Italia/USA, 1993. 106m. C.
D.: Dario Argento P.: Dario Argento G.: Dario Argento, T.E.D. Klein & Ruth Jessup, basado en una idea de Franco Ferrini, Gianni Romoli & Dario Argento I.: Christopher Rydell, Asia Argento, Piper Laurie, Frederic Forrest F.: 2.35:1
Resultaría demasiado fácil achacar los débiles resultados de Trauma al hecho de encontrarnos antes la primera producción americana de su director. Pero resulta evidente que con este film Argento parece cerrar la etapa dorada de su carrera que se inició con Rojo oscuro (al menos, eso sí, de manera intermitente: su siguiente film, la magistral El arte de matar, sí que significará la coda de su carrera). Un periodo de incesante evolución, de búsqueda de nuevos caminos formales y expresivos para contar las mismas historias. Ante esto, Trauma no supone tanto una decepción como la prueba de un director con síntomas de cansancio: si en Terror en la ópera Argento fusionaba (y deconstruía) los lugares comunes del giallo italiano y el psychothriller americano, aquí parece rendirse a la influencia del amigo americano, quizás como medio para ocultar su falta de inspiración.
Y esto resulta más evidente cuanto en Trauma encontramos casi todos los motivos que suelen formar su cine: el asesino misterioso de manos enguantadas de cuero negro, los travellings que subjetivizan su mirada, los desnortados héroes superados por las circunstancias, los retorcidos crímenes (aquí ejecutados por una extraña variación portátil de la guillotina que sustituye la cuchilla de acero por un fino cable motorizado) o las pistas falsas. La inclusión de referencias directas a títulos concretos de su filmografía (el trampantojo con el que el asesino oculta su identidad a los ojos de la protagonista, Aura, actualiza Rojo oscuro; o la utilización de desórdenes psicológicos como fuente de poder de sus heroínas adolescentes: la esquizofrenia en Phenomena, la frigidez en Terror en la ópera, la anorexia en este caso) convierte a Trauma en un recopilatorio de las claves del cine de Argento mostradas en frío, desnudadas de cualquier artificio: en este sentido, Trauma es la radiografía del cine de Dario Argento.
La primera secuencia supone un aviso para navegantes de las intenciones del director de El jugador: una enfermera espera la llegada de un paciente en su consulta particular. Es de noche y la lluvia que martillea los cristales de las ventanas preparan la atmósfera para lo que inevitablemente va a ocurrir: el paciente acaba con la vida de la enfermera. Un asesinato que, como casi todos los del film, sucede fuera de campo. Por una vez, los preparativos se imponen al acto. Si en sus previos títulos la atmósfera surgía del propio trabajo audiovisual de Argento, de la manera con la que su cámara deformaba los hechos, aquí es el resultado de una intencionada planificación.
Otro buen ejemplo de la mirada convencional con la que Argento ha acometido Trauma lo encontramos en la que posiblemente sea la mejor escena del film: Aura ha sido encerrada en un centro psiquiátrico a donde se dirigen tanto David, un ilustrados de noticiarios que se ha enamorado de ella, como el asesino. Argento plantea bien las bases de la secuencia: la tormenta que se desata en el exterior del edificio; los laberínticos pasillos por los que se mueve con resolución el asesino; la dificultad de Aura para quitarse la aguja que le ata al suero; la aparición de los internos del hospital, convertidos en errantes zombies y añadiendo un ligero tono apocalíptico al conjunto. Pero, de nuevo, una vez desarrollado el tono, el ambiente, Argento no lo culmina, no lo ejecuta. Trauma nos revela a un director que parece tener miedo de utilizar sus propias (y atacadas) herramientas, queriendo demostrar que él, cuando quiere, también puede ser ortodoxo.
En este desangelado contexto, las esporádicas muestras de genuino manierismo autoral aparecen forzadas y casi paródicas (la cámara adoptando el punto de vista de una mariposa), desprovistas del sensorial envoltorio de sus mejores trabajos y abandonadas en tierra de nadie. Trauma se pretende romántica (la unión de dos seres que conocen lo que es el infierno -David fue un adicto a las drogas- unidos por el dolor) y malsana (el flashback que nos muestra las motivaciones del asesino, un ejemplo de sordidez ginecológica a lo David Cronenberg) pero el resultado final es tan anodino como conservador (la presencia del niño aficionado a los insectos como irrisorio deus ex machina).
