Italia, 1969. 99m. C.
D.: Lucio Fulci P.: Giorgi Agliani G.: Lucio Fulci & Roberto Gianviti I.: Tomas Milian, Adrienne Larussa, Georges Wilson, Mavie F.: 1.85:1
Convertido en un autor de culto por los aficionados al gore más exacerbado, el tristemente desaparecido Lucio Fulci sigue siendo, sin embargo, un desconocido. Si tenemos en cuenta que los títulos de terror que le dieran fama sólo ocupan una parte pequeña de su vasta filmografía, seremos conscientes de hasta qué punto la imagen que tenemos hoy del director de la seminal Nueva York bajo el terror de los zombis es solamente parcial. En realidad, aunque dedicará la última parte de su carrera al terror más tremendista, Fulci era todo un ejemplo de la figura del director comercial capaz de adaptarse a cualquier género popular, ya sea la comedia, el poliziesco, el spaguetti-western o, como el caso que nos ocupa, el cine histórico. Todos aquellos interesados en profundizar en la obra de Fulci les recomiendo la emocionante semblanza que Jesús Palacios le dedicó en su artículo "El misterio Fulci", incluído en el volumen colectivo Cine fantástico y de terror italiano, coordinado por Carlos Aguilar.
Como indicamos, en La verdadera historia de Beatrice Cenci allana en el cine de corte histórico, concretamente con la trágica historia de la noble italiana Beatrice Cenci, acusada junto a sus hermanos, su madrastra y su amante de asesinar a su padre, el aristócrata Francesco Cenci, siendo ajusticiados por tal crimen en 1599. Una historia repleta de elementos oscuros (conspiraciones políticas y religiosas, traiciones, incesto, amores prohibidos) y que Fulci lleva a los terrenos del mejor (para algunos; peor para otros) cine comercial italiano de los años 60 y 70.
El inicio del film es ejemplar en este sentido: Bratrice y su madrastra, Letizia, confinadas en su celda, son comunicadas por un destacamento de encapuchados que serán decapitadas en la plaza del pueblo al día siguente. La siniestra presencia de los religiosos, con sus sotanas y capuchas negras; la asfixiante atmósfera católica (Beatrice y Lucrezia son obligadas a besar una serie de imágenes religiosas); la angustia al ser conscientes de la proximidad de su muerte, confiere a toda la escena un tono próximo al del cine de terror. En La verdadera historia de Beatrice Cenci Fulci se centra en potenciar los ingredientes más morbosos del relato a partir de una estructura construida a base de flashbacks.
Tras el prólogo citado, La verdadera historia de Beatrice Cenci retrocede en el tiempo, situándose en los días precedentes a la muerte de Francesco. Una muerte que se produce en elipsis, lo que le permite a Fulci jugar con el suspense. A partir de este hecho, la película se divide en dos partes: por un lado, la brutales toruras, de corte inquisitorial, a las que son sometidos los sospechosos del crimen y, por otro, las confesiones de estos, que son relatados a modo de micro-relatos, componiendo una estructura de cajas chinas, con flashbacks dentro de flashbacks. Ambas partes subrayan la fisicidad con la que Fulci muestra los hechos: los brazos enrojecidos de Olimpo, el amante de Beatrice, cuando sus extremidades son estiradas en el potro; las quemaduras producidas en su pecho por el contacto de carbones ardiendo; la frente marcada de Beatriz tras sufrir su propia tortura; el asesinato en sí, digno de un giallo.
Pero que Fulci se centre en retratar detalladamente dichos tormentos no signifique que se olvide del drama interior de sus personajes. El retrato del tiránico y despiadado Francesco (capaz de celebrar con un suculento festín la muerte de dos de sus hijos porque, así, ya no podrán seguir aprovechándose de su fortuna; o encerrar a su hija en una celda) que hacen sus allegados, convirtiéndole en un ogro que atormenta a sus servios y familiares dentro de los muros de su propio castillo, haciendo que Beatrice comience como una reencarnación de Lady MacBeth y finalice como mártir.
