USA/Japón, 1998.: 108m. C.
D.: John Carpenter P.: Sandy King G.: Don Jakoby, basado en la novela de John Steakley I.: James Woods, Daniel Baldwin, Sheryl Lee, Thomas Ian Griffith F.: 2.35:1
No deja de resultar curioso que sea una película tan poco prestigiosa como el Vampiros de John Carpenter la que demuestre el carácter cíclico por el que se mueve el cine. Es decir, que todo es cuestión de modas que, con el paso del tiempo, se repiten. En un momento del film, el protagonista, el cazador de vampiros que trabaja directamente para el Vaticano Jack Crow, le explica al padre Adam Guiteau, que se acaba de incorporar a su equipo, con qué tipo de criaturas van a enfrentarse. Jack lo tiene claro, que se olvide de las películas: los vampiros no son románticos ni visten elegantemente; no les detiene ni el ajo ni los crucifijos. Si en su misma década el vampiro romántico y herido de amor se había convertido en todo un icono del género gracias a los éxitos de Entrevista con el vampiro y Drácula de Bram Stoker, hoy se repite la situación con el estrepitoso triunfo de la saga (aún inconclusa) Crepúsculo. A raíz de esto, Vampiros sigue siendo tan relevante hoy como en el momento de su estreno.
Porque el discurso de Jack no supone únicamente una nota irónica, sino que se destapa como una declaración de principios del propio film. Efectivamente, los vampiros de Carpenter heredan la actitud diabólica con la que Bram Stoker diseñó al protagonista de su famosa novela: unos seres poderosos y orgullosos de lo que son. Que se resguardan de la luz fusionándose con las sombras de decrépitas casas abandonadas, revelando su condición de alimañas (la escalofriante imagen que muestra a Valek, el primer vampiro de todos los tiempos, y sus súbditos emergiendo de la tierra, como lo que son, muertos vivientes) y luchando encarnizadamente por su vida (o no-muerte). Los gritos agónicos que surgen de su boca cuando su corazón es traspasado por una estaca de madera o sus carnes se incendian al ser expuestas a los rayos del sol subrayan su condición física, cárnica. En Vampiros los chupasangres son de carne y hueso: están ahí.
Posiblemente, Vampiros sea la mejor reactualización de la figura vampírica (o su puesta al día contemporánea) desde la lejana Los viajeros de la noche. La comparación con la excelente película de Kathryn Bigelow no es gratuita. Las primeras imágenes de Vampiros nos presentan el escenario en el que se desarrollarán los hechos: los desolados páramos desérticos castigados por el sol no pueden estar más lejos de las decrépitas catacumbas góticas: el desierto americano convierte a Vampiros en un western con colmillos de igual manera a como lo era Los viajeros de la noche. Un ambiente polvoriento que dota al conjunto argumental de una verosimilitud no reñida con la fantasía: los preparativos de Jack Crow y su equipo antes de asaltar un nido de vampiros y su posterior celebración bien regada por litros de alcohol y prostitutas les señalan como unos simples y cansados trabajadores que hacen de su enfrentamiento con lo sobrenatural un oficio rutinario.
Volviendo a la película protagonizada por Lance Henriksen y Bill Paxton, en Los viajeros de la noche se nos presentaba a los vampiros como un ejemplo de sangrienta familia disfuncional, la alternativa oscura de la familia cotidiana diurna. En Vampiros la relación entre los humanos y los vampiros se estrecha aún más: la escena en la cual Valek, él solo, masacra a todo el equipo de Jack es montada por Carpenter con una serie de planos encadenados; posteriormente, cuando el propio Jack vuelve al mismo escenario para recoger los restos de los que eran sus compañeros para enterrarlos, Carpenter registra sus movimientos de la misma manera, con planos encadenados. De esta manera, estos enemigos irreconciliables son emparentados por la puesta en escena: en el fondo, Jack y Valek son las dos caras de la misma moneda. Igualmente, se nos informa de que la luz y la oscuridad, en realidad, están unidas.
Vampiros supone la culminación del mensaje políticamente incorrecto que John Carpenter inauguró con la subversiva Están vivos. Resulta imposible simpatizar con ninguno de los personajes: no se puede, desde luego, con el sanguinario depredador que representa Valek, pero tampoco con Jack Crow, capaz de dar una paliza o cortarle la mano a Adam para sacarle información o utilizar a la prostituta Katrina, conectada psíquicamente con Valek tras ser mordida por éste, como GPS humano, sin importarle su sufrimiento. Que la propia Iglesia tenga en nómina a un grupo de mercenarios y paguen sus fiestas puede resultar controvertido, pero que uno de sus representantes decida pactar con el Diablo ante el silencio de Dios entra de lleno en el sacrilegio.
Vampiros acaba contagiando a sus imágenes con su propio contenido: el enfrentamiento entre la noche y el día es representado en un film que hace equilibrios entre la oscuridad (su mensaje subversivo; sus gráficas secuencias sangrientas) y la luz (la elegancia de su puesta en escena; la fluidez de su ritmo), razones que la convierten, junto a la magistral Mi novia es un zombie de Michele Soavi, en la mejor muestra de cine fantástico de los 90.
