USA, 2007. 162m. C.
D.: David Fincher P.: Ceán Chaffin, Brad Fischer, Mike Medavoy, Arnold Messer & James Vanderbilt G.: James Vanderbilt, basado en el libro de Robert Graysmith I.: Jake Gyllenhaal, Mark Ruffalo, Anthony Edwards, Robert Downey Jr. F.: 2.35:1
Si aceptamos el hecho de que las fechas no son más que fronteras de conveniencia y que son los hechos, los grandes sucesos, los que marcan las épocas, teniendo en cuenta que, como se dijo, con los crímenes cometidos por Jack el Destripador en Londres durante el otoño de 1888 dio comienzo el S. XX, podemos considerar, con pocas dudas, la pasada centúria el siglo del asesino en serie. Y no porque anteriormente no existiera tan sangrienta figura, sino porque no es hasta ese momento que el psycho-killer se convierte en una figura cuasi mítica, cuya sombra sobrevuela las décadas que le han sufrido, moldeándolas. Cambiándolas. El cine y la televisión (así como los diferentes estudios publicados o la propia literatura de ficción) han otorgado al psycho-killer una dimensión de antihéroe, un ser que nos aterroriza, nos angustia pero, a la vez, nos fascina.
En su antológico From Hell, el guionista británico Alan Moore (con el apoyo del retorcido, feísta y magnético dibujo de Eddie Campbell) convertía la esquiva silueta de Jack el Destripador en una marioneta de carne manipulada por unas fuerzas metafísicas que solicitaban su tributo de sangre con el que marcar el comienzo de una nueva era para la humanidad. En el último capítulo, abandonando su caduca envoltura física, el espíritu de William Gull realizaba un viaje cósmico a través del velo del tiempo y del espacio dejando, como un reguero de hemoglobina, su presencia en la futura sociedad que sus acciones había consolidado como base. Para Alan Moore, el asesino en serie es una figura suprahumana, un producto surgido de los tiempos que lo ven nacer, y que contamina todo el radio de acción en el que trabaja. Desde este punto de vista, podemos considerar al psycho-killer como un radical sistema evolutivo de esencia esotérica.
El plano que abre Zodiac consiste en una panorámica que recoge la forma nocturna de una pequeña localidad en pleno festejo del 4 de julio. Tras este prólogo, en el que asistimos al primer crimen oficial del conocido como asesino del Zodíaco, los títulos de crédito del film nos muestran un travelling aéreo que cruza el puerto de San Francisco a plena luz del día. Más allá de su valor informativo (nos sitúa en los escenarios en los que transcurre la acción del film) estos dos movimientos de cámara tienden un puente a la idea de Alan Moore sobre el asesino en serie: ambos planos suponen la subjetivación de un espíritu maléfico que está dispuesto a cobrarse su sacrificio. La primera panorámica es un movimiento lento, de izquierada a derecha, como una bestia que vigila, con cuidado, a sus víctimas. Una vez saciada su sed de sangre, el segundo movimiento de cámara, un travelling que recorre el mar y entra en la ciudad, es enérgico y directo: la zona ya ha sido elegida (no por casualidad, la canción que suena durante los créditos es "Soul Sacrifice", de Santana).
Atendiento a esto, podríamos considerar a Zodiac como una continuación espiritual a la vez que una perfecta adaptación cinematográfica de From Hell. Los hechos que se nos narran presentan numerosos puntos comunes entre los casos de Jack el Destripador y el asesino del Zodíaco: ambos nunca fueron atrapados ni se desveló su identidad; la importancia de la prensa de cada época a la hora de darle una figura mítica al asesino; el envío de cartas escritas por su propia mano, además de los cientos de imitadores que inspiró. De esta manera, podemos considerar al asesino del Zodíaco como la nueva marioneta de los mismos espíritus cósmicos que en su momento utilizaron a William Gull. Las apariciones del asesino siempre están envueltas en sombras. El motivo no es ocultar su identidad, sino constatar que nos encontramos ante una presencia anónima de la que importan sólamente sus actos: es, en realidad, un símbolo.
A lo largo del musculoso metraje de Zodiac, el espectador se ve subyugado por un torrente de datos que le son disparados sin pausa, abrumándole con una miríada de nombres, fechas o lugares. El objetivo de Fincher no es tanto una minuciosa descripción de los sucesos ocurridos (que también) como aplastar al espectador con las evidencias que arrinconan a los protagonistas. Zodiac acaba revelándose como un conjunto de calles superpuestas que siempre conducen a un callejón sin salida. La policía o la prensa se ven zarandeados de un lugar a otro, corriendo detrás de una pista y sorteando contínuos agujeros de sentido. El director de Seven nos presenta un universo férreamente construído, jerarquizado (todas las escenas y los movimientos despiden un hálito de verosimilitud rayano en lo documental) que resulta asaltado, desvirtuado, por la presencia de estas fuerzas metafísicas.
