martes, 15 de febrero de 2011

Angustia de silencio

(Non si sevizia un paperino)
Italia, 1972. 102m. C.
D.: Lucio Fulci P.: Renato Jaboni G.: Gianfranco Clerici, Lucio Fulci & Roberto Gianviti, basado en una idea de Lucio Fulci & Roberto Gianviti I.: Florinda Bolkan, Barbara Bouchet, Tomas Millian, Irene Papas F.: 2.35:1

Inscrita comúnmente dentro del giallo, en realidad, Angustia de silencio, tanto en la forma como en el fondo, está más cerca de la crónica de sucesos. La ambientación rural, lejos de los ambientes urbanos modernistas habituales del género, no sólo sirve como escenario de la acción, sino que sirve como motor de la misma. El comienzo del film denota, de entrada, su importancia: una panorámica nos muestra el pueblo italiano en el que se desarrollan los hechos, Accendura, en la región de Lucania. Un escenario natural atravesado por una autopista, cuya construcción de hormigón y color gris parece partir en dos la idílica estampa de colores verdes: la modernidad se abre paso a través de la tradición. El movimiento de cámara finaliza con el plano detalle de unas manos que escarban frenéticamente un trozo de tierra hasta desenterrar el pequeño esqueleto de un bebé. El macabro descubrimiento convierte la presencia de la autopista en un anacronismo: un signo del progreso que está fuera de lugar en un pueblo en el que el tiempo se ha detenido en la antigüedad.

Así, Lucio Fulci utiliza una mirada costumbrista para atrapar la sordidez y negrura que mueve la vida de los habitantes del pueblo, acostumbrados a saludarse con una sonrisa cuando se ven en la calle mientras acumulan esqueletos en sus armarios (de manera figurada y, a veces, literal): las orondas prostitutas pagadas por los lugareños y que no tienen reparo en aceptar el dinero de los niños para ofrecerles sus servicios; las habladuría y rumores que despierta la presencia de Patrizia, cuya belleza, juventud y atractivo físico supone una ofensa para las mujeres y una tentación para los hombres; las creencias en la magia negra y supersticiones arraigadas en las leyendas locales y que sirven para estigmatizar a a quellos que son diferentes (las ancianas haciendo punto en la calle y escupiendo al suelo cuando pasa a su lado la mujer conocida como la Bruja).

La combiación de todos estos elementos da lugar a una atmósfera asfixiante que le permite al director de El más allá rehuir los lugares comunes del cine de terror, cargando cada plano del podrido status quo que mantiene el equilibrio del lugar. Sólo en dos ocasiones Fulci parece ceder a los tópicos del género, con sendas persecuciones nocturnas, con las víctimas huyendo de su perseguidor a lo largo de un interminable bosque inundado por la lluvia. El resto del film transcurrirá bajo el inclemente sol que baña cada escena, como queriendo sacar a la luz los horrores que se suceden pero se callan.

Un sol que será el único testigo inocente de la brutal paliza que recibe uno de los sospechosos de los asesinatos de niños que se están sucediendo en el lugar y que tiene movilizada a la policía. La larga y angustiosa secuencia le sirve a Fulci para evidenciar la soterrada violencia que se incuba en el núcleo de esa comunidad, haciendo que los asesinatos parezcan un inevitable producto de ese caldo de cultivo, la materialización criminal del sentimiento general. Pero también le sirve al director de El destripador de Nueva York para construir una de las mejores escenas de todas su carrera dentro del cine de horror, fusionando la bárbara fisicidad de los golpes (los planos detalle que nos muestran como la carne se abre al contacto de las cadenas) con la angustiosa indefensión de la víctima quien arrastra su destrozado cuerpo hasta llegar a la autopista, donde exhalará su último suspiro ante la indiferencia de los coches que pasan veloces sin percatarse de su presencia.

El giro final que descubre la sorprendente identidad del asesino conecta a Angustia de silencio con otro escalofriante drama rural, la magnífica La casa dalle finestre che ridono de Pupi Avati, sendos retratos de comunidades cerradas, alejadas de la civilización, en las que lo pagano y lo religioso se confunden y que ofician tanto de medidas de control como para dar rienda suelta a las más insoportables atrocidades. El movimiento de cámara con el que finaliza el film, con la cámara alejándose del cuerpo del asesino en una panorámica inversa a la que servía para abrir la película, nos expulsa de una tierra en la que somos forasteros y cuyo secreto, como siempre, será enterrado y ocultado a la vista de un mundo moderno que sigue su curso, amparado en la ignorancia voluntaria. Igual que los habitantes de Accendura.

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