martes, 15 de marzo de 2011

Irreversible

(Irréversible)
Francia, 2002. 97m. C.
D.: Gaspar Noé P.: Christophe Rossignon G.: Gaspar Noé I.: Monica Belluci, Vincent Cassel, Albert Dupontel, Joe Prestia F.: 2.35:1

Fascista, racista, machista, misógina. Estos, y alguno más que se me escapa, fueron los términos que una determinada parte de la crítica dedicó a esta cruda, sin duda, pero también fascinante película dirigida por el argentino Gaspar Noé. En su crítica para la revista Fotogramas, Nuria Vidal se sorprendía de cómo en un marco como el del Festival de Cannes, al cual se le supone una actitud valiente y progresista hacia el cine que en él se muestra (no en balde, se le suele considerar el escaparate de las tendencias cinematográficas internacionales; es decir, lo que va a estar de moda en ese año), una película tan poderosa e interesante (independientemente de su calidad) como Irreversible hubiera desatado una reacción polémica basada en sus fuertes ingredientes, sin que parezca que nadie se preocupara por profundizar en ellos, y su valor dentro del contexto narativo en el que aparecen. Algo que no nos sorprende, teniendo en cuenta que algunos de los títulos más importantes de los últimos años fueron recibidos con abucheos, displicencia o indiferencia (el caso de Demonlover, Southland Tales, Femme Fatale o, más recientemente, Anticristo) en tan prestigioso marco.

No lo podemos negar, Irreversible es un film repleto de elementos fascistas, racistas, machistas o misóginos. Pero su función no es la de ser el mensaje o la identidad ideológica de la película, sino la de formar parte de un universo violento, oscuro y nihilista en el que los protagonistas se mueven convertidos en animales que han rechazado su raciocinio en favor de sus instintos más primarios. Irreversible se nos presenta como un trozo de vida, registrando en sus imágenes todo un catálogo de sentimientos humanos: de la furia a la pasión, del amor a los celos, de la alegría a la tristeza.

El mensaje nihilista de
Irreversible no surge tanto de sus escenas más cárnicas, más pavorosas, sino de la radiografía de un mundo ambivalente, en el que nos movemos como marionetas de un destino que parece disfrutar jugando con nuestra propia existencia. La inversión cronológica de los hechos (mostrando primero las consecuencias para, a partir de ahí, dirigirnos hacia las causas) no supone un mero capricho estético de su director, sirviéndole para profundizar en su mensaje pesimista: tomando como centro un aberrante suceso que parte la película en dos partes, Irreversible establece un juego de rimas, equivalencias y símbolos entre la oscuridad y la luz, la muerte y la vida, subrayando la fragilidad de nuestra existencia, cambiante en cada parpadeo.

El mismo comienzo del film nos da una serie de pistas para seguir el experimento de Noé: los primero que vemos, siguiendo la lógica de su desarrollo "al revés", son los títulos de créditos finales, que discurren por la pantalla de arriba hacia abajo, con todas las letras igualmente invertidas, haciéndolos casi ilegibles. Además, la columna de los rótulos empieza a rotar hasta desaparecer de la pantalla. Una convención (la relación de las personas que han participado en la elaboración de la película) que pierde su función (pues, como se ha comentado, resultan casi imposible de leer) para convertirse en un valor estético. Todo en Irreversible, cada plano, cada movimiento de cámara, tiene un sentido, busca un objetivo, de ahí que separar el contenido (los elementos anteriormente mencionados) del continente (su formulación cinematográfica) suponga tergiversar el propio mensaje del film.

Irreversible se compone de una serie de planos secuencia que nos muestran a los personajes en un escenario concreto y en una situación determinada. La unión de esos planos secuencia se realiza con una serie de imágenes que parecen tomadas por una cámara en vuelo libre. Son estos breves fragmentos de unión donde encontramos la clave de la película. Sin que parezca haber cortes entre cada escena, la cámara torna un silencioso testigo que hubiera encontrado una línea temporal en un punto (la desenfrenada búsqueda de Marcus de un extraño personaje apodado Le Tenia en un sórdido club de alterne homosexual) y, despertada su curiosidad, retrocediera para conocer las causas de esas acciones.