Hay tres secuencias clave que evidencian esta deconstrucción de nuestra realidad cotidiana: en la primera, una joven pareja disfruta de una plácida tarde al lado de un idílico lago. La aparición del asesino del Zodíaco rompe la calma del momento, pero en todo momento Fincher mantiene una planificación calmada y naturalista; la brutal agresión de la mujer nos confirma que el horror se esconde entre los márgenes de lo hermoso. La segunda consiste en un movimiento de cámara que sigue a los detectives Toschi y Armstrong entrando en las oficinas del San Francisco Chronicle; las cartas enviadas por el asesino del Zodíaco así como su criptogramas cubren las paredes del edificio e, incluso, crean barreras invisibles, como si su espíritu fuera apoderándose de nuestro mundo. La tercera y última acontece en un oscuro y sórdido sótano, en el que el dibujante Graysmith vive una tensa reunión con un posible sospechoso; este es el único momento en el que la película utiliza los modos y maneras del cine de terror, demostrando que el Mal nos ha contaminado definitivamente.
La obsesión con la que los protagonistas de Zodiac persiguen a su objetivo, sacrificando su propia estabilidad física y mental (dejando por el camino su profesión, su familia o su salud), viene motivada por la desesperación que sienten por buscar una explicación que justifique la desaparición de lo que consideraban un entorno estable y manejable. La necesidad de aprisionar el horror en una figura humana: un nombre al que poder identificar; un cuerpo al que poder detener. Lo que convierte a Zodiac en uno de los más penetrantes estudios acerca de los ejercicios del Horror en nuestra realidad es dejar esa respuesta en suspenso. No hay certidumbres. No hay nadie a quien señalar. Al final de Zodiac el Mal queda como una presencia inestable, poliforme, pero presente: en suma, real.
En su antológico From Hell, el guionista británico Alan Moore (con el apoyo del retorcido, feísta y magnético dibujo de Eddie Campbell) convertía la esquiva silueta de Jack el Destripador en una marioneta de carne manipulada por unas fuerzas metafísicas que solicitaban su tributo de sangre con el que marcar el comienzo de una nueva era para la humanidad. En el último capítulo, abandonando su caduca envoltura física, el espíritu de William Gull realizaba un viaje cósmico a través del velo del tiempo y del espacio dejando, como un reguero de hemoglobina, su presencia en la futura sociedad que sus acciones había consolidado como base. Para Alan Moore, el asesino en serie es una figura suprahumana, un producto surgido de los tiempos que lo ven nacer, y que contamina todo el radio de acción en el que trabaja. Desde este punto de vista, podemos considerar al psycho-killer como un radical sistema evolutivo de esencia esotérica.
El plano que abre Zodiac consiste en una panorámica que recoge la forma nocturna de una pequeña localidad en pleno festejo del 4 de julio. Tras este prólogo, en el que asistimos al primer crimen oficial del conocido como asesino del Zodíaco, los títulos de crédito del film nos muestran un travelling aéreo que cruza el puerto de San Francisco a plena luz del día. Más allá de su valor informativo (nos sitúa en los escenarios en los que transcurre la acción del film) estos dos movimientos de cámara tienden un puente a la idea de Alan Moore sobre el asesino en serie: ambos planos suponen la subjetivación de un espíritu maléfico que está dispuesto a cobrarse su sacrificio. La primera panorámica es un movimiento lento, de izquierada a derecha, como una bestia que vigila, con cuidado, a sus víctimas. Una vez saciada su sed de sangre, el segundo movimiento de cámara, un travelling que recorre el mar y entra en la ciudad, es enérgico y directo: la zona ya ha sido elegida (no por casualidad, la canción que suena durante los créditos es "Soul Sacrifice", de Santana).
Atendiento a esto, podríamos considerar a Zodiac como una continuación espiritual a la vez que una perfecta adaptación cinematográfica de From Hell. Los hechos que se nos narran presentan numerosos puntos comunes entre los casos de Jack el Destripador y el asesino del Zodíaco: ambos nunca fueron atrapados ni se desveló su identidad; la importancia de la prensa de cada época a la hora de darle una figura mítica al asesino; el envío de cartas escritas por su propia mano, además de los cientos de imitadores que inspiró. De esta manera, podemos considerar al asesino del Zodíaco como la nueva marioneta de los mismos espíritus cósmicos que en su momento utilizaron a William Gull. Las apariciones del asesino siempre están envueltas en sombras. El motivo no es ocultar su identidad, sino constatar que nos encontramos ante una presencia anónima de la que importan sólamente sus actos: es, en realidad, un símbolo.
A lo largo del musculoso metraje de Zodiac, el espectador se ve subyugado por un torrente de datos que le son disparados sin pausa, abrumándole con una miríada de nombres, fechas o lugares. El objetivo de Fincher no es tanto una minuciosa descripción de los sucesos ocurridos (que también) como aplastar al espectador con las evidencias que arrinconan a los protagonistas. Zodiac acaba revelándose como un conjunto de calles superpuestas que siempre conducen a un callejón sin salida. La policía o la prensa se ven zarandeados de un lugar a otro, corriendo detrás de una pista y sorteando contínuos agujeros de sentido. El director de Seven nos presenta un universo férreamente construído, jerarquizado (todas las escenas y los movimientos despiden un hálito de verosimilitud rayano en lo documental) que resulta asaltado, desvirtuado, por la presencia de estas fuerzas metafísicas.
