jueves, 5 de mayo de 2011

M. El vampiro de Düsseldorf

(M)
Alemania, 1931. 105m. C.
D.: Fritz Lang P.: Seymour Nebenzal G.: Thea von Harbou & Fritz Lang I.: Peter Lorre, Ellen Widmann, Inge Landgut, Otto Wernicke F.: 1.20:1

El hecho de que M. El vampiro de Düsseldorf suponga la primera película sonora de Fritz Lang es un dato que no es necesario buscar en los libros de historia cinematográfica, sino que es constatable en el propio film en, al menos, tres sentidos: por un lado, se hace gala de cierta verborrea, con las palabras acompañando los planos de toda una escena; lo cual nos lleva a anotar cierto acercamiento experimental, con el sonido no sólo como parte integrante de la acción, sino utilizandolo para crear una atmósfera o correlacionar diferentes secuencias; pero, como si todavía Lang no quisiera desprenderse de las herramientas expresivas desarrolladas en el cine mudo, en M. El vampiro de Düsseldorf vuelve a mostrar una total confianza en el propio poder de las imágenes a la hora de desarrollar una historia.

Esto último resulta evidente en la secuencia de apertura de la película, la cual sirve para sintetizar tanto el argumento como los objetivos de sus creadores. El primer plano consiste en una toma en picado de un grupo de niños que están jugando. Uno de ellos se encuentra dentro de un círculo formado por el resto, mientras pasa de uno a otro con su dedo mientras canta una canción de tono infantil pero que alude a los recientes asesinatos de niños que se suceden en la ciudad. Una manera de mostrar como el misterioso asesino ha llegado a formar parte permanente del entorno cotidiano de sus propias víctimas, estando su espíritu presente incluso en los juegos infantiles, transmutándose en una especie de ser mitológico contemporáneo.

En ese mismo escenario, un bloque de apartamentos, una mujer prepara la comida mientras espera que su hija regrese del colegio. Los minutos pasan y la mujer mira con desesperación el paso de éstos en el reloj de la pared. Los sonidos del reloj, marcando el transcurrir del tiempo y los sonidos que se escuchan desde las escaleras o desde el patio sirven para transmitir la angustia de la madre, retratando a través de su entorno el dolor que empieza a apoderarse de su interior. Esta secuencia se ve interrumpida por una serie de acciones paralelas que nos muestran a una niña que es acompañada por un hombre al que no llegamos a verle la cara. Los dos planos finales (un plato vacío colocado en la mesa y una pelota que sale de un arbusto para detenerse en medio de la nada) sirven para unificar ambos momentos y relacionar a la hija con su madre. Los dos elementos que deberían estar acompañados de su presencia (el plato para comer y la pelota para jugar), al aparecer vacios, suponen una confirmación de la muerte de la pequeña.

De lo particular pasamos a lo general. Una vez conocido el crimen e informado a los ciudadanos a través de la prensa, la ciudad se convierte en una masa colérica que, en sus ansias de venganza, canaliza sus miedos y sus odios en la figura del asesino, sirviéndoles para mirar con desconfianza a su alrededor. El amable vecino se transforma en un sospechoso y un acto de amabilidad puede ser el signo de un acto sanguinario. A pesar de ser uno más dentro de una serie macabra, el primer crimen que abre M. El vampiro de Düsseldorf será el único que se muestre en la película. Y es así porque a Lang no le interesa tanto la identidad del criminal o sus estremecedores actos como el radiografiar los oscuros impulsos que mueven a un entorno ordenado. Así, la primera vez que aparece el asesino, sólo vemos su sombra cubriendo un papel en el que se informa de sus crímenes: el asesino no como una presencia real, un cuerpo, sino como una fuerza inconcreta y abstracta que se nutre del odio gestado en las calles por las que se mueve.

Que el grupo de vigilancia que se crea para atrapar al asesino esté formado por criminales, cansados de que la policía les acose con contínuas redadas en la búsqueda del primero, supone una siniestra paradoja que evidencia el pesimista discurso del director: una sociedad retroalimentada en su propio caldo de cultivo. La utilización de nuevo del montaje paralelo para hermanar los diferentes planes de los delincuentes y de la policía difumina las línea de separación entre la ley y el crimen y, de manera alegórica, entre el Bien y el Mal. La creación de un jurado popular formado por esos mismos delincuentes significará una escalofriante parodia de la justicia, por la cual la instrumentalización de la justicia dará paso a la imposición del horror.

Dos años después, tras realizar El testamento del doctor Mabuse, Fritz Lang huirá de Alemania tras recibir una propuesta por parte de Joseph Goebbels para hacerse cargo de los estudios UFA. Esta huida del régimen nazi, quienes reciéntemente habían ascendido al poder, convierte a M. El vampiro de Düsseldorf en una sombría obra profética de una sociedad que incuba el Mal en su seno amparándose en la protección de los inocentes. Lang no nos muestra el juicio legal, cortando cuando los jueces abren la sesión: el demoledor último plano con el que finaliza M. El vampiro de Düsseldorf no puede ser más pesimista: ya no hay lugar para la justicia o la ley. El Horror está caminando entre nosotros y su Imperio está preparado para erigirse por encima del mundo entero.

3 comentarios:

Lord_Pengallan dijo...

Esta peli la vi hará un par de años. Por primera y única vez. La encontré rancia pero interesante. Pero la escena final, la del juicio, me pareció una genialidad total. Bueno, la peli es tremenda desde que los propios delincuentes se ponen a buscar a M.

José M. García dijo...

A mí, precisamente, me sorprende su modernidad visual, más teniendo en cuenta la limitación de medios de la época. Por ejemplo, un movimiento de cámara que empieza en la calle, encuadrando una ventana a través de la cual se ven a los personajes y que acaba traspasando los cristales para entrar en el interior. Impresionante.

Lord_Pengallan dijo...

Sí en eso tienes razón. Yo me refería a los personajes, la forma de desarrollarse la historia... Pero sí en la forma no se nota los años que tiene o sí pero no para mal.