USA, 1994. 95m. C.
D.: John Carpenter P.: Sandy King G.: Michael De Luca I.: Sam Neill, Julie Carmen, Jürgen Prochnow, David Warner F.: 2.35:1
De Maine a Providence
No ha de extrañarnos que, aunque su sombra planeé por casi todo el cine de terror moderno, pocas obras de H.P. Lovecraft han sido llevadas a la gran pantalla de manera oficial. Y no ha de hacerlo porque la fuerza de los cuentos del escritor de Providence es intrínseca a su prosa, a su estilo retorcido y descriptivo, a su punto de vista paranoico y turbado, a su mirada tan fascinada por lo maravilloso como aterrada por lo viscoso. De ahí que, por lo general, el cine haya preferido acercarse a la ficción del creador del maldito Necronomicón desde la distancia, integrando sus elementos o recreando su universo en ficciones ajenas. Hay excepciones, por supuesto, pero en ellas se suele confirmar la imposibilidad de trasladar el agónico y pesimista mundo creativo de Lovecraft a unas imágenes siempre demasiado concretas: la máxima de que una imagen vale más que mil palabras adquiere un significado negativo aplicado a este caso: una imagen resulta más evidente que mil palabras más sugestivas (y ahí tenemos títulos tan poco afortunados como Re-Sonator o Dagón. La secta del mar como ejemplos). Aquí también tenemos excepciones, pero no deja de ser interesante que uno de los films más logrados en este sentido (la excepcional Re-Animator) partía de un ejercicio humorístico, casi paródico, por parte de Lovecraft.
En las antípodas del autor de los mitos de Cthulhu encontramos al nombre más importante de la literatura de terror de las últimas décadas, Stephen King, cuya narrativa directa y centrada en la historia y los personajes la hace, sin duda, más fácil de adaptar. De ahí que la mayor parte de su obra haya tenido su correspondiente traslación fílmica, hasta el punto de que muchos de sus títulos son vendidos a las grandes productoras antes de ser publicados. En unas declaraciones, Stephen King decía que a la hora de afrontar la literatura de horror lo más importante era el tema y, una vez elaborado, el resto venía solo. Se le puede acusar de muchas cosas al autor de El resplandor, pero no de su honestidad y de ser consciente de su posición dentro de la industria literaria comercial (él mismo se ha definido como el fast-food de la literatura de terror), pero no estoy muy seguro de que, al hacer esta declaración, King fuese consciente de evidenciar la limitación principal que lastra la mayor parte de sus libros.
En la monumental It (Eso), novela de no poca influencia lovecraftiana, King partía de una idea muy sugerente creando una pequeña ciudad llamada Derry la cual, a través de los miedos y deseos de sus habitantes, alimentaba a una pavorosa y poliforme criatura milenaria que era, a la vez, el corazón del lugar y su mismo cáncer. Un punto de partida que le daba la oportunidad al escritor de Maine para concentrar el Mal absoluto y universal en una sola figura como, a la vez, reflexionar acerca del papel que juega el miedo en nuestra existencia cotidiana. Pero como si quisiera suscribir sus propias palabras, una vez establecida tan prometedora base, King se embarca en la confección de una obra épica en función de la acumulación indiscriminada de páginas, diluyendo la atmósfera en favor del impacto. Una vez más, eso sí, anotemos como excepción al que posiblemente sea uno de los mejores resultados de King, la escalofriante Cementerio de animales, tampoco carente de elementos lovecraftianos, por otro lado.
El horror de Hobb's End
Cuando el protagonista de En la boca del miedo, el investigador de seguros John Trent, es contratado por la poderosa editorial Arcane para que se encargue de encontrar a su desaparecido cliente Sutter Cane, autor de libros especializados en terror de gran popularidad, la editora de éste, Linda Styles, le comenta que Cane ha desplazado al mismísimo Stephen King. En toda la película no se menciona el nombre de Howard Phillips Lovecraft pero resulta evidente que es su universo y no el de King el que se desprende de las palabras escritas por Cane, lo que se hará patente con la llegada al pueblo de Hobb's End, surgido de la mente del misterioso escritor, en el que ya encontramos guiños directos (como el hotel Pickman, inspirado en el relato El modelo Pickman), adelantados por el título original del film, en alusión al popular En las montañas de la locura.