Como si fuera consciente de haber facturado uno de sus films menos interesantes, Argento cierra su película con un movimiento de cámara que se nos aparece como una disculpa: una grúa abandona a los protagonistas para centrarse en un grupo reggie que está tocando en el porche de su casa. La cámara se acerca a la chica que baila en el centro de la formación: la desgana de sus movimientos posiblemente sea uno de los actos más confesionales del cine de Argento.
Y esto resulta más evidente cuanto en Trauma encontramos casi todos los motivos que suelen formar su cine: el asesino misterioso de manos enguantadas de cuero negro, los travellings que subjetivizan su mirada, los desnortados héroes superados por las circunstancias, los retorcidos crímenes (aquí ejecutados por una extraña variación portátil de la guillotina que sustituye la cuchilla de acero por un fino cable motorizado) o las pistas falsas. La inclusión de referencias directas a títulos concretos de su filmografía (el trampantojo con el que el asesino oculta su identidad a los ojos de la protagonista, Aura, actualiza Rojo oscuro; o la utilización de desórdenes psicológicos como fuente de poder de sus heroínas adolescentes: la esquizofrenia en Phenomena, la frigidez en Terror en la ópera, la anorexia en este caso) convierte a Trauma en un recopilatorio de las claves del cine de Argento mostradas en frío, desnudadas de cualquier artificio: en este sentido, Trauma es la radiografía del cine de Dario Argento.
La primera secuencia supone un aviso para navegantes de las intenciones del director de El jugador: una enfermera espera la llegada de un paciente en su consulta particular. Es de noche y la lluvia que martillea los cristales de las ventanas preparan la atmósfera para lo que inevitablemente va a ocurrir: el paciente acaba con la vida de la enfermera. Un asesinato que, como casi todos los del film, sucede fuera de campo. Por una vez, los preparativos se imponen al acto. Si en sus previos títulos la atmósfera surgía del propio trabajo audiovisual de Argento, de la manera con la que su cámara deformaba los hechos, aquí es el resultado de una intencionada planificación.
Otro buen ejemplo de la mirada convencional con la que Argento ha acometido Trauma lo encontramos en la que posiblemente sea la mejor escena del film: Aura ha sido encerrada en un centro psiquiátrico a donde se dirigen tanto David, un ilustrados de noticiarios que se ha enamorado de ella, como el asesino. Argento plantea bien las bases de la secuencia: la tormenta que se desata en el exterior del edificio; los laberínticos pasillos por los que se mueve con resolución el asesino; la dificultad de Aura para quitarse la aguja que le ata al suero; la aparición de los internos del hospital, convertidos en errantes zombies y añadiendo un ligero tono apocalíptico al conjunto. Pero, de nuevo, una vez desarrollado el tono, el ambiente, Argento no lo culmina, no lo ejecuta. Trauma nos revela a un director que parece tener miedo de utilizar sus propias (y atacadas) herramientas, queriendo demostrar que él, cuando quiere, también puede ser ortodoxo.
En este desangelado contexto, las esporádicas muestras de genuino manierismo autoral aparecen forzadas y casi paródicas (la cámara adoptando el punto de vista de una mariposa), desprovistas del sensorial envoltorio de sus mejores trabajos y abandonadas en tierra de nadie. Trauma se pretende romántica (la unión de dos seres que conocen lo que es el infierno -David fue un adicto a las drogas- unidos por el dolor) y malsana (el flashback que nos muestra las motivaciones del asesino, un ejemplo de sordidez ginecológica a lo David Cronenberg) pero el resultado final es tan anodino como conservador (la presencia del niño aficionado a los insectos como irrisorio deus ex machina).
Como si fuera consciente de haber facturado uno de sus films menos interesantes, Argento cierra su película con un movimiento de cámara que se nos aparece como una disculpa: una grúa abandona a los protagonistas para centrarse en un grupo reggie que está tocando en el porche de su casa. La cámara se acerca a la chica que baila en el centro de la formación: la desgana de sus movimientos posiblemente sea uno de los actos más confesionales del cine de Argento.
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