Un testigo silencioso, como decíamos, pero no distante. En esa primera escena (tras un prólogo que conecta a la película con Seul contre tous, el anterior y no menos perturbador trabajo de Noé) la cámara navega de manera alocada por los oscuros pasillos del club Rectum sin que casi podamos distinguir nada, excepto trozos de carne o gemidos bañados con una infernal iluminación rojiza. Un ritmo frenético, pero a la vez alucinado y casi mareante que representa el trastornado estado de ánimo de Marcus, incapaz de pensar, de razonar, convertido en un animal salvaje cuyo único sentido es depredar a su víctima. En tono homófobo de toda la escena viene dado por el asco que Marcus siente hacia ese lugar y a quienes lo ocupan. Por tanto, en todo momento, la cámara irá conectada al estado de ánimo de su protagonista, posiblemente porque está tan traumatizada como él mismo.

El punto de inflexión al que nos referíamos antes se da en un escenario similar: un túnel cuyas paredes de color rojo lanza un puente al club Rectum (conectando, inevitablemente, dos lugares tan diferentes). Ahí, la atractiva novia de Marcus, Alex, es asaltada por un desconocido, el cual la violará analmente para, después, golpearla brutalmente hasta dejarla en coma. La representación es tan cruda como realista, pero la cámara en ningún momento trata de subrayar los componentes más morbosos de la acción, más al contrario, se mantiene quieta, registrándolo todo, sin entrar ni salir. Y es esa quietud, precisamente, lo más escalofriante del momento, pues nos convertimos en unos testigos indefensos, que no podemos evitar lo que está ocurriendo pero tampoco apartar la vista a lo largo de unos insoportables nueve minutos, en los cuales el horror y el dolor se dilata hasta formar parte de nosotros.

Pero por si alguien pudiera pensar que esta quietud, esa inmovilidad, es un gesto de afirmación (es decir, la búsqueda del sensacionalismo a través de su explotación documental), hacia el final del metraje (que supone el inicio de la historia que nos está contando), Noé nos muestra a Marcus y a Alex tumbados en la cama, desnudos, en una serie de juegos en los que el erotismo y la pereza, la sensualidad y la cotidianidad, reflejan a una pareja que ha hecho de la intimidad un valor familiar. Y la cámara lo recoge sin entrometerse, registrando el lado más amable y delicado del sexo, de igual modo a como antes (después) lo ha hecho (hará) con el lado más perverso y doloroso. Si Irreversible hiere de tal modo, si nos repugna y nos violenta, es porque se dedica a mostrarnos, sin adornos ni romanticismos pueriles, lo que somos y donde vivimos.

3 comentarios:

fer1980 dijo...

Creo que ya te lo he comentado, pero me acuerdo cuando se estreno esta peli que leí un articulo que decía algo así que esta el éxito o no de esta peli hablaría del estado de nuestra sociedad, si triunfaba significaba que ya no había salvación posible, que estabamos condenados (desde un punto de vista moral) como sociedad, si no es que aún había esperanza, solo por eso me entrarón muchas ganas de verla...pero aún no he atrevido.

José M. García dijo...

Está claro que este tipo de polémicas sirven de publicidad, pero también puede condicionar y perjudicar el visionado del film (como recientemente ha pasado con "A Serbian Film").

Está claro que "Irreversible" es un film incómodo y difícil de soportar, pero el cine no tiene por qué ser, ni mucho menos, un plato para todo los gustos. El problema está cuando se separa el contenido de su continente, como deja claro esa declaración que citas.

Anónimo dijo...

Felicitaciones por el blog, me parecen muy acertadas tus críticas y muy sensibles tus apreciaciones. Saludos!