De esta manera, Carpenter parece efectuar un recorrido desde el terror truculento pero inofensivo de King al insondable horror cósmico de Lovecraft. Durante gran parte del metraje, Trent no cesa de referirse a la obra de Cane como "basura pop" para, finalmente, rendirse ante la materialización de las descripciones de Cane, viendo como lo que él reconocía como real es manipulado y desvirtuado ante sus mismos ojos. El Horror es siempre el mismo, pero se disfraza, nos dice Carpenter. La banalización del terror en forma de best-sellers de aeropuerto como medio para inocular la auténtica esencia de la Maldad en sus desprevenidos lectores.
En este sentido, el mayor logro de En la boca del miedo consiste en lograr captar el pesimismo metafísico de Lovecraft, con los protagonistas convertidos en meras marionetas de repugnantes entidades primordiales. El propio Cane le confesará a Trent que, en un principio, creía que se lo estaba imaginando todo para darse cuenta, posteriormente, que estaba siendo guiado por fuerzas superiores y desconocidas. La distorsión de la realidad acaba afectando al propio film: durante los primeros minutos, Carpenter hace uso de los golpes de efecto y el montaje corto de impacto para ilustrar las pesadillas de Trent. Una vez en Hobb's End, donde se encuentra la puerta de entrada del Horror a nuestro mundo, esos recursos expresivos serán utilizados con Trent despierto, como si sus pesadillas se hubieran abierto paso hacia la vigilia. La escena en la que Trent se ve encerrado en un bucle urbano del que no puede escapar, de efectiva atmósfera onírica, confirma a nuestras pesadillas -fruto de la imaginería del terror- como preámbulo de la posterior invasión.
Es el fin del mundo tal y como lo conocíamos... y me gusta
Una de las grandes virtudes del cine de John Carpenter consiste en una serie de señas de identidad que son reconocibles para sus seguidores desde los mismos créditos: la utilización del formato scope 2.35:1; las familiares melodías compuestas por él mismo; la aparición de su nombre antes del título; el uso de la misma fuente para los rótulos. Una serie de marcas de fábrica, por así decirlo, que se rompe en En la boca del miedo al sustituir la habitual Albertus MT de los créditos. ¿Qué nos quiere decir Carpenter con esto? ¿Qué significado tiene?
Podría deberse a que, en esta ocasión, el guión no lo escribe él y, por tanto, sintiera una menor implicación con la historia. Pero los libretos de Christine y Vampiros tampoco eran suyos y mantenía sus firmas. O quizás el director de La niebla nos advierte que, en esta ocasión, tiene el piloto automático puesto, confeccionando un producto bien hecho, desde luego, pero alejado del nervio narrativo de sus mejores títulos, quizás por no querer interferir demasiado en un guión hábilmente elaborado por parte de Michael De Luca (Carpenter confesó en una entrevista que se trataba del mejor guión de toda su carrera y que tenía miedo de no estar a la altura y estropearlo).
Pero la respuesta podría encontrarse no en el título presente, sino en el trabajo inmediatamente anterior. Con Memorias de un hombre invisible Carpenter volvía a coquetear con la gran industria para cosechar un nuevo fracaso (tanto de público como de crítica). A raíz de esto. En la boca del miedo puede verse como una declaración de principios, tanto de reafirmación en el cine de género más puro (y que mejor que remitirse a los orígenes del terror moderno) como a la inevitable desaparición de este. Ese cambio en los créditos supone un anuncio del carácter apocalíptico, casi terminal, del mensaje del film.
La esencia básica del placer del miedo enfrentada a la mercantilización del terror. Las escenas que transcurren en Hobb's End pueden considerarse entre las más inquietantes que ofreció el género en los 90 (las perturbadoras escenas de la carretera nocturna o la extraña tranquilidad del propio pueblo) contrastadas con la explicitación de esa inquietud con la aparición de las criaturas monstruosas y tentaculares que acosan al protagonista. De manera coherente, Carpenter clausura el film situando la acción en una sala de cine, indudable marco en el que se oficializará el apocalipsis, que aquí adquiere su original significado de "revelación", con la pantalla como catalizadora de nuestros miedos más inconfesables y puerta de salida de nuestros temores más primigenios. Mismo marco en el que once años después Carpenter oficializó "el fin absoluto del mundo" en el magistral El fin del mundo en 35mm., su episodio para la primera temporada de la serie Masters of Horror, que puede considerarse la continuación espiritual de En la boca del miedo.