Si la brutal labor de los inquisidores nos reencuentra con el Fulci más visceral, la mirada al sufrimiento de sus personajes nos descubren la desconocida vena poética del director de Miedo en la ciudad de los muertos vivientes: las gotas de sudor de su excitado padre cayendo sobre el cuerpo desnudo de su hija, marcándola antes de violarla o el travelling que sigue a Beatrice en sus últimos pasos hasta la tribuna donde le espera el verdugo, pasando de la oscuridad de la iglesia en la que rezaba a la luz del aliento popular, confirma el talento de Lucio Fulci: no tanto como gran narrador, como creador de poderosas imágenes.
Como indicamos, en La verdadera historia de Beatrice Cenci allana en el cine de corte histórico, concretamente con la trágica historia de la noble italiana Beatrice Cenci, acusada junto a sus hermanos, su madrastra y su amante de asesinar a su padre, el aristócrata Francesco Cenci, siendo ajusticiados por tal crimen en 1599. Una historia repleta de elementos oscuros (conspiraciones políticas y religiosas, traiciones, incesto, amores prohibidos) y que Fulci lleva a los terrenos del mejor (para algunos; peor para otros) cine comercial italiano de los años 60 y 70.
El inicio del film es ejemplar en este sentido: Bratrice y su madrastra, Letizia, confinadas en su celda, son comunicadas por un destacamento de encapuchados que serán decapitadas en la plaza del pueblo al día siguente. La siniestra presencia de los religiosos, con sus sotanas y capuchas negras; la asfixiante atmósfera católica (Beatrice y Lucrezia son obligadas a besar una serie de imágenes religiosas); la angustia al ser conscientes de la proximidad de su muerte, confiere a toda la escena un tono próximo al del cine de terror. En La verdadera historia de Beatrice Cenci Fulci se centra en potenciar los ingredientes más morbosos del relato a partir de una estructura construida a base de flashbacks.
Tras el prólogo citado, La verdadera historia de Beatrice Cenci retrocede en el tiempo, situándose en los días precedentes a la muerte de Francesco. Una muerte que se produce en elipsis, lo que le permite a Fulci jugar con el suspense. A partir de este hecho, la película se divide en dos partes: por un lado, la brutales toruras, de corte inquisitorial, a las que son sometidos los sospechosos del crimen y, por otro, las confesiones de estos, que son relatados a modo de micro-relatos, componiendo una estructura de cajas chinas, con flashbacks dentro de flashbacks. Ambas partes subrayan la fisicidad con la que Fulci muestra los hechos: los brazos enrojecidos de Olimpo, el amante de Beatrice, cuando sus extremidades son estiradas en el potro; las quemaduras producidas en su pecho por el contacto de carbones ardiendo; la frente marcada de Beatriz tras sufrir su propia tortura; el asesinato en sí, digno de un giallo.
Pero que Fulci se centre en retratar detalladamente dichos tormentos no signifique que se olvide del drama interior de sus personajes. El retrato del tiránico y despiadado Francesco (capaz de celebrar con un suculento festín la muerte de dos de sus hijos porque, así, ya no podrán seguir aprovechándose de su fortuna; o encerrar a su hija en una celda) que hacen sus allegados, convirtiéndole en un ogro que atormenta a sus servios y familiares dentro de los muros de su propio castillo, haciendo que Beatrice comience como una reencarnación de Lady MacBeth y finalice como mártir.
Si la brutal labor de los inquisidores nos reencuentra con el Fulci más visceral, la mirada al sufrimiento de sus personajes nos descubren la desconocida vena poética del director de Miedo en la ciudad de los muertos vivientes: las gotas de sudor de su excitado padre cayendo sobre el cuerpo desnudo de su hija, marcándola antes de violarla o el travelling que sigue a Beatrice en sus últimos pasos hasta la tribuna donde le espera el verdugo, pasando de la oscuridad de la iglesia en la que rezaba a la luz del aliento popular, confirma el talento de Lucio Fulci: no tanto como gran narrador, como creador de poderosas imágenes.
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