Italia, 1977. 95m. C.
D.: Lucio Fulci P.: Franco Cuccu G.: Lucio Fulci, Roberto Gianviti & Dardano Sacchetti I.: Jennifer O'Neill, Gabriele Ferzetti, Marc Porel, Gianni Garko F.: 1.85:1
Estoy convencido de que, hoy en día, Siete notas en negro es más conocida por la inclusión de uno de los temas de su banda sonora (titulado en el álbum comercializado en 2006 por Digitmovies como "7 Note (Single Version - Side A)" y compuesto por el habitual Fabio Frizzi) en Kill Bill Vol.1 que por sí misma considerada. Rodada dos años antes que la seminal Nueva York bajo el terror de los zombis, el film bisagra con el que Fulci inició la parte final de su carrera, centrada en estomagantes odiseas gore que, si bien, hicieron de él el director de culto que es hoy recordado, por otro lado sumergieron en la oscuridad del olvido sus films precedentes, entre los cuales encontramos piezas tan interesantes como la que nos ocupa, superior a algunos de sus posteriores y celebrados títulos.
Siete notas en negro comienza cuando su protagonista, Virginia Ducci, poseedora de unas habilidades parapsicológicas que no controla, siendo una niña tiene una visión en la cual ve como su madre se suicida arrojándose por un acantilado. Fulci sigue con su cámara la caída de la mujer captando como su cara se golpea con los riscos, destrozándole el rostro. Un recurso visual que Fulci ya había utilizado en el final de Angustia de silencio y cuya repetición aquí apunta en dos direcciones: por un lado, nos informa de la importancia que tendrá la cronología temporal de las visiones (utilizando una imagen de una película anterior de su director); por otro, convertirá dichas visiones en el receptáculo de los momentos más escabrosos y sangrientos del film, anunciando el cambio de rumbo que se efectuará en la segunda parte del metraje.
Tras este prólogo, la acción salta dieciocho años después. Virginia, tras acompañar a su marido al aeropuerto, conduce por una carretera solitaria. En el momento en el que entra en una serie de túneles es asaltada de nuevo por un cúmulo de visiones que, finalmente, le hará perder la consciencia. La utilización metafórica de los túneles, cuya absoluta negrura los convierte en profundas cuevas alejadas de la luz, subraya el componente enigmático de las visiones: imágenes sueltas que se asemejan a piezas desperdigadas de un puzzle cuyo significado final es desconocido.
Durante su primera mitad, Siete notas en negro toma la forma de un film de investigación, alejado tanto de la atmósfera como de los golpes de esfecto del género de terror. Obsesionada por sus visiones, Virginia descubre tras el muro de la mansión propiedad de su marido un esqueleto. En el momento en el que su marido es detenido como sospechoso, Virginia se convencerá de que la visión que tuvo corresponde a un crimen ocurrido en el pasado. A partir de aquí, junto a su psiquiatra intentará probar la inocencia de su marido, utilizando como guía las imágenes que ha "percibido". Así, Siete notas en negro se centra en su guión: las pistas que van recogiendo, los sospechosos con los que se encuentran, todo mostrado con una fotografía naturalista que contrasta con las impactantes visiones: la anciana con la frente destrozada, el intenso color de las paredes de la habitación en la que parecen suceder los hechos.
Un contraste que vaticina el cambio de piel que la película efectúa en el ecuador de su metraje. En el momento en el que Virginia descubre que sus visiones no suponen un residuo del pasado, sino que es un mensaje del futuro, Siete notas en negro se desprende del realismo del que hacía gala para abrazar lo fantástico. El distanciamiento con el que Fulci relataba una investigación de un suceso que ya no amenaza a los protagonistas es sustituido por la intensidad de saberse en el centro del horror. Los esqueletos pasan a ser cadáveres aún calientes; del anodino despacho del psiquiatra cambiamos al penetrante rojo de las paredes de una mansión gótica; y las palabras son sustituídas por los gritos de miedo.
En cierto modo, Siete notas en negro nos advierte que la calma ha finalizado en la filmografía de Fulci y que estamos a punto de entrar en la tempestad. El descenso que el propio film efectúa hacia el horror resume el mismo recorrido que realizará la obra del director de El destripador de Nueva York: de la contención de sus películas anteriores (ninguna de ellas especialmente sangrienta) al paroxismo hemoglobínico de lo que está por venir.
Siete notas en negro comienza cuando su protagonista, Virginia Ducci, poseedora de unas habilidades parapsicológicas que no controla, siendo una niña tiene una visión en la cual ve como su madre se suicida arrojándose por un acantilado. Fulci sigue con su cámara la caída de la mujer captando como su cara se golpea con los riscos, destrozándole el rostro. Un recurso visual que Fulci ya había utilizado en el final de Angustia de silencio y cuya repetición aquí apunta en dos direcciones: por un lado, nos informa de la importancia que tendrá la cronología temporal de las visiones (utilizando una imagen de una película anterior de su director); por otro, convertirá dichas visiones en el receptáculo de los momentos más escabrosos y sangrientos del film, anunciando el cambio de rumbo que se efectuará en la segunda parte del metraje.
Tras este prólogo, la acción salta dieciocho años después. Virginia, tras acompañar a su marido al aeropuerto, conduce por una carretera solitaria. En el momento en el que entra en una serie de túneles es asaltada de nuevo por un cúmulo de visiones que, finalmente, le hará perder la consciencia. La utilización metafórica de los túneles, cuya absoluta negrura los convierte en profundas cuevas alejadas de la luz, subraya el componente enigmático de las visiones: imágenes sueltas que se asemejan a piezas desperdigadas de un puzzle cuyo significado final es desconocido.
Durante su primera mitad, Siete notas en negro toma la forma de un film de investigación, alejado tanto de la atmósfera como de los golpes de esfecto del género de terror. Obsesionada por sus visiones, Virginia descubre tras el muro de la mansión propiedad de su marido un esqueleto. En el momento en el que su marido es detenido como sospechoso, Virginia se convencerá de que la visión que tuvo corresponde a un crimen ocurrido en el pasado. A partir de aquí, junto a su psiquiatra intentará probar la inocencia de su marido, utilizando como guía las imágenes que ha "percibido". Así, Siete notas en negro se centra en su guión: las pistas que van recogiendo, los sospechosos con los que se encuentran, todo mostrado con una fotografía naturalista que contrasta con las impactantes visiones: la anciana con la frente destrozada, el intenso color de las paredes de la habitación en la que parecen suceder los hechos.
Un contraste que vaticina el cambio de piel que la película efectúa en el ecuador de su metraje. En el momento en el que Virginia descubre que sus visiones no suponen un residuo del pasado, sino que es un mensaje del futuro, Siete notas en negro se desprende del realismo del que hacía gala para abrazar lo fantástico. El distanciamiento con el que Fulci relataba una investigación de un suceso que ya no amenaza a los protagonistas es sustituido por la intensidad de saberse en el centro del horror. Los esqueletos pasan a ser cadáveres aún calientes; del anodino despacho del psiquiatra cambiamos al penetrante rojo de las paredes de una mansión gótica; y las palabras son sustituídas por los gritos de miedo.
En cierto modo, Siete notas en negro nos advierte que la calma ha finalizado en la filmografía de Fulci y que estamos a punto de entrar en la tempestad. El descenso que el propio film efectúa hacia el horror resume el mismo recorrido que realizará la obra del director de El destripador de Nueva York: de la contención de sus películas anteriores (ninguna de ellas especialmente sangrienta) al paroxismo hemoglobínico de lo que está por venir.
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