Hay tres secuencias clave que evidencian esta deconstrucción de nuestra realidad cotidiana: en la primera, una joven pareja disfruta de una plácida tarde al lado de un idílico lago. La aparición del asesino del Zodíaco rompe la calma del momento, pero en todo momento Fincher mantiene una planificación calmada y naturalista; la brutal agresión de la mujer nos confirma que el horror se esconde entre los márgenes de lo hermoso. La segunda consiste en un movimiento de cámara que sigue a los detectives Toschi y Armstrong entrando en las oficinas del San Francisco Chronicle; las cartas enviadas por el asesino del Zodíaco así como su criptogramas cubren las paredes del edificio e, incluso, crean barreras invisibles, como si su espíritu fuera apoderándose de nuestro mundo. La tercera y última acontece en un oscuro y sórdido sótano, en el que el dibujante Graysmith vive una tensa reunión con un posible sospechoso; este es el único momento en el que la película utiliza los modos y maneras del cine de terror, demostrando que el Mal nos ha contaminado definitivamente.
La obsesión con la que los protagonistas de Zodiac persiguen a su objetivo, sacrificando su propia estabilidad física y mental (dejando por el camino su profesión, su familia o su salud), viene motivada por la desesperación que sienten por buscar una explicación que justifique la desaparición de lo que consideraban un entorno estable y manejable. La necesidad de aprisionar el horror en una figura humana: un nombre al que poder identificar; un cuerpo al que poder detener. Lo que convierte a Zodiac en uno de los más penetrantes estudios acerca de los ejercicios del Horror en nuestra realidad es dejar esa respuesta en suspenso. No hay certidumbres. No hay nadie a quien señalar. Al final de Zodiac el Mal queda como una presencia inestable, poliforme, pero presente: en suma, real.
5 comentarios:
Gracias por recordarmela, todavía no he visto zodiac. La voy a poner a descargar ahora mismo.
no es para tanto, la película es como un globo con un pinchazo pequeño, se va desinflando poco a poco llegando a tener un final ñoño pesado y aburrido
Yota: Madre mía, como lea esto nuestra ministra de cultura me cierra el chiringuito por hacer apología de las descargas.
Cotu: Hombre, puedo entender que "Zodiac" pueda no gustar, pero creo que el final está muy lejos de resultar ñoño.
Yo creo que la intensidad de "Zodiac" sube a medida que pasa el metraje, al pasar de una investigación a una obsesión personal y en cómo el asesino del Zodíaco se sigue cobrando sus piezas aún dejando de matar.
Un saludo a los dos y gracias por los comentarios.
Zodiac me parece una película apasionante. Primero, como vengo defendiendo, es la película que marca un antes y después en las pelis de Fincher. Es la primera que Fincher se supedita para lo que es mejor para la historia: Una recreación perfecta de los setenta, un estilo eminentemente documental, que sí que ayuda y mucho a la historia que está contando.
Puede que para muchos Zodiac sea una pelicula vana, e incluso tediosa (para quien esperase una película de asesinos, en lugar de una película sobre la investigación de un asesino)pero la verdad es que la fuerza y el magnetismo que respira toda la historia de Zodiac esta rodada por Fincher con tal intensidad y transmite una fascinación por la historia que hace que quedemos atrapados por una historia que en otras manos, podía y debería haber resultado un muermazo considerable de datos, que acaban simplificados de la manera más burda (el asesino resulta ser el tío rarito que vivía enfrente de la primera víctima. Pues vaya)
No había pensado en su comparacion con From Hell, y la verdad es que me parece muy acertada. Un acierto por su parte.
Bueno, en realidad nunca se llega a saber quien es el asesino. Cierto que la película apuesta por la teoría de Graysmith (después de todo, se basa en el libro que escribió) pero en el rótulo final aclara que en el 2002 una prueba de ADN del sospechoso principal dio negativo. Así que la duda quedará siempre (como con Jack el Destripador, aunque después de leer "From Hell" es difícil pensar que no fue como lo contó Alan Moore).
En cuanto a Fincher, a estas alturas tengo bastante claro que es un artesano de talento portentoso. No es un autor (porque no tiene una visión propia) pero sí alguien capaz de adaptarse al material que tiene entre manos: de esta forma, "El club de la lucha" necesitaba esa puesta en escena pirotécnica para tener sentido y "Zodiac" un trabajo más sereno.
Lo que sí demuestra "Zodiac" es que es un narrador de acero. Mantener el ritmo y el interés durante más de dos horas y media siguiendo un montón de datos, fechas y personajes no es todo un mérito.
Para acabar, dejar constancia que "Zodiac" no se llevó ni una sola nominación a los Oscar de su año. Sin comentarios.
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