Porque el discurso de Jack no supone únicamente una nota irónica, sino que se destapa como una declaración de principios del propio film. Efectivamente, los vampiros de Carpenter heredan la actitud diabólica con la que Bram Stoker diseñó al protagonista de su famosa novela: unos seres poderosos y orgullosos de lo que son. Que se resguardan de la luz fusionándose con las sombras de decrépitas casas abandonadas, revelando su condición de alimañas (la escalofriante imagen que muestra a Valek, el primer vampiro de todos los tiempos, y sus súbditos emergiendo de la tierra, como lo que son, muertos vivientes) y luchando encarnizadamente por su vida (o no-muerte). Los gritos agónicos que surgen de su boca cuando su corazón es traspasado por una estaca de madera o sus carnes se incendian al ser expuestas a los rayos del sol subrayan su condición física, cárnica. En Vampiros los chupasangres son de carne y hueso: están ahí.
Posiblemente, Vampiros sea la mejor reactualización de la figura vampírica (o su puesta al día contemporánea) desde la lejana Los viajeros de la noche. La comparación con la excelente película de Kathryn Bigelow no es gratuita. Las primeras imágenes de Vampiros nos presentan el escenario en el que se desarrollarán los hechos: los desolados páramos desérticos castigados por el sol no pueden estar más lejos de las decrépitas catacumbas góticas: el desierto americano convierte a Vampiros en un western con colmillos de igual manera a como lo era Los viajeros de la noche. Un ambiente polvoriento que dota al conjunto argumental de una verosimilitud no reñida con la fantasía: los preparativos de Jack Crow y su equipo antes de asaltar un nido de vampiros y su posterior celebración bien regada por litros de alcohol y prostitutas les señalan como unos simples y cansados trabajadores que hacen de su enfrentamiento con lo sobrenatural un oficio rutinario.
Volviendo a la película protagonizada por Lance Henriksen y Bill Paxton, en Los viajeros de la noche se nos presentaba a los vampiros como un ejemplo de sangrienta familia disfuncional, la alternativa oscura de la familia cotidiana diurna. En Vampiros la relación entre los humanos y los vampiros se estrecha aún más: la escena en la cual Valek, él solo, masacra a todo el equipo de Jack es montada por Carpenter con una serie de planos encadenados; posteriormente, cuando el propio Jack vuelve al mismo escenario para recoger los restos de los que eran sus compañeros para enterrarlos, Carpenter registra sus movimientos de la misma manera, con planos encadenados. De esta manera, estos enemigos irreconciliables son emparentados por la puesta en escena: en el fondo, Jack y Valek son las dos caras de la misma moneda. Igualmente, se nos informa de que la luz y la oscuridad, en realidad, están unidas.
Vampiros supone la culminación del mensaje políticamente incorrecto que John Carpenter inauguró con la subversiva Están vivos. Resulta imposible simpatizar con ninguno de los personajes: no se puede, desde luego, con el sanguinario depredador que representa Valek, pero tampoco con Jack Crow, capaz de dar una paliza o cortarle la mano a Adam para sacarle información o utilizar a la prostituta Katrina, conectada psíquicamente con Valek tras ser mordida por éste, como GPS humano, sin importarle su sufrimiento. Que la propia Iglesia tenga en nómina a un grupo de mercenarios y paguen sus fiestas puede resultar controvertido, pero que uno de sus representantes decida pactar con el Diablo ante el silencio de Dios entra de lleno en el sacrilegio.
Vampiros acaba contagiando a sus imágenes con su propio contenido: el enfrentamiento entre la noche y el día es representado en un film que hace equilibrios entre la oscuridad (su mensaje subversivo; sus gráficas secuencias sangrientas) y la luz (la elegancia de su puesta en escena; la fluidez de su ritmo), razones que la convierten, junto a la magistral Mi novia es un zombie de Michele Soavi, en la mejor muestra de cine fantástico de los 90.
4 comentarios:
Bueno, si tan bien la pintas, habrá que verla.
Me alegro que se fíe de mi criterio, espero no tener que pedir disculpas posteriores.
Recuerdo que "Vampiros" la vi en su momento en el cine y, cuando salí de la sala, lo primero que comenté a mi compañero de sesión fue: "A todo a quien le guste el cine fantástico le tiene que apasionar esta película." Pero más tarde me di cuenta de que estaba equivocado.
Yo salí del cine, y aun lo recuerno nitidamente, pensando en voz alta lo maravilloso que era encontrar todavía en pantalla grande un entretenimiento en el género fantástico a la altura de mis expectativas y superar las mismas a base de descomponer las claves del mismo, reorganizarlas y dar una lección de narración cinematográfica al tiempo.
No recuerdo haberlo pasado tan bien en un estreno (salvo con quizás COLATERAL de Mann y MASTER & COMMANDER de Weir en sus respectivos géneros) desde entonces.
Coincido en todo. Una maravilla y uno de los mejores títulos de Carpenter.
Saludos en paralelo.
No he visto la peli de Peter Weir, pero he intentado ver dos veces COLLATERAL y, no puedo evitarlo, me aburre. Y mira que objetivamente le veo valores, pero nada, no me engancha. De Mann prefiero la infravalorada CORRUPCIÓN EN MIAMI y, sobre todo, la magistral MANHUNTER.
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