No ha de extrañarnos que, aunque su sombra planeé por casi todo el cine de terror moderno, pocas obras de H.P. Lovecraft han sido llevadas a la gran pantalla de manera oficial. Y no ha de hacerlo porque la fuerza de los cuentos del escritor de Providence es intrínseca a su prosa, a su estilo retorcido y descriptivo, a su punto de vista paranoico y turbado, a su mirada tan fascinada por lo maravilloso como aterrada por lo viscoso. De ahí que, por lo general, el cine haya preferido acercarse a la ficción del creador del maldito Necronomicón desde la distancia, integrando sus elementos o recreando su universo en ficciones ajenas. Hay excepciones, por supuesto, pero en ellas se suele confirmar la imposibilidad de trasladar el agónico y pesimista mundo creativo de Lovecraft a unas imágenes siempre demasiado concretas: la máxima de que una imagen vale más que mil palabras adquiere un significado negativo aplicado a este caso: una imagen resulta más evidente que mil palabras más sugestivas (y ahí tenemos títulos tan poco afortunados como Re-Sonator o Dagón. La secta del mar como ejemplos). Aquí también tenemos excepciones, pero no deja de ser interesante que uno de los films más logrados en este sentido (la excepcional Re-Animator) partía de un ejercicio humorístico, casi paródico, por parte de Lovecraft.
En las antípodas del autor de los mitos de Cthulhu encontramos al nombre más importante de la literatura de terror de las últimas décadas, Stephen King, cuya narrativa directa y centrada en la historia y los personajes la hace, sin duda, más fácil de adaptar. De ahí que la mayor parte de su obra haya tenido su correspondiente traslación fílmica, hasta el punto de que muchos de sus títulos son vendidos a las grandes productoras antes de ser publicados. En unas declaraciones, Stephen King decía que a la hora de afrontar la literatura de horror lo más importante era el tema y, una vez elaborado, el resto venía solo. Se le puede acusar de muchas cosas al autor de El resplandor, pero no de su honestidad y de ser consciente de su posición dentro de la industria literaria comercial (él mismo se ha definido como el fast-food de la literatura de terror), pero no estoy muy seguro de que, al hacer esta declaración, King fuese consciente de evidenciar la limitación principal que lastra la mayor parte de sus libros.
En la monumental It (Eso), novela de no poca influencia lovecraftiana, King partía de una idea muy sugerente creando una pequeña ciudad llamada Derry la cual, a través de los miedos y deseos de sus habitantes, alimentaba a una pavorosa y poliforme criatura milenaria que era, a la vez, el corazón del lugar y su mismo cáncer. Un punto de partida que le daba la oportunidad al escritor de Maine para concentrar el Mal absoluto y universal en una sola figura como, a la vez, reflexionar acerca del papel que juega el miedo en nuestra existencia cotidiana. Pero como si quisiera suscribir sus propias palabras, una vez establecida tan prometedora base, King se embarca en la confección de una obra épica en función de la acumulación indiscriminada de páginas, diluyendo la atmósfera en favor del impacto. Una vez más, eso sí, anotemos como excepción al que posiblemente sea uno de los mejores resultados de King, la escalofriante Cementerio de animales, tampoco carente de elementos lovecraftianos, por otro lado.
El horror de Hobb's End
Cuando el protagonista de En la boca del miedo, el investigador de seguros John Trent, es contratado por la poderosa editorial Arcane para que se encargue de encontrar a su desaparecido cliente Sutter Cane, autor de libros especializados en terror de gran popularidad, la editora de éste, Linda Styles, le comenta que Cane ha desplazado al mismísimo Stephen King. En toda la película no se menciona el nombre de Howard Phillips Lovecraft pero resulta evidente que es su universo y no el de King el que se desprende de las palabras escritas por Cane, lo que se hará patente con la llegada al pueblo de Hobb's End, surgido de la mente del misterioso escritor, en el que ya encontramos guiños directos (como el hotel Pickman, inspirado en el relato El modelo Pickman), adelantados por el título original del film, en alusión al popular En las montañas de la locura.
