confesión marcada por las lágrimas y por el sentimiento, y que supone el autoexorcismo más impúdico y descarnado que un actor haya hecho de sus demonios internos delante de una cámara desde que vimos a Martin Sheen dentro de una habitación de hotel en Saigón al inicio de Apocalypse Now.
JCVD supone un estudio acerca de las fragilidades internas que se cierran en el musculoso cuerpo e hierático semblante de uno de los representantes del actioner, así como las capas de sentido que podemos ir separando de una base que, inicialmente, parece comvertir la inexpresividad y la obviedad en su carta de presentación. En resumen, se utiliza la figura de Jean-Claude Van Damme, producto original del direct to video que consigue tocar la gloria del estrellato para volver a ser expulsado a su punto de partida, para realizar una reflexión entre el mito y la persona en los márgenes del cine de género.
Y esos dos Van Damme son presentados, y diferenciados, en la sencuencia de créditos, consistente en un espectacular plano secuencia que muestra al actor belga enfrentándose con todo un ejército y eliminando a sus adversarios tanto utilizando sus habilidades marciales como con armas de fuego, además de rescatar a una pobre muchacha. El que la toma no tenga cortes ayuda a engrandecer a Van Damme, quien se mueve como un auténtico superhéroe y controlando toda la acción. Pero cuando, tras un fallo, el director le dice que hay que repetir el plano vemos a una persona totalmente diferente: un hombre de cuarenta y siete años, cansado, casi exhausto, y que apenas se tiene en pie. En un solo plano hemos pasado de la máscara todopoderosa que admiramos en la pantalla al ser humano que se esconde detras de esa máscara y de cuyas energía y vitalidad se alimenta la primera para resplandecer.
La radiografía de Jean-Claude Van Damme que realiza JCVD se divide en dos puntos: uno externo (el que afecta a los espectadores del cine de acción) y otro interno (dirigido al propio actor). En cuanto al primero, la idea de colocar al actor que tantas veces ha sido el héroe de tantos films del género en una situación límite real (el atraco a una oficina postal) sirve para relativizar la figura idolatrada de la estrella de cine dentro de los contornos de la cotidianidad: mientras que en cualquiera de sus películas, Van Damme desarmaría a sus contrincantes con un movimiento, aquí se intimida cuando le apuntan con una pistola, es derribado cuando le golpean e, incluso, es utilizado como si fuera una marioneta. Las miradas acusadoras de los rehenes cuando se dan cuenta de que Van Damme se acobarda ante las amenazas de sus captores evidencia ejemplarmente la manera con la cual la realidad y la ficción se confunden en nuestra mirada a los ídolos cinematográficos.
La puesta en escena de Mabrouk El Mechri incide en esa confusión. Por un lado, su trabajo a base de largos planos y amplios movimientos de cámara, apoyado por una decoloración de la imagen, subraya el tono documental del film, de hacernos creer que estamos ante un retrato veraz del día a día de Jean-Claude Van Damme. Pero esta planificación naturalista es cortocircuitada por una fragmentación temporal y una separación capitular que contradice ese supuesto naturalismo, confesándonos que, en realidad, estamos ante un elaborado producto de ficción.
Pero si ya esto de por sí hace de JCVD una película harto interesante, es esa perspectiva interna a la que aludía hace unas líneas la que lo convierte en un producto muy especial. En un momento del metraje, Van Damme se observa a sí mismo divagando en una entrevista real emitida por la televisión, dándose cuenta de lo ridículas que son sus reflexiones, las cuales despiertan las risas quienes le rodean. En JCVD, Van Damme se enfrenta a su propio reflejo, a su condición de actor en decadencia, tanto a nivel personal como artístico: las escenas del juicio en el que se enfrenta con su mujer por la custodia de su hija (y en el que tiene que soportar que su hija reniegue de él porque sus amigos se ríen de ella por las cosas que dice su padre por televisión) o las reuniones con su agente discutiendo las condiciones de su próxima película, una producción de serie Z que, como él dice, está acabando con su carrera.
La catarsis llega en una secuencia que, sin duda, supone una de las reflexiones metalingüísticas más poderosas y magnéticas de los últimos años. Van Damme está sentado en una silla en el centro del plano, rodeado de los atracadores y del resto de los rehenes. De repente, la silla empieza a elevarse seguida por la cámara, que está anclada a ella, hasta llegar al techo donde vemos los focos que iluminan el decorado. El artificio queda al descubierto y, por tanto, el engaño desaparece. Van Damme sale de la película, rompe su imagen de actor y se desnuda ante todos nosotros: el "músculos de Bruselas" hace un recorrido por su vida: su infancia marcada por la pobreza, sus primeros pasos en Estados Unidos sin saber inglés, su triunfo en Hollywood y su caída en el infierno de las drogas, así como sus problemas matrimoniales. Una confesión marcada por las lágrimas y por el sentimiento, y que supone el autoexorcismo más impúdico y descarnado que un actor haya hecho de sus demonios internos delante de una cámara desde que vimos a Martin Sheen dentro de una habitación de hotel en Saigón al inicio de Apocalypse Now.
4 comentarios:
Hace poco visioné este magnífico título. Ya tenía buenas referencias, pero es que además el resultado me pareció de lo más fresco, divertido y honesto que he visto en los últimos años.
La puesta en escena, la dirección y el montaje son soberbios, un gran producto fílmico, pero el baluarte de la cinta viene a ser su protagonista, un JCVD que deslumbra en su capacidad expresiva, bordando todos los matices que Mabrouk le ofrece y culminando la actuación de su vida con esa secuencia metalingüística pura que es la confesión al espectador de su vaivén existencial.
Conviene revisar los extras de la magnifica edición de Cameo doble para profundizar en el caracter del actor y comprobar el mimo que el director le profesa, así como sus inseguridades y al final gran humanidad que lo define.
Un película magnífica, absolutamente recomendable.
La vi hace un tiempo y no en las mejores condiciones, pero me sorprendio Van Damme, su actuación me pareció brillante y de una honestidad casi hiriente, como dices muchas veces, cualquier actor con el director, equipo o motivación adecuada, puede dar mucho más de si de lo que normalmente esperarias.
La película me encantó. Y como bien dicen los extras son casi mejores como ese momento en el que Van Damne es consciente de sus limitaciones para retener escasas líneas de diálogo.
Genial.
Hola a todos.
Iñaki: posiblemente frescura sea el término que mejor define a la película. Me gusta especialmente esa ingeniosa mezcla entre realidad-ficción: la historia podría pertenecer a una película de acción pero Van Damme hace de sí mismo. Con todo, pienso que se podría haber llegado más lejos y que la película se conforma (incluso atasca) con el brillante punto de partida que ha trazado.
Fer: y es que los ejemplos son más que reveladores: el pobre Sylvester Stallone arrastra la fama de ser el peor actor del mundo, pero ahí tenemos su nominación al Oscar por "Rocky" y su papel en "Cop Land"; se supone que Vin Diesel es un vulgar musculitos pero hace una película con Sidney Lumet y todo el mundo se quita el sombrero.
Por supuesto hay actores con más talento que otros, pero creo que la clave está en un buen director de actores que sepa aprovechar y resaltar lo que ofrece cada uno.
Yota: me uno a las recomendaciones de la edición en DVD de Cameo y Versus (dos de las mejores distribuidoras del formato en nuestro país) que hacéis Iñaki y tú.
A parte de un buen making of, se incluye un documental titulado "Un paseo con JCVD" en el que el actor hace de guía turítico al director de la película por los escenarios más importantes de su vida y que supone el complemento verité de JCVD.
Un saludo a todos.
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