De esta manera, Carpenter parece efectuar un recorrido desde el terror truculento pero inofensivo de King al insondable horror cósmico de Lovecraft. Durante gran parte del metraje, Trent no cesa de referirse a la obra de Cane como "basura pop" para, finalmente, rendirse ante la materialización de las descripciones de Cane, viendo como lo que él reconocía como real es manipulado y desvirtuado ante sus mismos ojos. El Horror es siempre el mismo, pero se disfraza, nos dice Carpenter. La banalización del terror en forma de best-sellers de aeropuerto como medio para inocular la auténtica esencia de la Maldad en sus desprevenidos lectores.
En este sentido, el mayor logro de En la boca del miedo consiste en lograr captar el pesimismo metafísico de Lovecraft, con los protagonistas convertidos en meras marionetas de repugnantes entidades primordiales. El propio Cane le confesará a Trent que, en un principio, creía que se lo estaba imaginando todo para darse cuenta, posteriormente, que estaba siendo guiado por fuerzas superiores y desconocidas. La distorsión de la realidad acaba afectando al propio film: durante los primeros minutos, Carpenter hace uso de los golpes de efecto y el montaje corto de impacto para ilustrar las pesadillas de Trent. Una vez en Hobb's End, donde se encuentra la puerta de entrada del Horror a nuestro mundo, esos recursos expresivos serán utilizados con Trent despierto, como si sus pesadillas se hubieran abierto paso hacia la vigilia. La escena en la que Trent se ve encerrado en un bucle urbano del que no puede escapar, de efectiva atmósfera onírica, confirma a nuestras pesadillas -fruto de la imaginería del terror- como preámbulo de la posterior invasión.
Es el fin del mundo tal y como lo conocíamos... y me gusta
Una de las grandes virtudes del cine de John Carpenter consiste en una serie de señas de identidad que son reconocibles para sus seguidores desde los mismos créditos: la utilización del formato scope 2.35:1; las familiares melodías compuestas por él mismo; la aparición de su nombre antes del título; el uso de la misma fuente para los rótulos. Una serie de marcas de fábrica, por así decirlo, que se rompe en En la boca del miedo al sustituir la habitual Albertus MT de los créditos. ¿Qué nos quiere decir Carpenter con esto? ¿Qué significado tiene?
Podría deberse a que, en esta ocasión, el guión no lo escribe él y, por tanto, sintiera una menor implicación con la historia. Pero los libretos de Christine y Vampiros tampoco eran suyos y mantenía sus firmas. O quizás el director de La niebla nos advierte que, en esta ocasión, tiene el piloto automático puesto, confeccionando un producto bien hecho, desde luego, pero alejado del nervio narrativo de sus mejores títulos, quizás por no querer interferir demasiado en un guión hábilmente elaborado por parte de Michael De Luca (Carpenter confesó en una entrevista que se trataba del mejor guión de toda su carrera y que tenía miedo de no estar a la altura y estropearlo).
Pero la respuesta podría encontrarse no en el título presente, sino en el trabajo inmediatamente anterior. Con Memorias de un hombre invisible Carpenter volvía a coquetear con la gran industria para cosechar un nuevo fracaso (tanto de público como de crítica). A raíz de esto. En la boca del miedo puede verse como una declaración de principios, tanto de reafirmación en el cine de género más puro (y que mejor que remitirse a los orígenes del terror moderno) como a la inevitable desaparición de este. Ese cambio en los créditos supone un anuncio del carácter apocalíptico, casi terminal, del mensaje del film.
La esencia básica del placer del miedo enfrentada a la mercantilización del terror. Las escenas que transcurren en Hobb's End pueden considerarse entre las más inquietantes que ofreció el género en los 90 (las perturbadoras escenas de la carretera nocturna o la extraña tranquilidad del propio pueblo) contrastadas con la explicitación de esa inquietud con la aparición de las criaturas monstruosas y tentaculares que acosan al protagonista. De manera coherente, Carpenter clausura el film situando la acción en una sala de cine, indudable marco en el que se oficializará el apocalipsis, que aquí adquiere su original significado de "revelación", con la pantalla como catalizadora de nuestros miedos más inconfesables y puerta de salida de nuestros temores más primigenios. Mismo marco en el que once años después Carpenter oficializó "el fin absoluto del mundo" en el magistral El fin del mundo en 35mm., su episodio para la primera temporada de la serie Masters of Horror, que puede considerarse la continuación espiritual de En la boca del miedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario